martes, 26 de febrero de 2013

LEYENDA DE LA CRUZ DE LOS CASADOS

Sé por muchos de vosotros que cuando escribo alguna entrada en el blog y véis la etiqueta de "Leyenda" os alegráis por ello y son vuestros post predilectos. Hoy tenía ganas de traeros nuevamente una leyenda que os gustase y, además, os sintiérais atraídos por ella los lectores de aquesta Villa que fundase el Rey Sabio, Alfonso X, allá por el 1255. Villa que conservaría el nombre hasta el año 1420, año en el que durante el reinado de Juan II, obtuvo el nombre de ciudad, llamándose desde entonces Ciudad Real. Una leyenda nuestra, manchega, de Ciudad Real capital, ocurrida aquí e ignorada por muchos. Ya era hora de narrar en el blog algo puramente ciudadrrealeño. Soy hombre de tradiciones y orígenes y, aunque siempre alabo la sureña autonomía de Al-Andalus, siempre mantengo que mi tierra es mi tierra (y el orgullo de la meseta central de España es tan grande como la cabezonería y terquedad de sus habitantes, por más que la fama la tengan los maños).

Al final del Parque de Gasset, en el lugar que se conoció como "El Humilladero",  existe una columna de orden corintio coronada con una cruz de hierro de forja. Todo el conjunto reposa sobre una escalinata circular de tres escalones y conmemora la dramática historia de amor de Sancho y Blanca, cuyo relato os voy a regalar. Así pues y con un ¡ea! como interjección manchega pura, a la vez que simulo dar un pase de pecho taurino, les dejo con la Leyenda, la cual, y como in fine comprobarán "no es suficientemente conocida..."

"Tras la fundación de Villa Real por el Rey Alfonso X, apodado "El Sabio", era vox populi la enemistad manifiesta entre villarrealenses y la Orden de Calatrava, siendo continuos los saqueos, rencillas y batallas entre ambos bandos, incrementado el odio, sin duda, por la necesidad que tenían los de la villa de buscar leñas, pastos y otros elementos de vida de agricultura y ganadería más allá de sus pequeños límites, con el beneplácito del monarca para ello. Para ello invadían el territorio de Miguelturra, su adusta enemiga y población que se creó por la Orden en las mismísimas puertas de Villa Real con el afán de anularla. La discordia entre Villa Real, defendida por los nobles fieles al Rey, y Miguelturra, defendida por los Caballeros de la Orden, estaba servida. Y no había manera de conciliar ambas partes. Muchas fueron las refriegas y batallas entre ambos bandos y numerosas las veces en que fue destruida Miguelturra. El odio iba in crescendo y se dieron grandes y recordadas batallas como la conocida con el nombre de "Malas Tardes".

El cronista Ramírez de Arellano narra que en aquellos tiempos, principios del siglo XIV, siendo Maestre de la Orden de Calatrava Don Garci López de Padilla, volvió a su hogar el acaudalado vecino de Miguelturra Don Alvar Gómez, encontrándose a su padre asesinado, deshonradas sus hermanas y totalmente saqueada su hacienda, jurando al instante cruel venganza al autor de tales fechorías que no podía ser otro que el cabecilla de sus enemigos, Don Remondo Nuñez de Villa Real.
Todos los años y coincidiendo con el aniversario de la tragedia, citaba Don Alvar a sus varios hijos a renovar el juramento de venganza y muerte a aquellos que cometieron los nefastos actos, pero hubo un año en el que Sancho, su hijo primogénito, no prestó con vehemencia la renovación del juramento, cuestión que no agradó a su padre y le hizo desconfiar. El motivo es que el varón se encontraba ciegamente enamorado de Blanca, quien no podía ser otra sino la doncella hija de Don Remondo, eterno enemigo de su padre Don Alvar, por lo que por su amor el muchacho no esbozaba como plan asesinar al padre de su deseada.
Rápidamente fueron conocidos estos amoríos por la vecindad de ambos pueblos, viendo en ellos la posibilidad de reconciliar ambos bandos y dando por finalizadas las tensiones. Fray Ambrosio, Padre Prior del Convento Franciscano de Ciudad Real, intervino deseoso de erradicar los odios entre las dos familias de Villa Real y Miguelturra mantenidos por Don Alvar y Don Remondo. Por más que el fraile intentó calmar los ánimos, tal era la fiera enemistad entre las dos partes que fue recriminado el doncel y encerrada la novia, llegando inclusive el infante Sancho a recriminar a Fray Ambrosio su intervención y confesándole que tenía previsto secuestrar a Blanca y huir juntos en amor hacia tierra de moros, lejos de Castilla, donde obtendrían el doble perdón paterno.

Comprendiendo el Padre Prior que no podría evitar el rapto pues Sancho ya tenía trazado su plan, no quiso que se produjera la huida sin antes casar a los enamorados de modo que, puestos de acuerdo, se dieron cita una noche en el lugar del Humilladero, en Villa Real, junto a la puerta de Alarcos. Allí acudieron el fraile, Sancho que ya residía fuera del hogar familiar y Blanca que acababa de escapar del suyo. Al instante unió Fray Ambrosio a los amantes en matrimonio y, recién acabados los votos y antes de emprender su huida, se personó violenta y precipitadamente en el lugar Don Remondo Nuñez en busca de su hija y escoltado por su gente armada. El Prior se interpuso y suplicó paz pero Remondo ciego de odio y furor quiso traspasar con su espada al fraile que había unido a su hija Blanca en matrimonio con el infante Sancho, hijo de su eterno enemigo Don Alvar Gómez. De tal fortuna fue el lance que la espada traspasó el hábito del franciscano sin herirle pero alcanzando de pleno a la joven Blanca que se amparaba tras él, su propia hija, cayendo muerta al suelo. Sancho al ver yacer a su amada quiso vengarse y blandió su espada contra el padre de aquella, Don Remondo, pero al instante cayó abatido por las lanzas de la gente armada que lo escoltaba.

Tan inesperado desenlace arrancó de Fray Ambrosio las más tristes lamentaciones viendo a los dos jóvenes, emblema del triunfo del amor entre enemigos, casados, sí, pero fallecidos en el acto y de tan violenta manera que se impuso de nuevo el luto en ambas vecindades y se vio truncada la posibilidad de reconciliar aquella rivalidad familiar que sólo el tiempo lograría extinguir. Y culmina la leyenda diciendo que allí mismo fueron enterrados juntos los dos amantes, colocándose sobre su tumba una cruz conmemorativa que atinó en llamarse "La Cruz de los Casados", recuerdo de la trágica historia de amor entre Sancho de Miguelturra y Blanca de Villa Real."


Espero que os haya gustado y que si visitáis el Parque de Gasset sintáis la curiosidad de acercaos al final del mismo, al lugar donde se haya la memoria de Sancho y Blanca y recordéis entonces el por qué de ese monumento: La Cruz de los Casados.
Se dice que antiguos textos, además de las crónicas de Ramírez de Arellano,  recogieron esta leyenda y que algunos rezan: "En Ciudad Real, en el rollo del antiguo Humilladero, una cruz pregona un poema de amor y sacrificio, cuya leyenda no es suficientemente conocida..."

martes, 19 de febrero de 2013

EN ESTE VALLE DE LÁGRIMAS...

No podía empezar sino diciendo que esta entrada se la prometí a mi buen amigo Albertito Laguna y que era de justicia escribirla ahora en estos días. Va por ti, compadre. "Pisarás La Campana antes que yo".

Corrían tiempos de igualás y ensueños, los que amamos los cofrades, cuando un fin de semana se citó el sábado el primer ensayo del paso del Decreto allá por el Polígono Calonge. El Domingo de ese mismo fin de semana, a las 11 de la mañana estaba citada también la igualá del Nazareno de la Hermandad del Valle, el Señor de la Cruz al Hombro, paso en el que Alberto se había fijado y tenía ganas de ir a igualar a ver qué pasaba. Yo un año más me disponía a pedir hueco bajo las trabajaderas del Divino Rabí de la Hermandad de la Cena y el sábado intentaría hacerme hueco también en el grupo de hombres que pasean el Misterio alegórico de la Trinidad por la bética urbe. Tenía que ir a Sevilla sí o sí. Por mi mente no pasaba la igualá del Valle, pero por la de mi compadre sí. Me dijo que si nos íbamos juntos a pasar el fin de semana de enredo cofrade a Sevilla el Domingo iríamos a la igualá del Cruz al Hombro, que tenía una premonición. Así pues, allá que nos fuimos los dos en amor y compañía y como acompañante Jesús Laguna, hermano de Albertito y también compadre mío al que conozco desde que era niño y lo quiero igualmente como a un hermano. Viaje cofrade y de cofrades. Pintaba bien.


Recuerdo que el sábado nos cayó una tunda de agua del carajo en el ensayo y regresamos al lugar de hospedaje empapados de agua y yo sin hueco en el Decreto. Al menos cada vez que estoy en aquella mariana ciudad estoy radiante. Me enamora Andalucía y más todavía una de las más bellas hijas que tiene: Sevilla. De esta guisa (y yo con sabor agridulce) nos disponíamos a dormir y al día siguiente, tal y como le prometí a mi compadre, iríamos a la igualá del Cruz al Hombro. Total ya que estábamos allí, que teníamos los botines negros y que nos gusta sacar pasos a la calle, probaríamos suerte en las trabajaderas del que todo lo perdona alzando su mano en la tarde-noche del Jueves Santo.

El día amaneció radiante y el sol se estrellaba con fuerza en los adoquines amarillentos de la Alameda de Hércules. Desayunamos un zumo de naranja y una tostada con tomate y aceite. Típicamente andaluz y una verdadera delicatessen en tan singular enclave. Todavía quitándonos migajas de pan tostado de la cazadora y con paso casi racheado nos dirigimos a la igualá del Nazareno del Valle. Gentío de costaleros se agolpaba en la puerta del almacén, abrazos, besos y saludos de sevillanas maneras colmaban los aledaños del lugar de la cita. Y allí nos presentamos. El capataz Pepe Mesa dirigió unas palabras a los presentes y comenzó la igualá. Alberto igualó en la quinta y yo en la tercera. De ahí a entrar en la cuadrilla había un mundo... Mundo que se redujo cuando Jaime el subcapataz nos dio a firmar los papeles del seguro de costalero y Pepe nos entregaba la tarjeta con fechas de ensayos y horarios. ¡¡Nos citaron a ensayar!! No echar las campanas al vuelo... Eso no quería decir que estuviésemos dentro de la cuadrilla. En mi caso había un hueco en el palo y estábamos tres aspirantes en la lucha por él. En el caso de mi compadre había otro hueco y estaban cinco peones pidiendo trabajo. Habría que verlo pero habíamos dado un paso de gigante, en nuestro estatus una zancada costalera con potente izquierdo y sin tambaleo.

Llegó el primer ensayo, nos hicimos la ropa y nos metimos bajo el palo cuando nos fueron indicando. Al finalizar le preguntamos al capataz si estaba contento con nuestro trabajo y nos dijo que tendría que seguir viendo y observando detalles. Una vez más Sevilla nos despedía con la duda pero nos emplazaba nuevamente a un nuevo ensayo. Esperanza, siempre Esperanza. Para mi Albertito la que cruza el puente, para mí la que vive en la muralla. "Esperanza Macarena y Esperanza de Triana, una Madre y una pena, una sola Soberana en dos caritas morenas." Al menos habíamos ensayado en un paso de Sevilla y eso para nosotros ya era un súmun de felicidad. Nos subimos al coche y escuchando marchas volvíamos a nuestra Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Reyes con las vistas puestas en el siguiente ensayo, día que nos dirían si contaban con nosotros o no. ¡Bendita locura la del corazón costalero que sin saber con certeza se aventura a viajar en busca de ser los pies de Dios!

Pasaron volando los días del calendario en una nueva Cuaresma y llegó el día del segundo ensayo. Como de costumbre entre nosotros, trabajadores forasteros del arte del costal, a las seis de la mañana salíamos para Híspalis rumbo al encuentro de la parihuela de vigas de hierro para disfrutar de nuestra oportunidad. Pepe Mesa nos recibió minándonos la moral y apunto estuvimos de volvernos para Ciudad Real antes siquiera del ensayo: "Hay buenos costaleros y hermanos de la cofradía, tienen prioridad a ustedes y no lo tengo muy claro". Vamos que todo apuntaba a que no formaríamos parte de la cuadrilla. Con orgullo herido y dándolo todo en cada levantá nos quedamos al ensayo y al terminar el mismo nos fueron llamando por palos al almacén a la inversa de como se había igualado, es decir, de la última a la primera. Cuando llamaron a la quinta pasó mi compadre. Desde fuera yo veía un corrillo: dieciséis costaleros en torno al capataz. Seis formaban parte de la cuadrilla alta y tenían su hueco hecho. La cuadrilla baja la formarían otros seis y estaban diez hombres. Cinco tenían hueco ya y el otro hueco era el que se rifaba Alberto con otros cuatro peones. Yo en ese momento no daba un duro por mi compañero. La cosa estaba más que fea cuando empezaron a salir del almacén. Los que ya tenían hueco en la cuadrilla salían hablando entre ellos. Cuatro caras cabizbajas y serias entre los cinco aspirantes y una de ellas sonriente como jamás la había visto: mi compadre estaba dentro de la cuadrilla. Alberto había sido el elegido. Había demostrado su valía como costalero, su bondad como persona y su humildad bajo las trabajaderas. Había entrado en el paso que quería. Yo sé (por envidia en unos casos y por ser envidiado en otros) lo que eso significa y la felicidad que tenía mi amigo en ese momento. El abrazo que me dio ya lo dijo todo...
¡La cuarta! La voz de Paco y Jaime retumbó llamando a los hombres que debían pasar al almacén. El siguiente palo en pasar era la tercera. ¡Oído! ¡La tercera! La mía. Llegó el momento y pasamos al almacén. Pepe nos dijo que el formar parte de esa cuadrilla era una lucha constante y que al igual que en ese momento estábamos dos aspirantes entregados debían estarlo los que ya tenían el hueco y no relajarse nunca porque otros tantos aspirantes llegarían con fuerza pidiendo trabajo bajo el Cruz al Hombro. Y recuerdo perfectamente como volviéndose a Camacho y a mí nos dijo: "Y ustedes dos... cuiden el hueco que hoy adquieren porque es muy difícil de obtener. Son buenos los dos y me los quedo. Enhorabuena y bienvenidos a la cuadrilla".

Albertito Laguna y yo con Pepe González Mesa,
Capataz del paso del Nazareno de la Cruz al Hombro

Salí del almacén radiante. ¡¡Era costalero en Sevilla!! Cuando Alberto me vio la cara se le iluminó como cuando empieza la Cuaresma. Para él era un sueño. Una aventura que empezamos juntos y culminábamos juntos años después: los dos costaleros en Sevilla del mismo paso. Comenzamos nuestros viajes para los ensayos, noches de madrugón, desayunos en Abades, pernoctas en baratos hostales... Todo esfuerzo merecía la pena porque éramos felices. Llegó el Jueves Santo y el Maestro de la mano alzada no pudo pasearse porque la odiosa lluvia hizo su aparición en el peor momento. Primeras lágrimas en el Valle...
Al siguiente año, de nuevo ilusionados, sintiéndonos ya miembros y unidos a la que siempre será mi cuadrilla querida de Sevilla, la que me abrió las puertas, la que me acogió sin tapujos, la que me enseñó que los huecos en los pasos se ganan por derecho y trabajando recto y no a través de cervezas y copas en los bares, iniciamos de nuevo la andanza de igualá, ensayos, viajes, desayunos, comidas en carretera,  frías noches de mudá y cansancio y sueño. La recién estrenada Cuaresma volvió inexorablemente a deshojar el calendario de la primavera y se avecinó pronto el Jueves Santo. Maldita la hora en que la nefasta lluvia volvió a arruinar por segundo año consecutivo el paseo de nuestra hermandad. Otra vez el templo del Valle se convertía en valle de lágrimas...

Este año, por unas cosas y otras, compromisos, coincidencias y jaleos, no puedo sacar el paso. He de irme de la cuadrilla que me recibió sin haber podido disfrutar con ellos de Jueves Santo de gloria y disfrute. Jamás olvidaré el buen trato recibido por todos ellos: Pepe, Jaime, Paco, Alfonso, Ismael, Diego (Waly), Santos, Iván, Emilio Simón, Coleta, Canalo, (perdón a los que me deje en el tintero sin quererlo)... El Señor de la Cruz al Hombro me ha regalado mucho, más de lo que podría regalarme y permitirme siendo su costalero. Muchísimos ratos agradables y muchísimas vivencias. Pero el mejor y mayor regalo es que mi compadre salga con ustedes, que mi compadre Albertito sea los pies del Rey del Valle. Cuidadlo. Él es feliz con ustedes. Se hizo hermano de la cofradía y la siente muy hondo. Para él es un orgullo ser costalero del Valle, ser los pies del Dios de la Cruz al Hombro que gobierna el Jueves Santo en la calle Laraña. Sé que se acordará de mí bajo el paso lo que no está en los escritos. Y yo me acordaré de él, de ustedes y del Nazareno del Valle durante toda mi vida. Y algún año volveré a vuestra vera a pasearlo. Varias veces lo he mirado a los ojos y le he hablado. Y si en su momento no hallaba respuesta alguna, ahora la sé. Ser costalero muchas veces no es sólo coger tus kilos y avanzar de frente con ellos. También se es costalero de fe y no de kilos. Y muchas veces, muchísimas, pesan más los kilos que no se ven.


Y cuando llegue este nuevo Jueves Santo y el sol brille en lo alto de la Plaza de la Encarnación también habrá lágrimas. Pero no serán por la lluvia. Serán porque mis lacrimales darán paso a sentimientos como lo están haciendo ahora mientras escribo. Serán porque veré salir del templo al Nazareno de la Cruz al Hombro perdonando pecados por Sevilla y bajo Él irá mi Albertito del alma. Y sé que estará feliz. Y sé que ustedes lo cuidaréis. Y sé que cuando pise la Campana por primera vez se acordará de mí. Y sé... tantas cosas que he aprendido durante esta etapa en el Valle que me es imposible narrarlas todas. Gracias una vez más. Gracias a todos. Gracias a ti, compadre, por haberme hecho partícipe de esta gloriosa aventura. Yo ya no estaré en la foto pero estaré contigo. Y con Él. El Jueves Santo estaré a vuestra vera y lloraré de alegría y felicidad por ti en el Valle. Lágrimas de sentimiento puro que no de tristeza. Disfruta y vívelo. Te lo mereces. Y pisa la Campana por mí. Marca tu huella que a la vuelta te esperaré en nuestra iglesia y lloraré de nuevo al abrazarte... en este Valle de lágrimas.



¡Va por ti Albertito, compadre! Te quiero taco. ¡Al cielo con Él!

miércoles, 6 de febrero de 2013

MI PARTICULAR VISIÓN DE DON CARNAL Y DOÑA CUARESMA

Ahora que es inminente su llegada, ahora que la chiquillería rebusca en los cajones su antifaz del pasado año, ahora que nacen los entendidos de las chirigotas y comparsas que el resto del año sólo se acuerdan de Cádiz por su pescaíto frito, ahora que cualquier cosa vale escondidos tras la máscara, ahora que la Sardina tiene contados sus días, ahora que las viandas y carnestolendas rebosan en las alacenas...

Ahora que se cree su lucha ganada para sucumbirla después, ahora que el colorido de las calles y plazas de las ciudades donde se vive se tiñe multicolor con telas y disfraces, ahora que las letras de coros y murgas son tarareadas por los rincones de la calle y del hogar, ahora que ha transcurrido un año desde la última elección de su Reina...Es el momento del Carnaval.

Representación de Don Carnal
Ahora que aflora el azahar, ahora que los sueños de infancia costalera se visten de hábito nazareno tachando días en el calendario, ahora que por las oscuras callejuelas se aparecen parihuelas de ensayo, ahora que el adobo empieza a impregnar el cazón que será frito y servido en cartuchos de estraza...

Ahora que se limpia la plata, ahora que los garbanzos se ablandan en puchero con aroma de potaje, ahora que las cererías envuelven mechas de candelería, ahora que se determinan las fechas de ensayos e igualás, ahora que el pregonero su pregón escribe, ahora que los cofrades dejaremos de soñar lo vivido para vivir lo soñado, ahora que ya llega la Gloria... Es el momento de la Cuaresma.

Representación de Doña Cuaresma
Muchas veces se ha hablado de la lucha entre Don Carnal y Doña Cuaresma y se han contado versiones variopintas y diferentes de sus enfrentamientos que distan mucho de la narración de la conocida Batalla de Don Carnal y Doña Cuaresma que Don Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, escribiera en su célebre obra Libro de Buen Amor. Sin embargo yo hoy vengo a derramar tinta en son de ambos a mi manera. Sin batallas. Sin odiosas comparaciones. Sin interpretaciones ocultas que busquen reflejos en la vida real.
¿Por qué hemos de entender que el Carnaval y la Cuaresma sean contrapuntos? Si bien el Carnaval es festivo también concluye la Cuaresma en una celebración. ¿Por qué han de ir enfrentados? Don Carnal gusta de opulentas comidas, bailes, fiestas y disfraces ocultos bajo caretas. Doña Cuaresma gusta de una mayor abstinencia, de seriedad, de recogimiento y de dar la cara con valentía. Me pregunto yo: ¿no serán ambos más que enemigos complementarios entre sí? Tras una buena ingesta de carnes asadas (carnaval), en vez de un dulce y chocolatado postre una frugal pieza de fruta (cuaresma) equilibraría la balanza, por así decirlo. Don Carnal y Doña Cuaresma no debieran verse como opuestos, sino como piezas de un mismo puzzle de modo tal que sin una no encaja la otra. Sin uno de los platillos la balanza está incompleta. La cal y la arena son piezas de un mismo puzzle también y siempre se ha dicho "una de cal y otra de arena". No se dan a elegir: una de la una y otra de la otra. ¿A qué nunca hemos dicho "o cal o arena"? Del mismo modo apunto yo hacia los protagonistas de tan épicos y medievales combates, convirtiéndolos no en acérrimos enemigos sino en compañeros de batalla. La batalla de la vida donde todo exceso se acompaña de un defecto y al revés.














Y todo ello, ¿por qué? Pues por la sencilla razón de que una cosa no quita la otra. Existe la falsa creencia de que quien gusta de carnavales no gusta de cofradías por la simple y llana razón de que son celebraciones opuestas. Y yo vuelvo a preguntarme: ¿Quién inventó tal milonga? Y no me vengan ustedes con el rollo de que el Carnaval es una fiesta pagana y la Semana Santa (cúlmen de la Cuaresma) es una fiesta cristiana, que a todos nos gusta estar de farra y cachondeo dejando al margen el origen de la celebración. Reconozcámoslo: somos españoles. Mil y una vez hemos visto "al ateo perroflauta más rojazo del mundo" disfrutando entre botellines y lumbre de una Romería (fiesta mariana) y al "ultracatólico opusiano derechón yoamoaLauraperoesperaréhastaelmatrimonio" gozando como el que más en una carpa de carnaval disfrazado de monja sexy. Y el que diga que no, una de dos, o no es español o jamás ha asistido a un evento de tal índole.
Así pues, se aprecia que es del todo viable el "celebrar" una cosa y la otra siempre y cuando impere el respeto entre creencias y pensamientos. Pero, ¿privarse de una en virtud de la otra? No veo el por qué.  Y sí, señores y señoras, yo soy del club de aquellos que lo hacen. Y no me considero mejor ni peor por ello. Y, quizás por eso mismo, también entiendo que ambas cosas pueden ser complementarias. Y acepto que me digan que tanto como complementarias... No. Nadie tiene por qué gustar de ambas. Eso sí, suplementarias tampoco. Por ese aro no paso. Y sí, llevo años disfrazándome en Carnaval. Y sí, también llevo años participando a sacar cofradías a la calle. Y por la gente con la que me codeo y veo, no, no soy el único que disfruta de una de las fiestas o incluso de las dos. Si me excedo en Don Carnal ya me cuidaré en Doña Cuaresma y si me abstengo en Doña Cuaresma ya me excederé en Don Carnal. Complementando que se dice. Una de cal y otra de arena, ¿qué no?


















Concluyendo, ¿saben qué les digo? Que dos caminos he descubierto en esta antigua historia de Don Carnal y Doña Cuaresma: la del enfrentamiento continuo que proclamase a modo de parábola Don Juan Ruiz y la del disfrute de ambos que yo les brindo. Elijan ustedes mismos. Yo mientras tanto voy preparando mi disfraz para estos días y perfumando mi casa de incienso para lo que se avecina después. Eso sí, como buen español, una copita me cabe entre chirigota y comparsa y otra entre misterio y palio. ¡Ahí lo dejo!