Hoy tengo ganas de escribir y no sé ni qué escribir. Sólo sé que ni siquiera soy consciente del momento que estamos atravesando. No me parece creíble todo lo que estoy viviendo y, sin embargo, lo es. Es real, es cruel, es muy duro y es inolvidable desde cada momento que consume. Empezó como una amenaza que parecería no llegar, continuó como un pequeño peligro que se asomaba a la puerta, prosiguió como un mal incipiente que ya cancelaba eventos que mirábamos de soslayo, se acrecentó a un ritmo agigantado y tiró la puerta abajo destrozándonos el calendario y, por último, se instaló de tal manera que nos rompió los sueños y se convirtió en una horrible realidad. En Cuaresma tuvo que ser, donde más nos duele a los cofrades, pero se le olvidó una cosa al maldito Covid-19: por más protagonismo que gane ahora y haga suyo el año 2020 para el olvido en estas fechas, en Cuaresma habita la esperanza. Y contra ella no podrá. La esperanza sigue en y con nosotros. Y nos hace seguir en la lucha y volver a soñar en cómo éramos felices antes y en que ahora, cuando esto pase, lo seremos más aún pues valoraremos todo lo cotidiano y rutinario. Y hay que seguir.
Pero está siendo duro. Este hachedepé nos está poniendo en nuestras narices situaciones inimaginables, situaciones que cuando leemos libros de antaño no somos capaces de reproducir y adaptar a nuestros tiempos. Cuántas ocasiones hemos tenido conversaciones tipo: "en tal año la peste asoló al mundo, ¿cómo sería aquello? Durísimo. Y la malaria. Uff, qué cosas pasaban. Se moría la gente y no había remedio... ¡Qué pena!" Bien, pues hoy está ocurriendo igual. Hoy estamos siendo asolados por una pandemia a nivel mundial que nos da de bruces con una realidad desoladora. Toda aquella cruel imaginación in crescendo que se nos pase por la cabeza se está convirtiendo en palpable. ¿Os imagináis que se suspenden las Fallas? Ha ocurrido. ¿Os imagináis que se suspende la Semana Santa? Ha ocurrido. ¿Os imagináis que se suspenden las romerías? Ha ocurrido con la de la Virgen del Monte, la Virgen de la Cabeza y el Rocío. Se dice pronto. No son eventos pequeños precisamente. Y hasta ahí doloroso pero, dentro de lo malo, bien. Nos afecta a sentimientos y a tiempos esperados pero sabemos que volverán. Este año no los habrá pero volverán. Pero sigue la cosa a peor. Se ha decretado el estado de alarma, estamos confinados en casa, no podemos salir a ningún lado, sólo funciona el abastecimiento esencial de alimentos, medicamentos y combustibles, nos han robado los besos, los abrazos y el ver a nuestras familias y amigos. La cosa ya duele más. Los hospitales se han desbordado, la gente muere a diario por centenas, el número de contagios no deja de aumentar, los fallecimientos ya se cuentan por miles y no se ve el final de esta epidemia. Muy duro. Durísimo panorama. Y encima hay gente que está perdiendo familiares y que no puede ni ir al cementerio, abuelos que esperaban el nacimiento de su nieto y ya no estarán cuando llegue, hermanos que viven lejos y se ven de Navidad en Navidad que no volverán a encontrarse, hijo que no ven a sus padres desde que empezó el confinamiento y que ya no los verán más... Horrible. Todo está ocurriendo. Es real. Parece un mal sueño pero está pasando. Y nos afecta. No perdamos la esperanza por difícil que sea muchas veces. Siempre está. Y hay que seguir.
Ahora mismo estamos en los peores días y a la vez que escribo realidades y me amenazan la nostalgia, la incertidumbre y el miedo sé que esto no va a ser eterno. Y saldremos de nuevo. No se acabará la vida y volveremos a gozar de algo tan fundamental como obviado cuando lo poseemos: la libertad. Y será entonces cuando tomemos consciencia de lo ocurrido, nos topemos con la nueva realidad en un escenario arruinado y debamos continuar. Todos vamos a aprender algo por doloroso que sea: el pasado no volverá, el futuro es impredecible y el ahora mismo es un regalo y por eso lo llamamos presente. Valoraremos lo banal, lo olvidado, lo rutinario, lo que pasa desapercibido... Un whatsapp de un ¿cómo estás? que pensamos responder luego y ese luego nunca llega y queda en el olvido. La sonrisa de la farmacéutica cuando vas a comprar una caja de frenadol para el constipado. La despedida de una madre a su hijo de cuarenta años que vive a tres kilómetros diciéndole cuidado con el coche y me avisas cuando llegues. El abrazar a un padre en el día de su santo. El poder quedarte viendo una película hasta tarde en el sofá cuando llega el fin de semana. El improvisar un juego con tus hijos. El juntarte inesperadamente con los amigos a comer un Domingo. Un reencuentro casual. Incluso, ¿por qué no? una borrachera tonta de esas que surgen un día que ni siquiera ibas a salir. Esas cosas enunciadas son tan del día a día que cuando estamos metidos en rutina las consideramos tan normales y lógicas que no les damos el valor que merecen y que ahora, en estos horribles días que atravesamos, tanto echamos de menos. Son la vida misma y la riqueza que tenemos. Y hay que seguir.
Cuando acabe la crisis sanitaria del hachedelagranpé del coronavirus van a llegar momentos mágicos, llenos de sonrisas, besos y abrazos. Habrá quien ya no esté pero los que estemos, por favor, valoremos cada instante de los mismos y disfrutemos más de nosotros, de nuestra gente, de nuestro tiempo, de nuestra vida. Librémonos de ataduras, de agendas y de excusas buscadas y forzadas. La vida pasa y no para. En mi caso, ya me conocéis, amo el Camino de Santiago, me evade, me regala momentos, amistades y recuerdos, me cura por dentro, me recarga y me despeja. Bien, pues llevo años imaginando cómo sería recorrerlo en primavera o en otoño y jamás lo hago porque la agenda laboral que me marcan me lo impide. ¡Pero leche! ¿No soy autónomo? ¿No gozo de autogobierno? Pues se acabó. Cuando quiera irme, me iré. Y cuando quiera volver, me volveré. Evidentemente no jugaré ni con mi trabajo ni con mi pan, pero eso de que mi vida sea gobernada por terceros, se acabó. Y estoy convencido de que si me voy quince días de un mes de Mayo, el sol seguirá saliendo por el miso sitio y los juzgados no cerrarán. No viváis imaginando planes y luego no los cumpláis por sumisión laboral ni personal. Tened cabeza, lógicamente, pero haced esos planes y vividlos. Ideadlos, imaginadlos y convertidlos en realidad. Total aquí estamos de paso, el reloj no para y hay "coronavirus" acechando que no sabemos cuando pueden tocarnos. Ese viaje tan pensado, ese libro tan mirado, ese café pendiente, esa cervecita cuando no toca... ¡¡Tantas cosas hay!! Valoremos más cuando todo nos rueda cotidianamente aún con sus flaquezas, tropiezos e infortunios, que los hay. Valoremos la vida y vivámosla con todo lo que tiene. Y querámonos, joder, querámonos más. A nosotros y a los nuestros. Así es la vida. Ahora toca luchar. Volverá a salir el sol. Y hay que seguir.
Pero está siendo duro. Este hachedepé nos está poniendo en nuestras narices situaciones inimaginables, situaciones que cuando leemos libros de antaño no somos capaces de reproducir y adaptar a nuestros tiempos. Cuántas ocasiones hemos tenido conversaciones tipo: "en tal año la peste asoló al mundo, ¿cómo sería aquello? Durísimo. Y la malaria. Uff, qué cosas pasaban. Se moría la gente y no había remedio... ¡Qué pena!" Bien, pues hoy está ocurriendo igual. Hoy estamos siendo asolados por una pandemia a nivel mundial que nos da de bruces con una realidad desoladora. Toda aquella cruel imaginación in crescendo que se nos pase por la cabeza se está convirtiendo en palpable. ¿Os imagináis que se suspenden las Fallas? Ha ocurrido. ¿Os imagináis que se suspende la Semana Santa? Ha ocurrido. ¿Os imagináis que se suspenden las romerías? Ha ocurrido con la de la Virgen del Monte, la Virgen de la Cabeza y el Rocío. Se dice pronto. No son eventos pequeños precisamente. Y hasta ahí doloroso pero, dentro de lo malo, bien. Nos afecta a sentimientos y a tiempos esperados pero sabemos que volverán. Este año no los habrá pero volverán. Pero sigue la cosa a peor. Se ha decretado el estado de alarma, estamos confinados en casa, no podemos salir a ningún lado, sólo funciona el abastecimiento esencial de alimentos, medicamentos y combustibles, nos han robado los besos, los abrazos y el ver a nuestras familias y amigos. La cosa ya duele más. Los hospitales se han desbordado, la gente muere a diario por centenas, el número de contagios no deja de aumentar, los fallecimientos ya se cuentan por miles y no se ve el final de esta epidemia. Muy duro. Durísimo panorama. Y encima hay gente que está perdiendo familiares y que no puede ni ir al cementerio, abuelos que esperaban el nacimiento de su nieto y ya no estarán cuando llegue, hermanos que viven lejos y se ven de Navidad en Navidad que no volverán a encontrarse, hijo que no ven a sus padres desde que empezó el confinamiento y que ya no los verán más... Horrible. Todo está ocurriendo. Es real. Parece un mal sueño pero está pasando. Y nos afecta. No perdamos la esperanza por difícil que sea muchas veces. Siempre está. Y hay que seguir.
Ahora mismo estamos en los peores días y a la vez que escribo realidades y me amenazan la nostalgia, la incertidumbre y el miedo sé que esto no va a ser eterno. Y saldremos de nuevo. No se acabará la vida y volveremos a gozar de algo tan fundamental como obviado cuando lo poseemos: la libertad. Y será entonces cuando tomemos consciencia de lo ocurrido, nos topemos con la nueva realidad en un escenario arruinado y debamos continuar. Todos vamos a aprender algo por doloroso que sea: el pasado no volverá, el futuro es impredecible y el ahora mismo es un regalo y por eso lo llamamos presente. Valoraremos lo banal, lo olvidado, lo rutinario, lo que pasa desapercibido... Un whatsapp de un ¿cómo estás? que pensamos responder luego y ese luego nunca llega y queda en el olvido. La sonrisa de la farmacéutica cuando vas a comprar una caja de frenadol para el constipado. La despedida de una madre a su hijo de cuarenta años que vive a tres kilómetros diciéndole cuidado con el coche y me avisas cuando llegues. El abrazar a un padre en el día de su santo. El poder quedarte viendo una película hasta tarde en el sofá cuando llega el fin de semana. El improvisar un juego con tus hijos. El juntarte inesperadamente con los amigos a comer un Domingo. Un reencuentro casual. Incluso, ¿por qué no? una borrachera tonta de esas que surgen un día que ni siquiera ibas a salir. Esas cosas enunciadas son tan del día a día que cuando estamos metidos en rutina las consideramos tan normales y lógicas que no les damos el valor que merecen y que ahora, en estos horribles días que atravesamos, tanto echamos de menos. Son la vida misma y la riqueza que tenemos. Y hay que seguir.
Cuando acabe la crisis sanitaria del hachedelagranpé del coronavirus van a llegar momentos mágicos, llenos de sonrisas, besos y abrazos. Habrá quien ya no esté pero los que estemos, por favor, valoremos cada instante de los mismos y disfrutemos más de nosotros, de nuestra gente, de nuestro tiempo, de nuestra vida. Librémonos de ataduras, de agendas y de excusas buscadas y forzadas. La vida pasa y no para. En mi caso, ya me conocéis, amo el Camino de Santiago, me evade, me regala momentos, amistades y recuerdos, me cura por dentro, me recarga y me despeja. Bien, pues llevo años imaginando cómo sería recorrerlo en primavera o en otoño y jamás lo hago porque la agenda laboral que me marcan me lo impide. ¡Pero leche! ¿No soy autónomo? ¿No gozo de autogobierno? Pues se acabó. Cuando quiera irme, me iré. Y cuando quiera volver, me volveré. Evidentemente no jugaré ni con mi trabajo ni con mi pan, pero eso de que mi vida sea gobernada por terceros, se acabó. Y estoy convencido de que si me voy quince días de un mes de Mayo, el sol seguirá saliendo por el miso sitio y los juzgados no cerrarán. No viváis imaginando planes y luego no los cumpláis por sumisión laboral ni personal. Tened cabeza, lógicamente, pero haced esos planes y vividlos. Ideadlos, imaginadlos y convertidlos en realidad. Total aquí estamos de paso, el reloj no para y hay "coronavirus" acechando que no sabemos cuando pueden tocarnos. Ese viaje tan pensado, ese libro tan mirado, ese café pendiente, esa cervecita cuando no toca... ¡¡Tantas cosas hay!! Valoremos más cuando todo nos rueda cotidianamente aún con sus flaquezas, tropiezos e infortunios, que los hay. Valoremos la vida y vivámosla con todo lo que tiene. Y querámonos, joder, querámonos más. A nosotros y a los nuestros. Así es la vida. Ahora toca luchar. Volverá a salir el sol. Y hay que seguir.