Otra más. Otra que se ha ido rápida y fugaz. Como dijo Charo Padilla en su Magno Pregón de la Semana Santa de Sevilla: "la vida se cuenta en Semanas Santas". Y este año ya hace algo más de una semana que se fue la Semana. Más de un año estuvimos de espera y cuando llegó se marchó. Yo no sé cómo decirle que ya que viene se quede, se detenga, no tenga prisa en marcharse y nos deleite con su presencia. Pero no hay manera. Viene gustándose, anunciándose, dejándose querer en su preciosa espera y, una vez que llama a la puerta y toca el timbre de nuestra alma, avanza rauda como un huracán, arrasando a su paso las hojas del calendario y cambiando en un suspiro a un Domingo que pasa de apellidarse Ramos a Resurrección. No existe forma de aferrarse a ella que no sea el carpe diem. Eso le da su magnificencia. Hay que quererla en cada gota de cera derramada, en cada nota exhalada de una corneta agotada, en cada golpeo de bambalina, en cada orden de capataz, en cada racheo de alpargata costalera, en cada mirada anónima de antifaz, en cada revirá, en cada segundo de espera y cada momento presente que la tengamos delante. Porque cuando viene, se va.
Este año no iba a ser menos y además vino con su peor compañera. La lluvia no quiso perderse la Semana Grande e hizo aparición a su manera. Caprichosa, antojada, detonante, rompiendo la tradición por sus costuras y deshilachándola en llantos. No me digan lastimeramente (porque lo odio) que llovió en los días grandes. Grandes son todos en una semana mágica. No me digan "se salvó el Martes Santo" como lanzando el mensaje de que vale menos ese día que el Jueves Santo. No, no y no. Un costalero de los Javieres merece la misma gracia que uno del Viernes Santo. No es menos día un Lunes Santo en el Museo que un Viernes Santo en la Mortaja. Igual llora un monaguillo de las Penas que uno de la Perchelera. La lluvia es nefasta en estos días de esencia cofradiera fuere cual fuere el momento en que apareciera. ¿O van a decirme ustedes que puede llover cuando vuesas mercedes quieran? Las nubes van y vienen a su manera y despedazan las ilusiones sea en el momento que sea. Este año nos dejaron sin la Caridad perchelera, sin un palio de malla blanca que va cerrando la Santa Cena, sin el paso de Pilatos derrochando sus maneras, sin la Virgen que se pasea entrelazando con sus manos los Dolores de su nombre. Y allí por la Siviglia que es la cuna de arpilleras, no salió la Victoria al son de sus Cigarreras, ni tampoco en Santa Catalina hubo relinchos de caballos, ni siquiera San Isidoro se despidió de la Alcaicería para bajar oficialmente, este año sí, por las calles nuevas sin que la lluvia le sorprendiera. Fueron rotas las esperanzas de la espera de un año entero, menos la esperanza de las Esperanzas, la Esperanza Macarena. Ella salió radiante como el sol de la primavera. Y al otro lado del puente, mirándose en un espejo y reflejándose en Santa Ana, salió a la calle Esperanza, Esperanza de Triana. Y entre ambas el Gran Poder. ¿Quién le aguanta la mirada?
Otra Semana Santa. Otra muesca en el baúl del alma. Otra ración de bacalao viajera por los trenes de mis costumbres y maneras. Me ha costado muchos años establecer en mi sesera cómo cuadrar mis cosas sevillanas y manchegas. Y sólo ha sido año tras año con torpezas y experiencias hasta encajar las cofradías y mis entrañas macarenas. No concibo en estos días no saborear la espera, degustar una torrija y una copa de mistela. No imagino que las vísperas no rebosen de sentires y cantares en atriles anunciando primaveras. No imagino ni concibo y me niego así a asumirlo que no estén las alacenas llenas con aromas de recetas esperando menesteres de quienes las gustan y critican. No me gusta a mí el potaje pero sí las espinacas. A mí es al revés, compadre. ¿Y te gusta el pacharán? Otra copita me cabe. ¿Y si pedimos pescaíto? ¡Hombre! Ni lo dudes: calamares, adobo y pedacitos. Así da gusto, miarma, yo macareno y tú de Triana pero juntos en esencia. Y sí, amigos, sí. Otra Semana Santa que da paso ya a la espera y al recuerdo. Que el momento es un regalo y por eso lo llaman presente. Ha habido tiempo para todo. Para el costal, la familia, los amigos, las sonrisas y los llantos. Y no tiene más truco esta magia. Otra Semana Santa. ¡¡Que las sigamos contando!!
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