Me llegó la cosa de rebote y sin esperarlo, como suelen llegar las aventuras nuevas y las invitaciones a los retos. Estaba tranquilo en casa y pitó el móvil. Un whatsapp de mi hermana diciéndome que podíamos hacer cerveza casera. Que lo habían visto ella y mi padre en televisión y les había llamado la atención. No sabía ni por dónde cogerlo. Jamás me lo había planteado, ni sabía lo más mínimo de ello pero, como siempre estoy entretenido con algo, le dije que cuando terminase las empresas que traía entre manos podíamos verlo. Así pues culminé mis tareas de guisar aceitunas y hacer pacharán durante esos días y me dispuse a indagar sobre el asunto y empaparme algo del tema. ¡Menudo mundillo! Debe ser una afición con arraigo y muy extendida porque hay infinidad de información sobre la misma. Mi mente no daba a basto asimilando términos al respecto: fermentador, lúpulo, extracto de malta, dextrosa, airlock, chapador, etc. Y todo ello venía en el mismo kit para iniciarse. Sí, sí, para iniciarse. Los kit cerveceros para gente que ya sabe son alucinantes. Yo no era capaz de procesar todos los datos pero iba surgiendo en mí la atracción del reto y la aventura: hacer mi propia cerveza. Mi hermana tan feliz añadía más ganas ideando ya el poder embotellarla y ponerle etiquetas personalizadas. Y para colmo, el precio de un señor kit bien completo que incluía todo el material necesario y los ingredientes para hacer prácticamente veinticinco litros de cerveza no era nada caro. Mi mujer, la pobre, estaba ajena a mi mente maquinando estas trastadas. Vamos allá y ya veremos por donde sale la cosa, pensé. Y en eso estamos.
Primera tarea. Adquirir el kit, identificar las piezas, montarlo y recibir las sorpresas no esperadas. Es que en este universo de cerveceros caseros hay mil cosas y cuestiones que no sabes que te van abordando sobre la marcha. Forma parte de la aventura el ir poniendo soluciones a lo que surja, claro está. Y me surgieron dos primeros impedimentos que hube de superar con paciencia. El primero fue mi mujer. Y, ojo, no la culpo. Me aguanta mil aficiones y recibir la noticia de que pretendes convertirle una parte de la casa en un especie de laboratorio y fábrica de cerveza no debe ser muy ilusionante. Máxime cuando tienes una niña pequeña de dos años y medio de edad campando a sus anchas por todos los rincones del hogar y puede haber como novedosa atracción un fermentador de unos treinta litros, probetas, un hidrómetro, dextrosa, botellas, un chapador, etc, aunque intentaría que no fuera así y hacerlo en otro lugar. La solución fue seguir estudiando el asunto, ver cómo aminorar problemas y cargas y trastear lo menos posible en casa. Cuando me empapé bien de todos los pasos a dar y ví que la elaboración tiene sus complejidades pero es en momentos puntuales cuando más guerra da, me lancé a comprar el kit, pensando que en "El Gañán" (nuestra cocina campera del chalet) podría hacerlo todo. Elegimos un buen kit de iniciación, uno en condiciones, claro está. Si nos ponemos, nos ponemos bien. Lo consensué con mi hermana, culpable original de todo este embolado y, no sin antes tomarme dos pacharanes para envalentonarme del todo y agregar algo de premeditación y alevosía al caso, pues Gemma aún refunfuñaba cuando le hablaba del proyecto, hice el pedido on line. El daño ya estaba hecho y el paquete en camino.
La segunda tarea fue más compleja. Una vez que recibí el material descubrí una noticia que yo hasta entonces ignoraba. La cerveza en su fase de fermentación ha de estar en un determinado rango de temperatura y, en "El Gañán", eso no podía lograrlo, pues en estas fechas de frío la levadura no haría el efecto deseado al estar la estancia a menos de quince grados. Había que buscar otro sitio. Bueno, buscado estaba. En casa. No quedaba otro remedio. Pero explicarle a mi mujer que lo que tenía que montar en la cocina campera iba a ir a parar a casa y por qué era ardua misión. Y no tenía escapatoria. Tenía el kit en el coche, los ingredientes, todos los bártulos y había que darle salida. Finalmente logré que Gemma me dejase instalar los aperos en uno de los cuartos de baño. Y, esta vez sí, logré montar todo, ubicar las piezas y empezar a funcionar. En realidad, no miento, no ocupa tanto y se trata sólo de tenerlo todo en orden, limpio y cada cosa en su sitio. Es verdad que el hacerse con botellas, limpiarlas y tenerlas preparadas para la fase de embotellado es más engorroso. Tened en cuenta que la aventura en la que me he embarcado es la de hacer casi veinticinco litros de cerveza y hacen falta muchas botellas para guardar esa cantidad. Y limpiarlas, desinfectarlas, quitarles las etiquetas, etc. En fin, en las fotos podéis ir viendo cómo está el cuarto de baño. Y, creedme, no es para tanto y algunas imágenes son de momentos puntuales.
Finalmente he de decir que el laboratorio y fábrica de cerveza me va a tener el baño medio ocupado durante más o menos veinte días. Pero lo tengo totalmente utilizable y ordenado. Faltaría más. Y el resultado seguro que valdrá la pena. Seguramente para un poco antes de Navidad esté lista mi primera cerveza casera. Si sale todo bien quizás me embarque en hacer más tiradas e incluso crearme una propia birra y etiquetarla. Me trae de cabeza el lograr una cerveza negra que se bebe con sprite que me recuerda a mis tiempos de hace unos años en un conocido pub irlandés de Ciudad Real. Y creo que perseguiré la idea hasta lograrlo. De hecho tengo en mente ya varios bocetos de nombres y diseños para la cerveza. Veremos a ver cómo va todo. En cuanto a esta primera vez decir que la cosa va bien. He empezado con una elaboración no demasiado compleja en la que mi hermana y yo mezclamos extracto de malta con agua y le disolvimos azúcar y levadura para que comenzase la fermentación. Cuando baje la graduación inicial y para terminar el proceso de fermentar hay que añadir unos lúpulos y dejar que actúen unos días. Después embotellaremos con dextrosa y dejaremos reposar. Pero esto ya os lo contaré en otra entrada. De momento hay que continuar la espera y ver como el fermentador va convirtiendo en cerveza los ingredientes que le pusimos. Hay que tener paciencia. Es la clave del éxito de esta empresa. En la segunda entrega de esta aventura os daré más detalles y os contaré cómo ha ido todo. ¡¡Hasta otra, amigos!!
La segunda tarea fue más compleja. Una vez que recibí el material descubrí una noticia que yo hasta entonces ignoraba. La cerveza en su fase de fermentación ha de estar en un determinado rango de temperatura y, en "El Gañán", eso no podía lograrlo, pues en estas fechas de frío la levadura no haría el efecto deseado al estar la estancia a menos de quince grados. Había que buscar otro sitio. Bueno, buscado estaba. En casa. No quedaba otro remedio. Pero explicarle a mi mujer que lo que tenía que montar en la cocina campera iba a ir a parar a casa y por qué era ardua misión. Y no tenía escapatoria. Tenía el kit en el coche, los ingredientes, todos los bártulos y había que darle salida. Finalmente logré que Gemma me dejase instalar los aperos en uno de los cuartos de baño. Y, esta vez sí, logré montar todo, ubicar las piezas y empezar a funcionar. En realidad, no miento, no ocupa tanto y se trata sólo de tenerlo todo en orden, limpio y cada cosa en su sitio. Es verdad que el hacerse con botellas, limpiarlas y tenerlas preparadas para la fase de embotellado es más engorroso. Tened en cuenta que la aventura en la que me he embarcado es la de hacer casi veinticinco litros de cerveza y hacen falta muchas botellas para guardar esa cantidad. Y limpiarlas, desinfectarlas, quitarles las etiquetas, etc. En fin, en las fotos podéis ir viendo cómo está el cuarto de baño. Y, creedme, no es para tanto y algunas imágenes son de momentos puntuales.
Finalmente he de decir que el laboratorio y fábrica de cerveza me va a tener el baño medio ocupado durante más o menos veinte días. Pero lo tengo totalmente utilizable y ordenado. Faltaría más. Y el resultado seguro que valdrá la pena. Seguramente para un poco antes de Navidad esté lista mi primera cerveza casera. Si sale todo bien quizás me embarque en hacer más tiradas e incluso crearme una propia birra y etiquetarla. Me trae de cabeza el lograr una cerveza negra que se bebe con sprite que me recuerda a mis tiempos de hace unos años en un conocido pub irlandés de Ciudad Real. Y creo que perseguiré la idea hasta lograrlo. De hecho tengo en mente ya varios bocetos de nombres y diseños para la cerveza. Veremos a ver cómo va todo. En cuanto a esta primera vez decir que la cosa va bien. He empezado con una elaboración no demasiado compleja en la que mi hermana y yo mezclamos extracto de malta con agua y le disolvimos azúcar y levadura para que comenzase la fermentación. Cuando baje la graduación inicial y para terminar el proceso de fermentar hay que añadir unos lúpulos y dejar que actúen unos días. Después embotellaremos con dextrosa y dejaremos reposar. Pero esto ya os lo contaré en otra entrada. De momento hay que continuar la espera y ver como el fermentador va convirtiendo en cerveza los ingredientes que le pusimos. Hay que tener paciencia. Es la clave del éxito de esta empresa. En la segunda entrega de esta aventura os daré más detalles y os contaré cómo ha ido todo. ¡¡Hasta otra, amigos!!
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