Todo pasa y todo llega. Ardiente es la espera y cuando llega... se va. Añoramos tu llegada año tras año y cuando ya te tenemos cerca, cuando vislumbramos tu llegada con la imposición de Ceniza y comienza nuestra particular cuenta atrás de Cuaresma, cuando vamos restando días al calendario cofrade... te vas.
Semana Grande que tanto anhelamos, déjanos disfrutar de ti. Para el reloj en cada instante, en cada chicotá, en cada candelero, en cada cirio, en cada nazareno, en cada redoble, en cada túnica y antifaz, en cada terno negro de capataz, en cada vivencia, en cada cofrade, en cada experiencia. ¿No ves que tanto te amamos y tan rauda y veloz te consumes que cuando queremos darnos cuenta hemos iniciado una nueva espera para tu causa? ¿No te das cuenta, amada mía, que cada racheo de mis zapatillas hasta el año siguiente no habrá de repetirse? ¿No eres consciente de que paso que den los pequeños nazarenos con palmas del Domingo de Ramos es un paso que no tiene retorno? ¿No te has parado a pensar que llevamos un año aguardándote?
Ahora que despunta el azahar, ahora que huele a miel de torrijas, ahora que humea el incensario, ahora que las planchas han dejado lisas y sin arrugas tantas y tantas túnicas, ahora que los costaleros están bien igualados y ensayados, ahora que te pregonan por atriles, ahora que te debatimos en tertulias, ahora que ya casi has llegado... ¡¡¡Ahora es tu máxima belleza!!! Ahora aún puedo soñarte llenando las calles de mi ciudad. Ahora aún puedo escucharte desde el anuncio de la marcha hasta un nuevo compás en lento de tambor. Ahora aún puedo recrearme en ti, viéndote en un futuro inminente que mi mente ha creado recuerdo a recuerdo desde la infancia. ¡¡Qué bonitas son las vísperas!!
Quedémonos con estos días previos repletos de ilusiones, de traslados, de mudás, de limpieza de enseres, de imaginación costalera y nazarena, de barrido de templos, de potajes de garbanzos los viernes, de copitas y charlas de nerviosismo porque ya llega. Quedémonos con ello, porque cuando llegue... se irá.
No quiero ser cruel contigo pero, reconozco mi infantil rabieta, no quiero que llegues. ¡No! Porque cuando llegues te marcharás. Llegarás como llegas siempre y te estaremos esperando con los brazos abiertos. Y te marcharás como te marchas siempre, sin que queramos que te vayas, sin poder abrazarte y retenerte con nosotros. Ese es tu encanto. Esa es tu magia. Esa es la droga que a los cofrades nos hace vivirte día a día: que tenemos ansia de ti. ¡¡Reconócelo!!
Río maliciosamente porque tú, querida, también tienes ansia de nosotros. No puedes ignorarlo. Volverás año tras año y sabes que te estaremos esperando. Volveremos a engalanarnos y ponernos de punta en blanco. Volveremos a igualar, a limpiar plata y cera, a ensartar claveles en alambres... Tú también dependes de nosotros. No sé quién necesita más de quién. Por eso te amamos, por eso nos amas. La vida es una Semana. Tempus fugit. Eterno retorno de lo idéntico.
De todos modos y aunque te viva día a día de Ramos a Resurrección, no soy capaz de retenerte porque minuto que pasa... minuto que no habrá de repetirse hasta el año siguiente. No me dejas abrazarte como quiero y mira que lo hago con fuerza. Por eso prefiero disfrutarte ahora segundo a segundo, ahora que ya se presiente tu llegada, ahora que, como te decía, es tu máxima belleza. Ahora es cuando puedo abrazarte y no soltarte al menos durante los 40 días y 40 noches que me aferran a tu llegada y posterior despedida. Todavía no han empezado a marchitarse los montes de flores que han de acompañarte, todavía no ha empezado a derretirse la cera que te dará luz en la tiniebla, todavía no hemos agitado palmas en Ramos, todavía no ha llamado el muñidor a tu puerta, todavía no vuela el látigo del sayón al viento, todavía estás por llegar... Con todo esto sí que me quedo.
¡¡Qué bonitas son las vísperas!!
Por eso no quiero que llegues, quiero oírte llegar.
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