lunes, 30 de diciembre de 2024

LEYENDA DEL SOL INVICTUS

No seré yo quien se deje imponer la felicitación que alguien con tono sarcástico, político o malintencionado utilice para felicitar estos días según su creencia o ideología, pero tampoco seré quien vaya a imponer la mía. Y tampoco seré yo quien diga si el origen de la Navidad es religioso o pagano, allá cada cual con su convicción y creencia. Dicho lo cual, éste que narra usa el modo ¡Feliz Navidad! (para desear paz y bien a toda persona) durante la época que se encuadra entre el 22 de Diciembre, día en el que, para mí, comienza la Navidad conforme giran los bombos de la lotería y el día 6 de Enero, Epifanía del Señor (y así consta en el calendario), día en el que junto con los envoltorios de los regalos y la expresión para desear próspero año, todavía en tiempo y forma, "¡Feliz Año Nuevo!", se disipan las Pascuas, pues aunque los más ultrapuristas se aferren al refrán que reza "Hasta San Antón, Pascuas son" queriendo alargar la época festiva hasta el día 17 de Enero, nadie un ocho de Enero, por ejemplo, ni nueve, ni diez, ni once, sigue celebrando la Navidad. Sentado esto, entre el día 22 de Diciembre y el 6 de Enero, el autor del Rincón les desea, de corazón y sin tinte alguno, Muy Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo a quien quiera que sean ustedes y la interpretación que quieran darle. Ahora bien, quien quiera desearme a mí Felices Fiestas, Feliz solsticio de Invierno o Feliz Sol invictus, si igualmente lo hace de corazón y sin connotación ninguna, hallará como respuesta un sonrisa y un "¡Igualmente!". Y quien venga a imponer o a dejarse imponer que abandone ya el Rincón, pues aquí no se siguen esos derroteros. 

Y estas fechas de Navidad, fiestas y solsticios, encuentro que todos coincidimos festejando unas entrañables reuniones en el hogar y en los bares con la familia y los amigos (que son lo más precioso de estos días, por cierto), dentro de ese "todos" otros muchos celebramos la conmemoración del Nacimiento de Jesús, hijo de Dios, otros tantos celebran unas fiestas que tienen un origen pagano y otros no saben ni lo que celebran pero les gusta tener vacaciones, comer jamón y beber vino porque son ignorantes, pero no imbéciles, claro. Y dentro de tan variopintas celebraciones, hay una que quizás sea la más antigua y, a la vez, la más desconocida y menos extendida. Hablo del festejo del llamado Sol invictus que es una celebración en honor del Sol invicto o inconquistable, pues por más que los días, desde la noche mágica de Beltane, se acorten perdiendo su luz, llegado el 25 de Diciembre, solsticio de invierno, vuelven a alargarse de nuevo hacia el solsticio de verano, sin que jamás llegue a reinar la oscuridad. Es un culto religioso que se inició en el Imperio romano tardío y del que la tradición cuenta que la Iglesia se adueñó para instaurar en esa fecha la celebración del nacimiento de Jesús. Como siempre, va todo interrelacionado y está todo más que inventado aunque creamos que no. De hecho, supongo que todo el que esté leyendo estas líneas habrá oído hablar del emperador Constantino, quizás de "su influencia en la Iglesia" y su decretazo de que el día del descanso fuese el Domingo, ¿o no? Sí, sí, lo de que "Y al séptimo día descansó" ya estaba también inventado antes.

A lo que iba. Hoy que venía simplemente y como todos los años a desearos Feliz Navidad a todos los lectores, amigos y seguidores del Rincón de mis Pasiones, me ha parecido oportuno hacerlo entre la Nochebuena y la Nochevieja, en mitad de estos días festivos, dejándoos, además de la felicitación, también la leyenda del Sol invictus, por su estrecha relación con el famoso Día de Navidad. Y he hallado un texto que me ha encantado, escrito por Rosa Boschetti, en el cual se cuenta la leyenda del espíritu del Sol invictus. Está basada en la victoria otomana con el cerco a Constantinopla y, sobre todo, en la interpretación de las señales para dar por segura una victoria de guerra. Todo es misticismo y creencia que cada uno es libre de interpretar. Como la Navidad misma. Espero que os guste y os acordéis cada Navidad de la leyenda del Sol invictus, pues cada vez que la tierra logra dar una vuelta al astro rey sin sucumbir jamás a las tinieblas y vuelve a nacer la fuerza de la luz del sol, significativamente para los cristianos, vuelve a nacer el Niño Dios llenando todo de luz. Y es la misma fecha: 25 de Diciembre.
Os dejo con la leyenda encontrada.
Y os deseo desde el Rincón: ¡Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo 2025 a todos!

Desde tiempos inmemoriales Sol Invictus reina sobre la tierra, es venerado por los guerreros y los poderosos. El misterio envuelve a su antigua amiga Selene, quien ronda silenciosa. Algunos desafían al sueño para contemplarla y sus noches se llenan de imágenes que tejen quimeras y colores, para luego describirla con palabras.

Sol Invictus y Selene se disputan la idolatría de los humanos. El viento, Hipnos y otras divinidades permanecen al margen sin tomar partido en esa lucha. Hasta que un día la petición de Sol Invictus obliga al viento a soplar fuerte y liberar a tres navíos que son atacados. A punto de ser tomados por sus enemigos su fuerte soplido los liberó, los llevó más allá de la cadena de hierro, a los puertos a través del Cuerno de Oro. Sol Invictus le agradeció la ayuda a sus leales de la ciudad de Constantinopla y el viento continuó su camino.  

A los pocos días Sol Invictus y Selene vuelven hablar sobre viejas rencillas:

- A ti solo te admiran los excéntricos que buscan en tu débil luz una esperanza -dice  Sol Invictus a Selene, mientras despliega sus rayos.

- A esos que tú llamas excéntricos, que buscan leer en mi luz su destino, son los consejeros bien escuchados de los aguerridos guerreros.

- Que sabrás tú de mis guerreros…

- Por lo menos yo sólo me presto a la interpretación y que cada uno elija qué hacer. Tú en cambio presionas a las otras deidades  para favorecer a los que te adoran.

- No entiendes el momento: los humanos pelean por un Imperio. Mi deber es ayudar a los míos, a los que están en Constantinopla.

- Nosotros no deberíamos intervenir.

- Este Imperio ha estado en pie por más de mil años, haré lo necesario para proteger a mis soldados. Esos que te interpretan y  llamas consejeros bien escuchados, no son tan influyentes como tú crees. En cambio, mi intervención si es decisiva.

- Esta noche voy a salir con mi traje rojo. Verás cómo asusto a  tus seguidores y enaltezco  a los míos.

- No creo que tus colores los influyan.

- Si produzco algún cambio en los humanos. ¿Dejarás de intervenir en sus asuntos?

Sol Invictus accedió a su pedido porque no creía que un traje iba a producir el efecto que ella pensaba. Así, esa noche Selene salió con su traje que cada bando lo interpretó de forma diferente: 

Los soldados que defendían la ciudad de Constantinopla leyeron en sus hilos rojos la mala suerte. El temor y la desolación se apoderaron de ellos. Se sintieron abandonados por sus protectores y resignados, se prepararon para morir en la batalla.

Los astrólogos de Mehmed II interpretaron la señal de la luna roja como la de una victoria inminente. Llenos de confianza y seguros de sus designios, Mehmed II junto a sus soldados, salieron a triunfar.

Esa noche Constantinopla fue tomada por otro imperio.

Con los siglos Sol Invictus y Selene han transformado sus nombres y sus formas, pero siguen juntos, luchan y comparten la admiración, la indiferencia y la idolatría de los humanos.

Rosa Boschetti.

jueves, 19 de diciembre de 2024

EL PALACETE DE LA CRUZ ROJA

Cuando en el  año 1997, con dieciséis años de edad, recorría sus escaleras para visitar a algún amigo mayor que yo de edad y que allí se encontraba cumpliendo el servicio  militar, jamás me preguntaba los principios de aquel edificio. Tampoco me esperaba la historia que vendría después. Y mucho menos habría imaginado que veintisiete años después escribiría unas líneas sobre él. Me refiero al Palacete de la Cruz Roja, como así se le ha conocido en Ciudad Real desde principios de los años 70. De hecho, en las rejas que flanquean la entrada principal se encuentran las iniciales "C" y "R" y muchas personas las han relacionado con la dicha asociación, Cruz Roja, por ser las iniciales de la misma y por haber tenido allí su sede durante tres décadas. Nada más lejos de la realidad. Hoy sonrío feliz de haberlo conocido en su momento y de haberlo podido recorrer de nuevo, antes de que se inaugure como Centro de Atención a las Víctimas de Violencia Sexual, en lo que será su función desde ahora hasta sepa Dios cuándo. Recuerdo que de niño mi padre me contaba que él, los últimos meses de su "mili", tras haber concluido la instrucción y haber estado varios meses fuera de Ciudad Real, los pasó en ese singular edificio, como conductor de ambulancias, siendo esa una de las funciones que compaginaban el servicio militar obligatorio y la Cruz Roja. Y digo que sonrío porque, además de los recuerdos que me evoca tal edificio, fue salvado de la piqueta por aclamación popular. Es de los casos que la voz de la ciudadanía ha logrado que se mantuviese en pie y que se restaurase el inmueble, pues tras años de total abandono, en una de esas tantas barbaries que propone y hace la Administración, se ordenó su demolición. Y cuando comenzó la misma, una mañana de octubre del año 2006, gracias a la iniciativa popular del Círculo de Bellas Artes, venció el pueblo y se paralizaron las máquinas. Ojalá fuesen muchas más las veces que la ciudadanía impidiera que una joya del patrimonio fuese reducida a un montón de escombros. Por fortuna con el palacete no ocurrió y a la fecha sigue existiendo y perfectamente restaurado. Hoy vengo a hablar de él incrustando algunas fotografías recientes del mismo tras poder visitarlo hace unos días.

Escoltado por dos bloques de viviendas de seis pisos de altura, en Ciudad Real, en la Ronda de Ciruela Nº 24, se halla un inmueble peculiar. Construido sobre los antiguos terrenos donde se encontraba la muralla que rodeaba la ciudad y a punto de cumplir un siglo de vida se encuentra un palacete cuyo origen se remonta al año 1908, cuando un joven farmacéutico llamado Conrado López Pérez, proveniente de Berja (Almería) se instala en Ciudad Real residiendo en una vivienda sita en la calle María Cristina, inmueble que aún existe y, parece ser, pertenece a sus herederos, y abrió su farmacia. Vino con él su mujer, llamada Rosalía Pérez Manrubia y arraigaron bien en la ciudad, si bien, ella tenía fuerte añoranza de su tierra. Eso conllevó que pasados unos años, para contentarla y que se le pasase la "morriña", Conrado adquiriese un solar en el llamado Paseo de Cisneros, en las afueras de la ciudad, donde ya se había derribado la muralla. Así, en el año 1925, el arquitecto provincial Telmo Sánchez y Octavio de Toledo diseñó la vivienda, un pseudo palacete-chalet, como lo llamó la familia cuando se fue a residir en el mismo en el año 1928, tras su construcción que duró tres años. Se ideó como las grandes viviendas de Andalucía en general y de Córdoba en particular, con esos aires sureños que tanto echaba de menos Rosalía. Allí vivieron los López Pérez felizmente durante finales de los años 20 y los años 30, hasta que llegó la nefasta Guerra Civil y puso fin a la residencia en tal lugar, pues el miedo a los bombardeos en la cercana estación de ferrocarril los hizo huir del palacete. De este modo y rota la feliz convivencia allí, instalándose de nuevo en la calle María Cristina, entre el conflicto bélico y los años 50, sólo usaron el inmueble para la celebración de algún evento puntual. 

Precisamente en el año 1950 falleció Conrado. Eso aceleró que los familiares optasen por dar algún uso al palacete y mantenerlo fuera del cierre y el abandono al que de seguro se vería sometido. Así, a mediados de aquella década y no optando todavía por desprenderse totalmente del inmueble mediante su venta, se arrendó a la Academia General de Enseñanza, conocida como la Academia de Piqueras, llegando a tener incluso servicio de internado de alumnos. Estuvo allí funcionando tal institución durante más de diez años hasta que quedó el arriendo concluido. Lo siguiente, esta vez sí, fue la venta del "chalet". Los hijos de Conrado y Rosalía vendieron la vivienda de sus padres a Cruz Roja a principios de los años 70 y allí instaló la misma su sede durante treinta años. De esta manera es como comenzó a conocerse el inmueble en Ciudad Real como Palacete de la Cruz Roja y así ha perdurado el nombre hasta la actualidad. A finales de los años 90 y primeros de los 2.000, coincidiendo con el final de su uso como sede de la Cruz Roja y su adquisición por un promotor privado, el palacete comenzó un duro periplo de dejadez y abandono que se acentuó en el año 2005 cuando sufrió un robo y un incendio. Eso conllevó que se aprobase su demolición debido a su estado carente de todo uso, su deterioro y su amenazante conversión en ruina inevitable. Por suerte, como al principio narraba, se consiguió parar la demolición, se logró declararlo Bien de Interés Cultural (B.I.C.) y empezó a coger fuerza la idea de mantenimiento y restauración de tan singular elemento arquitectónico.

Ya en el año 2008 la Junta de Comunidades de Castilla - La Mancha adquirió el edificio y pasó a formar parte de su patrimonio. Parecía salvarse así totalmente del derribo que siempre, de una forma u otra, aparecía cual espada de Damocles en torno al palacete. Pero todavía quedaba aventura por recorrer. De nuevo la administración, en uno de esos alardes de incomprensible (des)gobierno, sacó a subasta el inmueble en varias ocasiones, quedando, Deo gratias, siempre las pujas desiertas. Y, por fin, en el mes de noviembre de 2022 llegó la ansiada noticia: la existencia real de un proyecto de rehabilitación del palacete veía la luz. Se acabaron los miedos que pudieran presagiar la pérdida del querido "chalet". Las obras durarían prácticamente dos años y tendrían un coste de casi tres millones de euros. El proyecto ha sido atendido con un mimo especial y los trabajos de restauración no sólo han devuelto a la plena vida la antigua joya del matrimonio López - Pérez que teníamos en Ciudad Real, sino que han recreado a la perfección todo aquello que se había perdido tras años de abandono, vandalismo y vaivenes políticos. Además, se han incorporado nuevas adaptaciones sin que destaquen en absoluto o desentonen con el antiguo palacete, fundiéndose a la perfección las necesidades actuales, como la disminución de barreras arquitectónicas o necesidad de escalera de incendios en un edificio público, con la originaria configuración de la vivienda. Una maravilla, vaya. Bien merece ser visitado y apreciado, pues sin duda el "Palacete de la Cruz Roja" no deja a nadie indiferente. Va camino de cumplir un siglo, ha sobrevivido a la piqueta, sus muros esconden mil historias, como aquella vez que se alojó entre ellos Pilar, hermana de Primo de Rivera y desde las escaleras dio un mitin a las mujeres de la ciudad y, por supuesto, en sus rejas se siguen y seguirán manteniendo, para siempre, su famosas iniciales "C" y "R", no de Cruz Roja como muchos creen, no, sino de Conrado y Rosalía, quienes dieron lugar a este regalo para Ciudad Real.

lunes, 9 de diciembre de 2024

SON UN MODO DE VIDA

Las cofradías son un modo de vida. Por lo general, sabemos cómo hemos llegado a ellas, pero no el momento exacto en que nos atrapan y nos hacen suyos. Y en ese preciso instante nuestra vida cambia para siempre. Se instala en nosotros un modo de vivir en el que dependemos de las mismas. Y, ojo, es inevitable. Por más que intentemos separarnos por un tiempo o que con los años las veamos con otras perspectivas, es imposible la separación. Siempre estamos pendientes de ellas y de sus avatares. Y aunque hayamos salido quizás escaldados de alguna, al contrario que el gato que del agua fría huye, no dejamos de querer saber cómo le va y nos alegran sus triunfos y nos entristecen sus momentos malos. Seguramente, en ocasiones, nos dan más penas que alegrías, pero seguimos amándolas. He conocido gente a la que las hermandades les han supuesto problemas serios y graves como pérdida de amistades, discusiones gordas y berrinches. Y se han alejado de ellas, claro. Sin embargo, nunca las han olvidado. Su hermandad sigue siendo su hermandad. Porque ese tema es una verdad como un templo. A los amantes de este mundillo nos gustan las cofradías. Todas. Y luego, los cofrades, entre nosotros, nos pasamos horas y horas de barras de bar, de tertulias on line y de charlas con conocidos y medio desconocidos hablando y comparando unas con otras. Y despotricamos de "la nuestra" cuando no estamos conformes con su forma de ser o hacer. Porque los cofrades (y está contrastado) solemos ser hermanos de varias, pero una, sólo una es "la nuestra" de verdad. Nuestra hermandad. Y por más jaleos que nos haya dado o nos dé la misma, nunca nos separamos del todo ni la olvidamos. Siempre estaremos pendiente de lo que ocurre en la misma, de sus elecciones, de sus estrenos, de su fuero interno. Somos cofrades y las cofradías son un modo de vida.

Es curioso cómo generamos vínculos con nuestra hermandad. Lo mismo hemos llegado a ella por motivo familiar, ya que era la hermandad de nuestro abuelo, de nuestro padre y ahora nuestra. Nos hicieron hermanos al nacer y crecimos en torno a la misma. Y nos sentimos identificados con ella. O no. Y nos vamos nosotros mismos a otra. Pero si hacemos eso es porque ya somos cofrades. No sé si me explico del modo que quiero, pero sé que me entendéis. A quien no le gusta este mundillo y lo hicieron hermano de una cofradía desde niño, si no le gusta, finalmente se va. Pero aquel que encuentra el encanto de este mundillo que decía y, mojando el pan en su salsa, se relame, ha caído en este modo de vida y si se va de la hermandad donde lo apuntaron para hacerse de otra por decisión propia, ya ha entrado en este modo de vida cofrade. Ya vivirá ligado siempre a los devenires de un redoble, las volutas de un incensario, el sonido de un llamador, la luz de una candelería y las decisiones de una junta de gobierno. No habrá día en que no haya acercamientos y distanciamientos. No pasará semana alguna sin que la espera de un nuevo Domingo de Ramos lo remueva. Y no pasarán los años, sea del modo que sea, sin que esa persona cofrade viva con la llama de las cofradías encendida.

¿Y por qué vamos a una cierta cofradía? Ahí radica también la esencia de este modo de vida que no sólo se compone de fe y devoción. Podemos ir a una cofradía (y cuando me refiero a ir, me estoy refiriendo a hacerse hermano) porque nos ha llevado la familia, porque están en ella nuestros amigos, porque nos gusta el andar de su misterio y/o de su palio, por las actividades que desarrolla a lo largo de todo el año, porque queremos formar parte de su cuadrilla de costaleros, porque queremos ser nazareno en la misma o por muchas y variopintas causas más. Si además de todo ello, ya era o se convierte en "la nuestra" seremos de ella siempre. Pero, ojo, no creo que sorprenda a ningún cofrade lo que ahora voy a decir y sé que lo va a entender: se puede ser hermano de una cofradía y no tener devoción a sus titulares. Por supuesto. Suena extraño, pero es así. Y eso no quita que se trabaje y se cumpla con dicha hermandad, pero la cara que se ve internamente cuando se reza el Padre Nuestro o el Ave María no es la de las tallas de esa hermandad, sino las de "la nuestra". Y eso no quiere decir que esté mal. Es el mismo Dios, la misma Virgen, la misma fe, pero con distinta advocación. Y en esa hermandad están mis amigos y saco con ellos el paso. Y en esa hermandad está mi familia y visto la túnica con ellos. Y en esa hermandad está mi pareja y hago vínculos con ella y su devoción y yo me la llevaré a la mía. Eso sí, también hay que decirlo, lo que ocurra internamente en esa hermandad jamás nos alegrará o dolerá en el alma como lo que ocurra internamente en "la nuestra".

¡Qué poder de atracción tienen que cuando entramos no podemos salir! ¿Y qué decir de sus puestas en escena? Eso, seguramente, es lo que más nos amarra al soñar con ellas tanto en recuerdos como en momentos venideros. Nos gusta recordar ese primer izquierdo de un misterio a los sones de la Marcha Real que se nos quedó grabado en la retina. O la primera voz ronca del capataz de un paso en silencio, cuando llega el estipe de la cruz a la ojiva de piedra del templo y retumba "¡los dos costeros por parejo a tierra!". O el clan-clan de las bambalinas del palio de nuestra hermandad cuando se pierde entre la gente y los acordes de la marcha que interpreta la banda de música. Esos momentos son la vida para un cofrade. Se anclan en el alma y el más profundo baúl de los recuerdos y los deseos de revivirlos de nuevo. Y no dejan de aflorar continuamente en nuestra sesera cuando venimos cansados del trabajo a casa. O cuando se intuye la Cuaresma. O cuando en el chiringuito de las fiestas del barrio nos juntamos cuatro o cinco cofrades y hablamos de ellas, de las cofradías, de lo que nos provocan internamente, de nuestro mundillo del costal, la corneta, el traje negro, la túnica y la cera. ¿Hay algún cofrade que pase un sólo día de su vida, uno solo, sin silbar o tararear una marcha, sin contar los días que quedan para un nuevo Domingo de Ramos, sin acordarse de algún retazo de la última Semana Santa o sin revivir en su mente un recuerdo de su cofradía? Ninguno. Y vuelvo a lo que decía al principio: quizás las cofradías nos hayan dado algún disgusto gordo. Pero siempre vence el sentimiento. Porque somos cofrades y la devoción y la fe están por encima de lo humano. Y si es de "la nuestra", más. Las cofradías, los que somos cofrades, siempre las tenemos presentes de una manera u otra. Son un modo de vida.