Siempre me gusta compartir, narrar y recordar por el tiempo esas vivencias que engrandecen a uno su camino por la vida y que son regalos que la vida misma ofrece cuando menos se esperan. Con lo arraigado que soy yo a las costumbres y tradiciones de la tierra que me vio nacer jamás había ido a ver la salida de la Virgen de Alarcos, copatrona de Ciudad Real junto con la Virgen del Prado, desde la Iglesia de San Pedro. Tal acto ocurre anualmente el Domingo de Pentecostés y da comienzo la Romería en honor a dicha Virgen. Y este año, sin saber todavía ni cómo ni por qué, me vi disfrutando de esta efeméride en el mejor sitio posible: bajo las andas de la Virgen. No podía ser de otra manera sino a través de las cofradías. Mi querida Hermandad de la Flagelación se ofreció a la Hermandad de Nuestra Señora de Alarcos para que los hermanos y costaleros de aquella pudieran llevar sobre sus hombros a la Titular de ésta desde la salida de la Iglesia de San Pedro hasta la Iglesia de Santo Tomás de Villanueva, donde se relevan los portadores por la reata de mulas de la Hermandad de la Virgen de las Viñas de Tomelloso. La Hermandad de Nuestra Señora de Alarcos aceptó gustosa el ofrecimiento y los hermanos y costaleros de la Hermandad de la Flagelación tuvimos el privilegio de optar a llevar sobre nuestros hombros a la copatrona de nuestra ciudad. Precioso presente.
Sin pensarlo dos veces (ni falta que hacía) me apunté en la lista de portadores. Y si para un padre es un orgullo compartir su oficio costalero con su hijo, para mí lo es el poder compartir con mi padre estas vivencias y oportunidades, así es que le comenté si quería venir a llevar a la Virgen de Alarcos y sonriente dijo que sí. Pedí permiso a mi cofradía para incluirlo en la lista y una vez obtenido el visto bueno lo apunté a mi lado. La experiencia se antojaba preciosa y la indumentaria para la misma en el caso de los portadores no podía ser más "festiva-ciudadrrealeña": camiseta blanca y pantalón vaquero, igual que la adoptada socialmente para las fiestas de la Pandorga. Y así amanecería un esperado Domingo en el que abriéndose el portón de la gloria de San Pedro comenzaría la singular vivencia de llevar sobre nuestros hombros a Nuestra Señora de Alarcos. Sólo quedaba aguardar y saborear la espera.
Amaneció el Domingo de Pentecostés con un cielo azul radiante que anunciaba un soleado y caluroso día desde primera hora. A las 09;00 de la mañana nos reuníamos en la Plazuela de Jesús Nazareno, junto a la Iglesia de San Pedro, el grupo de personas que íbamos a hacer el traslado de la Virgen, nos igualaron por alturas y nos explicaron donde iríamos cada uno. Conforme terminó la misa pasamos a al templo y nos dirigimos hacia el paso de la Virgen de Alarcos. Para mí era un momento de felicidad enorme pues le tengo un cariño especial a esa imagen y jamás había pensado que podría portarla nunca. Y menos con mi padre delante mía compartiendo varal y vivencia. Nos metimos bajo el paso y sacamos a la Virgen a la calle. Ciudad Real la esperaba y la cantidad de gente que se reúne en San Pedro para acompañarla en el trayecto hasta su ermita y que comience la romería es digna de mención. Cientos de personas se dan cita en ese momento. El recorrido que realizamos fue desde la Iglesia de San Pedro hasta la de Santo Tomás de Villanueva, pasando por las calles Ramón y Cajal, Plaza del Pilar, Alarcos, Obispo Esténaga, Bernardo Balbuena, Ronda del Parque y Plaza de Nuestro Padre Jesús de la Bondad. Llegados a nuestro destino la Virgen fue subida en el peculiar carro tirado por mulas que la lleva hasta el último tramo donde la cogen los portadores de Valverde y la suben corriendo hasta la ermita.
El trayecto estuvo rodeado de fieles, oraciones, vivas y música. Una romería en toda regla con los mejores inicios que pudiera tener. Se presagiaba en el ambiente que la fiesta era esperada y los ciudadrrealeños la iban a disfrutar. Todos, desde niños a abuelos, iban sonrientes acompañando a la Virgen de Alarcos, la charanga acompañaba animadamente y los afortunados que pudimos llevar a Nuestra Señora no podíamos estar más felices. Ese 15 de Mayo espero que perdure en mi memoria de por vida. Jamás he disfrutado mejor de un Domingo de Pentecostés. Una experiencia encantadora, una preciosa mañana y unas imágenes grabadas a fuego en mis retinas. ¡Viva la Virgen de Alarcos!
Amaneció el Domingo de Pentecostés con un cielo azul radiante que anunciaba un soleado y caluroso día desde primera hora. A las 09;00 de la mañana nos reuníamos en la Plazuela de Jesús Nazareno, junto a la Iglesia de San Pedro, el grupo de personas que íbamos a hacer el traslado de la Virgen, nos igualaron por alturas y nos explicaron donde iríamos cada uno. Conforme terminó la misa pasamos a al templo y nos dirigimos hacia el paso de la Virgen de Alarcos. Para mí era un momento de felicidad enorme pues le tengo un cariño especial a esa imagen y jamás había pensado que podría portarla nunca. Y menos con mi padre delante mía compartiendo varal y vivencia. Nos metimos bajo el paso y sacamos a la Virgen a la calle. Ciudad Real la esperaba y la cantidad de gente que se reúne en San Pedro para acompañarla en el trayecto hasta su ermita y que comience la romería es digna de mención. Cientos de personas se dan cita en ese momento. El recorrido que realizamos fue desde la Iglesia de San Pedro hasta la de Santo Tomás de Villanueva, pasando por las calles Ramón y Cajal, Plaza del Pilar, Alarcos, Obispo Esténaga, Bernardo Balbuena, Ronda del Parque y Plaza de Nuestro Padre Jesús de la Bondad. Llegados a nuestro destino la Virgen fue subida en el peculiar carro tirado por mulas que la lleva hasta el último tramo donde la cogen los portadores de Valverde y la suben corriendo hasta la ermita.
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