viernes, 23 de noviembre de 2018

LEYENDA DEL CISQUERO

Cuentan las calladas y silentes piedras de San Lorenzo, a quien las sabe escuchar, que en un rincón de la Placita vive un hombre bueno que bien pudiera ser el mismo Dios aunque haya quien no lo crea. Dicen que viste túnica morada y aprieta entre sus manos un madero y que, aunque no lo parezca, sonríe cuando los vencejos vuelan de madrugada y comienza a despuntar el alba. Tiene la cara y las manos muy morenas, casi negras, como los trabajadores del carbón y, por ello, los antiguos sevillanos y algún que otro cofrade culto, lo llaman el Cisquero. Se oye que aúna la dualidad que habita en Híspalis en Él mismo. Ni barrio, ni centro. Ni capa, ni negro. Ni Nervión, ni la Palmera. Ni el Arco, ni Pureza. Ni música, ni silencio. El Señor. Y con eso basta. Y no hay hispalense que discuta quién es quien manda en Sevilla cuando de la fe se habla. Lo han visto caminar entre las gentes, arrullar a un niño entre sus brazos, calmar el llanto de la Macarena y hacer sonreír a la Trianera. Se sabe que todo lo puede y que quien lo visita se encoge. ¿Hay alguien que le aguante la mirada cuando en su besamanos te lo encuentras cara a cara?

Se oye que una vez un hombre que iba siempre a visitarlo le pedía con deseo que su hijo se sanase de una mala enfermedad. Tanto fue a su casa a verlo que le hablaba al propio Dios de tú a tú, como a un amigo, como cuando confiesas tus pecados con un ser querido. Y el Cisquero lo miraba con ternura y con pasión, pero escribiendo unos renglones que no los entiende nadie, llamó al muchacho a su vera y lo alejó de la de su padre. Volvió el hombre bueno y lleno de fe a San Lorenzo y mirando al Gran Poder a la cara le espetó el haberle fallado, cosa que él nunca hizo cuando iba a visitarlo. Y juró que no volvería a pisar su casa santa y que si quisiera Él verlo, tendría que apañárselas para salir de su Basílica y encontrarse en su morada. Pensó por una vez que era el Cisquero sólo un cristo de madera y que no tendría el gran poder que lleva por nombre para acometer esa empresa. Y se marchó el hombre llorando por las pérdidas habidas, la del hijo y la del amigo que en San Lorenzo habita y mascando entre su orgullo que no podría nunca el Cisquero aceptar el reto y suturar su herida.
Y llegó la madrugada. Esa que cuando la noche se torna en color de agua anisada y pelean la luna y el sol por alumbrar la mañana, los jilgueros cantan que vuelve el Señor andando, pasito a paso a su casa. Pero aquel año el Cielo pintaba negro, muy negro, como las manos del Cisquero por el color que le dan las mechas de los cirios que le alumbran en San Lorenzo. Y se abrieron las nubes y cayó la lluvia mojando el paso del Señor, su túnica y su barbilla, mientras su mirada dulce buscaba en Sevilla una casa donde resguardarse. Y ocurrió la maravilla. Esa que sólo el Gran Poder puede hacer y que escribió en su mandato para cumplir lo retado sin que nadie lo hubiera imaginado. La Hermandad puso rumbo a unas portadas para proteger el paso, mientras la lluvia arreciaba y la madrugada negra un milagro presagiaba. Llegó la Cruz de Guía a una humilde morada, con un gran zaguán y unas altas portadas. Y vieron que era bueno el lugar para que el Señor parara. Llamaron a la puerta de aquella casa, en la que vivía un hombre bueno que todavía lloraba la pérdida de un hijo al que mucho amaba. Lo despertaron de madrugada. ¿Quién es? La Hermandad del Gran Poder te llama. Y al abrir la puerta vio al Cisquero cara a cara. Había ido a su casa a verlo tal cual como él le retara. Se fundieron las miradas y sobraron las palabras.

Muchas fueron las lágrimas y tintas vertidas por aquella madrugada. El Gran Poder de Dios otra vez manifestaba que sólo Él puede hacer lo que nadie cree que haga. Y esto mismo me pasó a mí aunque no de madrugada. Y por otro motivo. Pero Él así lo quiso y fue una señal que no se olvida. Siempre hube pregonado que cuando mi hija naciera lo primero que haría en la ciudad de Sevilla, sería ir a verla. No podía ser de otra manera. Mi alma macarena así lo quisiera. Llevar a mi niña Claudia allí donde vive la Esperanza debería haber sido la primera hazaña. Sin embargo y sin planearlo actuó de nuevo el Cisquero. Aquí primero. No sé cómo ocurrió ni recuerdo por qué sucedió. Pero mis pasos de alguna manera cambiaron el rumbo de la Macarena y fueron a parar a San Lorenzo, a la Basílica donde vive el mismo Dios con el que me encontré de nuevo. Y de esta manera fue su casa la primera que pisó mi hija. Y después la de su Madre, la que por concordia le cede el puesto y nos lleva en volandas, sin darnos cuenta siquiera, hasta el barrio que lleva el nombre de su nombre: Macarena. Así se las gasta el Gran Poder. Y es que, no lo olvidéis, lo creáis o no, el Cisquero... es el Cisquero. Y será el mismo Dios para el pobre y el enfermo, el mismo que se ve al fondo de una esquinita en San Lorenzo, el mismo que nos ampare en la tierra y en el Cielo.

viernes, 9 de noviembre de 2018

UNA VISITA A MARQUINETTI

Lo primero es lo primero y no es por darme publicidad a mí mismo como letrado, pero todo empezó cuando gané un pleito importante a la Junta de Comunidades de Castilla la Mancha. Pleitos tengas y los ganes, como dicen los gitanos. Aunque más bien yo diría pleitos tengas y los cobres. Que esa es otra. Hasta que se cobran las costas devengadas y merecidas puedes estar sentado en un serijo y dejar que la barba crezca a su amor. Cuando comiences a parecer un antiguo druida llegará por fin lo debido a tu cartera. Y si es con una administración de por medio procura que el serijo sea cómodo. Así pues hace años que pensé que cuando cobrase el pleito invitaría a comer a toda la familia a algún lugar curioso y que no conocieran. Sí, sí. Años digo. Gané el juicio de marras hace varios años y lo he cobrado hace poco. Y como lo prometido es deuda, barajé destinos y al final me decidí por la pizzería Marquinetti, cuyo chef ha sido varias veces campeón del mundo y de España en diversas categorías. Organicé todo, reservé con antelación y allá que me llevé a mi mujer, mi hija, mis padres, mis suegros y al Tormento, mi hermana, claro. "Atormentando al mundo desde 1990". Es como el anuncio del turrón. Y no para.

Fuimos aprovechado la Fiesta de Todos los Santos y que ninguno teníamos que trabajar. El sitio ya lo conocía y merece la pena. Por eso me decanté por él. Y fue un éxito. Apostar a caballo ganador siempre es un éxito, así es que no me compliqué. El lugar, el personal, el trato, el servicio y el ambiente es excepcional. Y la carta, claro. Era lo principal. Pizzas que jamás imaginarías y con un tipo de masa que no te cansas de comer. Es curioso que todas las comidas cuya base fundamental son los hidratos, las harinas, las levaduras, etc, antes o después te empachan, te dan una sensación de saciedad y de estómago lleno porque la mente se cansa del mismo sabor y consistencia. Es por ello que en ocasiones hay gente que se come varios trozos de una pizza grande y se llena y sin embargo de una pizza artesana puede comerse la pizza entera. Y si es de diferentes pizzas y cada una con una masa distinta incluso más aún. Parezco un maestro del asunto escribiendo esto pero nada más lejos de la realidad. Sólo sé esos detalles por las explicaciones que me han dado algunos pizzeros que conozco a los que les he preguntado al respecto y todos dicen lo mismo: "El secreto está en la masa". Parece un eslogan pero no lo es, es la realidad.Y en Marquinetti igual.

Las elegidas para la visita gastronómica fueron "Fantasía de la Granja" (Campeona del Mundo a la calidad), "Rolling" (Pizza Nº 1 en ventas, homenaje al grupo musical Rolling Stone y que ellos mismos han probado), "Mare e Monti piú picante" (Campeona del Mundo por equipos), "Reina del Otoño" (la pizza emblemática la temporada) y "Mar de Quesos" (compuesta literalmente según la carta por un manchego y cuatro de la Mancha). Todo un festín al paladar. Con que vayáis viendo las fotos os podéis hacer a la idea. No faltó un buen vino de la tierra y unos postres que pusieran un dulce chimpón al atracón de placer pizzero que nos dimos. Aunque hay que decir que quién mejor lo hizo fue mi Niña Claudia con tan sólo veinte meses. Teníamos preparada su comida para la hora de costumbre, tempranito, antes de comer nosotros pues la reserva en Marquinetti era a las 15;15 y confiábamos en que se comiera su potito y se durmiera tranquilamente un rato mientras nosotros comíamos. Pero es inteligente hasta para eso. Llegando a Tomelloso con el coche empezó a ponerse modorra para dormir y nada más aparcar y ponerla en su carrito se quedó frita. ¿Sabéis cuando despertó? Cuando los mayores nos sentábamos a la mesa. ¡Y que se fuera a quedar ella sin comer pizza con lo tragoncilla que es! Nanai. Se desperezó, la pusimos en una trona y disfrutó más que nadie de la comilona probando las pizzas, recibiendo cien caricias y regalando mil sonrisas.

Días como éste, de pequeños homenajes, de felicidad compartida y, sobre todo, de disfrutar de algo que consideras haber ganado honradamente son los que debidamente llenan la alacena de la vida y los que deseo a todo el mundo. Las pizzas, sin duda, así saben mejor. Y si es en Marquinetti más. Recomiendo el lugar como hombre de buen yantar, como cocinillas aficionado, como guisandero en las juntas de amigos y como manchego que admira que un hombre de Tomelloso, corazón de la Mancha, haya logrado ser varias veces campeón de España y Campeón del Mundo. Desde aquí mi reconocimiento y admiración a Jesús Marquina Cepeda, apodado cariñosamente por los italianos con los que se formó en el arte de las pizzas como "Il dottore Marquinetti", de donde toma el nombre su restaurante. Podréis ver en el local los diferentes premios que ha ganado, la escuela de pizzeros que montó y dirige personalmente y el impecable trabajo de su gente. Merece la pena, de verdad. Lo dicho, pleitos tengáis y los cobréis. Y luego a disfrutad un pellizquito con los vuestros en un lugar al que no siempre podáis ir. ¡Y ojo que no sale tan caro como se pueda pensar! No os equivoquéis. Es totalmente asumible. Un capricho no cotidiano pero sí permitido. No os arrepentiréis. ¡Hasta otra!