Y es que hay días que, no lo puedo evitar, pienso en ellas constantemente. A mí me enamoran las bambalinas de un palio cuando avanzan salerosas al son de la música y desprenden una perfecta cadencia de lado a lado. Esa imagen vista desde la trasera del paso, sin moverse, aferrado al sitio terrenal pero con la mente flotando, dejando que la estampa te abrace y te sumerja entre el sonido de la banda y la gente que avanza desordenadamente, mientras el paso sigue imprimiendo su andar y avanza despidiéndose de donde tú estás, esa es la Semana Santa. La vida entera cabe en un paso de palio. Y los sentimientos, recuerdos, añoranzas, esperanzas, deseos, sonrisas y lágrimas caben en una baldosa desde la que se contempla la escena antes dicha. Soy consciente de que quien es cofrade de verdad y está leyendo estas líneas se identifica con lo que narro. La felicidad con la que se viven las vísperas, la explosión de júbilo cuando llega el Domingo de Ramos, la intensidad de los días de la Semana Grande y la mezcolanza de tristeza y anhelos cuando se acaba el Domingo de Resurrección, son grandes y repetidos conocidos para nosotros año tras año, pero el aroma que desprende un palio de vuelta que se impregna en nuestras retinas del alma no es un "Hasta la próxima" es un "Hasta siempre", pues esos momentos son mágicos e irrepetibles.
Hoy me apetecía contarlo aquí en el Rincón. Sueño con esos momentos. ¿Y cuándo no? El año consta de dos espacios: el que vivimos soñando lo vivido y el que vivimos viviendo lo soñado. Y creo que no es sólo para mí para el que calendario corre así. En cada esquina imagino una revirá de un gran misterio, en cada templo una salida complicada de una cofradía de negro, en silencio, de las que impiden el aplauso con un nudo en la garganta y hacen abrirse los lacrimales mirando al Cielo y, en cada calzada, un reguero formado por innumerables gotas de cera que ya no sé si preceden al paso o escoltan la Cruz de Guía, porque sueño que sean tantos los nazarenos que al verlos en el cortejo no sepa distinguir si está más cerca el principio o el fin de la cofradía. Y mientras diserto todo ello conmigo mismo, me embriagan los sentidos melodías de cornetas y tambores y marchas de agrupaciones que hacen que, sin darme cuenta y sin evitarlo cuando recupero la consciencia, camine por las calles intentando seguir el compás de un bombo imaginario. Vivo soñando lo vivido. Pero insisto: ¿y cuándo no? Cuando lo vivo. Porque Ella vive en mí y soy soy parte de Ella.
En realidad los que amamos este mundillo de la cera y el incienso, del martillo y la trabajadera y de los solos de corneta, somos todos iguales aunque nos veamos tan dispares entre nosotros mismos. Vivimos perennes en una postal en la que nos acompaña siempre el perfume evocador de la semana grande igual que los vencejos al verano. No me niegue ningún cofrade que en el momento en que la mente tiene oportunidad, nos asalta la misma con retazos de nuestra pasión a ritmo de martinete, imparables, dominantes en su deseo de libertad, escapistas de una prisión soterrada bajo el yugo de la rutina de las cincuenta y una semanas del año que no son la mágica, pero que aguardan cualquier rendija para colarse y deslumbrarlo todo con una fascinante iluminaria cargada de sentimientos, como una saeta espontánea que surge entre el gentío cuando va la Macarena de vuelta y es aplaudida por la gente de Triana, porque eso nos une, porque somos así, porque donde hay un cofrade estamos todos los que lo somos, porque nosotros somos cofradías en sí, porque nosotros somos la más pura Semana Santa.
Me gusta detenerme a pensar en las cofradías siendo consciente de ello, pues inconscientemente ya lo hago a diario. Observo como antes decía que nosotros somos las cofradías. Y ahondo en la creencia de que unas hermandades que tienen siglos de historia gozan de su presente en nosotros. ¿Quién viste las túnicas? ¿Quién saca los pasos? ¿Quién las pregona? ¿Quién las sueña y las adorna durante las cuatro estaciones del año? Entre dimes y diretes, comentarios socarrones, desencuentros y fortunas, las tertulias de los bares que muchas veces afloran sin estar citadas en la agenda y mil eventos más que bien pudieran darse en el tiempo más frío o en los meses del estío, somos nosotros, los mismos, los que alimentamos, cada uno a su manera, la Semana más grande del año, la que se cuenta de Domingo a Domingo, la que avanza contando el tiempo al revés y nos embauca y nos hechiza aferrados a su esencia. La Semana Santa es nuestra porque somos nosotros Ella.
Tú, cofrade, que lees estas líneas siéntete Semana Santa. Sé consciente que sin tu clavel en la solapa la misma no sería la misma. Ten presente que tu aportación la agranda. Convéncete que tu costal mal hecho también es necesario. Y cuando desafine tu corneta por los nervios o cansancio también es Semana Santa que el refranero es sabio y un grano no hace granero pero ayuda al compañero. Y si el granero lo desgranamos creyendo no ser necesarios ciertos granos, finalmente nos quedamos sin granero y sin la aportación del compañero. Sonríe, aguaor. Saca pecho, alza cables. Ponte tus mejores galas, tú que te echas a las calles. Todo suma. Luego, a posteriori, serás parte del sueño de otros tantos que te vieran y de otros tontos que Paco Robles en su libro describiera. Quedarás plasmado en su estampa cuando pase el palio despidiendo el compás en sus varales y el tiempo de las mecidas al vaivén de bambalinas. Serás recordado e incluso buscado el siguiente año. Créeme. Y cuando ya no estés en este mundo, tu recuerdo seguirá formando parte de la Semana más maravillosa del año. Ten por seguro que algún costalero te llevará en la mente brindándote una levantá con el alma, cree con certeza que alguna lágrima llevará tu nombre cuando halles un rostro emocionado mirando al Titular que le evoca tu nombre, toma conciencia de que tú eres parte de Ella. Y la amamos más aún que el pelícano a sus polluelos en la maravillosa alegoría del Amor que procesiona oculta tras una cruz cada Domingo de Ramos. Nosotros somos Semana Santa. Tú, yo, él, nosotros, vosotros y ellos. Todos somos "un poquito de cofradías".
Hoy me apetecía contarlo aquí en el Rincón. Sueño con esos momentos. ¿Y cuándo no? El año consta de dos espacios: el que vivimos soñando lo vivido y el que vivimos viviendo lo soñado. Y creo que no es sólo para mí para el que calendario corre así. En cada esquina imagino una revirá de un gran misterio, en cada templo una salida complicada de una cofradía de negro, en silencio, de las que impiden el aplauso con un nudo en la garganta y hacen abrirse los lacrimales mirando al Cielo y, en cada calzada, un reguero formado por innumerables gotas de cera que ya no sé si preceden al paso o escoltan la Cruz de Guía, porque sueño que sean tantos los nazarenos que al verlos en el cortejo no sepa distinguir si está más cerca el principio o el fin de la cofradía. Y mientras diserto todo ello conmigo mismo, me embriagan los sentidos melodías de cornetas y tambores y marchas de agrupaciones que hacen que, sin darme cuenta y sin evitarlo cuando recupero la consciencia, camine por las calles intentando seguir el compás de un bombo imaginario. Vivo soñando lo vivido. Pero insisto: ¿y cuándo no? Cuando lo vivo. Porque Ella vive en mí y soy soy parte de Ella.
Me gusta detenerme a pensar en las cofradías siendo consciente de ello, pues inconscientemente ya lo hago a diario. Observo como antes decía que nosotros somos las cofradías. Y ahondo en la creencia de que unas hermandades que tienen siglos de historia gozan de su presente en nosotros. ¿Quién viste las túnicas? ¿Quién saca los pasos? ¿Quién las pregona? ¿Quién las sueña y las adorna durante las cuatro estaciones del año? Entre dimes y diretes, comentarios socarrones, desencuentros y fortunas, las tertulias de los bares que muchas veces afloran sin estar citadas en la agenda y mil eventos más que bien pudieran darse en el tiempo más frío o en los meses del estío, somos nosotros, los mismos, los que alimentamos, cada uno a su manera, la Semana más grande del año, la que se cuenta de Domingo a Domingo, la que avanza contando el tiempo al revés y nos embauca y nos hechiza aferrados a su esencia. La Semana Santa es nuestra porque somos nosotros Ella.
Tú, cofrade, que lees estas líneas siéntete Semana Santa. Sé consciente que sin tu clavel en la solapa la misma no sería la misma. Ten presente que tu aportación la agranda. Convéncete que tu costal mal hecho también es necesario. Y cuando desafine tu corneta por los nervios o cansancio también es Semana Santa que el refranero es sabio y un grano no hace granero pero ayuda al compañero. Y si el granero lo desgranamos creyendo no ser necesarios ciertos granos, finalmente nos quedamos sin granero y sin la aportación del compañero. Sonríe, aguaor. Saca pecho, alza cables. Ponte tus mejores galas, tú que te echas a las calles. Todo suma. Luego, a posteriori, serás parte del sueño de otros tantos que te vieran y de otros tontos que Paco Robles en su libro describiera. Quedarás plasmado en su estampa cuando pase el palio despidiendo el compás en sus varales y el tiempo de las mecidas al vaivén de bambalinas. Serás recordado e incluso buscado el siguiente año. Créeme. Y cuando ya no estés en este mundo, tu recuerdo seguirá formando parte de la Semana más maravillosa del año. Ten por seguro que algún costalero te llevará en la mente brindándote una levantá con el alma, cree con certeza que alguna lágrima llevará tu nombre cuando halles un rostro emocionado mirando al Titular que le evoca tu nombre, toma conciencia de que tú eres parte de Ella. Y la amamos más aún que el pelícano a sus polluelos en la maravillosa alegoría del Amor que procesiona oculta tras una cruz cada Domingo de Ramos. Nosotros somos Semana Santa. Tú, yo, él, nosotros, vosotros y ellos. Todos somos "un poquito de cofradías".