lunes, 26 de octubre de 2020

DE LOS DÍAS QUE NO HAGO NADA Y ME AGOTO

Es tremendo. Hay días que no hago nada de lo que quería hacer y termino reventado. A ver, ¿quién me lo explica? El día de antes compruebo la agenda. Juicio a las 11;30. El resto de las horas en blanco. Sonrío y pienso que tendré tiempo para poder organizar los expedientes, estudiar algún caso que tenga atrasado, arreglar en casa el grifo que gotea, dejar comida hecha para el día siguiente, jugar un rato con mi hija y pasar algo de tiempo con Gemma. Me acuesto contento y deseando amanecer para iniciar las tareas. No suelo tener muchos días casi sin apuntes en la agenda y hay que aprovecharlos. Además, con el rollo este de la pandemia me he visto obligado (como todo hijo de vecino) a recortar bastante vida social y aficiones, de modo que, con más motivo aún, las veinticuatro horas que se avecinan serán casi todas útiles para hacer todas esas cosas que siempre carecen de hueco en la rutina de los días que rellenan todas las horas de la agenda. ¿Y sabéis qué? Que esos días que tanto tiempo parece que me van a regalar al final lo que me regalan es un palizón y las cosas pendientes siguen sin hacer. Seguro que os sentís identificados. Os cuento.

Las 07;15 de la mañana. Suena el despertador. La chiquitilla ya se ha ido a trabajar. Está de turno de mañanas y abre a las 06;30. Claudia aún duerme plácida. Me levanto y preparo las cosas del cole. Hoy es martes y toca bocadillo para el almuerzo. Le hago un sandwich de philadepia con jamón de york que le encanta, se lo pongo en su tupper favorito junto con la botella de agua de la Patrulla Canina y, todo ello, a la mochila rosa de Minnie Mouse. La mochila amarilla de Snoopy es para ir a Inglés. Pongo el vaso de leche en el microondas listo para calentar minutos después. Desalojo el lavavajillas que pusimos anoche y orquesto la comida que haré a mediodía. Lomos de atún encebollados con tomate frito. No tardo mucho en hacerlo y nos gusta a todos mucho. Tras ello, me visto, por fin. Me pongo el traje y dejaré que me elija la corbata Claudia. Le gusta hacerlo y se ríe. Despierto a mi pequeña. A sus tres añitos ya le gusta remolonear en la cama. La lavo, la visto, le doy de desayunar y le cuento que hoy la llevo yo al cole y también la recogeré y enseguida ya viene mamá con nosotros a comer. Mientras tanto desayuno yo igual que un pavo puesto que ya son las 08;25 y empezamos a ir regular de hora. Hay que estar a las 08;45 entrando al cole. Me lavo los dientes, me anudo la corbata y bajo con Claudia a la cochera. Saco el coche y rumbo al colegio.

Miro el móvil. Las 09;15 y estoy abriendo el despacho. Genial. La niña en su clase, Gemma trabajando y yo al lío. El coche ya lo he dejado aparcado cerca del juzgado para cuando salga luego ir a Mercadona a comprar, dejar las cosas en casa e irme a recoger a la peque. Bien. Voy "on time" como dicen los británicos. Repaso el juicio de hoy, respondo los correos, atiendo llamadas, el cartero me trae correo, me llaman un par de clientes al móvil, descargo las notificaciones de LexNet, redacto un escrito de trámite, hago un apoderamiento apud acta on line y encargo otro poder en Notaría. Son cosa de poco pero, ¡leche! se comen el tiempo sin avisar. Ya no voy tan sobrado como esperaba hoy. Cuando me quiero dar cuenta no he podido imprimir lo que quería, no he logrado organizar los expedientes y ya voy con la hora pegada para llegar a tiempo a la sala de vistas. Cierro el despacho deprisa y corriendo y tiro para el Juzgado. He quedado con el procurador y el cliente a las 11;15 en la puerta. Ya organizaré los expedientes cuando pueda y a los que tengo atrasados les daré prioridad. Media mañana ya y no he hecho nada de lo que quería y, sin embargo, no he parado. El Juzgado, como prácticamente siempre, va con retraso. Joder. Mi juicio que era a las 11;30 al final comienza a las 12;30. Una hora de reloj vagabundeando por los pasillos y pensando que podía estar haciendo mis cosas y, encima, ya no voy a poder ir a Mercadona hasta por la tarde. Salgo del pleito a las 13;20. Juicio duro y peleón. Dos testigos inesperados y el Fiscal de mala leche. Va pesando la mañana y en menos de media hora sale Claudia del cole. Corro a por el coche y pongo rumbo al centro escolar de la pequeña. Logro aparcar cerca y a las 13;45 en punto sale corriendo a abrazarme. Nos vamos juntos a casa y promete ver dibujos animados sin dar guerra mientras me quito el traje y hago la comida. El atún nos aguarda. Las 14;00 en punto. Ya iré a Mercadona esta tarde y después arreglo el grifo. Con suerte incluso puedo jugar al pádel a las 21;30. Corto la cebolla, echo aceite a la sartén y me pongo el delantal. ¡Vamos allá!

Son ya las 14;45 cuando se abre la puerta de casa y llega la chiquitilla. ¡Hola mamá! Claudia y yo la saludamos al unísono. Corre, cámbiate y vente a la mesa que se enfría la comida. Esa media horita disfrutamos los tres juntos. Es raro. Tenemos horarios tan cruzados y dispares que esos ratos son la gloria. ¿Conciliación familiar? ¿Qué es eso? A esos de las Cortes los ponía yo a vivir como vivimos el común de los mortales. Terminamos de comer. Gemma y yo recogemos la cocina, charlamos un rato y le digo que no he podido ir a comprar que a las horas que son, las 15;30, no me voy a poner a dar lata con las herramientas para cambiar el grifo puñetero. Intentaré hacerlo a media tarde. Suena el móvil. Un cliente. Sí, no os asombréis. La gente cuando tiene un problema repentino ni tiene respeto, ni sabe de horarios, ni nada de nada. Llama a su abogado y punto. Mis compañeros de profesión pueden adverarlo. Total que a las 16;30 me tienes en el despacho otra vez porque le urge mucho y es un asunto delicado. Mal vamos. Más de medio día ya ha pasado y no he hecho absolutamente nada de lo previsto. Salgo del despacho y son las 18;15. Llamo a Gemma y me dice que está en el parque de al lado de casa con Claudia jugando, que intente ir un rato con ellas. Le digo que voy a ir a casa, me voy a quitar ya el traje, la corbata y la indumentaria de letrado y voy a ir a Mercadona, por fin, que si no al final no compro. Lo siento, no doy más de sí. Sigo pensando que era el día idóneo para haber organizado los expedientes y al final se me escapa esa tarea. ¡Y no he estado perdiendo el tiempo! No lo entiendo.


Con la tontería son las 20;15 cuando llego a la cochera y subo la compra a casa. Gemma ya está bañando a la niña. Coloco todo en su sitio mientras tanto y llamo a casa de mis padres un rato a saludarlos y saber cómo están. Hablo quince minutos con la chiquitilla y me dice que me nota cansado, que si el día ha sido duro. ¿Ha sido? No ha terminado pero le queda poco y no he hecho nada de lo que pretendía. Duro no sé pero son las 21;00 y voy a ver qué hago de cena. ¿Qué te apetece a ti? La chiquitilla me dice que se tomará un tazón de leche con cereales y se irá a la cama. Está levantada desde las 06;00 y está rendida. Mañana otra vez el mismo horario. Total que a las 21;30 me voy a tomar una ensalada y una tortilla francesa. A esta hora podría estar jugando al pádel... Hoy no tenía mucho lío. ¡Bah! Otro día. Otro día de estos que la agenda esté casi vacía, organizo los papelotes del despacho y orquesto un partido de pádel a las 20;30 para no terminar tan tarde como suelo. Trasteo el móvil en la soledad de la cocina. Whatsapp, Facebook, Instagram y Twitter se llevan sin darme cuenta tres cuartos de hora entre todos. ¡Andando! Las 22;45. Ya se me ha ido el día. ¡Mierda! ¡El grifo! Joder, joder, joder... Hace una semana que compré la válvula y la junta a cambiar y todavía no lo he hecho. ¿En qué he gastado mi día, Dios mío, si la agenda estaba vacía hoy menos el juicio de las 11;30?

Me voy al salón. Pienso que no he hecho absolutamente nada en todo el día. Me enfado conmigo mismo. Para colmo estoy rendido. Cojo un libro del Camino de Santiago. Lo añoro. Quiero reencontrarme con él a diario. Allí sí que me cunde el tiempo. Claro, me levanto a las seis de la mañana. Sí, pero a las diez de la noche estoy acostado. Entonces, ¿qué hago mal los días como hoy que tengo tiempo y no soy capaz de hacer las tareas que me propuse? Me funciona la mente más rápido que el cuerpo y no me entero ni de lo que leo. Sin darme cuenta he dejado el libro del Camino y he cogido otro que siempre me saca una sonrisa: "Sin noticias de Gurb". El reloj de la pared marca las 23;50, bostezo incesantemente y se me caen los párpados. Aguanto un poco más el libro me gusta, pero cuando soy consciente de que estoy pasando hojas casi por inercia y tengo que retroceder cada dos por tres varios párrafos porque he perdido el hilo, decido dejarlo. Me meto en la cama al fin. Jesusito de mi vida, cuatro esquinitas tiene mi cama, alarma del móvil puesta a las 07;15. Quedan para dormir seis horas y cuarenta y cinco minutos. Estoy agotado y no he hecho nada en todo el día: ni organizar los expedientes, ni dejar comida hecha para otro día, ni haber jugado con mi hija en el parque, ni nada. Y, en serio, no he parado y tenía el día casi libre entero. ¿Me lo explicáis? En fin, seguro que os pasa también a vosotros. ¡Hasta otra! Sí, prometo ya haber arreglado el grifo cuando vuelva.

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