miércoles, 30 de enero de 2019

LA VIDA SIGUE IGUAL

Todos los años me pasa con Enero lo mismo. Comienzo a soñar la agenda más inmediata que culminará en la próxima Navidad. Van pasando los años e intento ser consciente de que año pasado es año que no volverá. Por ello me afano en intentar exprimir al máximo cada segundo, cada minuto, cada día, cada mes y cada año que se van cayendo del calendario. Y aunque disfruto todo lo posible el tiempo me va ganando la batalla y eso forma parte del juego de la vida. Cuando estamos felices parece que vuela y cuando estamos tristes parece que se detiene, pero, sin embargo, las agujas del reloj van siempre al mismo son como las bambalinas de un palio bien andado. Aún así creo que la mejor definición y, sobre todo, sensación es que la vida sigue igual. En ocasiones el duende del mundo nos toca con la varita mágica de la fortuna y otras veces nos señala con la vara del infortunio pero la vida sigue y hay que seguir saboreándola. Este Enero me disponía a realizar mi agenda y, por cierto, modificada y no poco. Por deciros algo, en Agosto no me iba a ir al Camino de Santiago. Imagináos el cambio. Pero se torció el proyecto de la nueva vida y hubo que volver a hinchar las velas y navegar. Y sí, la vida sigue igual...

Finalmente la agenda quedó como a mí me gusta. Y me gusta así porque es mi vida y me he encargado de irla diseñando poco a poco conforme han ido pasando los años. En Enero algún día de campo y vuelta al senderismo. En Febrero igualás y ensayos. En Marzo despunte de azahar, parihuelas y pregones. En Abril la Gloria cofradiera. En Mayo las romerías y primeras barbacoas. En Junio comienza la vida en el chalet. En Julio limoná, Pandorga y portazo al trabajo. En Agosto vacaciones, Camino de Santiago y familia. En Septiembre las Ferias de mi tierra. En Octubre aventuras quijotescas y retorno a las costumbres. En Noviembre primeros pucheros y caminatas por los bosques. En Diciembre tradiciones y nuevos sueños. Y entremedias seguirán los pleitos, los partidos de pádel, los planes improvisados, algún revés y muchas sonrisas. Así es como pasan los meses y me gusta cada uno como es. Y las estaciones igual. Me gustan cada una con sus peculiaridades. Parece que es siempre lo mismo pero no lo es. Y sí, la vida sigue igual...

Mientras tecleo y voy volcando sensaciones, emociones y deseos que quien bien me conoce sabrá apreciar, retumba en mi cabeza la canción de Julio Iglesias que describe perfectamente este ciclo de la vida en el que formamos parte desde antes de nacer y del que seguiremos formando parte cuando ya no estemos. Hemos concluido trabajos iniciados por otros y alguien concluirá los nuestros. Aunque no nos demos cuenta el sol no para y sigue saliendo todos los días. Hay que aprovechar cada día y sonreír. Seguro que hay algún motivo para ello por difícil que parezca y, si no lo encontramos, el tiempo nos hará verlo cuando sea preciso. De hecho si no lo aprovechamos en su momento, por lo menos tendremos ganas de recuperar ese tiempo perdido y haremos planes, tendremos proyectos, soñaremos y, lo más importante, nos sentiremos vivos y viviremos. De eso se trata. De vivir. La vida sigue igual. La letra de la canción es sabia y no es lo mismo oírla que leerla detenidamente. Hacedlo. Y si la conocéis, cantadla a la vez. Veréis que merece la pena. Unos que nacen, otros morirán, unos que ríen, otros llorarán, aguas sin cauces, ríos sin mar, penas y glorias, guerras y paz. Siempre hay por quien vivir y a quien amar. Siempre hay por qué vivir, por qué luchar. Al final, las obras quedan, la gente se va, otros que vienen las continuarán, la vida sigue igual...

Esta reflexión viene aunque no lo parezca o no se le note vinculación a mi estado de ánimo porque estoy feliz. Todos los años miro para atrás en estas fechas y pienso que mereció la pena. Y cojo fuerza para seguir enrolándome en proyectos nuevos y seguir manteniendo los que ya tengo. No concibo ahora mismo no sacar pasos con mi gente, no caminar por Castilla, no soñar con seguir afianzando y ampliando mi familia, no seguir aprendiendo de mis mayores su raigambre y sabiduría popular, no visitar de vez en cuando mi querida Sevilla, no bañarme en las aguas del Mediterráneo, no llenar en las fiestas un lebrillo de zurra, no guisar a la lumbre alboronías, no desear ciertos momentos, no luchar por proseguir mi formación y, sobre todo, no dejar de seguir siendo yo. Con el paso del tiempo descubres que el mayor tribunal es la conciencia de cada uno y que cuando una persona al final del día se tumba en la cama a dormir y está tranquila y satisfecha es porque lo está haciendo bien. Lo demás puede seguir o no. Esa persona antes no existía y la vida ya existía. Esa persona dejará de existir y la vida seguirá. Hay que vivir e intentar ser lo más feliz posible. Merecerá la pena. Sonreíd, llorad cuando haya que hacerlo y volver a sonreír. Vivid. Y sí, la vida sigue igual...

jueves, 17 de enero de 2019

RETAZOS DE JENGIBRE EN LA MOCHILA

Todos sabéis de mi amor por el Camino de Santiago. Quien me conoce sabe que vivo tejiendo paralelismos con mis aficiones y la vida real. Cuando tengo un problema lo afronto (o lo intento) como costalero de la vida y no sólo de los pasos: apretando los dientes, tirando para arriba y concienciándome de que la chicotá es dura. Y con la peregrinación igual. Si mi amada Ruta Jacobea ya es de por sí un paralelismo con la propia vida, mis vivencias en la misma me sirven para hilvanar costuras frente al espejo de mi propio día a día. Y es por ello que creo firmemente que, como diría Antxón, al fin y al cabo la vida es caminar. Así pues guardo en la mochila de mi peregrinación por esta vida la mayor parte de recuerdos, añoranzas, melancolías, pinceladas y retazos que al salir de la misma por un rato me dibujen una sonrisa que haga pensar al alma que mereció la pena. Y uno de esos retazos ocurrió esta pasada Navidad. Por eso abro este año el Rincón narrando el mismo ya que, aunque pequeño y cotidiano, el ratito que supuso ese pequeño tramo de camino por la vida ya va incorporado a mi mochila y os garantizo que me hace sonreír a cada instante que lo recuerdo.

Se me ocurrió, lo preparé y lo hice: un agradable rato de cocina con mi pequeña Claudia haciendo navideñas galletas de jengibre. Es muy chiquitina aún pero le encanta ayudar a las tareas de casa como si fuera un juego con papá y mamá, así es que conforme vio que me ponía la chaquetilla de cocinero y la ataviaba a ella con un mandil ya sabía que algo bueno iba a pasar. No os podéis imaginar su cara cuando le dejé todos los moldes metálicos para que los cogiese y jugase mientras le explicaba que íbamos a hacer unas galletas y que luego se podría comer algún trozo. Apunto aquí que tiene tan solo veinte meses y no puede comer todo lo que le venga en gana pero es decirle que al terminar una tarea va a comer algo y le brillan los ojos de ilusión. Así es que cuando jugando con los moldes le dejé los botes de especias y le daban olor a anís estrellado y azúcar vainillado su alegría crecía. Y cuando hice la masa y ella empezó a extenderla con el rodillo ayudada por Gemma ya fue el culmen de su felicidad. La verdad es que nos lo pasamos genial viéndola disfrutar tantísimo. Es por ello que desde el primer momento que lo intuí empecé a hacer fotos de ese rato tan entrañable y decidí compartirlo en el Rincón para que perdurase.


Ahora cierro los ojos y va camino ya de un mes de aquella tarde pero ese retazo ya va guardado en mi mochila. Y hoy colocando las cosas de mi interior en orden ha salido a la luz y he vuelto a saborear esa tarde navideña mientras recordaba la cantidad de veces que hube soñado momentos así. Me gusta, como el Camino, vivir esos tramos de vida tres veces: cuando los sueñas, cuando los haces y cuando los recuerdas. Es la forma más preciosa de mantener la sonrisa por ellos. Fijáos, quienes seáis asiduos a este humilde blog, la cantidad de cosas cotidianas que narro en el mismo. Pues bien, ellas son, de una manera u otra, mi más pura esencia. Quien me conoce lo sabe. Me gusta compartir las alegrías y los triunfos y, para mí, una alegre tarde de cocina con mi hija ya es una alegría enorme y un genial triunfo. Simplemente haciendo aquellas galletas de jengibre se llenó la casa de olor a obrador de dulce y de miradas que brillaban igual que los sueños cuando es Viernes. Ya decía Sócrates que la verdadera belleza está en lo simple. En este caso fueron unas galletas. No más.


En estos días han seguido siendo Pascuas hasta hoy que es San Antón y por eso han seguido cascabeleando por casa los adornos, las luces, los polvorones sobrantes y los recuerdos de la recién pasada Navidad. Pero sin duda, cada Navidad se recuerda por algo. Y ésta la recordaré por ser la primera en la que cocinamos algo en familia típico de estas fechas, haciendo partícipe de ello a Claudia. Ya mismo avanza el calendario y lo mismo os cuento que ha guisado conmigo espinacas con garbanzos e incluso torrijas. Si va a disfrutar tanto como haciendo un ejército de hombrecillos de jengibre merecerá la pena. Y, por supuesto, también sería un bonito retazo que quedaría dulcemente guardado en la mochila de recuerdos del camino de la vida. Al fin y al cabo los recuerdos son de las  más intimas pertenencias de uno mismo que no son materiales y nadie nos puede robar. Y siempre están ahí acechando en la memoria para volver a revivirlas. Y cuando no nos acordamos de alguno es porque está demasiado escondido en la mochila pero, antes o después, aflora. Igual que la sonrisa que lleva aparejada. Igual que la felicidad que tuve una tarde de Diciembre haciendo unas galletas y convirtiendo ese ratito en un trocito de mi historia... ¡Hasta otra!