"En un principio era el Cielo y la Tierra. Y e hizo Dios al hombre. Y en su séptima vertebra cervical le regaló un apófisis óseo para que pudiera ser costalero. Y vio el hombre que era bueno y creó las cofradías para alabanza de Dios y Su Madre. Y se creó el oficio más bello del mundo para pasearlos con mimo: el costal..." Y así empezaría mi historia. Pero cuando yo llegué a este mundo terrenal y mundillo del costal ya habían pasado algunos años, por lo que mi verdadera historia en esto es la que hoy os vengo a relatar. Y ya de paso calmaré los ánimos de aquellos que creen que a mí me llegó el costal hace dos días o por alguna moda.Y a los que piensan que mi amor por Sevilla es algo pasajero o recién estrenado. Gente que seguramente hoy no llega a la mayoría de edad (ni física ni mental) o la acaba de alcanzar e ignora que antes de que ellos nacieran o dieran sus primeros pasos ya estaba yo disfrutando de las divinas maderas y enamorado de la Reina que habita en San Gil. A ellos y a los que de corazón me han preguntado de donde me viene el veneno del costal, taurinamente les digo: ¡Va por ustedes!
En el año 1995 es la primera vez que quien les escribe pisó la Muy Noble, Leal, Invicta y Mariana Ciudad de Sevilla en plan cofrade. Por entonces contaba con catorce años de edad y ya procesionaba y había procesionado como hermano de luz con la Hermandad de la Santa Cena, del Silencio y de la Soledad. Llevaba ya algunos años tocando la corneta en la Banda de la referida hermandad de la Santa Cena y soñaba con ser los pies de Dios por la calle desde que ví el paso de Nuestro Padre Jesús de la Bondad. En ese viaje a la gloriosa Híspalis conocería a la Esperanza Macarena y a Jesús del Gran Poder. Y conocería la tienda "Mundo Cofrade". Y me daría cuenta que la ciudad de mis sueños existía y que los semanasanteros de pro no éramos cuatro locos, éramos muchos más, éramos una familia, teníamos una razón de ser y de existir y teníamos un lugar donde siempre nos encontrábamos felices y donde siempre olía a incienso, a miel de torrija, a azahar recién despuntado... Bajo los pasos fuera donde fuera y en Sevilla fuera como fuera.
Y ese día compré mi primer costal. Blanco de yute, con arpillera basta de saco. Tenía catorce años os he dicho y con quince años me recibió Dios bajo su reino de crujientes maderas. La primera vez que levanté el paso era la Cuaresma del año 1996, fue una levantá a pulso aliviado y en el casette sonaba la marcha "Costalero". No podía ser de otra manera. Hombres jóvenes y valientes unidos por lo más grande que hay en el mundo del amor al prójimo: una faja de lana, un costal y unas alpargatas de esparto. La pena es que no me acuerdo del día exacto pero ese día marcaría un antes y un después. Ese día me hice costalero. Un oficio en el que nunca se deja de aprender y ahora que muchos jóvenes costaleros me miran como si fuera un maestro, sigo siendo yo el que aprende de ellos, de su ilusión, de sus ganas, de su compañerismo, de su afición... Aprender, siempre aprender. Aprender disfrutando, aprender trabajando, aprender enseñando. ¿Cómo no va a ser el oficio más bonito del mundo? Y por él no se cobra.
Mi imposición de medalla de la Esperanza Macarena |
Nacido en el seno de una familia cofrade he ido fraguando mi amor a las cofradías y al costal. Y los hay (y las hay) que nada de ello conocen y sin siquiera conocer lo que sería mi carrera de la vida por este mundillo me ubican en el ojo del huracán de la moda. Sirvan estas líneas para apreciar el origen de mi existencia bajo las trabajaderas, cómo surgió el principio, cómo vivo el presente y cómo quiero retardar todo lo posible el final. Muchos han iniciado y se han retirado por el camino. Ahí se ve quién es costalero por moda o por convicción. Puedo vanagloriarme de toda la gente que me conoce y que conozco del mundo del costal. Y puedo vanagloriarme también de querer a Sevilla más que algunos sevillanos. Y demostrado ha quedado más de una vez. Y dos. Y tres. Y eso no es de un día. Ni de dos. Ni de tres. Eso es de toda una vida.
Me despido de esta entrada refiriendo mi Currículum Vitae Cofrade. Mi carrera de la vida en este mundo de locos enamorados del incienso y el redoble. Mi camino singular en los buenos y malos tiempos de las Hermandades y Semanas Mayores. Mi prueba de que amo las cofradías, amo mi tierra y amo Sevilla. No me pregunten más. No me cataloguen más. He ahí mi currículo. Pero no lo busquen por escrito. Aquí no se lo daré. Búsquenlo en las maderas de los pasos. Búsquenlo en las arpilleras de mis costales. Búsquenlo en las desgastadas suelas de mis botines. Búsquenlo en mis sudadas camisetas. Búsquenlo en mis amigos costaleros. Sólo ahí lo encontrarán. Sólo ahí lo hallarán. Y cuando lo encuentren... Juzguen.
En esta foto de abajo me conocen bien, ¿verdad? Soy yo sin duda. Pues vayánse a la primera foto de este escrito. El hombre costalero que sale en esta foto y en el que han reconocido a mi persona es el mismo que en su día fuera niño y cargase con una mochila repleta de ilusiones cofradieras. Estoy en la foto de arriba, en la fila superior, a la izquierda. Sí. Soy yo. En la mochila llevaba mi primer costal y era mi primer viaje a Sevilla. Lo tenía muy claro ya desde pequeño.
"En un principio era el Cielo y la Tierra. Y e hizo Dios al hombre. Y en su séptima vertebra cervical le regaló un apófisis óseo para que pudiera ser... COSTALERO".