Quien no lo conozca y no sepa del mundo quijotesco y cervantino, al escuchar este nombre, creerá que dan título al mesón más conocido de Almodóvar del Campo (Ciudad Real), los apellidos de quien fuese su fundador o de quien ahora lo regenta. Pero no. Nada tiene que ver. De hecho, ambas palabras son un adjetivo y un lugar de procedencia. Asombroso, ¿verdad? Pues sí. El "gallardo vizcaíno" es un personaje que sale en la obra cumbre de la literatura universal, un atrevido bilbaíno que libró batalla con nuestro querido hidalgo Don Quijote de La Mancha. De ahí el epíteto de "gallardo", referido a su forma de actuar y el adjetivo "vizcaíno", en cuanto a la tierra de donde provenía. De hecho, en la segunda parte del volumen de Cervantes, el capítulo IX se titula "Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron". Y aclarado el origen del nombre del mesón, hoy vengo a contaros algunos secretos que esconde el mismo y que entiendo que no son lo debidamente conocidos que debieran serlo por lo que allí se encuentra. Huelga decir que el sitio ya merece la pena ser conocido simplemente por sus hechuras, ancladas en las estructuras y génesis de una antigua bodega, donde aún se conserva el pavimento hecho a base de baldosas de barro cocido, sus hogares para cocinar a la lumbre escoltada por dos poyos laterales e, inclusive, lo que es para mí la joya de la corona, la cueva donde, muy seguramente, en su día se alojase el mismo Miguel de Cervantes. El especial aura que rodea el lugar ya convierte en inolvidable su visita. Todo rincón tiene algún decorado que desprende recuerdos de pura mancheguía, cosa que no es de extrañar en un enclave sito entre la Venta de la Inés y la frontera natural de La Mancha que ofrece el Valle de Alcudia.
Mucha gente va a comer al mesón porque gusta de sus viandas tradicionales como migas, gachas, tiznao o caldereta, pero no es consciente o no sabe que allí se encuentran verdaderas joyas. Y no hablo ya de la estancia o no de Don Miguel en tal lugar, cosa prácticamente acreditada documentalmente, puesto que sí que es sabido y acreditado que residió en Almodóvar del Campo, entre los años 1599 y 1601. Hablo de que entre sus paredes se cobijan libros antiquísimos, algunos de ellos casi incunables, con siglos de historia a sus espaldas. Una colección de distintas ediciones del Quijote, de todo tipo de tamaños, idiomas y encuadernaciones que es posible visitar. Encontrarse frente a frente con libros que datan de los años 1625 en adelante ya es de valorar para quien sepa degustar esos viajes en el tiempo. Y, claro, si te encuentras con dicha colección en un enclave tan cargado de historia como es el entrañable mesón, pudiendo incluso acariciar con las manos algunas de esas obras, con una decoración y mobiliario que te hace llevar la mente a aquellos tiempos y sabiendo que el propio autor se encontró en ese mismo lugar desde el que tú estás contemplado todo ello, la satisfacción y disfrute por hacerte y sentirte partícipe de la propia historia es descomunal. Y eso es uno de los grandes secretos desconocidos que se encuentran en tal sitio. Pero hay más. También a la vista. También con enorme carga de historia, valor y arte. Varios secretos más. Y no pequeños...
En el Mesón gallardo vizcaíno (sin mayúsculas, ya saben vuesas mercedes el por qué), se escoltan el pequeño comedor privado y la propia sala donde se encuentra expuesta la colección de libros, nada más y nada menos que por verdaderos cuadros de Palmero, pintor natural de Almodóvar del Campo que se hizo fuerte en su pueblo y desplegó fecundamente en el mismo su arte. Don Alfredo Palmero de Gregorio, conocido como el maestro Palmero, del que vienen ya otras dos generaciones de pintores (su nieto Alfredo continua a día de hoy la actividad en Barcelona) y quien tuvo como enseñantes, entre otros, a Julio Romero de Torres y Sorolla, realizó muchas obras inspiradas en personajes cervantinos, existiendo varias, evidentemente, dedicadas a Don Quijote y a Sancho Panza. Pues algunas de ellas, asombrosas y con una transmisión enorme, se encuentran también allí en el mesón, precisamente en la sala donde están los libros. Y una, valiosísima y con singulares características, como el estar pintada en un gran caparazón de galápago y recoger uno de los momentos en los que Cervantes menciona el sitio de Almodóvar del Campo en el Quijote, preside el salón comedor. ¿Cómo os quedáis? Ya os he dicho más arriba que el mesón esconde una cantidad de secretos que ni son lo sabidos que debieran serlo, ni se aprecian con el valor que los mismos desprenden. Admirar a escasos centímetros cuadros verdaderos de Palmero donde quedaron captados a la perfección los rasgos de locura de Don Quijote, sus ensoñaciones, sus divagaciones y su mente ida y atrapada en las aventuras de caballería es un auténtico disfrute para toda persona que mínimamente sepa lo que está contemplando. Y recordad que todo ello está en un enclave que rezuma historia y mancheguía. La sensación es indescriptible.
Finalmente, accesible mediante una escalera existente en lado izquierdo de la sala que hace la suerte de exposición, en planta sótano se encuentra la cueva. Es latente que en ella hubo de estar Don Miguel de Cervantes Saavedra. Tanto es así que tras la mesa y butaca ubicadas como escritorio hallamos un cuadro que dice: "Usted está en Almodóvar del Campo. Cervantes ya estuvo aquí de MDIC a MDCI y vivió en la calle Posta de Almodóvar del Campo". Dan un aire de realismo total a la estampa el viejo mobiliario, la iluminación a través de lámparas de aceite, candiles y velas, libros de enorme antigüedad y unas estatuillas de madera de Quijote y Sancho que ayudan a imaginar al maestro literato narrando su obra. Quien accede a dicha cueva y contempla todo ello, disipa toda duda que pudiera albergar en cuanto a las historias que le hayan contado sobre tal lugar antes de visitarlo. Y si además se sienta en la vieja butaca se sentirá como el propio Cervantes y notará a Rocinante galopando por sus venas mientras Rucio trota alegremente por su interior. Es imposible, se ame o no a La Mancha, no salir de tal visita con el alma llena al descubrir todos los secretos que alberga el mesón y que, no me cansaré de decirlo, ni son conocidos ni valorados debidamente. Bien merece tal lugar una excursión y contemplar en persona todo lo que conlleva el viaje hacia atrás que desprende el lugar. El Mesón Gallardo Vizcaíno (ahora sí, en mayúsculas porque es un regalo para quien lo descubre), es un verdadero tesoro. Resta dar las gracias a José Alarcón, gerente del lugar, por su amabilidad, cercanía y paciencia para con todo visitante, abriendo las puertas ocultas del mesón y mostrando sus secretos. Tenéis alicientes de sobra para acercaros a visitarlo. ¡Ah! Y un último secreto: allí hacen las mejores migas de toda La Mancha. ¡Ya estáis tardando en ir!