¿Qué esconden tus días, Julio? No es normal que siempre, año tras año, sigas sorprendiéndome. Mira que nos conocemos los dos y sabemos el uno del otro lo que nos significamos, pero juegas con ventaja, truhan. Como buen mago siempre escondes un as bajo la manga y logras entusiasmarme de nuevo. Creí que no tendrías ya más trucos cuando el último 31 de Julio que vivimos juntos hace casi un año me diste el mayor regalo que me habías dado nunca: mi ciudad me hizo Pandorgo. Sin embargo, siempre sacas cualquier sorpresa del más mínimo resquicio. Ya hemos agotado juntos muchos momentos entre tus días del calendario y, además, disfrutando, por una cosa o por otra, de todos mis gustos y pasiones que vierto en este blog. En tu período temporal como séptimo mes del almanaque hemos vivido momentos de cofradías, de costal, de ferias, de verbenas, de fiestas, de tradiciones, de costumbres y de los más preciados recuerdos de mi infancia y retazos del presente. Eres el mes de mi abuela, de mi niñez y de mi barrio. Eres el mes en el que sueño recorrer el Camino de Santiago y en el que tacho los días para que lleguen las vacaciones y liberar mi mente, por un tiempo, de los periplos de la abogacía. Eres, sin lugar a dudas, el mes que más exprimo en tiempo mezclado de trabajo y disfrute y eres también, desde este año, el mes de las sorpresas. Nunca defraudas y ya no me fío de pensar que teníamos todo lo vivible vivido y perfectamente atado en el baúl de los sentimientos, pues siempre, siempre, siempre, tienes alguna sonrisa nueva. Y la de este año ha sido magistral.
Tenía que ser en tus días cuando ocurriera. No podía ser de otra manera. En tus días de plena canícula, llegando al ecuador de la misma, cuando el Santo Patrón de España llena de alegría mi barrio y es la verbena en su honor, me pillaste, otra vez desprevenido y eso que te conozco y sé que aguardas este tiempo, para apretar con media vuelta más la tuerca que nos une. ¿Cuándo lo planeaste? Hacerme pregonero en mi casa y vestirme por última vez con el paño negro siendo Pandorgo de Hogaño... Es que ni me lo creo. Jamás lo hube soñado y llegas tú, Julio eterno, para darme este regalo. Pregonero de Santiago, mi barrio amado. E invitado a su procesión que salía de nuevo. ¡Tenía que ser este año, bribón! Y lo ha sido. ¿Quién te escribe los renglones, amigo? No puede ser más grande. Por si era poco el regalo de debutar entre los guardianes de la tradición hace justo un año, en el empedrado más carismático de la ciudad, a la sombra de los rincones donde crecí, vas y aguardas que sea ya nombrado el cargo y, cuando casi expira el mismo para pasar de hogaño a antaño, me subes, nada más y nada menos, que al atril de mi Perchel para poner voz y sentimiento y rematas la faena colocándome en la presidencia de Santiago, como Peregrino de todos los caminos. ¿Cómo no te voy a querer, Julio mío? Lo que hemos vivido tú y yo este año ha sido precioso y, además, aún nos quedan cositas hasta el momento, incluso, en que no quieres despedirte hasta el año que viene y abrazados los dos comienza un Agosto al que le robamos unas cuantas horas... Eres un golfo, pero te quiero. Bien lo sabes.
Y me subí al escenario en el corazón del barrio, escoltado por la Iglesia de Santiago a un lado y el Convento de las Hermanas de la Cruz al otro. A mi espalda el antiguo lugar donde ubicaba el rollo de piedra que hacía la suerte de jurisdicción, posteriormente trasladado a los jardines de Agustín Salido y coronado con una Cruz de Santiago encima y hoy en día ocupado por un Cruceiro (diría que el único que tenemos en la capital de la Mancha) que indica el punto de salida del Camino de Santiago Manchego. Y al frente mi Perchel puro. Porque no hay más Perchel que hablarle al Perchel del Perchel. Así de claro. Sus gentes, sus vecinos, sus lugares, sus costumbres y sus vivencias. ¡Qué privilegio, Julio! Día 24 de ti, verbena de Santiago y yo pregonando con un torrente de voz nacido de mi sentimiento que no de mi garganta al barrio más viejo de la ciudad, el que guarda los viejos tesoros de las leyendas, origen y génesis de esta tierra nuestra. El regalo más inesperado que podría darme esa Plaza de Santiago donde tantas horas he pasado y tantas vivencias he acumulado. ¡Qué bonita es la vida cuando quiere ser bonita! Y tenía que ser en tus días, Julio. ¡Qué callado te lo tenías aguardando tu momento! Gracias, compañero, gracias. Otro año estaría planchando el costal o preparando el blusón de mil rayas, pero este ha sido rematando versos para mi barrio. ¿Me quedará algo por hacer en el mismo y en tus días? No me lo digas, mes de las sorpresas. Actúa como hasta ahora y sorpréndeme cuando quieras.
Amaneció el día 25 de Julio, siempre mi querido Julio. Con la resaca de emociones aún latiéndome en el pecho y retumbando en mi cabeza "A Santiago, ¿qué decirle? Que no sé vivir sin él y aunque vaya a Compostela mi Santiago es el Perchel", la sonrisa se me hizo fija en la faz, pues ese día es mucho día. Es la fiesta del Santo del Patrón de España, el día grande de mi barrio (siempre con la venia del Viernes de Dolores), la fiesta de los peregrinos, la fecha en que me puse el blusón y la boina con mis nuevos hermanos y, este año, magia escrita por ti de nuevo, volvía la procesión a las calles tantas veces pisadas por mí, habiéndome invitado a presidir la misma, todavía como Pandorgo de Hogaño, pregonero y perchelero. Imposible superarlo por mí, por lo que significa para mí, aunque me espero cualquier cosa de Julio. Nunca puedo ya fiarme de sus días porque, el muy puñetero, convierte cualquiera en una muesca al alma de las que hacen soñar al cerrar los ojos y revivir de nuevo el momento. Se abrieron las puertas del templo y se derramó el Perchel. Salió Santiago de nuevo. Yo, en una nube, crucé cientos de miradas con caras conocidas de las de siempre, de las que vivimos allí y en todas vi reflejadas lo mismo: barrio. La sonrisa se me hizo más enorme todavía y enseguida supe por qué. Una comisura la elevó un balcón de la calle Altagracia y la otra fue subida por otro balcón de la calle Calatrava. Noté su fuerza como la noto ahora al pensar en ellas. Mis abuelas, también percheleras. En Julio tuvo que ser...