Era de esas veces que apetecía acariciar el papel con la pluma, derramando por la tinta sentimientos de hombre bueno, de cofrade y costalero que se enorgullece de serlo y que no titubea en decirlo a los cuatro vientos de modo que la veleta que corona el torreón de su creencia, gire señalando al norte la igualá de sus desmanes para poner en orden los desvelos de las noches aguardando una Cuaresma mientras pasan por el año los períodos estivales, los colores ocres del otoño, las nevadas de sensaciones con anhelos y futuros sueños que saldrán del letargo en primavera cuando cambie al fin el viento. Y chirriando en su anclaje oxidado por la mezcolanza de las lluvias y del tiempo, señalase la punta al este el despertar de sus racheos entre abrazos de veteranos e ilusión de los noveles, de un puñado de peones que se fajan entre ellos protegiendo sus espaldas como un buen padre de familia protege las de su casa mientras sigue construyendo sus presentes sin saberlo. Y cambiando radicalmente del levante hacia el poniente, señalase la veleta la dirección de Finisterre, allá para el oeste, donde las aguas se duermen entre el sol que las contempla y el cofrade, absorto ante dicha imagen, bien se mira por dentro y sabe que llegará el día que amanezca un nuevo Domingo de Ramos. Y, por fin, en brusco giro y con un drástico suspiro chille de nuevo el metal rotando sobre su eje y apunte al sur más sureño, ese de playas de ensueño, de pescaítos, de adobos y de comparsas carnavaleras, ese mismo que a nuestra alma hace que se ilumine tenuemente, como una candelería cuando viene de recogía formando caprichosas formas de derretida cera al compás de bambalinas, mientras la melodía de una marcha silbada por un adolescente en reflejo de su memoria, va alimentando la llama y agrandando esa luz interna que finalmente se escapa por la mirada del que es cofrade durante todos los días, meses y años que nacen del calendario soplen los vientos que soplen.
Hay días que la raigambre te domina y, a decir verdad, lo viene haciendo siempre pues una vez se mete dentro de tu ser, sin que te des cuenta te invade. Y va creciendo y se expande. Y cuando darte cuenta quieres ya no puedes, ya es muy tarde, ya se funden tus metales. Ya eres cofrade cerrado y no puedes conocerte ni cambiarte. Debes acostumbrarte a vivir con tu raigambre y permitirle que siga enraizándose en tus tramos, pasados presentes y venideros, esos tramos de la vida en los que llevas la varita, cirio nuevo o manigueta. Y sois los dos un conjunto, mismo ser y sentimiento. Caminando por las calles la notas en tu yo interno, allá en un azulejo, aquí en un bello recuerdo y, unos metros más delante, en un almanaque de nuevo. Convives con ella y ella contigo pero hay días que te domina. Ya lo he dicho antes. Te domina y te desborda y le gritas al mundo entero, aunque no les importe ni un pelo, que tú eres cofrade de ensueño. Ni sabes cuándo siquiera comenzó a inundarte su veneno pero cerrando los ojos recuerdas cuando eras muy pequeño y de la mano de tu abuelo sonaban tambores al cielo. Y creciendo entre los redobles te hiciste docto en las letras que hoy forman tu culta ciencia: imaginero, respiradero, candelero y costalero. Puedes incluso verterte a ti mismo por los atriles derrochando con elegancia el sentimiento que compartes con los que son tus iguales. E igualmente pueden ellos. Y entre todos entenderos. Y no te digo más si es como hoy que la raigambre te domina...
Te das cuenta que la dulzura emana sola rematando tus viejas maderas encoladas con la mirada tierna y dulce de tus abuelas. Un repeluco muy grande te recorre cuando te encuentras contigo mismo, frente con frente y te desbordas en sentimientos como un alba de primavera cuando vuelan los vencejos anunciando que ya es verano aunque todavía queden días por caerse del calendario. Y recónditas oraciones para afirmar que eres cofrade, ¿hay forma más bella de gritar? Es como el grito callado que se da en la Catedral cuando quien de verdad la quiere la contempla y clava sus pupilas en las suyas azules y suspira por Ella, Prado y soberana, madre de los manchegos y de mi tierra amada. ¿Hay forma más bella de gritar te digo? Sólo quien te conozca sabrá enderezar las volutas de mis palabras y saber lo que te digo, que ser cofrade no es solo querer a tus titulares y rezarles un Padre Nuestro. Es una forma de vida, es mucho más que todo eso, es descubrir en unas letras toda una vida de sentimiento colgado en una medalla que pende de un cabecero y que cose con firme punto cofradías de penitencia, Patronas de Gloria y Señoras que reciben un Ave María ya sea en Abril entre suspiros o ya sea ante su Camarín con firme vuelo.
Ardía la mecha de un cirio que alumbraba tu rostro moreno. Era la vela doce del planillo de tu suelo. Era una de las piezas que daban forman a esa algarabía de pequeñas llamas que dan luz para ver tu cara iluminada. Esa cara que un cofrade sabe ver con los ojos cerrados pero que se deshace entre miradas de la noche recién llegada y las palabras no llegan a acariciarte porque no hay palabras que ello puedan y, al fin, la mejor forma de mirarte y no llorarte es cerrarte los ojos pues los tuyos no hay quien los aguante. ¡Fíjate qué grande es ser cofrade! Es todo el año desearte y cuando al fin yo mismo te tengo en la calle para a todas luces contemplarte, sentirme pequeño y efímero y no atreverme a mirarte. Y teniéndote justo delante cerrar mis ojos y soñarte igual que hago el resto de días con la veleta oscilante. Entre un parpadeo te veo y te contemplo y no hay manera mejor de plasmar lo que pudiera decirte que en esos ojos entreabiertos que Tú sabes entender. Es sólo un momento, un mágico momento que mantiene vivo todo el año hasta que llegue de nuevo ese instante. Y no hacen falta versos, ni rimas, ni forzados textos cuando a raudales fluyen las palabras a tu velo y se enorgullecen de serlo y de brotar de un corazón que es cofrade y que es sincero y que sueña con besar tu mano en Navidad de nuevo. Y es que hoy era de esas veces que apetecía acariciar el papel con la pluma, derramando por la tinta sentimientos de hombre bueno, de cofrade y costalero que se enorgullece de serlo...
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