Hacía mucho tiempo que quería disfrutar de una Semana Santa tan plácida y feliz como la recién acabada. Y este año por fin ha llegado el momento de disfrutar lo soñado y de no dejar de soñar lo vivido esos días. Espléndido tiempo de Domingo de Ramos a Domingo de Resurrección, incluidas las vísperas del Viernes de Dolores y el Domingo de Pasión aunque en el último tramo de este día la lluvia apareció de manera testimonial, si bien no volvió a dar noticias de existencia en todos los posteriores días de gloria cofrade. Felicidad máxima en mi persona al poder pasear mis cofradías en un año tan especial como éste en el que cumplía veinte primaveras paseando sin interrupción al Señor. Veinte años siendo los pies de Dios es un privilegio.
Llegó el Domingo de Ramos y se acabó la más preciosa de las esperas cuando el pueblo recibió con palmas y olivos la primera de las hermandades que habrían de caminar por esta civita regia. Encendí el incensario que humea de año y año y me eché a la calle a ver los primeros nazarenos de la Hermandad de la Borriquita que dan comienzo a la Gloria. Y así fue bajó un sol espléndidamente azul y una temperatura óptima. Ví con Gemma la cofradía en varios puntos y marchamos a casa pues por la tarde sacaba la primera de las tres cofradías que saco a costal. A media tarde con los Legionarios de los Ángeles sacamos al Dios Cautivo en su Prendimiento hasta el corazón de la ciudad. Para mí es especial esta cofradía y cada vez más. Impera el buen ambiente en la cuadrilla, cada vez son más amigos los que tengo allí y mi amada Agrupación Musical Santo Tomás de Villanueva es la que pone los sones al caminar del Señor. Todo un disfrute para los sentidos que culminó cuando mi cuadrilla, que este año hacía la entrada, arrió el paso con la última orden del capataz. Y para más honra y orgullo debutó en las trabajaderas mi último costal. Hecho con amor de madre y esposa y conjugando la inocencia y juventud de "Manolín, el niño costalero" y la sapiencia y legado del capataz poeta Don Manolo Santiago. Savia nueva y experiencia. "Que los años se rompan en el tiempo pero el amor del costalero siga vivo". Así moría el Domingo de Ramos. Ahí quedó.
El Lunes Santo transcurrió como siempre en esta ciudad en la que todavía (incompresiblemente) no se ha abierto la veda a las hermandades en dicha jornada. Por la noche, fiel a mi cita, acudí al Vía Crucis de Penitencia. Me gusta reencontrarme allí con mi amigo Willy y rezar con él por los tiempos pasados y los que han de venir. Todavía resonando el eco en la Catedral de los últimos rezos de las gentes marchaba para casa a descansar y a soñar con un Martes Santo de ensueño que comienza para mí cuando el muñidor llama por tres veces a las puertas del Carmelo.
El día amaneció tal cual iba a ser la tónica general de la semana. Totalmente despejado e invitando a disfrutar de las cofradías en la calle. A las nueve en punto de la noche se abrían las puertas del Convento del Carmen y mi Hermandad de las Penas comenzaba su caminar. Yo me encontraba en el sitio que más me gusta. Bajo el paso del Señor. En esta ocasión no suenan aplausos ni bandas. Suena racheo de costaleros y el silencio de la noche. Es indescriptible lo que siento siendo peón de esta cofradía. Recogimiento y fe. Los kilos del caminar de Dios sobre mi cerviz. Y esto no es un autopiropo, ni una medalla de calle a la galería. Es un orgullo y un privilegio: el pasado Martes Santo no hubo relevo en la primera trabajadera que es la mía y desde el zanco izquierdo saqué al Señor de mármol a mármol, de salida a entrada. Ahí queda en mis recuerdos el paseo carmelitano al Nazareno de la túnica granate. Esa mezcla de sentimientos, de fe, de oración, de trabajo, de esfuerzo, de emoción, de hermanamiento, de sudor, de aroma a incienso de canela, de letanía y de sabor rancio y añejo que deja la Hermandad de las Penas en la calle solo es apta para paladares cofrades sublimes.
Casi sin darme cuenta amanecía ya un nuevo Miércoles Santo y debía cumplir de nuevo con raza costalera con la última de las tres cofradías que paseo. Día grande para mí desde mi más incipiente juventud cofrade. Veinte años ya amarrado a la columna del Dios bueno de la Flagelación siendo sus pies por las calles. Qué honor. Este año la unión de la cuadrilla ha sido enorme. No recuerdo nada igual en las dos décadas que llevo ahí debajo. He echado de menos a muchos amigos y he conocido a otros tantos. Jamás me cansaré de decir que lo mejor de las cofradías son las amistades que regalan. Aquella frase de Don Rafael Díaz Palacios me marcó y cuán cierta es. El paseo con mayúsculas que le dimos a Nuestro Padre Jesús de la Bondad todavía no me lo creo. El espíritu siempre arriba y la gente del costal derrochando casta y raza. El barco de oro para el Pescador de Hombres surcó la ciudad y nos regaló momentos tan emotivos como el rezo a los pies del Camarín de la Patrona y la levantá en las Puertas del Cielo (Convento de las Hermanitas de la Cruz) en la Plaza de Santiago.
¡¡Qué gran cuadrilla tiene el Señor de la Bondad!! Cuánto oficio costalero se esconde tras esos faldones. Mi gente, mis hermanos, mi sangre. Si la palabra "orgullo" tiene significado es pertenecer a esa cuadrilla. Al terminar la Estación de Penitencia y quitarme el costal dos sentimientos, uno externo y uno interno. Externo el abrazo a todos mis compañeros. Interno el regustillo de las cosas bien hechas y cumplidas. Gracias, Señor de la Bondad.
Jueves Santo ecuador de la Semana Grande y día que por la noche sale la Esperanza. La Madre de Dios sale a repartir su nombre por Sevilla y por el mundo entero. Y eso no hay macareno que deba perdérselo. Yo juré las reglas de la Hermandad de la Macarena y allí estaba. Conforme me levanté de la cama tras bien descansar de mi última salida de costalero en la Semana Santa, prendí mi maletilla y puse rumbo a Serva la Bari. En la mágica y bética urbe ya bullía el ambiente de lo que estaba por venir. A las cuatro de la tarde abandonaba mi querido Hostal Jentotf y partía hacia el centro de Sevilla a empaparme de cofradías con la compañía de mis primos que ya estaban por allí. Había mucho por ver y muchas horas por vivir en esa tarde-noche. Fue todo un bucle. Vimos juntos todas las cofradías de la recién estrenada tarde del Jueves Santo: Negritos, Cigarreras, Exaltación, Monte Sión, Quinta Angustia, Pasión y Valle. Cayó la noche y fuimos a verla salir. El pueblo esperaba a su Esperanza. Miles de personas nos dimos cita en los alrededores de la muralla y el Arco donde dicen que vive la Madre de Dios, que lleva por nombre el nombre de su barrio y que según la mires sonríe o llora de pena, Macarena. Y salió radiante a pregonar su sentimiento por las calles. Y allí estuve yo. A la salida y a la entrada. Unas doce horas entremedias desde la salida a la entrada me sirvieron para ver al Dios mismo caminando por las calles, Jesús del Gran Poder, "El Señor" sin más, y a otras grandes hermandades como El Silencio, El Calvario y La Esperanza de Triana. En esta ocasión Los Gitanos hicieron su recorrido sin que me diera tiempo a verlos. Tras quince horas seguidas viendo cofradías, pues desde las 16:00 que salí de mi alojamiento me retiraba a dormir a las 07;00 de la mañana, caí en la cama rendido y me puse la alarma a las 13:30 horas para irme de nuevo a San Gil, a la Basílica de la Macarena, a disfrutar de la entrada del palio de mi hermandad. Cuando se recogió la Esperanza de su paseo anual marché a comer y a prepararme para ver todas las cofradías del Viernes Santo. Qué grandes y macarenos momentos pasé este año con mis hermanos de morado y verde. Somos ya más de 15.000 las almas las que conformamos esa familia.
Con igual énfasis seguí mi gloriosos días en la Gloria. Pateando Sevilla el Viernes Santo que llegó de la mano del Jueves Santo a través de otra imborrable Madrugá. Disfruté de todas las hermandades de este gran día. Son dispares entre sí y cada una con su encanto: el sabor antiguo de la Soledad de San Buenaventura, el luto y llanto de la Mortaja, las tres cruces que vienen de Real de la Carretería, las otras tres de la cofradía de Montserrat, el Nazareno y palio de la O, el silencio de las Tres Caídas de San Isidoro y el Cachorro expirando por el Puente de Triana camino del centro de Sevilla. Tras tan ardua batalla para las piernas y pies, acompañado de mis primos, cerré un precioso Viernes Santo con una buena dosis de pescaíto frito y paseando con un helado camino del hostal. En esos momentos la palabra felicidad me invadía.
Continuó la Semana Grande siendo espléndida y dejándose acariciar como hacía años que no lo hacía. El Sábado Santo llegó con una agradable bajada de temperatura que hizo que el día fuera más delicioso todavía para disfrutar de las cofradías. Las hermandades del Sol, Los Servitas, La Soledad de San Lorenzo, La Trinidad y el Santo Entierro plagaron las calles de la mariana ciudad de Sevilla con capillos, cirios e incienso. Me encanta la solemnidad de la cofradía que representa el entierro del Señor. Me apasiona el señorío de la Soledad en todo su recorrido. Me gusta muchísimo la cofradía de la Trinidad desde la Cruz de Guía hasta la presidencia del Palio. Me sigue sorprendiendo la joven Hermandad del Sol con su alegoría del Varón de Dolores y su llamativo palio. Pero si para mí el Sábado Santo hubiese de describirse en dos palabras sería "Comunidad Servita". El romanticismo y buen hacer de esta cofradía en la calle es de babero. Impresionante la Hermandad de los Servitas.
La Semana Santa concluía ya y sólo quedaba ver la última cofradía y, aviso los resabiados que dicen que la Semana Santa termina en San Lorenzo, la que pone sentido a todo lo anterior. La Resurrección. Sin ella todas las cofradías anteriores no servirían. El gozo del cofrade es el Domingo de Ramos y el gozo de la Semana Santa el Domingo de Resurrección. Y no es que yo lo diga. Es que es así. Y por tanto la Semana Santa termina en Santa Marina con el Dios Resucitado y su Madre Aurora sin lágrimas en la cara. Y volvió a pasear por las calles la Cofradía de la Resurrección y allí estaba yo para verlo. El aroma de esta hermandad a su paso por el Convento de las Hermanitas de la Cruz es de lo mejor de la Semana Grande. Y desde ahí hasta su entrada el cofrade disfruta de las últimas chicotás y marchas que a la vez que ponen fin a una Semana Santa comienzan la cuenta atrás para la próxima.
Este año ha sido espectacular. A ver cuándo es el siguiente que sea como este: pleno de cofradías en la calle y sentimiento, unión y disfrute en iguales partes. Mi Ciudad Real natal y mi Sevilla del alma. Y como compañeros un Dios Cautivo con blanca túnica, un Nazareno de Penas en el Carmen, la Bondad de Dios que pasea los Miércoles Santo y la mirada siempre puesta en la Esperanza. Así sea.
Llegó el Domingo de Ramos y se acabó la más preciosa de las esperas cuando el pueblo recibió con palmas y olivos la primera de las hermandades que habrían de caminar por esta civita regia. Encendí el incensario que humea de año y año y me eché a la calle a ver los primeros nazarenos de la Hermandad de la Borriquita que dan comienzo a la Gloria. Y así fue bajó un sol espléndidamente azul y una temperatura óptima. Ví con Gemma la cofradía en varios puntos y marchamos a casa pues por la tarde sacaba la primera de las tres cofradías que saco a costal. A media tarde con los Legionarios de los Ángeles sacamos al Dios Cautivo en su Prendimiento hasta el corazón de la ciudad. Para mí es especial esta cofradía y cada vez más. Impera el buen ambiente en la cuadrilla, cada vez son más amigos los que tengo allí y mi amada Agrupación Musical Santo Tomás de Villanueva es la que pone los sones al caminar del Señor. Todo un disfrute para los sentidos que culminó cuando mi cuadrilla, que este año hacía la entrada, arrió el paso con la última orden del capataz. Y para más honra y orgullo debutó en las trabajaderas mi último costal. Hecho con amor de madre y esposa y conjugando la inocencia y juventud de "Manolín, el niño costalero" y la sapiencia y legado del capataz poeta Don Manolo Santiago. Savia nueva y experiencia. "Que los años se rompan en el tiempo pero el amor del costalero siga vivo". Así moría el Domingo de Ramos. Ahí quedó.
El día amaneció tal cual iba a ser la tónica general de la semana. Totalmente despejado e invitando a disfrutar de las cofradías en la calle. A las nueve en punto de la noche se abrían las puertas del Convento del Carmen y mi Hermandad de las Penas comenzaba su caminar. Yo me encontraba en el sitio que más me gusta. Bajo el paso del Señor. En esta ocasión no suenan aplausos ni bandas. Suena racheo de costaleros y el silencio de la noche. Es indescriptible lo que siento siendo peón de esta cofradía. Recogimiento y fe. Los kilos del caminar de Dios sobre mi cerviz. Y esto no es un autopiropo, ni una medalla de calle a la galería. Es un orgullo y un privilegio: el pasado Martes Santo no hubo relevo en la primera trabajadera que es la mía y desde el zanco izquierdo saqué al Señor de mármol a mármol, de salida a entrada. Ahí queda en mis recuerdos el paseo carmelitano al Nazareno de la túnica granate. Esa mezcla de sentimientos, de fe, de oración, de trabajo, de esfuerzo, de emoción, de hermanamiento, de sudor, de aroma a incienso de canela, de letanía y de sabor rancio y añejo que deja la Hermandad de las Penas en la calle solo es apta para paladares cofrades sublimes.
¡¡Qué gran cuadrilla tiene el Señor de la Bondad!! Cuánto oficio costalero se esconde tras esos faldones. Mi gente, mis hermanos, mi sangre. Si la palabra "orgullo" tiene significado es pertenecer a esa cuadrilla. Al terminar la Estación de Penitencia y quitarme el costal dos sentimientos, uno externo y uno interno. Externo el abrazo a todos mis compañeros. Interno el regustillo de las cosas bien hechas y cumplidas. Gracias, Señor de la Bondad.
Jueves Santo ecuador de la Semana Grande y día que por la noche sale la Esperanza. La Madre de Dios sale a repartir su nombre por Sevilla y por el mundo entero. Y eso no hay macareno que deba perdérselo. Yo juré las reglas de la Hermandad de la Macarena y allí estaba. Conforme me levanté de la cama tras bien descansar de mi última salida de costalero en la Semana Santa, prendí mi maletilla y puse rumbo a Serva la Bari. En la mágica y bética urbe ya bullía el ambiente de lo que estaba por venir. A las cuatro de la tarde abandonaba mi querido Hostal Jentotf y partía hacia el centro de Sevilla a empaparme de cofradías con la compañía de mis primos que ya estaban por allí. Había mucho por ver y muchas horas por vivir en esa tarde-noche. Fue todo un bucle. Vimos juntos todas las cofradías de la recién estrenada tarde del Jueves Santo: Negritos, Cigarreras, Exaltación, Monte Sión, Quinta Angustia, Pasión y Valle. Cayó la noche y fuimos a verla salir. El pueblo esperaba a su Esperanza. Miles de personas nos dimos cita en los alrededores de la muralla y el Arco donde dicen que vive la Madre de Dios, que lleva por nombre el nombre de su barrio y que según la mires sonríe o llora de pena, Macarena. Y salió radiante a pregonar su sentimiento por las calles. Y allí estuve yo. A la salida y a la entrada. Unas doce horas entremedias desde la salida a la entrada me sirvieron para ver al Dios mismo caminando por las calles, Jesús del Gran Poder, "El Señor" sin más, y a otras grandes hermandades como El Silencio, El Calvario y La Esperanza de Triana. En esta ocasión Los Gitanos hicieron su recorrido sin que me diera tiempo a verlos. Tras quince horas seguidas viendo cofradías, pues desde las 16:00 que salí de mi alojamiento me retiraba a dormir a las 07;00 de la mañana, caí en la cama rendido y me puse la alarma a las 13:30 horas para irme de nuevo a San Gil, a la Basílica de la Macarena, a disfrutar de la entrada del palio de mi hermandad. Cuando se recogió la Esperanza de su paseo anual marché a comer y a prepararme para ver todas las cofradías del Viernes Santo. Qué grandes y macarenos momentos pasé este año con mis hermanos de morado y verde. Somos ya más de 15.000 las almas las que conformamos esa familia.
Con igual énfasis seguí mi gloriosos días en la Gloria. Pateando Sevilla el Viernes Santo que llegó de la mano del Jueves Santo a través de otra imborrable Madrugá. Disfruté de todas las hermandades de este gran día. Son dispares entre sí y cada una con su encanto: el sabor antiguo de la Soledad de San Buenaventura, el luto y llanto de la Mortaja, las tres cruces que vienen de Real de la Carretería, las otras tres de la cofradía de Montserrat, el Nazareno y palio de la O, el silencio de las Tres Caídas de San Isidoro y el Cachorro expirando por el Puente de Triana camino del centro de Sevilla. Tras tan ardua batalla para las piernas y pies, acompañado de mis primos, cerré un precioso Viernes Santo con una buena dosis de pescaíto frito y paseando con un helado camino del hostal. En esos momentos la palabra felicidad me invadía.
La Semana Santa concluía ya y sólo quedaba ver la última cofradía y, aviso los resabiados que dicen que la Semana Santa termina en San Lorenzo, la que pone sentido a todo lo anterior. La Resurrección. Sin ella todas las cofradías anteriores no servirían. El gozo del cofrade es el Domingo de Ramos y el gozo de la Semana Santa el Domingo de Resurrección. Y no es que yo lo diga. Es que es así. Y por tanto la Semana Santa termina en Santa Marina con el Dios Resucitado y su Madre Aurora sin lágrimas en la cara. Y volvió a pasear por las calles la Cofradía de la Resurrección y allí estaba yo para verlo. El aroma de esta hermandad a su paso por el Convento de las Hermanitas de la Cruz es de lo mejor de la Semana Grande. Y desde ahí hasta su entrada el cofrade disfruta de las últimas chicotás y marchas que a la vez que ponen fin a una Semana Santa comienzan la cuenta atrás para la próxima.
Este año ha sido espectacular. A ver cuándo es el siguiente que sea como este: pleno de cofradías en la calle y sentimiento, unión y disfrute en iguales partes. Mi Ciudad Real natal y mi Sevilla del alma. Y como compañeros un Dios Cautivo con blanca túnica, un Nazareno de Penas en el Carmen, la Bondad de Dios que pasea los Miércoles Santo y la mirada siempre puesta en la Esperanza. Así sea.
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