viernes, 29 de marzo de 2019

CONSUMIENDO LAS VÍSPERAS

Parece ayer cuando empecé a descontar días para una nueva Semana Santa y ya ha pasado más de media Cuaresma. Y parece ayer cuando empecé a poner en Facebook la cuenta atrás de cuarenta días y cuarenta noches y ya llevo muchos años haciéndolo. Tanto que es famosa en el círculo cofrade de la ciudad. Las vísperas. Las vísperas de las vísperas. Y el tiempo pasa incólume ante ellas y ante nosotros. Siempre digo que hay que exprimir estos días previos a la Gloria porque cuando llega se va. Por supuesto que queremos que llegue, pero pasa tan rauda y veloz que aún estamos agitando las palmas del Domingo de Ramos cuando ya suena Amarguras en Santa Marina y está entrando el palio de la Aurora. ¡Qué larga es la espera y qué corta la Semana más bella del año! Me queda el regustillo de que logro exprimirla lo mejor que puedo entre amigos, costales, pregones, actos, vivencias, programas de radio y gastronomía de vigilia. Y eso me da la vida. Son días cargados de emociones y de una vorágine enorme de agenda repleta de compromisos que me dejan realmente agotado pero que me llenan el alma. Y llegar a casa cansado por disfrutar una afición y que la sonrisa no caiga de tu cara es algo maravilloso.

Este año se ha dado la circunstancia de que he vuelto a meterme debajo de un paso que ya no sacaba, que le he dado una vueltecita más de tuerca a la receta de las espinacas con garbanzos y que Gemma ha llevado a mi niña Claudia a verme ensayar algunas veces. Tres detalles que bien pudiera pasar por alto y que sin  embargo me gusta dejar aquí plasmados. Y os digo el por qué. Cuando dentro de unos meses, en la víspera de las vísperas, vuelva a despertarse internamente el duende cofrade que todo capillita llevamos dentro, volveré a leer mis propias líneas y a buen seguro disfrutaré de esos detalles y ya empezaré a buscar la forma de soñar con actualizar los mismos en una Cuaresma venidera. Somos así de incansables los que vivimos las cofradías día a día. Estamos anclados en una víspera eterna que se detiene de vez en cuando de manera efímera en una semana mágica que cuenta el tiempo al revés. Una semana de ocho días y no de siete en la que dejamos de soñar lo vivido para vivir lo soñado. A los que nos gusta la Semana Santa no sabemos despedirnos de ella y volver a esperarla. Sabemos vivirla y soñarla, pero nunca despegarnos de la misma.

¡Ay las vísperas! Se nos acelera el pulso con las mismas pues ya es todo tan inminente que casi se puede tocar. Y hay que mantener la paciencia. Llega el Domingo de Pasión y no empieza la Semana Santa, pero quién lo diría. Las calles llenas, los tambores sonando y el paso del Nazareno andando. Nos embriaga el incienso pero todavía no llega. Ese día tan precioso junto con el Viernes de Dolores, antesala de la Semana Grande en el que camina todo el Barrio del Perchel en el paso de palio de la Virgen de entrelazadas manos, son los últimos segundos de las vísperas y a la vez clarines que avisan lo que está por llegar. Y eso para mí es lo más bonito: cuando algo que deseas ya llega y puedes tocarlo de verdad. No me canso de decirlo: "no quiero que llegues, quiero oírte llegar". Y conforme me voy haciendo más viejo me gusta empezar a oírte llegar. Así te imagino, te sueño, te deseo, te vivo sin vivir en ti y cuando llegas al fin... ya no sé si te sueño, te vivo o te siento a partes iguales sin ser ni siquiera consciente de ello.

Y ahora quien me lea y sepa del amor que profeso a esas revirás con las que paso un año soñando, a ese cartuchito de pescado frito en la tarde del Viernes Santo, a ese momento mágico en que veo a mi Macarena cara a cara y a ese recién salido sol que acompaña al Gran Poder en San Lorenzo, pensará que estoy como loco porque llegue. Y así es. Pero que llegue despacito, gustándose, andando suavemente, impregnándose de azahar recién despuntado y empapándose de almíbar de torrijas y pestiños recién hechos. Esa es la mejor forma de consumir las vísperas disfrutando de lo que ya llega. Y cuando al fin llegue dejemos que surja la magia porque dura tan poco la Gloria que cuando queramos hacer la caricia que tanto hemos ideado ya se habrá escapado el momento. Lo que perduran no son los anhelos, son los momentos. Disfrutemos de ellos, de los inesperados, de los que sorprenden a nuestra espera, de los que improvisan en la hoja de ruta, de los que son tan deseados que luego no ocurren pero nos regalan otros que no contábamos con ellos. La Gloria, amigos, la Gloria. Para los cofrades es lo más grande. Y así es como voy anudándome el babero en estos días de Cuaresma. Poquito a poco y soñando y disfrutando a iguales partes. Consumiendo las vísperas...

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