Fue la Oración en el Huerto pero podía haber sido otra cualquiera la que me hizo volver a disfrutar. Algo para los cofrades, para mí, tan normal como que los pasos salieran a la calle con sus costaleros debajo, su incienso delante y su banda detrás, dejó ser normal en Marzo de 2020. Desde entonces, de una manera u otra, me he encontrado vacío. ¿Dónde estaban mis queridas cofradías? ¿Qué pasó con aquellas gentes de raza costalera? ¿Cuándo volverían a sonar cornetas por las calles? Ese sagrado y repetido ritual anual de soñar lo vivido durante cincuenta y una semanas para vivir lo soñado durante una semana que cuenta el tiempo al revés, se desvaneció sin esperarlo y sin saber hasta cuándo. Pasamos a muy duras penas la Semana Santa de ese año que será imborrable de la sección trágica de la historia actual y depositamos nuestra esperanza, esa que nunca se pierde y que tiene su faro en San Gil, en el año siguiente e, inclusive, lo más optimistas en alguna procesión de Gloria como bien podría haber sido la Virgen del Carmen en plena campaña estival. Pero el 2020 se consumió, contradiciendo al refrán, con pena y sin gloria y el 2021 se nos presentó con un carácter igual o peor que su compañero anterior. Llegó la Cuaresma y seguimos sin rastro de cofradías en la calle. Es más, algunos visionarios empezaron a vaticinar que hasta 2023 o más no volveríamos a oír la voz "¡A esta es!" por las calles. Y mientras tanto venga a seguir soñando lo vivido y sin vivir lo soñado.
Entre tanto, el entrañable Angelito, "el aguaó", nos mantuvo vivos y soñadores con el grito "¡Cofrades a la calle!". Y entre bromas y chascarillos, nosotros mismos con y sobre nosotros mismos, poco a poco y sin creerlo, una de dos, o hemos vuelto o estamos volviendo. Y aquí es justo mencionar al Gran Poder. No fue el primer paso que salió a la calle con pandemia de por medio o post pandemia, ya no lo sé, pero sí fue Él la primera imagen penitencial que pisó las calles de nuevo. Entiéndase por calles las reales y las figuradas. Las reales de la Muy Noble, Leal, Heroica, Invicta y Mariana ciudad de Sevilla, con sus cinco títulos, cuna cofrade por antonomasia y las figuradas, aquellas conformadas por los sentimientos de todos y cada uno de los cofrades que vimos, por fin, el retorno de lo nuestro. Y tuvo que ser Él. No podía ser otro. El Señor. El Gran Poder. El caso es, como decía, que o hemos vuelto o estamos volviendo, porque ya han sido varios los pasos en salir a la calle como los buenos cocidos, "con tós sus avíos". Hemos vuelto a ver juguetonas volutas de incienso perderse hacia las nubes perfumando las plazoletas, hemos vuelto a escuchar el trote de los caballitos en las palilleras de las bandas, hemos vuelto a oír la voz rota de un capataz gritando "la derecha alante" y hemos vuelto a ver, bajo los faldones, los racheantes pies de la gente del oficio costalero.
Lo cierto y verdad es que cuando disfruté de Él en mi amada Siviglia y este pasado sábado volví a ver a mi gente cofrade y buena llenar las calles de la Civita Regia, unidos en torno, dentro y fuera, de la Extraordinaria de la Hermandad de la Oración en el Huerto, me di cuenta de que realmente os necesitaba. A vosotras os hablo, cofradías. A vosotras y a lo que englobáis aunque os mezcléis con el Tiempo de Adviento y los adornos navideños próximos a encenderse. A la sonrisa de un costalero en su relevo, a la mirada de un niño hacia el redoble de un tambor, a las caras conocidas que nos saludamos en cada revirá entre la travesura y la esperanza, al ambiente, a la música, al cielo que hasta parece distinto cuando un paso cruza el umbral de salida. Fui feliz. ¡Volvieron las cofradías! Ya no sé, tomen nota aquí si quieren llamarme luego precavido o asustadizo, pero sepan que más bien lo que tengo es hartazgo político-clerical y profundo odio a los medios terroristas de información que se dedican a asustar a viejas, tomen nota, decía, de que dentro de mi felicidad cabe el pavor de que éstas salidas procesionales más que haber sido las primeras de nuevo, hayan sido las últimas otra vez. ¡Qué viene, qué viene! Ya están los mandamases disparando los niveles de los números de contagios sin decir la verdad: que contagios va a haber ya siempre pero el efecto de los mismos ya no es el que era. Claro, suspender las cositas es más fácil. Ya me entienden.
Así pues, lo dicho. Os necesitaba. Os necesitaba de verdad. Sois una gran porción de mi forma de vida. No sé mirar un calendario si no me detengo en el mes de Abril, no sé pasar un día sin silbar una marcha o pegar un cambio de costero conforme ando por el pasillo de casa imitando un misterio, no sé dejar de soñar con la candelería de un palio cuando viene de recogida al calor de su barrio, no sé quitarme ese antojo de sabor tradicional de torrijas y bacalao de Viernes Santo mientras descuento los Viernes de Cuaresma entre fogones de vigilia, no sé vivir, en definitiva, sin cofradías. He vivido estos años sin ellas, pero sin saber vivir, sin sacar el costal a repetir su ritual de paño con paño y tres vueltas y media. No sé si me entendéis lo que expreso pero estoy seguro de lo que transmito. Os quiero, cofradías. Ojalá no volváis nunca a desaparecer de mi rutina y recuperemos ese sueño de once meses y tres semanas que nos hace despertar en una Semana Grande y mágica, la que nos da la vida, la que tiene dos Domingos, por falta de uno, en los que estallan el júbilo y la melancolía. Os necesitaré a mi vera tanto como os necesito día a día. Me he dado cuenta en vuestra ausencia. Os necesitaba.