La vida da muchas vueltas. ¿Quién no ha oído o constatado esa frase alguna vez? La vida en su circular trayectoria no olvida a nadie y a todos nos pone arriba o abajo alguna vez; nos hace revivir situaciones olvidadas, nos hace recordar cosas pasadas, nos hace ilusionarnos con cosas futuras, nos hace encontrarnos con un nuevo camino o nos hace encontrarnos otra vez con aquel camino que creíamos que jamás volveríamos a recorrer. Cuando los ancianos de la vida, que ya llevan mucho más vivido que nosotros, nos dicen la frase con la que inicio esta entrada, no es por capricho ni es por casualidad. Es porque así es. Y de hecho entiendo que no debemos jactarnos maliciosamente nunca de un triunfo propio ni de un mal ajeno, pues el próximo viaje de la noria puede detenerse cuando los que estaban arriba estén abajo y los que estaban abajo estén arriba. El billete de la vida te sube en la noria y ésta gira sin parar. Sólo tu debes aprender cómo y cuándo disfrutar de las vistas cuando la vuelta está arriba y cómo y cuándo aferrarte a tu vagón cuando la vuelta esté abajo. Y, fuera de nuestro alcance, jugará su papel el destino, la suerte o para Don Álvaro, la fuerza del Sino.
Hacía ya varios años, una década quizás, que mi abuela no pisaba el chalet. Está ya muy mayor y conforme pasan los días más le cuesta desplazarse siquiera unos metros. Atrás quedaron los años en que yo era incipiente veinteañero y con el primer vehículo que heredé, un Seat 127 de color verde que jamás olvidaré, matrícula CR-3535-E (creo que se le ve por Miguelturra de vez en cuando), llevaba y traía a la abuela de Ciudad Real al chalet. Por entonces la abuela estaba más ágil y le costaba bastante menos subirse y bajarse del coche. Tampoco dependía de mi fuerza para subirla a la sillita de ruedas que hace más fácil el poder llevarla. Eran otros tiempos y la noria estaba arriba. Pero el reloj de la vida avanza y la noria no deja de girar. Algún día, sin saber que fuera el último, el destino ordenó que la abuela no viniese más al chalet, bien por su propia comodidad, bien por lo que le costaba ya subir y bajar del coche, bien porque para ella era un engorro el salir de su casa... Se detuvieron los frenos del 127 y la vida dio paso al primer coche que yo me compré: un Opel Astra. Por estas cosas de la noria, fíjese usted, ese coche ya no lo tengo yo tampoco pero lo tiene mi tía. Quién lo diría cuando lo compré. El caso es que la Lela, mi abuela, sí que llegó a conocer aquel coche y alguna vez la he subido en el mismo, pero no para llevarla al chalet a disfrutar, sino para llevarla al hospital a alguna prueba o cosas así. La noria rodaba nuestros vagones por abajo. Los años seguían pasando y también quedó atrás el Opel Astra, que fue sustituido por el "autobusillo" Opel Zafira, para cuando el Padre de Bondad nos regale el don de la vida a Gemma y a mí y se llene de infancia. Siempre estuve convencido de que la Lela jamás conocería ese coche y cuando lo compré le explicaba lo grande que era y todo lo que tenía, para compartir con ella mi alegría. Por supuesto ella sonreía pero yo tenía más que asumido que la abuela no vendría al chalet ni podría llevarla en ese coche que jamás conocería.
Sin embargo, el pasado Domingo ocurrió algo inesperado. No logro entender ni el cómo, ni el por qué, pero sucedió. Mi madre me llamó por teléfono diciendo que si podríamos llevar a la abuela al chalet a que pasara el día con nosotros y comer allí todos juntos y que si yo podría ayudar en dicha labor. Todo aquel que me conozca supondrá la respuesta que dí e involucré toda mi fuerza física y moral en tal tarea. Cuando en el coche de mi tía Loles junto con mi madre llegó la Lela al chalet, ella no recordaba el haber estado allí nunca pero la felicidad que tuvo durante todo el día rodeada de nosotros y estando a gusto no se la quita nadie. Estuvo contenta rodeada de dos de sus hijas y de dos de sus nietos. Y con Gemma, mi mujer, que la quiere con locura. La sonrisa era patente. En ella y en todos. Era algo que jamás pensábamos que se repetiría y sin embargo la noria de la vida alzó muy alto el vagón y giró dándonos esa tremenda alegría en un día que, sin lugar a dudas, recordaremos de por vida. La abuela volvió al chalet y yo personalmente me encargué de traerla de nuevo a Ciudad Real. A fuerza de guasas y risas con ella, como siempre he hecho, la trasladé por allí en su sillita de ruedas y la monté en mi coche. Y se acordó. Y se emocionó. Recordó cómo la llevaba en aquel 127 verde e íbamos al campo. Y ahora veía ese coche grande y me decía que conmigo estaba segura y que se fiaba porque sabe que siempre la he traído y llevado con cuidado. La Lela estaba en mi coche de nuevo y yo la llevaba del chalet a casa como antaño. Me emocioné mucho recordándolo y ahora lo hago también escribiéndolo. Jamás pensé que se repetiría y así fue.
Y poco más puedo decir hoy. Quería reflejar en líneas los sentimientos de un día más en la vida, un día más pero no por ello normal. Un día que recordaremos con afecto. Un día que la noria giró a nuestro favor y nos regaló algo inesperado como el volver a tener a la abuela en el chalet y subirla de nuevo en el coche y que se quejase del cinturón de seguridad y fuese mirando todo atentamente por la ventanilla con la ilusión de un niño cuando lo sacas de excursión. Como siempre lo hacía ella. Como yo pensaba que no volvería a hacerlo y sin embargo volvió. Y allí estuvo. Y montó de nuevo en el coche con su nieto. Y fue feliz con su hija en el campo donde tantas y tantas veces hubo estado y donde, seguro estoy, seguirá estando el día de mañana aunque no esté presente. Y donde nos juntaremos de nuevo algún día todos. Porque la noria de la vida nunca deja de girar...
Sin embargo, el pasado Domingo ocurrió algo inesperado. No logro entender ni el cómo, ni el por qué, pero sucedió. Mi madre me llamó por teléfono diciendo que si podríamos llevar a la abuela al chalet a que pasara el día con nosotros y comer allí todos juntos y que si yo podría ayudar en dicha labor. Todo aquel que me conozca supondrá la respuesta que dí e involucré toda mi fuerza física y moral en tal tarea. Cuando en el coche de mi tía Loles junto con mi madre llegó la Lela al chalet, ella no recordaba el haber estado allí nunca pero la felicidad que tuvo durante todo el día rodeada de nosotros y estando a gusto no se la quita nadie. Estuvo contenta rodeada de dos de sus hijas y de dos de sus nietos. Y con Gemma, mi mujer, que la quiere con locura. La sonrisa era patente. En ella y en todos. Era algo que jamás pensábamos que se repetiría y sin embargo la noria de la vida alzó muy alto el vagón y giró dándonos esa tremenda alegría en un día que, sin lugar a dudas, recordaremos de por vida. La abuela volvió al chalet y yo personalmente me encargué de traerla de nuevo a Ciudad Real. A fuerza de guasas y risas con ella, como siempre he hecho, la trasladé por allí en su sillita de ruedas y la monté en mi coche. Y se acordó. Y se emocionó. Recordó cómo la llevaba en aquel 127 verde e íbamos al campo. Y ahora veía ese coche grande y me decía que conmigo estaba segura y que se fiaba porque sabe que siempre la he traído y llevado con cuidado. La Lela estaba en mi coche de nuevo y yo la llevaba del chalet a casa como antaño. Me emocioné mucho recordándolo y ahora lo hago también escribiéndolo. Jamás pensé que se repetiría y así fue.
Y poco más puedo decir hoy. Quería reflejar en líneas los sentimientos de un día más en la vida, un día más pero no por ello normal. Un día que recordaremos con afecto. Un día que la noria giró a nuestro favor y nos regaló algo inesperado como el volver a tener a la abuela en el chalet y subirla de nuevo en el coche y que se quejase del cinturón de seguridad y fuese mirando todo atentamente por la ventanilla con la ilusión de un niño cuando lo sacas de excursión. Como siempre lo hacía ella. Como yo pensaba que no volvería a hacerlo y sin embargo volvió. Y allí estuvo. Y montó de nuevo en el coche con su nieto. Y fue feliz con su hija en el campo donde tantas y tantas veces hubo estado y donde, seguro estoy, seguirá estando el día de mañana aunque no esté presente. Y donde nos juntaremos de nuevo algún día todos. Porque la noria de la vida nunca deja de girar...
Te queremos, Lela.
Que te voy a decir. Que te quiero y que a partir de ahora te apoyo con lo de la thermomix.
ResponderEliminarGracias Carlos fue un dia para guardar en nuestro cajon de esas pequeñas cosas que canta Serrat
Besos
Me ha emocionado mucho tu entrada. Quizás porque la vida te enseña que los pequeños detalles son los más grandes, los que te llenan. Quizás porque una abuela es el mayor tesoro.
ResponderEliminarGracias por compartir tus sentimientos.
Gracias Sonia. La verdad es que fue algo "cotidiano" pero en esas pequeñas cosas radica la felicidad, como bien dices, "te llenan". Me alegra que te haya gustado.
EliminarUn besote!
ojalá todo el mundo supiese cuidar tan bien a sus mayores.me ha encantado leerte.besicos desde zaragoza isabel
ResponderEliminarGracias por tus palabras y por leerme, Isabel. Me alegro que te haya gustado. Bienvenida al Rincón.
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