lunes, 31 de mayo de 2021

QUE SÍ, QUE SÍ, QUE CELEBRÉ LA ROMERÍA

No me lo preguntéis más. Además ya lo sabéis y quienes me conocéis sabéis que soy hombre de costumbre y tradición. Por supuesto que celebré la Romería de la Virgen del Monte. No falté a la cita el año pasado encerrado en casa y celebrándolo sólo, ¿cómo iba a faltar éste? Último Domingo de Abril, Romería de la Patrona de Bolaños de Calatrava, Nuestra Señora del Monte. Sí o sí. Con coronavirus de marras o sin él. Con restricciones o sin ellas. Con más gente o menos gente. Con migas manchegas, chuletas de cordero, paella y dulces. Con botellines de cerveza, copas pacharán y minis de whisky con naranja. ¡Ea! Y todavía hay quien me pregunta que si la festejé. ¡Que sí! ¡Que no te enteras o no te quieres enterar! ¡Cansino! ¡Pesao! ¡Tontol´haba! ¡Aburreovejas! ¡Licenciao! ¡Somarro! ¿Es que lo dudas? Me preguntas tontás, tontás na más que no sirven pa ná. Igual que si uno quiere a una y esa una no lo quiere, es lo mismo que si un calvo en la calle encuentra un peine. ¡Modorro! ¡Mangurrián! ¡Zanguángano! ¡Que sí la celebré! Y lo haré siempre. ¿Te enteras? Madre mía... No me lo preguntéis más, de verdad. Y si me vais a preguntar si me templé, pues también. Y sí, me puse el gorro y la gafas de sol. Eso es impepinable llueva o no. Y fui feliz un año más cometiendo tropelías de las mismas que lo más que afanan es la sonrisa de algún desconocido. De eso se trata al pasarlo bien y desconectar de lo que nos rodea rutinariamente. 

Comenzó la Romería 2021 el Viernes, 23 de Abril, Día del Libro, ¿qué mejor fecha? A mediodía, sobre las 14;30 horas, ya me había quitado el traje y la corbata y vestía la indumentaria romeril. El coche cargado de ilusión y bártulos ponía rumbo a la Ermita de la Virgen del Monte. Allí me esperaban mi mujer, mi hija y mis suegros. Y una sartén de migas en la lumbre. El pacharán ya lo llevaba yo escondido, ¿a que eso no os sorprende? Me puse en el coche el cd de música para la ocasión y olvidé los asuntos jurídicos por un par de días. ¡Al lío! Que con tanto encierro, tanta restricción y tanta pandemia, un desfogue de estos viene mejor que mil chatos de vino. Fui por la carretera silbado y canturreando. A decir verdad, me iba relamiendo de lo que se avecinaba. Ya me conozco, ya me conocéis. Y no defraudó la cosa. Una romería, sea del modo que sea, no puede salir mal. Además, para los que amamos y disfrutamos esas fiestas se nos suele poner de cara el asunto pues ya vamos predispuestos a ello. Es como el que va a los toros con la cuadrilla de amigos, al tendido de sol, con las neveras llenas de fiambre, tortilla y calimocho, la bota de vino, medio jamón y un melón. Muy mal se tiene que dar la cosa para que no salga en hombros de allí. No me refiero al torero y su faena, sino al espectador y la suya. Ya me entendéis. Pues eso.

La cosa es que a media tarde yo ya llevaba las gafas de sol incrustadas entre los carrillos y las cejas, los mofletes como Heidi, caminaba entre Chiquito de la Calzada y Bambi y hablaba tres idiomas. Tampoco es que fuese muy perjudicado pero ya canturreaba cancioncillas tipo "Tigres y Leones", "La Cabra", "Libre" y otros grandes éxitos de gasolinera y karaoke a la hora del cierre. Menos mal que sólo estábamos en el chalet mis suegros, mi mujer, mi hija y yo, porque lo que ocurrió fue dantesco. Pero genial. Al rato, como cuando estás ya entregado a los efluvios nocturnos en una discoteca de playa, ya le daba la mano tres veces al mismo (a mi suegro) y conté algún chiste de Arévalo, de Paco Gandía y de Eugenio. Aún recuerdo el de ¿saben aquel que diu que un pintor le dice a otro que si de verdad le gusta la pintura y diu el otro que sí pero más de un bote ya empalaga? ¡Maravilloso! También lo conté. ¡Qué momentazo! La gente (es decir, mi suegra y mi hija) no paraba de reír (creo), sobre todo mi mujer que, además, me decía insistentemente que me fuese a la cama. Y yo le decía que otra copita me cabía. Y ella que sí pero en el calabozo. Y yo con mi botella de 100 Pipers. Y ella con la cara más seria que cuando a Falete le ponen brócoli para cenar. Y yo le preguntaba a mi suegra que si me tomaba otra. Y mi suegra me decía que si quería un cola cao y una magdalena. Y yo le decía a mi hija de cuatro años que si me tomaba otro chispalibre. Y mi hija me decía "papá, hablas raro". Y yo venga a reír. Y Falete venga a cabrearse. Y así estaba la cosa...

Total que cuando fui a echarme otra copa no quedaba nada en la botella. Así tal cual. Me la había bebido. ¡Vaya tiempla, tú! Y me tuve que ir a acostar ya sí o sí porque no me aguantaba ni yo. No sabía ni qué hora era. A estas alturas de la película mis suegros ya llevaban mucho rato en la piltra, mi pequeña Claudia ya estaba dormidita desde hacía un porrón de horas y Falete se había comido el brócoli, las acelgas, las espinacas y medio boniato. Yo sigilosamente me metí en la cama y creo que si no es porque se me cayó un vaso con agua al suelo, sonó la alarma diaria del móvil de las 07;15 y me reí un par de veces a carcajadas yo solo acordándome del chiste de la pintura, habría logrado que Gemma ni se enterase de mi hazaña. Pero nada. Al final se despertó, me miró con más mala leche que las gitanas que te quieren dar una rama de romero y tú les dices que prefieres orégano de monte y me dijo ¡otra vez! Yo la corregí y le dije la consabida frase anual: "Estamos de romería, mujer". Lo que pasa es que a esas horas, gracias al móvil descubrí que era la hora de levantarse pero yo me iba a acostar, ya hablaba más de tres idiomas. En concreto siete. Y se lo dije en un nuevo dialecto inventado y creado en el momento que aúna bable, mallorquín y ruso. Una delicia. Más que una pizza cuatro quesos. De verdad. Gemma me miró como siempre hace en esas ocasiones, poniendo una expresión de seriedad, ternura, cabreo, desesperación y risa. No sé cómo lo hace. Pero lo hace. Es como si metiera todos los sentimientos en una thermomix y saliera esa mirada. Me conoce, me quiere, me aguanta. Sabe que esas son mis maldades y, leche, una al año no hace daño. No doy mucha guerra, creo. No os riais. Y yo sé que a ella la van a canonizar. Y será gracias a mí. O a las romerías. Un año más la celebré. ¡Hombre, por favor! ¡Viva la Virgen del Monte!

miércoles, 12 de mayo de 2021

EL REFLEJO DE LA VIDA

Hay muchas ocasiones en las que la vida parece un espejo mágico. Y digo esto porque en ocasiones vemos el reflejo antes que la imagen. Quizás con el paso de los años y las experiencias y sapiencias acumuladas logramos entender el por qué de ciertas cosas. Algunos dirían que Dios escribe con renglones torcidos y no es sino cuando hemos concluido la lectura cuando nos damos cuenta del discurrir del guión. A lo mejor la historia la sabíamos de ante mano pero lo que no sabíamos es cómo acontecería la misma. Perdón si hoy es de los días que estoy más filosófico o metafísico, pero he amanecido así y es complejo evadir el estado de ánimo cuando se vierten líneas. De hecho, cuando releo antiguas entradas de este querido Rincón, recuerdo cómo me encontraba cuando las narré y veo entre las líneas el reflejo de mi estado de ánimo en ese momento. Y sonrío con nostalgia o picardía. Ahora sonrío de nuevo porque en cuestiones laborales también me ocurre y cuando leo ciertas demandas narradas por mí, contestaciones a recursos de apelación o las escaletas de los juicios, veo el reflejo de cómo tengo el ánimo en el momento de la redacción. Y se nota, se nota sin dudas. En la vida ocurre igual. Y siempre, siempre, siempre lo vemos a toro pasado cuando la vida nos ofrece el reflejo o, en ocasiones, la imagen real de la que más tarde veremos el reflejo.

El caso es que mi hija me ha regalado un dibujo. Me ha hecho un dibujo y me ha dicho "Papá, quiero que lo pongas en el despacho". Y sin dudarlo así lo he hecho. Mi pequeña Claudia, a sus cuatro años, me ha hecho convertirme en el protagonista de otro de esos reflejos de la vida. ¿Por qué? Fácil. Cuando yo era niño, pero niño ya grande, de unos diez años, veía en algunas oficinas o bancos los dibujos que los niños, pero niños pequeños, de la edad que tiene mi hija ahora, les habían hecho a sus papás y a sus mamás y estos lucían con total orgullo. Yo veía esas pinturas como horribles, destartaladas y más feas que una nevera por detrás. Lo que yo no veía y ahora me refleja la vida es la enorme carga de cariño y amor que rezumaban tanto por el artista creador como por el progenitor receptor. Esas cosas son lecturas que se aprenden con el paso de los años cuando descubres lo que puede significar u ocultar un silencio o una mirada. Y hoy soy yo un padre homenajeado por un dibujo de una hija pequeña. Y sonrío viendo su obra con el rostro enternecido y el corazón henchido. ¡Cómo cambia la imagen dependiendo de quién la vea! ¡Qué reflejo infancia más bonito he tenido entendiendo el verdadero significado!

Ni que decir tiene que mi pequeña le ha dicho a Gemma que tenía que venir al despacho de papá a ver si había puesto su dibujo en la pared. Y por supuesto lo ha hecho en cuando ha podido. ¡Faltaría más! Y me ha abrazado tan feliz al verlo colgado en la pared. Acto seguido ha ido corriendo a su rincón favorito a jugar con las virutas de la destructora de papel. Y a mí se me cae la baba, ¿qué os voy a decir? Es curioso cómo cuando hace unos años yo veía un "horrendo dibujo" en alguna pared pensaba "¿pero cómo les gusta eso? Vale que lo haya dibujado un niño pequeño, pero ¡¡es horrible!! " y, sin embargo, ahora, sabiendo que haya quien pueda pensar lo mismo al ver el dibujo de mi pequeña en la pared de mi despacho, luzco con todo el orgullo de padre del mundo el retrato que mi hija me ha hecho. Fijáos que visión más distinta y en realidad la acción es la misma sólo que desde otro prisma, desde otro lado del espejo donde la imagen refleja un significado totalmente diferente. Y, tal cual antes decía, el significado es diferente porque la experiencia de la vida así lo hace en nosotros, pero esa imagen lleva existiendo años: fuimos niños pequeños que hacíamos dibujos, fuimos niños grandes que nos reíamos de esos dibujos y fuimos personas adultas que supimos ver mucho más en esos dibujos que una simple expresión artística que un pequeño nos regala. Y con el paso de los años miramos la misma estampa en el mismo espejo mágico de la vida y nos ofrece un reflejo acorde a cada etapa. ¿No es maravilloso?
La obra en sí, además del cariño y amor con que me la ha hecho mi niña Claudia y el afecto inmedible con el que me la ha regalado de sorpresa, refleja lo que ella ve en mí y lo que le gusta resaltar de su papá. Me pone una sonrisa grande porque sabe que soy feliz con ella y siempre me rio mucho y jugamos un montón, me pone unas piernas largas porque dice que papá es muy alto y la coge en brazos muy arriba, me pone manos con un montón de dedos para hacerle cosquillas y comidas ricas y, el detallazo, me pone entremedias del pelo un mechón de flequillo porque le encanta darme golpecillos en el mismo y despeinarme. A vista de un niño pequeño es un dibujo de otro niño pequeño. A vista de un niño grande es un dibujo feo y horripilante que ha hecho un niño pequeño. A vista de un adulto es un dibujo de un niño como el que él mismo puede tener en casa o en la oficina hecho por su hermano, su hijo, su sobrino o su nieto. A vista mía es una preciosidad, un recuerdo permanente, un motivo de sonrisa, un pilar donde sustentarme, una lección más de aprendizaje, otra experiencia acumulada, otra vuelta de tuerca en el tornillo de la sabiduría y, por supuesto, un precioso y mágico reflejo de la vida.