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De Domingo de Ramos |
Este año la Semana Grande ha sido especial. Muy especial. Ha tenido de todo empezando por un precioso pleno de cofradías en la calle y pasando por sacar un paso que nunca había sacado y dejar otro que llevaba sacando diez años. Y por supuesto tener por primera vez a mi hija en brazos en estos días que me dan vida, sensaciones y recuerdos para el resto del año. Y como ha sido todo tan especial no hago sino embaucarme en mil recuerdos y querer dejar todos los posibles plasmados por escrito para que el paso del tiempo no los borre y me ayude a recordarlos en un futuro. Ha sido como digo especial de principio a fin. Una precuaresma preciosa, una cuaresma que he podido exprimir gota a gota convirtiéndola en un saboreo constante para mi paladar cofrade, unos intensos días de vísperas y una Semana Santa que será, sin duda alguna, de las mejores de mi vida. Sólo Dios y yo sabemos lo que ha sido para mí salir de relevo en los pasos y ver a mi niña Claudia. Lo más grande.
Comenzó todo el Domingo de Pasión cuando el Nazareno enfiló la ojiva de piedra de la puerta de San Pedro para caminar por la rampa más cofrade de Ciudad Real y derrochar arte por las calles. Tenía que sacarlo. Tenía que sacarlo un año. Tenía que abrochar nuestra historia de Domingos de Pasión en la que me hice hermano, comenzó a irse una vida, comenzó a gestarse otra, una promesa y una espalda sana. Y llegó el año de mecerlo, de disfrutar de la primera de las vísperas y el primer paso de Cristo que pasea por la ciudad y de aguardar una madrugá diferente. Una madrugá que para mí este año sería mágica: lejana a mi Macarena y al Gran Poder, pero siendo los pies del Señor en mi tierra. Y así fue pero más adelante hablaré algo de ella. Dos retazos nada más. Dos retazos que fueron dos trozos de cielo bordados en mi costal con los que se obró lo anhelado.
Y llegó como llega siempre. Amanecía un espléndido Domingo de Ramos dando lugar a la Gloria del cofrade y a la vez al marchitar de la flor más esperada del año. Una semana que cuenta el tiempo al revés y que rezuma sentimiento desde al arrabal hasta el centro y desde el centro al arrabal salpicando de recuerdos las retinas que la contemplan. Vestido como la ocasión merece y estrenando siempre algo en ese día tan señalado bajé en familia a ver la procesión de la Borriquita, la que significa el inicio de todo. A mediodía me quité las galas y me puse el mono de trabajo que tanto amo: pantalón de costalero, camiseta de tirantes, sudadera de hermandad y botines negros para ser los pies de Dios Cautivo. El Rabí me esperaba. Y yo a Él. Como cada Domingo de Ramos la añoranza me tira un dardo desde la calle Sol pero los sones de Santo Tomás, mis amigos bajo el paso y la Hermandad del Prendimiento, me recuerdan que Dios sólo hay uno y las advocaciones son solo nombres de una misma fe. Y lo que vivo debajo del Cautivo es una preciosidad. Y cada año más.
La siguiente parada en el metro del costal llegaba el Martes Santo al andén de las puertas del Carmelo. Y allí me bajé. Costal y terno negro bajo un Señor de las Penas con oración carmelitana y discurrir añejo y rancio por las calles del centro. Empecé de la mano de Marcelino padre en el mundo del costal, pasaron años y llegué junto a él de nuevo en la cofradía seria y silente del Martes Santo, con amigos, con gente buena, con gente de oficio y raza costalera. Se fueron yendo algunos y el Señor llamó a su vera al capataz, pero seguí ahí con Marcelino hijo, amigo, compañero y también capataz y costalero. A sus órdenes señeras. Y este año, tras ser cuna de arpillera de Nuestro Padre Jesús de las Penas durante diez años, me he retirado de esa cuadrilla y de ese rachear en silencio que empecé de la mano de un padre y terminé en la de su hijo. Cuando posé el zanco del paso en el mármol de la iglesia me invadieron mil sentimientos. Ahí quedó, Marcelino Abenza. Y es que es un Cristo que se le quiere, que se le coge cariño, porque va muy solo, me dijo una vez un amigo. Y es así. Desde que lo conozco los Martes Santo son especiales. Ya no estaré bajo Él pero seguiré a su vera y luchando para que resplandezca la Luz, esa Luz de la Plazuela, esa Luz que habita en el Carmen con su túnica medio abierta y que, quién sabe, si me haría de nuevo costalero de las Penas...
Continuará en UNA SEMANA SANTA ESPECIAL II...
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