lunes, 30 de septiembre de 2019

UN POQUITO DE COFRADÍAS

Y es que hay días que, no lo puedo evitar, pienso en ellas constantemente. A mí me enamoran las bambalinas de un palio cuando avanzan salerosas al son de la música y desprenden una perfecta cadencia de lado a lado. Esa imagen vista desde la trasera del paso, sin moverse, aferrado al sitio terrenal pero con la mente flotando, dejando que la estampa te abrace y te sumerja entre el sonido de la banda y la gente que avanza desordenadamente, mientras el paso sigue imprimiendo su andar y avanza despidiéndose de donde tú estás, esa es la Semana Santa. La vida entera cabe en un paso de palio. Y los sentimientos, recuerdos, añoranzas, esperanzas, deseos, sonrisas y lágrimas caben en una baldosa desde la que se contempla la escena antes dicha. Soy consciente de que quien es cofrade de verdad y está leyendo estas líneas se identifica con lo que narro. La felicidad con la que se viven las vísperas, la explosión de júbilo cuando llega el Domingo de Ramos, la intensidad de los días de la Semana Grande y la mezcolanza de tristeza y anhelos cuando se acaba el Domingo de Resurrección, son grandes y repetidos conocidos para nosotros año tras año, pero el aroma que desprende un palio de vuelta que se impregna en nuestras retinas del alma no es un "Hasta la próxima" es un "Hasta siempre", pues esos momentos son mágicos e irrepetibles.

Hoy me apetecía contarlo aquí en el Rincón. Sueño con esos momentos. ¿Y cuándo no? El año consta de dos espacios: el que vivimos soñando lo vivido y el que vivimos viviendo lo soñado. Y creo que no es sólo para mí para el que calendario corre así. En cada esquina imagino una revirá de un gran misterio, en cada templo una salida complicada de una cofradía de negro, en silencio, de las que impiden el aplauso con un nudo en la garganta y hacen abrirse los lacrimales mirando al Cielo y, en cada calzada, un reguero formado por innumerables gotas de cera que ya no sé si preceden al paso o escoltan la Cruz de Guía, porque sueño que sean tantos los nazarenos que al verlos en el cortejo no sepa distinguir si está más cerca el principio o el fin de la cofradía. Y mientras diserto todo ello conmigo mismo, me embriagan los sentidos melodías de cornetas y tambores y marchas de agrupaciones que hacen que, sin darme cuenta y sin evitarlo cuando recupero la consciencia, camine por las calles intentando seguir el compás de un bombo imaginario. Vivo soñando lo vivido. Pero insisto: ¿y cuándo no? Cuando lo vivo. Porque Ella vive en mí y soy soy parte de Ella.


En realidad los que amamos este mundillo de la cera y el incienso, del martillo y la trabajadera y de los solos de corneta, somos todos iguales aunque nos veamos tan dispares entre nosotros mismos. Vivimos perennes en una postal en la que nos acompaña siempre el perfume evocador de la semana grande igual que los vencejos al verano. No me niegue ningún cofrade que en el momento en que la mente tiene oportunidad, nos asalta la misma con retazos de nuestra pasión a ritmo de martinete, imparables, dominantes en su deseo de libertad, escapistas de una prisión soterrada bajo el yugo de la rutina de las cincuenta y una semanas del año que no son la mágica, pero que aguardan cualquier rendija para colarse y deslumbrarlo todo con una fascinante iluminaria cargada de sentimientos, como una saeta espontánea que surge entre el gentío cuando va la Macarena de vuelta y es aplaudida por la gente de Triana, porque eso nos une, porque somos así, porque donde hay un cofrade estamos todos los que lo somos, porque nosotros somos cofradías en sí, porque nosotros somos la más pura Semana Santa.

Me gusta detenerme a pensar en las cofradías siendo consciente de ello, pues inconscientemente ya lo hago a diario. Observo como antes decía que nosotros somos las cofradías. Y ahondo en la creencia de que unas hermandades que tienen siglos de historia gozan de su presente en nosotros. ¿Quién viste las túnicas? ¿Quién saca los pasos? ¿Quién las pregona? ¿Quién las sueña y las adorna durante las cuatro estaciones del año? Entre dimes y diretes, comentarios socarrones, desencuentros y fortunas, las tertulias de los bares que muchas veces afloran sin estar citadas en la agenda y mil eventos más que bien pudieran darse en el tiempo más frío o en los meses del estío, somos nosotros, los mismos, los que alimentamos, cada uno a su manera, la Semana más grande del año, la que se cuenta de Domingo a Domingo, la que avanza contando el tiempo al revés y nos embauca y nos hechiza aferrados a su esencia. La Semana Santa es nuestra porque somos nosotros Ella.

Tú, cofrade, que lees estas líneas siéntete Semana Santa. Sé consciente que sin tu clavel en la solapa la misma no sería la misma. Ten presente que tu aportación la agranda. Convéncete que tu costal mal hecho también es necesario. Y cuando desafine tu corneta por los nervios o cansancio también es Semana Santa que el refranero es sabio y un grano no hace granero pero ayuda al compañero. Y si el granero lo desgranamos creyendo no ser necesarios ciertos granos, finalmente nos quedamos sin granero y sin la aportación del compañero. Sonríe, aguaor. Saca pecho, alza cables. Ponte tus mejores galas, tú que te echas a las calles. Todo suma. Luego, a posteriori, serás parte del sueño de otros tantos que te vieran y de otros tontos que Paco Robles en su libro describiera. Quedarás plasmado en su estampa cuando pase el palio despidiendo el compás en sus varales y el tiempo de las mecidas al vaivén de bambalinas. Serás recordado e incluso buscado el siguiente año. Créeme. Y cuando ya no estés en este mundo, tu recuerdo seguirá formando parte de la Semana más maravillosa del año. Ten por seguro que algún costalero te llevará en la mente brindándote una levantá con el alma, cree con certeza que alguna lágrima llevará tu nombre cuando halles un rostro emocionado mirando al Titular que le evoca tu nombre, toma conciencia de que tú eres parte de Ella. Y la amamos más aún que el pelícano a sus polluelos en la maravillosa alegoría del Amor que procesiona oculta tras una cruz cada Domingo de Ramos. Nosotros somos Semana Santa. Tú, yo, él, nosotros, vosotros y ellos. Todos somos "un poquito de cofradías".

lunes, 16 de septiembre de 2019

LA CONSERVA

Si hay una actividad familiar que en mi entorno agrupa tradición, costumbre y maneras es, sin duda, la conserva. Todos los años se repite el ritual. Buscamos por los pueblos los mejores tomates y pimientos que haya habido en la temporada y nos ponemos manos a la obra. No todos los años la cosecha es igual en los mismos sitios, pues fenómenos como una ola de calor pueden echar a perder las matas y que la recolecta no sea propicia. A mí, costumbrista por naturaleza y convencido, me gustaría que siempre fuera mi conserva del mismo origen, pero a fuerza de variaciones y variedades impuestas por agentes externos, lo que finalmente se ha convertido en tradición es buscar en su momento el mejor producto. De este modo los días previos a Septiembre es fácil verme recorriendo los pueblos de mi querida Mancha preguntando y chismorreando cuáles son los mejores tomates para freír, los mejores pimientos para hacer pisto y cuánto vale cada cajón. De este modo unos años hacemos la conserva con producto fernanduco, otro con producto malagonero, otro con producto almagreño y así. Y eso es costumbre ya y al final del estío vacacional y en el campo nos reúne a mis padres, mi hermana, mi mujer y mi hija en torno a un hogaril, un leñero y una sartén grande. Cositas de esas que me gustan a mí que se repitan y que me alegran y me gusta reflejar por escrito per saecula. 
Este año (despejo la incógnita pronto) los tomates de pera los compramos en Malagón, los tomates redondos gordos en Bolaños de Calatrava y los pimientos en Fernán Caballero. ¿Por qué? Fácil. Porque me enteré que los tomates de pera de Malagón han sido los mejores de la comarca criados en invernadero y ecológicos. Los tomates gordos de Angelita en Bolaños han sido los mejores de la provincia en peso y tamaño medio. Y los pimientos fernanducos del pueblo han sido uno de los ingredientes del pisto campeón del Concurso de las Ferias de San Agustín (que lo ganó precisamente el agricultor que los cría). Esos fueron los motivos por los que elegí esas hortalizas para la faena anual de la conserva. Y, desde luego, en el resultado se nota. Y en la alacena también. Hemos sacado tres cajones de tarros que aguardan su momento. Y lo mejor, para mí, es cuando llegan los días de invierno frío y duro o los primeros albores de la primavera y se abre en casa un bote de tomate frito o de pisto que guarda celosamente el sabor de haberse guisado sin prisa en la lumbre, se sirve sobre un plato y se corona con unos huevos fritos en lo alto. Y si previamente nos da por abrir otro bote con caldo de jamón o de pollo que también es casero, hecho en puchero de barro al rescoldo del fuego, echarle unos fideos y enjaretar una sopa de primer plato, el paraíso está servido.

La verdad es que para mí el hecho de la conserva es algo así como creo que sería antaño para mis mayores la matanza. Se aunaba la familia en torno a una faena y en todos en su medida colaboraban. Yo ya he involucrado a mi pequeña Claudia también. Con sus dos añitos y medio ya ayuda. Su tarea es probar cómo va evolucionando el sabor del tomate frito y del pisto. A ella siempre le sabe rico y pide más. Es manchega de nacimiento, como su padre y es feliz estando con nosotros entre las hortalizas, el fuego, los tarros y los sabores de nuestra tierra. Y nosotros de verla de tal guisa somos más felices todavía. Si bien es cierto que son unos días de bastante batalla (teniendo que vigilar a Claudia más) pues la conserva conlleva unos ratos grandes de paciencia y algunos momentos de trabajo a destajo, el resultado final siempre merece la pena. Quizás con el paso de los meses no se valoran esas horas de tarea pero los botes desprenden aroma de guiso, cariño y tradición combinado con esfuerzo, labor y faena. Y eso estoy convencido que en el sabor se nota. Por eso se repite año tras año de manera tradicional y al llegar el momento nos preparamos mentalmente de la que se avecina. Pero, insisto, el resultado merece la pena.

Siempre cuento estas cosas en el blog porque me parecen lo más bello de la vida. Son las pequeñas aventuras que regala el lapso del tiempo y que en realidad son las que llenan nuestras agendas de recuerdos. Me gusta narrar las cosas cotidianas por dos motivos, primero porque me encanta releerlas tiempo después y segundo porque aunque no lo creamos son retazos que hacen que el transcurso de la vida tenga sentido aunque no lo creamos. Estos momentos de felicidad son los que finalmente quedan plasmados con una fotografía espontánea que nos alegra encontrarnos años después. Así es que yo, consciente de querer mantener estas memorias, intento de vez en cuando retener algunas de ellas a través de este humilde Rincón. De hecho, quien sea asiduo al mismo comprobará que no es la primera vez que escribo acerca de cuestiones que a primera vista parecen banales y sin embargo son la vida misma. En este caso tuve claro desde que llegó al fecha de la conserva que le dedicaría a la misma un hueco en la estantería de este "periódico de internet", como yo le explicaba a mi abuela para que supiera lo que era un blog. Mi blog. El rinconcito donde me muestro abierto y comparto y guardo mis vivencias aunque sean, simplemente, cosas como que en casa hacemos conserva anualmente. Para mí merece la pena. ¡¡Hasta la próxima!!

martes, 3 de septiembre de 2019

Y PASÓ AGOSTO

Como un suspiro entrañable, como un halo de felicidad inesperada, como una estrella fugaz ante una esperanzadora mirada, como una frágil pompa de jabón en la mano de un niño, como el crujido de una barra de pan recién horneada, así pasó Agosto. Raudo, veloz, sonriente, acelerado al igual que las agujas del reloj cuando giran a ritmo de ventilador aunque realmente lo hagan marcando el mismo son cada segundo, así pasó Agosto. Y ha sido exprimido de principio a fin y creo que de cada día podría dar un recuerdo en una línea. Lo he disfrutado mucho, me ha traído momentos muy felices, sorpresas, alegrías, esperanzas, reencuentros, sueños, ideas y fortaleza. Este mes me ha forjado en la retina imágenes preciosas, me ha hecho reír, llorar de alegría, de ilusión, de puro amor, me ha hecho disfrutar las vacaciones como hacía años que no lo hacía. Ha sido un mes muy muy bueno. Comenzó con mi amado Camino de Santiago y concluyó con esos días de conserva paciente que aguarda los fríos días del invierno y los destellos de sol de una nueva y recién estrenada primavera. Y entremedias lo que más quiero: familia, amigos, costumbres y tradiciones. Así pasó Agosto. Comencé las vacaciones haciendo uso del latinismo que anualmente repito: prima non datur et ultima dispensatur (la primera no se da y la última se dispensa). En el argot estudiantil sirve para pedirle al profesor que sea benevolente el primer y último día de curso y no enseñe materia. Así lo aprendí y así lo aplico desde entonces a mi trabajo. Costumbres que tiene uno. Puedo decir que mi Agosto comienza el 30 de Julio y culmina el 1 de Septiembre. De la limoná al despacho. Quien me conoce no requiere más explicación. Pasó el Día de la Zurra, pasó la Pandorga y pasó Agosto.

Era el mismo día 1 del octavo mes cuando a media mañana me calzaba las botas, me ponía la mochila y retomaba el Camino de Santiago donde lo dejé el año pasado. El AVE nos llevó a Madrid a mi padre y a mí. De allí un autobús nos condujo hasta Santo Domingo de la Calzada donde detuvimos la andadura el pasado año y nos aguardaba Iñaki, vértice de nuestro triángulo peregrino. Y desde la localidad calceatense hasta la Pulchra Leonina nos llevaron las botas. Once preciosos días de camino terminando de recorrer La Rioja, recorriendo enteras Burgos y Palencia y adentrándonos profundamente en León. Y entremedias risas, encuentros, reencuentros y magia. Sí, magia. El Camino tiene magia y quien bien lo conoce lo sabe. Si con algo me quedo de la andada de este año es que es la segunda vez que paso por Castilla y me sigue enamorando. No entiendo a los peregrinos que quieren evitar este tramo y perderse encantos como Castrojeriz, Frómista, Carrión de los Condes o Bercianos del Camino. En fin... Si la primera vez que pasé por allí con mochila y bordón fue buena, ésta ha sido espectacular. Y llegó. Llegó un momento que se venía fraguando durante cinco años y hasta hace unos meses no supimos si podríamos siquiera intentar que se repitiera. Finalmente se pudo intentar y mágicamente sucedió. Mismo camino, mismo pueblo y misma gente. Increíble. Hace un lustro conocimos a una persona entrañable y peculiar en un pueblecito que se llama Hornillos del Camino. Este año hemos vuelto a pasar por allí y ¡¡nos encontramos con él!! Esas cosas las entiendo como un regalo de la vida pues despiertan algo en el alma que suele estar dormido. Con vosotros Ramón, el melenas. Un hombre especial, sin duda. 

Simplemente esa pequeña anécdota ya hizo que este camino fuera especial. Nos detuvimos en León y ya soñamos con retomar el Camino y llegar a Santiago de Compostela. Dios dirá el año que viene. Lo mismo aguardamos a ese último y gran tramo para el año 2021 que es año Santo y el año que viene hacemos el Epílogo y Triángulo Esotérico Santiago-Muxía-Fisterra. Tengo un año para estudiarlo y creedme que en el Camino pienso todos los días. Y sí, alguna vez seré hospitalero. No se me va de la cabeza. Es otra cara del Camino que quiero vivir. Así volví a mi tierra y era ya mediados de Agosto. Y nada más llegar a Ciudad Real cumplí como dice la seguidilla "mañana voy a verte ciudad realito y a la Virgen del Prado lo primerito". Y de qué manera. Este año me he hecho hermano e hijo de la Patrona. Me impusieron la medalla y he salido por primera vez en mi vida con traje y corbata alumbrándola. En el Cielo sonreía mi abuela. Y yo más feliz y soñador no podía estar. Esa mirada azul de la Reina de Ciudad Real la llevo clavada muy dentro. Ha contemplado mi niñez, mi infancia, mi adolescencia, mi madurez y espero que me siga contemplando y escuchando.


Entre tanto ha habido días de Ferias y Fiestas, de piscina, de barbacoas y de estar viviendo unos días en el chalet disfrutando de los míos y de mi pasión por los guisos de sartén y lumbre. Y Agosto seguía su curso, sin detenerse, regalando sonrisas y momentos preciosos. Mi niña Claudia con dos añitos y medio ya disfruta de las atracciones y le gusta subirse a los cochecitos y saltar en las camas elásticas. ¿Cómo no va a pasar rápido el tiempo mientras la veo disfrutar tanto? Sin darme cuenta era ya día 22, Octava de la Virgen del Prado. Fin de ferias y todavía me quedaba una semana libre. La he aprovechado para disfrutar del campo. Este año no ha habido días de playa. Gemma se ha pasado trabajando todo el Verano y no ha podido ser. Pronto haremos alguna escapada que también son necesarias. Ya llegarán tiempos mejores al respecto de cuadrar entre ambos agendas y eventos. Eso sí, los fríos días de invierno como decía al principio ya tienen caldo hecho para convertirse en sopa. Y el bacalao de la Cuaresma ya tiene sus tarros de tomate frito en conserva preparados. Y esos Sábados aventureros de huevos fritos y pisto ya están en marcha tras pasarme horas con la paleta en la mano. Luego cuando llegan esas fechas me acuerdo de estos días recién pasados. He exprimido el mes, sin duda. Pasó Agosto como una exhalación. Y hay que seguir. Siempre hay que seguir. Ya hay nuevos sueños en el horizonte.