Si bien ya saben todos ustedes que yo soy macareno de pro, en estos tiempos en los que no dejo de buscar dónde habita la esperanza, he de acordarme de la otra Esperanza que vive cruzando el río. Y si bien siempre pico a mis compadres de Triana diciéndoles el dicho de "Esperanza sólo hay una y no pasa por el puente" hoy vengo a decirles el otro dicho que reza "Que los puentes no son barreras sino lazos que se estrechan como abrazos entre hermanos". Y es que si algo hay que a mí me gustaría que fuese universal es la esperanza. Ese sentimiento es el que nunca debe perderse y es el que mantiene siempre un hilo de anhelo en lo deseado, añorando que se cumpla. Hay quien lo llama fe, hay quien lo llama deseo, hay quien lo llama sueño. Yo lo llamo Esperanza Macarena, Spes Nostra y Mater Dei. Y los del barrio allende el Puente de Isabel II lo llaman Esperanza de Triana. En todo caso esperanza, siempre esperanza. Y hoy esperanzado de nuevo vengo a acordarme de algunas de las leyendas más bellas que conozco acerca de la Hermandad de la Esperanza de Triana. Pero con un matiz, la protagonista no es Ella, la Reina de la Capilla de los Marineros, sino Él, el vecino más viejo de la calle Pureza: el Señor de las Tres Caídas. Y en una de ellas, más en concreto, el romano que le guía el camino al Señor en la Madrugá, digamos que conocido como Rafaé que cabalga a lomos de Calamar, como así se llama cariñosamente al caballo más conocido del barrio marinero de Sevilla. Les dejo con ellas. Me limito a transcribirlas tal cual las conocí. Emociónense y llénense de Esperanza.
"Y SOÑÓ SER COSTALERO DE TRIANA EL MISMO DIOS..."
La escuché en "El Llamador" de la semana después de la voz sevillana y cofrade de Charo Padilla. Pudo suceder en el año de gracia de 2004, no lo recuerdo exactamente, pero es tan digna de un relato de José María de Mena, extraído de su célebre "Tradiciones y Leyendas de Sevilla", como lo podía ser de la mejor literatura romántica y costumbrista.
Sucedió en Triana (natural de Sevilla) la noche más hermosa: Madrugá del Viernes Santo. La calle Ancha-Pureza como cada año estallaba de júbilo en apretada multitud recibiendo el paso de misterio del Santísimo Cristo de las Tres Caídas. En plena apoteosis de devoción la gente iba tomando posiciones. Detrás del paso, entre la muchedumbre que lo rodeaba, se colocó un niño de edad incierta y aspecto montañesino: pelo ensortijado, moreno, de facciones perfiladas y natural rubor en las mejillas. Caminaba sólo, marcando los pasos del tambor y las alpargatas costaleras y pronto se situó a la altura del zanco trasero derecho. Comenzó a disfrutar del delirio y de la plena conjunción de banda y cuadrilla: el izquierdo por delante, los solos de corneta interminables de Enmanuel y Rocío y la gracia y la anarquía del andar más genuino de Triana. El niño absorbido por la emoción del ambiente se hizo notar e intimidó al patero con la primera pregunta "¿pesa mucho el paso?", "¡Esto que va a pesar, miarma!", respuesta inmediata. Cruzó el puente, relente y mareadilla del puerto camaronero. Permanecía en su sitio. Inmune. Nada podía afectarle puesto que sus manos habían tocado la madera forrada del zanco y se habían aferrado a ella como a un clavo ardiendo. En los refrescos de Reyes Católicos los costaleros habían reparado en él. Le preguntaron si venía sólo, se preocuparon por buscar algún pariente, le recomendaron que tuviese cuidado con la bulla, insistieron en protegerlo y arroparlo casi pegado a los faldones. Sabían que se llamaba Jesús de nombre y como costaleros de Triana generosamente iniciaron una serie de dedicatorias al niño que iba acompañándolos desde la salida. En la Magdalena estando el paso parado a la altura de la entrada principal de la Parroquia, el niño se adelantó hasta el capataz, lo miró fijamente con sus ojos radiantes de asombro, "¿puedo llamar?", preguntó en inocente tono. Paco Ceballos quedó deslumbrado por ese brillo en la mirada que se confundía con el dorado esplendente del canasto. Lo miró con cariño y no pudo menos que dedicarle la mejor de sus sonrisas a la par que acariciaba tiernamente su pelo. El niño lo entendió y marchó a su sitio en la trasera del paso donde los costaleros comenzaban a echarlo de menos. "¿Dónde está Jesús? ¿Ha encontrado a sus padres? ¡Jesús! ¡Vente para acá, miarma, que vamos a entrar en Campana y allí se forma mucha bulla!" El niño se hizo un hueco en la trasera. Su peso y estatura se lo permitían. Iba a vivir todo el esplendor de la llegada oficial a Sevilla. Jesús casi no respiraba. Bajo la oscuridad sonora de los faldones sentía el estado febril de un costalero más, el sudor helado de la máxima concentración y responsabilidad, el entusiasta anhelo de rayar la perfección del trabajo bien hecho en Triana... Se confundían en sus oídos los aplausos y los solos de la blanca infantería marinera, los óles del público, las arengas y consignas de la gente de abajo, el trueno de la unánime ovación con que despide la Campana al paso cuando emboca Sierpes y los zancos se posan en el suelo después de una nueva chicotá de ensueño. Jesús despertó de su letargo emocional, levantó los faldones, respiró aire fresco de la anchura de los Palcos, pero continuó absorto pegado a la pata que ya lo consideraba su ahijado. Se lució por la Avenida y coronó junto a sus padrinos la cumbre de la Estación de Penitencia bajo el silencio gótico de la Catedral. Padeció las puñaladas en los pulmones que le asestó el frío de la Plaza de la Virgen. Comenzaba a amanecer. Jesús no había visto nunca en la calle un crepúsculo igual que el de las luces de la aurora en el Triunfo. Olor a calentitos de plata en el Postigo, color de la mañana para abrir el estómago. "¡Jesús, esto no ha hecho más que empezar!" le gritan los costaleros. "Esta levantá va por ti, miarma". Todos los celebraban por unanimidad. Esplendor en el Baratillo. En la calle Pastor y Landero el niño iba cogido de la mano del patero marcando el compás con sus menudos pies. El sol lo recibía en el puente y brillaba el lucero como Estrella de la mañana en San Jacinto. El niño aguantó la muchedumbre en Santa Ana protegido por todos. Ya formaba parte de la cuadrilla. Todos tomaban debida nota de él: desde del hombre de la caña hasta el de la escalera, pasando por contraguías, diputados y auxiliares. Tanto era así que cuando el paso enfiló de nuevo la calle Ancha-Pureza, Paco Ceballos reclamó su presencia y lo llevó de la mano hasta el frontal. Tocó el llamador con enjundia y se hizo el silencio. "¡Niño! Esta levantá va por el niño Jesús que ha salido con nosotros y va a entrar con nuestro Cristo aquí a mi vera. Lo quiero ver volar. ¡Oído que él toca el martillo! ¡Tos poriguá, valientes! ¡Al cielo con Triana! ¡A esta es!"
En plena efervescencia de emociones entre abrazos y besos plagados de lágrimas en los ojos, cuando todo acabó y el paso reposaba en el lugar que ocupa dentro de la Capilla, alguien confundido aún por los parabienes gritó su nombre: "¡Jesús! ¿Dónde está el niño? ¿Alguien ha visto a Jesús?" La cuadrilla entera salió a su encuentro pero ni rastro de Jesús...
Recuerdo que una representación de la cuadrilla del Santísimo Cristo de las Tres Caídas acudió al programa "El Llamador" para dar cuenta de esta historia y aprovechar los micrófonos para recabar información acerca de su paradero. Quizás la leyenda no fuera así como la he recreado, al pie de la letra, pero creo en ella como creo en ese Niño Jesús que, ¿por qué no?, bajó del cielo a Sevilla en la noche más hermosa para acompañar a los costaleros de Triana.
(Antonio Sierra Escobar)
Recuerdo que una representación de la cuadrilla del Santísimo Cristo de las Tres Caídas acudió al programa "El Llamador" para dar cuenta de esta historia y aprovechar los micrófonos para recabar información acerca de su paradero. Quizás la leyenda no fuera así como la he recreado, al pie de la letra, pero creo en ella como creo en ese Niño Jesús que, ¿por qué no?, bajó del cielo a Sevilla en la noche más hermosa para acompañar a los costaleros de Triana.
(Antonio Sierra Escobar)
"EL ROMANO RAFAÉ"
Cierto día, uno de esos días en hora temprana cuando la tranquilidad y el sosiego invaden la capilla, cuando de verdad se puede contemplar la dulce cara de la Esperanza y el bello mirar del Santísimo Cristo de las Tres Caídas, ví que un abuelo con su nieto estaban de visita para ver el montaje de los pasos de la hermandad cuando el niño de ojos azules, tan azueles como el cielo de Triana, le preguntó al abuelo por el romano. "Abuelo, ¿por qué el romano tiene ese mirada? ¿Qué le dice al Señor?" Y el abuelo le contó la siguiente historia...
"Mira Daniel, ese romano se llama Rafaé, porque aunque lo veas así vestido no era de Roma sino de la Cava de los Gitanos, el cual se apuntó a las legiones romanas, lo mismo que hoy puede haber gitanos en la Guardia Civil y siempre estuvo en el paso acompañando al Señor. Hubo un tiempo en que fue detrás con las mujeres pero como el Señor ya tiene bastante con cargar con esa cruz que tanto le pesa, decidió un día ponerse delante para indicarle en la mágica y maravillosa Madrugá de Sevilla el camino que tiene que recorrer. Pero, además, va hablando con Él, con su Señor de Triana, y le va contando de los trianeros que por un motivo u otro no están ese día cuando ellos van camino de Sevilla. Le dice: -Mira en ese balcón falta fulanito, en esa esquina no está ese hombre o esa mujer que siempre estaba esperándonos con su pareja y hoy está sólo, aunque creo que no nos ve muy bien porque las lágrimas no lo dejan... -Y va uno a uno explicándole todos los que hoy no están en el barrio sino en la Gloria de Dios Padre-.
Y ya, por la mañana al salir de la Catedral, contempla como al Señor le va cambiando poco a poco el semblante, como cuando se cruza con la Señora en correos, en el Postigo se le tiene que abrir el apetito con el olor de los calentito que hacía Juana, casi igual que cuando llegan al puente, pero cuando entran en el Altozano el romano Rafaé le dice: - Maestro, que ya estamos otra vez en Triana, pero ya no nos falta nadie, todo lo contrario, hay muchos trianeritos nuevos, como aquel que está en brazos de su madre con la túnica de la hermandad, o el que está en el cochecito y los que antes nos faltaban son esos ángeles que están revoloteando de alegría por ver como siempre que Triana está con su hermandad, con su Cristo y con su Esperanza.
Así es que ya sabes, Daniel, quién es y cómo se llama ese romano que va a caballo delante del Señor, sirviéndole de cicerone en la Madrugá. Rafaé, un gitano de la Cava que se enroló en las legiones romanas..."
"Mira Daniel, ese romano se llama Rafaé, porque aunque lo veas así vestido no era de Roma sino de la Cava de los Gitanos, el cual se apuntó a las legiones romanas, lo mismo que hoy puede haber gitanos en la Guardia Civil y siempre estuvo en el paso acompañando al Señor. Hubo un tiempo en que fue detrás con las mujeres pero como el Señor ya tiene bastante con cargar con esa cruz que tanto le pesa, decidió un día ponerse delante para indicarle en la mágica y maravillosa Madrugá de Sevilla el camino que tiene que recorrer. Pero, además, va hablando con Él, con su Señor de Triana, y le va contando de los trianeros que por un motivo u otro no están ese día cuando ellos van camino de Sevilla. Le dice: -Mira en ese balcón falta fulanito, en esa esquina no está ese hombre o esa mujer que siempre estaba esperándonos con su pareja y hoy está sólo, aunque creo que no nos ve muy bien porque las lágrimas no lo dejan... -Y va uno a uno explicándole todos los que hoy no están en el barrio sino en la Gloria de Dios Padre-.
Y ya, por la mañana al salir de la Catedral, contempla como al Señor le va cambiando poco a poco el semblante, como cuando se cruza con la Señora en correos, en el Postigo se le tiene que abrir el apetito con el olor de los calentito que hacía Juana, casi igual que cuando llegan al puente, pero cuando entran en el Altozano el romano Rafaé le dice: - Maestro, que ya estamos otra vez en Triana, pero ya no nos falta nadie, todo lo contrario, hay muchos trianeritos nuevos, como aquel que está en brazos de su madre con la túnica de la hermandad, o el que está en el cochecito y los que antes nos faltaban son esos ángeles que están revoloteando de alegría por ver como siempre que Triana está con su hermandad, con su Cristo y con su Esperanza.
Así es que ya sabes, Daniel, quién es y cómo se llama ese romano que va a caballo delante del Señor, sirviéndole de cicerone en la Madrugá. Rafaé, un gitano de la Cava que se enroló en las legiones romanas..."
Y cuando abandonaron la capilla oí al chaval decirle "Adiós, Rafaé, hasta otro día" y mirando al romano me pareció ver que le contestaba haciéndole un guiño de complicidad.