miércoles, 23 de octubre de 2024

EL MESÓN GALLARDO VIZCAÍNO

Quien no lo conozca y no sepa del mundo quijotesco y cervantino, al escuchar este nombre, creerá que dan título al mesón más conocido de Almodóvar del Campo (Ciudad Real), los apellidos de quien fuese su fundador o de quien ahora lo regenta. Pero no. Nada tiene que ver. De hecho, ambas palabras son un adjetivo y un lugar de procedencia. Asombroso, ¿verdad? Pues sí. El "gallardo vizcaíno" es un personaje que sale en la obra cumbre de la literatura universal, un atrevido bilbaíno que libró batalla con nuestro querido hidalgo Don Quijote de La Mancha. De ahí el epíteto de "gallardo", referido a su forma de actuar y el adjetivo "vizcaíno", en cuanto a la tierra de donde provenía. De hecho, en la segunda parte del volumen de Cervantes, el capítulo IX se titula "Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron". Y aclarado el origen del nombre del mesón, hoy vengo a contaros algunos secretos que esconde el mismo y que entiendo que no son lo debidamente conocidos que debieran serlo por lo que allí se encuentra. Huelga decir que el sitio ya merece la pena ser conocido simplemente por sus hechuras, ancladas en las estructuras y génesis de una antigua bodega, donde aún se conserva el pavimento hecho a base de baldosas de barro cocido, sus hogares para cocinar a la lumbre escoltada por dos poyos laterales e, inclusive, lo que es para mí la joya de la corona, la cueva donde, muy seguramente, en su día se alojase el mismo Miguel de Cervantes. El especial aura que rodea el lugar ya convierte en inolvidable su visita. Todo rincón tiene algún decorado que desprende recuerdos de pura mancheguía, cosa que no es de extrañar en un enclave sito entre la Venta de la Inés y la frontera natural de La Mancha que ofrece el Valle de Alcudia.

Mucha gente va a comer al mesón porque gusta de sus viandas tradicionales como migas, gachas, tiznao o caldereta, pero no es consciente o no sabe que allí se encuentran verdaderas joyas. Y no hablo ya de la estancia o no de Don Miguel en tal lugar, cosa prácticamente acreditada documentalmente, puesto que sí que es sabido y acreditado que residió en Almodóvar del Campo, entre los años 1599 y 1601. Hablo de que entre sus paredes se cobijan libros antiquísimos, algunos de ellos casi incunables, con siglos de historia a sus espaldas. Una colección de distintas ediciones del Quijote, de todo tipo de tamaños, idiomas y encuadernaciones que es posible visitar. Encontrarse frente a frente con libros que datan de los años 1625 en adelante ya es de valorar para quien sepa degustar esos viajes en el tiempo. Y, claro, si te encuentras con dicha colección en un enclave tan cargado de historia como es el entrañable mesón, pudiendo incluso acariciar con las manos algunas de esas obras, con una decoración y mobiliario que te hace llevar la mente a aquellos tiempos y sabiendo que el propio autor se encontró en ese mismo lugar desde el que tú estás contemplado todo ello, la satisfacción y disfrute por hacerte y sentirte partícipe de la propia historia es descomunal. Y eso es uno de los grandes secretos desconocidos que se encuentran en tal sitio. Pero hay más. También a la vista. También con enorme carga de historia, valor y arte. Varios secretos más. Y no pequeños...

En el Mesón gallardo vizcaíno (sin mayúsculas, ya saben vuesas mercedes el por qué), se escoltan el pequeño comedor privado y la propia sala donde se encuentra expuesta la colección de libros, nada más y nada menos que por verdaderos cuadros de Palmero, pintor natural de Almodóvar del Campo que se hizo fuerte en su pueblo y desplegó fecundamente en el mismo su arte. Don Alfredo Palmero de Gregorio, conocido como el maestro Palmero, del que vienen ya otras dos generaciones de pintores (su nieto Alfredo continua a día de hoy la actividad en Barcelona) y quien tuvo como enseñantes, entre otros, a Julio Romero de Torres y Sorolla, realizó muchas obras inspiradas en personajes cervantinos, existiendo varias, evidentemente, dedicadas a Don Quijote y a Sancho Panza. Pues algunas de ellas, asombrosas y con una transmisión enorme, se encuentran también allí en el mesón, precisamente en la sala donde están los libros. Y una, valiosísima y con singulares características, como el estar pintada en un gran caparazón de galápago y recoger uno de los momentos en los que Cervantes menciona el sitio de Almodóvar del Campo en el Quijote, preside el salón comedor. ¿Cómo os quedáis? Ya os he dicho más arriba que el mesón esconde una cantidad de secretos que ni son lo sabidos que debieran serlo, ni se aprecian con el valor que los mismos desprenden. Admirar a escasos centímetros cuadros verdaderos de Palmero donde quedaron captados a la perfección los rasgos de locura de Don Quijote, sus ensoñaciones, sus divagaciones y su mente ida y atrapada en las aventuras de caballería es un auténtico disfrute para toda persona que mínimamente sepa lo que está contemplando. Y recordad que todo ello está en un enclave que rezuma historia y mancheguía. La sensación es indescriptible.

Finalmente, accesible mediante una escalera existente en lado izquierdo de la sala que hace la suerte de exposición, en planta sótano se encuentra la cueva. Es latente que en ella hubo de estar Don Miguel de Cervantes Saavedra. Tanto es así que tras la mesa y butaca ubicadas como escritorio hallamos un cuadro que dice: "Usted está en Almodóvar del Campo. Cervantes ya estuvo aquí de MDIC a MDCI y vivió en la calle Posta de Almodóvar del Campo". Dan un aire de realismo total a la estampa el viejo mobiliario, la iluminación a través de lámparas de aceite, candiles y velas, libros de enorme antigüedad y unas estatuillas de madera de Quijote y Sancho que ayudan a imaginar al maestro literato narrando su obra. Quien accede a dicha cueva y contempla todo ello, disipa toda duda que pudiera albergar en cuanto a las historias que le hayan contado sobre tal lugar antes de visitarlo. Y si además se sienta en la vieja butaca se sentirá como el propio Cervantes y notará a Rocinante galopando por sus venas mientras Rucio trota alegremente por su interior. Es imposible, se ame o no a La Mancha, no salir de tal visita con el alma llena al descubrir todos los secretos que alberga el mesón y que, no me cansaré de decirlo, ni son conocidos ni valorados debidamente. Bien merece tal lugar una excursión y contemplar en persona todo lo que conlleva el viaje hacia atrás que desprende el lugar. El Mesón Gallardo Vizcaíno (ahora sí, en mayúsculas porque es un regalo para quien lo descubre), es un verdadero tesoro. Resta dar las gracias a José Alarcón, gerente del lugar, por su amabilidad, cercanía y paciencia para con todo visitante, abriendo las puertas ocultas del mesón y mostrando sus secretos. Tenéis alicientes de sobra para acercaros a visitarlo. ¡Ah! Y un último secreto: allí hacen las mejores migas de toda La Mancha. ¡Ya estáis tardando en ir!

martes, 15 de octubre de 2024

UNA LEYENDA DEL GRAN PODER

Traigo hoy una leyenda de esas que me gustan por su mezcolanza cofrade de misterio y fe, por el regustillo dulce que deja al leerse y porque todo aquel que cuando la conozca vaya por la Placita de San Lorenzo y pase a verlo, sabrá que por algo su nombre es Gran Poder. La verdad no recuerdo como llegó a mí o yo a ella, pero es de las historias que me gusta recordar a solas en las tardes otoñales, cuando la luz del sol despide cada día a candilazos cada vez más apagados y la lluvia cae mansamente dejando las calles brillantes por el agua. Mi mente, automáticamente, imagina esa climatología pero ya en los meses primaverales, cuando los días se diferencian de los de otoño porque el verde va ganado la batalla al despoblado y al marrón, las flores están a punto de reventar en olor y el sol va ganando minutos con una luz cada vez más fuerte. Y como el tiempo es imprevisible e indómito, ocurre que, nefastamente, en alguna noche abrileña o tardía de marzo, cuando debería tener lugar la madrugada más anhelada del año, el cielo se torna de un color grisáceo con mal agüero y cuando las negras siluetas de los nazarenos del Gran Poder comienzan a aglomerarse por allá donde nació Gustavo Adolfo Bécquer y el Señor caminará silente, aparece la lluvia y se lleva por delante la espera más esperada. Justo entonces es cuando toma más sentido esta leyenda y nos recuerda que lo creamos o no, Él, está entre nosotros...

Así pues y fiel a mí mismo y a lo dicho antes de que no recuerdo cuándo ni cómo la conocí, prometo transcribirla de acuerdo a como yo la supe. Inclusive con el apunte que yo leí, el cual decía que no se sabía muy bien si esta hermosa narración del Gran Poder era historia o leyenda, pero que si ésta última es la relación de algo maravilloso, habrá de calificarse así porque admirable es. Sucedió cuando la Hermandad del Gran poder envió a los hermanos que, como todas las tarde noches del Jueves Santo, acuden a pedir la venia a la Hermandad de la Macarena, para precederla en la Carrera Oficial en la madrugada del Viernes Santo en cumplimiento de la Concordia. Ya se sabe por los cofrades que desde la intervención del Cardenal Spínola se reanudó y ratificó el acuerdo entre ambas hermandades para que así fuese, pues aunque existía desde siempre, se rompió en 1902. Por ello, todos los años en Semana Santa, cuando empiezan a confundirse el Jueves Santo con el Viernes Santo, al filo de la noche, una diputación de hermanos del Gran Poder debe personarse en la Basílica donde habita la Esperanza y solicitar venia para procesionar por Carrera Oficial precediéndola. Y la corporación de la Macarena debe concedérsela siempre. Así quedó dispuesto y así se cumple. Pues bien, una noche cuando el grupo de nazarenos del Gran Poder ya había cumplido su labor y se dirigían hacia San Lorenzo, ocurrió.

La comitiva volvía andando y uno de los nazarenos caminaba con dificultad. Cada vez le resultaba más complejo caminar y el resto de integrantes del grupo temían demorarse mucho en llegar a la Basílica del  Gran Poder y que este hermano no pudiese incorporarse debidamente a las filas de la cofradía antes de que ésta iniciase su salida del templo. Y para colmo de males, comenzó a llover. Eso dificultaba aún más el poder apretar el paso y como guardaban la norma del silencio ni siquiera podían preguntarle al hermano que tenía el problema qué le ocurría. A base de volver la cabeza y mirarle varias veces descubrieron la causa de su andar irregular: se le había roto una sandalia. Los adoquines y el asfalto mojados desaconsejaban totalmente prescindir de ellas y continuar el recorrido descalzo. Los esfuerzos que hacía el nazareno para intentar caminar ligero eran en vano y la lluvia arreciaba cada vez más. El grupo optó por irse resguardando bajo los árboles hasta alcanzar unos portales en la Alameda de Hércules, donde finalmente se detuvo. Era noche cerrada y la festividad del día, la hora avanzada y la inclemencia del tiempo habían dejado la zona desierta de público. El grupo de nazarenos del Gran Poder se encontraba sólo en una zona solitaria y apagada. 

En esas, un hombre muy moreno, salió de las sombras y huyendo de la cortina de agua que caía llegó a resguardarse a su mismo portal, poniéndose acurrucado a la vera del hermano protagonista de esta historia. Observándolo le dijo: "Tiene una sandalia rota, ¿quiere que se la arregle?". El nazareno asintió con la cabeza. En el acto, el hombre, de manos grandes y huesudas, extrajo de su bolsillo una larga aguja de zapatero y un carrete de hilo y haciendo gala de rapidez y destreza reparó rápidamente la sandalia. Luego se agachó, tomó el pie descalzo, lo limpió con sus propias manos, lo introdujo en la sandalia y la abrochó. Como sombras que se proyectasen desde las paredes, inmóviles, asistían a la escena el resto de nazarenos negros que formaban la diputación de venia. El zapatero actuó rápido. Todo era deprisa pues la hora en que la cofradía debía reunirse era inminente. No se le veía el rostro. El pelo, negro y crecido, estaba mojado y alborotado en ondulaciones incipientes. Las manos actuaron con precisión. Cuando se incorporó todos dejaron de mirarle y dirigieron su mirada hacia el poseedor del calzado recién reparado. Éste dio unos cuantos pasos y comprobó la calidad del trabajo realizado. Sonrientes bajo sus antifaces y prácticamente todos al mismo tiempo se volvieron a mirar al hombre al que no sabían cómo agradecer su ayuda. No lo hallaron. No estaba. La Alameda seguía solitaria. Miraron al momento por las calles cercanas y también estaban vacías. Y había dejado de llover. Dicen que aquella noche el Gran Poder salió a las calles...