Este año no tenía en mente hacer el Camino de Santiago. No tocaba darle uso al bordón ni visitar Compostela y otra vez el destino jugó de nuevo. Y con cofradías de por medio, mire usted. Era el 25 Aniversario de la fundación de la Cuadrilla de Hermanos Costaleros de Nuestro Padre Jesús de la Bondad de la Hermandad de la Flagelación, a la cual llevo perteneciendo 22 primaveras y se postuló como uno de los actos de tal efeméride recorrer el Camino de Santiago. Esta vez no llamé yo al Camino, el Camino me llamó a mí. Como siempre hace, vaya. Y como lo amo profundamente no pude sino calzarme las botas y preparar la mochila. Bendito veneno jacobeo el que me recorre pues simplemente caminando soy feliz. No me pregunte nadie cuando llego al final de una etapa sudoroso y cansado por qué lo hago, por qué camino durante horas, no sabré contestar pero seguiré haciéndolo. Así viene siendo desde aquel bendito Año Santo Xacobeo 2010 que conocí a mi querido Camino de Santiago iniciándome con más miedo que vergüenza en un ultraconocido tramo: "los últimos cien", desde Sarria a Santiago. Y así seguirá siendo, mi amor a caminar digo, siempre que pueda. A la fecha ya he recorrido todo el Camino Francés, he pasado por varios tramos repetidas veces, tengo en casa cinco compostelas si bien lo que quiero al recorrer el Camino no es acreditar mi llegada sino exprimir cada paso (menos compostelas y más camino, como decimos los puristas, me sobra tanta "Casa del Deán" y me falta más "Castilla") y en mente tengo el Portugués, la Plata y mi gran camino: desde la puerta de casa hasta el Obradoiro. O Fisterra, quizás.
En todo caso este ha sido un camino un tanto especial. Mucho. No soy partidario de hacer el Camino en grupo porque sé la guerra que puede dar un grupo en un albergue al peregrino solitario que se encuentra descansando, de hecho la he sufrido yo mismo, no soy partidario del "turigrinaje" que usa el Camino como unas vacaciones deportivo-gastronómicas, no soy partidario de que el Camino sirva para ridículas estadísticas de la nueva Oficina de la calle Carretas y se desvíen los tramos verdaderos por antojo de Concellos y amigotes de turno, no soy partidario de muchas cosas y, aún "sufriéndolas" he vuelto encantado. El Camino es el Camino y jamás dejará de ser mágico por muchos atentados que le perpetren los actos "político-vandálicos" consentidos por la Xunta del momento. Hay tantos caminos como peregrinos lo transitan y cada uno tiene su particular motivo para hacerlo. Si yo he llegado varias veces a abrazar a Santiago os puedo asegurar que ninguna de las veces el motivo ha sido el mismo. Y este año que no tenía en mente ir y mucho menos abrazarlo, he vuelto a ir y he vuelto a abrazarlo. Y quizás más con el corazón de la vida que con el de peregrino que llevo dentro.
Formamos el grupo en su mayoría integrantes de la cuadrilla cuyo 25 Aniversario celebrábamos: Chefo, Dani López, Antoñaco Romero, Víctor Manuel, Tomás Pardo y yo. Y se unieron a nosotros Julián (cuñado de Víctor Manuel), Ana María (mujer de Dani) y su amiga María Eugenia. Y así las cosas nueve peregrinos salimos desde Ciudad Real con el proyecto "Peregrinos de Bondad" hacia el corazón compostelano. Hicimos camisetas para la ocasión y paseamos con orgullo el motivo de nuestra peregrinación, el nombre de nuestra hermandad y el de nuestro titular "Nuestro Padre Jesús de la Bondad". Pero como antes decía, cada peregrino escondía su motivo personal e interno. Y el mío tenía relación con Santiago, por supuesto. Él lo sabe. Y este año haría en Compostela lo que tenía en mente hacer el año pasado a mi llegada y el destino truncó. El ánimo era distinto y la ilusión también. Siempre que llego al Obradoiro me emociono, claro, pero esta vez fue especial. Mucho. Pero mucho. Las sensaciones de revivir mis primeras etapas como peregrino, de volver a caminar por donde el año pasado me embargaba la desazón de sueños frustrados, de recorrer de nuevo los últimos cien esta vez con la ilusión por bandera y de volver a disfrutar de ciertos lugares con la esperanza de volver a volver y en la mejor compañía y, sobre todo, (respiro, cojo aliento y tecleo esperando poner todos los lugares para mí emblemáticos que nunca olvido), de saborear de nuevo mi querida Sarria, el Ponte Áspera, el roble centenario, la escalinata a Portomarín, contemplar su iglesia fortaleza, caminar al alba hasta Gónzar, sellar en Ventas de Narón, parar en la Fuente del Peregrino, llegar a Palas de Rei por su trazado de pizarras, adentrarme en el bosque a oscuras camino de San Xulián do Caminho y encontrarme con peregrinos saliendo de O Abrigadoiro, arrodillarme ante Santa María de Leboreiro, dar la mano al Cristo de Furelos, comer pulpo en Casa Ezequiel, detenerme en Boente, relajar los pies en Ribadiso da Baixo, llegar a Arzúa con la mueca del triunfo, pararme en Pregontoño, visitar a Guillermo Watt, mirar de reojo a Santa Irene, adentrarme en Pedrouzo y cruzar a Arca O Pino sin saber dónde está el límite entre ambos, enfilar hacia Lavacolla, almorzar en Casa Botana, coronar el verdadero Monte do Gozo y bajar con una mezcolanza sentimental agridulce, inexorablemente rodeado de alegría y tristeza por el mismo motivo que no es si no llegar al final, hasta el mismísimo corazón compostelano y el centro de la Plaza del Obradoiro donde contemplo (y ellas a mí) las dos altas torres que tantas añoranzas y esperanzas me traen.
Amo el Camino. No me canso de decirlo ni de recorrerlo. Siempre me regala algo y me toca la fibra interna con su magia y leyenda jacobea. Este año a los nueve peregrinos que salimos desde Ciudad Real nos regaló una nueva compañera que se convirtió en amiga, como no podía ser de otra manera: nuestra querida Nadia. Formamos el grupo las diez personas prácticamente todo el Camino con una unión y trabajo en equipo perfecto. Desde Portomarín en adelante ha sido un Camino de diez en todos los sentidos: calificación, integrantes, entendimiento y alternancia entre todos. Este Camino ha sido un tanto especial, ya lo he dicho. Una vez adentrado en el mundillo caminero nunca pensé que volver a hacer únicamente Sarria-Santiago me sirviera más que aquella primera vez en la que me inicié en la Ruta Jacobea y que dicho tramo sólo sería ya para mí un lugar de paso y no de inicio, sin embargo lo he realizado ya tres veces y lo sueño de nuevo otras tantas. Tiene rincones que son tesoros para mí. La pena es que el año pasado que recorrí el Camino desde León a Santiago no disfrutase de las ultraconocidas últimas cinco etapas lo que he disfrutado este año. Habría sido grandioso. Pero esa es la magia del Camino: cada camino es diferente aunque se haga por la misma senda. Y la verdad es que de las veces que he pasado por Sarria, Portomarín, Palas de Rei, Arzúa, Pedrouzo (Arca O Pino) y el propio Santiago de Compostela ninguna ha sido con la misma gente ni de la misma manera. Eso sí, siempre alma de peregrino. El turigrinaje, los lujos, el camino a la carta y los sellos comprados no van ni irán conmigo jamás. Me mantengo firme en pasar por el Camino y que el Camino pase por mí. Y este año lo he hecho y lo ha hecho.Una vez más. Y las que quedan. Precioso camino con mis Peregrinos de Bondad, con Nadia y con Claudia en la esperanza. Ya aguardo una nueva llegada al Obradoiro que será muy especial por muchas cosas. Pero antes, lo reitero de nuevo, este Camino sí que ha sido un tanto especial, como todos los anteriores y como todos los venideros, pero éste... Muchas lágrimas en el Obradoiro. Por muchas cosas. ¡Ultreia et Suseia!
DAYSI.
En todo caso este ha sido un camino un tanto especial. Mucho. No soy partidario de hacer el Camino en grupo porque sé la guerra que puede dar un grupo en un albergue al peregrino solitario que se encuentra descansando, de hecho la he sufrido yo mismo, no soy partidario del "turigrinaje" que usa el Camino como unas vacaciones deportivo-gastronómicas, no soy partidario de que el Camino sirva para ridículas estadísticas de la nueva Oficina de la calle Carretas y se desvíen los tramos verdaderos por antojo de Concellos y amigotes de turno, no soy partidario de muchas cosas y, aún "sufriéndolas" he vuelto encantado. El Camino es el Camino y jamás dejará de ser mágico por muchos atentados que le perpetren los actos "político-vandálicos" consentidos por la Xunta del momento. Hay tantos caminos como peregrinos lo transitan y cada uno tiene su particular motivo para hacerlo. Si yo he llegado varias veces a abrazar a Santiago os puedo asegurar que ninguna de las veces el motivo ha sido el mismo. Y este año que no tenía en mente ir y mucho menos abrazarlo, he vuelto a ir y he vuelto a abrazarlo. Y quizás más con el corazón de la vida que con el de peregrino que llevo dentro.
Formamos el grupo en su mayoría integrantes de la cuadrilla cuyo 25 Aniversario celebrábamos: Chefo, Dani López, Antoñaco Romero, Víctor Manuel, Tomás Pardo y yo. Y se unieron a nosotros Julián (cuñado de Víctor Manuel), Ana María (mujer de Dani) y su amiga María Eugenia. Y así las cosas nueve peregrinos salimos desde Ciudad Real con el proyecto "Peregrinos de Bondad" hacia el corazón compostelano. Hicimos camisetas para la ocasión y paseamos con orgullo el motivo de nuestra peregrinación, el nombre de nuestra hermandad y el de nuestro titular "Nuestro Padre Jesús de la Bondad". Pero como antes decía, cada peregrino escondía su motivo personal e interno. Y el mío tenía relación con Santiago, por supuesto. Él lo sabe. Y este año haría en Compostela lo que tenía en mente hacer el año pasado a mi llegada y el destino truncó. El ánimo era distinto y la ilusión también. Siempre que llego al Obradoiro me emociono, claro, pero esta vez fue especial. Mucho. Pero mucho. Las sensaciones de revivir mis primeras etapas como peregrino, de volver a caminar por donde el año pasado me embargaba la desazón de sueños frustrados, de recorrer de nuevo los últimos cien esta vez con la ilusión por bandera y de volver a disfrutar de ciertos lugares con la esperanza de volver a volver y en la mejor compañía y, sobre todo, (respiro, cojo aliento y tecleo esperando poner todos los lugares para mí emblemáticos que nunca olvido), de saborear de nuevo mi querida Sarria, el Ponte Áspera, el roble centenario, la escalinata a Portomarín, contemplar su iglesia fortaleza, caminar al alba hasta Gónzar, sellar en Ventas de Narón, parar en la Fuente del Peregrino, llegar a Palas de Rei por su trazado de pizarras, adentrarme en el bosque a oscuras camino de San Xulián do Caminho y encontrarme con peregrinos saliendo de O Abrigadoiro, arrodillarme ante Santa María de Leboreiro, dar la mano al Cristo de Furelos, comer pulpo en Casa Ezequiel, detenerme en Boente, relajar los pies en Ribadiso da Baixo, llegar a Arzúa con la mueca del triunfo, pararme en Pregontoño, visitar a Guillermo Watt, mirar de reojo a Santa Irene, adentrarme en Pedrouzo y cruzar a Arca O Pino sin saber dónde está el límite entre ambos, enfilar hacia Lavacolla, almorzar en Casa Botana, coronar el verdadero Monte do Gozo y bajar con una mezcolanza sentimental agridulce, inexorablemente rodeado de alegría y tristeza por el mismo motivo que no es si no llegar al final, hasta el mismísimo corazón compostelano y el centro de la Plaza del Obradoiro donde contemplo (y ellas a mí) las dos altas torres que tantas añoranzas y esperanzas me traen.
Amo el Camino. No me canso de decirlo ni de recorrerlo. Siempre me regala algo y me toca la fibra interna con su magia y leyenda jacobea. Este año a los nueve peregrinos que salimos desde Ciudad Real nos regaló una nueva compañera que se convirtió en amiga, como no podía ser de otra manera: nuestra querida Nadia. Formamos el grupo las diez personas prácticamente todo el Camino con una unión y trabajo en equipo perfecto. Desde Portomarín en adelante ha sido un Camino de diez en todos los sentidos: calificación, integrantes, entendimiento y alternancia entre todos. Este Camino ha sido un tanto especial, ya lo he dicho. Una vez adentrado en el mundillo caminero nunca pensé que volver a hacer únicamente Sarria-Santiago me sirviera más que aquella primera vez en la que me inicié en la Ruta Jacobea y que dicho tramo sólo sería ya para mí un lugar de paso y no de inicio, sin embargo lo he realizado ya tres veces y lo sueño de nuevo otras tantas. Tiene rincones que son tesoros para mí. La pena es que el año pasado que recorrí el Camino desde León a Santiago no disfrutase de las ultraconocidas últimas cinco etapas lo que he disfrutado este año. Habría sido grandioso. Pero esa es la magia del Camino: cada camino es diferente aunque se haga por la misma senda. Y la verdad es que de las veces que he pasado por Sarria, Portomarín, Palas de Rei, Arzúa, Pedrouzo (Arca O Pino) y el propio Santiago de Compostela ninguna ha sido con la misma gente ni de la misma manera. Eso sí, siempre alma de peregrino. El turigrinaje, los lujos, el camino a la carta y los sellos comprados no van ni irán conmigo jamás. Me mantengo firme en pasar por el Camino y que el Camino pase por mí. Y este año lo he hecho y lo ha hecho.Una vez más. Y las que quedan. Precioso camino con mis Peregrinos de Bondad, con Nadia y con Claudia en la esperanza. Ya aguardo una nueva llegada al Obradoiro que será muy especial por muchas cosas. Pero antes, lo reitero de nuevo, este Camino sí que ha sido un tanto especial, como todos los anteriores y como todos los venideros, pero éste... Muchas lágrimas en el Obradoiro. Por muchas cosas. ¡Ultreia et Suseia!
DAYSI.
Vicarie pro Claudiam.