Trece años me ha costado. Trece años de reloj, ¿eh? Que no estoy de cachondeo ni de exageración. Trece años con sus trece veranos y sus trece inviernos. Y hoy vengo a contarlo, con inocencia, con ilusión, con alegría, con la belleza implícita en lo simple como diría mi buen Sócrates. De hecho estoy plenamente convencido de que "la grandeza de mi blog" tiene su génesis en la manera limpia y sana con la que os narro las cosas más simples y cotidianas, intentando una vez sí y otra también que disfrutemos (que disfrutéis conmigo) de todos los momentos y regalos de la vida, por minúsculos que sean o insignificantes que parezcan. Hoy vengo a hablaros de un plato de lentejas. Qué cosa más simple, ¿que no? Pero no es un plato de lentejas cualquiera, no, no, no. Es un plato de lentejas que me ha costado tener frente a mí... ¡¡trece años!! Bien merece que le dedique una entrada tan sólo por manifestar mi ilusión.
Allá por el año 2000, en mi segundo año de vida universitaria, entre derechos civiles, penales y partidas de mus que nos convertirían en grande letrados, organizamos unos cuantos alumnos y compañeros de clase una comida en el campo. Imagínense vuesas mercedes las ricas viandas que nos disponíamos a consumir un grupo de veinteañeros universitarios en torno a una fogata. Han acertado. Mayormente vino peleón y chorizos a la brasa. Minipunto y punto para los lectores. Y si tocamos a un chorizo menos pero a cambio entra en la compra otro litro de Don Simón, pues mejor. Y en esas estábamos de relío campero cuando uno de los nuestros nos sorprendió a propios y a extraños sacando del maletero del coche una señora empanada que quitaba el hipo. Una delicia, oiga. "-¿Dónde la has comprado, Miguelón? -¿Comprarla? La he hecho yo con la thermomix de mi madre. -¿Y la thermomix hace estas delicias? -Buah, y mil cosas más. Y a ti que te gustan... Si vieras como hace las lentejas lo flipas". Aquellas fueron las palabras clave.
Desde ese momento lo tuve claro: algún día me compraría una thermomix para hacer lentejas. Reíros, reíros, ya os digo que me costó trece años... En mi juvenil mente se forjó la idea de hacerme con aquel magnífico robot de cocina que tan ricas hacía las lentejas (una de mis debilidades culinarias) según me habían dicho. Y me puse manos a la obra. Y paciencia y constancia puedo tener toooooda la del mundo. Y por un plato de lentejas más.
Se la pedí a los Reyes Magos, la pedí por mi cumpleaños, la pedí a la Bruja Lola, la pedí en la tómbola del barrio... Y nada. La thermomix nunca llegaba. ¡¡La pedí incluso como regalo de boda!! Y tampoco. No había manera. Seguía esperando a hacer lentejas algún día. Estos años las he seguido comiendo cuando las hace madre, pero mi misión estaba clara: hacer mis propias lentejas. Y no, claro está, no hacerlas de manera tradicional, sino hacerlas en la thermomix que algún día compraría. Ya pensaban en mi círculo que se me habría pasado la perra, pero cuán equivocados estaban. Aunque ya os digo que año tras año le pedía a Baltasar una thermomix y Baltasar me traía una cita para consulta al psicólogo lentejero, yo seguía insistiendo y fiel a mi idea. Así año tras año. Y no miento, ¿eh? Ahí tenéis a mi familia si queréis preguntarle por "el tonto de las lentejas". Así me he tirado trece años, desde aquel universitario año 2000 hasta hoy en día. Y así trece años después, y por una rocambolesca coincidencia y cofradías de por medio (para variar), casualidades que hoy no narraré por no hacer demasiado extensiva esta entrada, aparece en mi vida y cercana a mi mayor afición una de las mujeres que manejan en Ciudad Real el cotarro de la venta de thermomix: Eva María Masías.
¡Ahora es cuando!, me dije. Tengo mi economía propia y no tengo que depender de nadie para ello, Deo gratias.
Recabé la información necesaria, dícese, consulté a mi padre, a mi madre, a mi hermana, a mi mujer, a mí tía, al perro del vecino y a los oráculos cercanos acerca de su opinión al respecto de si podía adquirir dicho cacharro o no. Y cogen los muy "xxxxx" (a gusto del lector) y me dicen que no comparten mi idea. Pues mi respuesta fue, evocando al gran Don Fernando Fernán Gómez: "¿Saben que les digo? Que se vayan ustedes a la mierda. ¡A la mierda! Delante de todo el mundo. Llevo trece años esperando el momento y voy a hacerlo. Voy a comprar la máquina y me voy a hacer lentejas. He dicho".
Y dicho y hecho. Adquirí mi thermomix y me hice unas lentejas que me supieron a gloria. Trece años me ha costado cumplir el propósito, pero lo he hecho. Fijaos qué tontería y cuanta felicidad.
Esta es la historia del plato de lentejas que trece años me ha costado. Y por supuesto le hice foto y os la pongo. ¡Faltaría más!
Evidentemente con el juguete hago muchas más cosas, no sólo las lentejas. Pero es que ahora la thermomix va a casa de mis suegros, va a casa de mis padres, mi mujer está encantada con ella, mi hermana también la usa, mi tía tiene una, el perro del vecino se come las sobras y los oráculos me piden lentejas. ¿Y saben que les digo? Que les tenía que decir a todos que se esperen trece años. ¡Marporculo!
Os dejo que se me pegan las lentejas. ¡Hasta otra!