Si hay una actividad familiar que en mi entorno agrupa tradición, costumbre y maneras es, sin duda, la conserva. Todos los años se repite el ritual. Buscamos por los pueblos los mejores tomates y pimientos que haya habido en la temporada y nos ponemos manos a la obra. No todos los años la cosecha es igual en los mismos sitios, pues fenómenos como una ola de calor pueden echar a perder las matas y que la recolecta no sea propicia. A mí, costumbrista por naturaleza y convencido, me gustaría que siempre fuera mi conserva del mismo origen, pero a fuerza de variaciones y variedades impuestas por agentes externos, lo que finalmente se ha convertido en tradición es buscar en su momento el mejor producto. De este modo los días previos a Septiembre es fácil verme recorriendo los pueblos de mi querida Mancha preguntando y chismorreando cuáles son los mejores tomates para freír, los mejores pimientos para hacer pisto y cuánto vale cada cajón. De este modo unos años hacemos la conserva con producto fernanduco, otro con producto malagonero, otro con producto almagreño y así. Y eso es costumbre ya y al final del estío vacacional y en el campo nos reúne a mis padres, mi hermana, mi mujer y mi hija en torno a un hogaril, un leñero y una sartén grande. Cositas de esas que me gustan a mí que se repitan y que me alegran y me gusta reflejar por escrito per saecula.
Este año (despejo la incógnita pronto) los tomates de pera los compramos en Malagón, los tomates redondos gordos en Bolaños de Calatrava y los pimientos en Fernán Caballero. ¿Por qué? Fácil. Porque me enteré que los tomates de pera de Malagón han sido los mejores de la comarca criados en invernadero y ecológicos. Los tomates gordos de Angelita en Bolaños han sido los mejores de la provincia en peso y tamaño medio. Y los pimientos fernanducos del pueblo han sido uno de los ingredientes del pisto campeón del Concurso de las Ferias de San Agustín (que lo ganó precisamente el agricultor que los cría). Esos fueron los motivos por los que elegí esas hortalizas para la faena anual de la conserva. Y, desde luego, en el resultado se nota. Y en la alacena también. Hemos sacado tres cajones de tarros que aguardan su momento. Y lo mejor, para mí, es cuando llegan los días de invierno frío y duro o los primeros albores de la primavera y se abre en casa un bote de tomate frito o de pisto que guarda celosamente el sabor de haberse guisado sin prisa en la lumbre, se sirve sobre un plato y se corona con unos huevos fritos en lo alto. Y si previamente nos da por abrir otro bote con caldo de jamón o de pollo que también es casero, hecho en puchero de barro al rescoldo del fuego, echarle unos fideos y enjaretar una sopa de primer plato, el paraíso está servido.
La verdad es que para mí el hecho de la conserva es algo así como creo que sería antaño para mis mayores la matanza. Se aunaba la familia en torno a una faena y en todos en su medida colaboraban. Yo ya he involucrado a mi pequeña Claudia también. Con sus dos añitos y medio ya ayuda. Su tarea es probar cómo va evolucionando el sabor del tomate frito y del pisto. A ella siempre le sabe rico y pide más. Es manchega de nacimiento, como su padre y es feliz estando con nosotros entre las hortalizas, el fuego, los tarros y los sabores de nuestra tierra. Y nosotros de verla de tal guisa somos más felices todavía. Si bien es cierto que son unos días de bastante batalla (teniendo que vigilar a Claudia más) pues la conserva conlleva unos ratos grandes de paciencia y algunos momentos de trabajo a destajo, el resultado final siempre merece la pena. Quizás con el paso de los meses no se valoran esas horas de tarea pero los botes desprenden aroma de guiso, cariño y tradición combinado con esfuerzo, labor y faena. Y eso estoy convencido que en el sabor se nota. Por eso se repite año tras año de manera tradicional y al llegar el momento nos preparamos mentalmente de la que se avecina. Pero, insisto, el resultado merece la pena.
Siempre cuento estas cosas en el blog porque me parecen lo más bello de la vida. Son las pequeñas aventuras que regala el lapso del tiempo y que en realidad son las que llenan nuestras agendas de recuerdos. Me gusta narrar las cosas cotidianas por dos motivos, primero porque me encanta releerlas tiempo después y segundo porque aunque no lo creamos son retazos que hacen que el transcurso de la vida tenga sentido aunque no lo creamos. Estos momentos de felicidad son los que finalmente quedan plasmados con una fotografía espontánea que nos alegra encontrarnos años después. Así es que yo, consciente de querer mantener estas memorias, intento de vez en cuando retener algunas de ellas a través de este humilde Rincón. De hecho, quien sea asiduo al mismo comprobará que no es la primera vez que escribo acerca de cuestiones que a primera vista parecen banales y sin embargo son la vida misma. En este caso tuve claro desde que llegó al fecha de la conserva que le dedicaría a la misma un hueco en la estantería de este "periódico de internet", como yo le explicaba a mi abuela para que supiera lo que era un blog. Mi blog. El rinconcito donde me muestro abierto y comparto y guardo mis vivencias aunque sean, simplemente, cosas como que en casa hacemos conserva anualmente. Para mí merece la pena. ¡¡Hasta la próxima!!
La verdad es que para mí el hecho de la conserva es algo así como creo que sería antaño para mis mayores la matanza. Se aunaba la familia en torno a una faena y en todos en su medida colaboraban. Yo ya he involucrado a mi pequeña Claudia también. Con sus dos añitos y medio ya ayuda. Su tarea es probar cómo va evolucionando el sabor del tomate frito y del pisto. A ella siempre le sabe rico y pide más. Es manchega de nacimiento, como su padre y es feliz estando con nosotros entre las hortalizas, el fuego, los tarros y los sabores de nuestra tierra. Y nosotros de verla de tal guisa somos más felices todavía. Si bien es cierto que son unos días de bastante batalla (teniendo que vigilar a Claudia más) pues la conserva conlleva unos ratos grandes de paciencia y algunos momentos de trabajo a destajo, el resultado final siempre merece la pena. Quizás con el paso de los meses no se valoran esas horas de tarea pero los botes desprenden aroma de guiso, cariño y tradición combinado con esfuerzo, labor y faena. Y eso estoy convencido que en el sabor se nota. Por eso se repite año tras año de manera tradicional y al llegar el momento nos preparamos mentalmente de la que se avecina. Pero, insisto, el resultado merece la pena.
Siempre cuento estas cosas en el blog porque me parecen lo más bello de la vida. Son las pequeñas aventuras que regala el lapso del tiempo y que en realidad son las que llenan nuestras agendas de recuerdos. Me gusta narrar las cosas cotidianas por dos motivos, primero porque me encanta releerlas tiempo después y segundo porque aunque no lo creamos son retazos que hacen que el transcurso de la vida tenga sentido aunque no lo creamos. Estos momentos de felicidad son los que finalmente quedan plasmados con una fotografía espontánea que nos alegra encontrarnos años después. Así es que yo, consciente de querer mantener estas memorias, intento de vez en cuando retener algunas de ellas a través de este humilde Rincón. De hecho, quien sea asiduo al mismo comprobará que no es la primera vez que escribo acerca de cuestiones que a primera vista parecen banales y sin embargo son la vida misma. En este caso tuve claro desde que llegó al fecha de la conserva que le dedicaría a la misma un hueco en la estantería de este "periódico de internet", como yo le explicaba a mi abuela para que supiera lo que era un blog. Mi blog. El rinconcito donde me muestro abierto y comparto y guardo mis vivencias aunque sean, simplemente, cosas como que en casa hacemos conserva anualmente. Para mí merece la pena. ¡¡Hasta la próxima!!
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