Tenía ganas de dedicarte unas palabras por lo bien que me has tratado siempre. Nos conocimos en 1992 cuando estabas bella y radiante (más aún) y albergabas en tu seno la Exposición Mundial de la que sería Curro tu emperador. Tenía yo once años y adquirí recuerdos que aún conservo. De hecho, cada vez que camino por Plaza de Armas sonríe mi alma al acordarse. Eran tiempos de bonanza y mi querida España celebró en un mismo año las Olimpiadas de Barcelona, la llegada del AVE (con paradas en La Mancha) y la Expo de Sevilla, donde nos vimos por vez primera. Por entonces yo ya estaba inmerso en el mundillo de las cofradías del que tú eres cuna, pero todavía no habíamos hablado de ello. Sería en 1995 cuando supiésemos ambos de nuestro amor compartido al coincidir por las calles en la Salida Extraordinaria del 400 Aniversario de la Macarena. Te recuerdo, querida, que fue el primer paso que vi. ¡Menudo debut! No digo que no lo supere nadie, pero con que lo iguale, me sirve. Y no es fácil. Ese día comencé a empaparme de tus nombres que hoy domino, ubico y he recorrido tantas veces: Don Fadrique, San Luis, Bécquer, Resolana, Parras, Escoberos, Feria, Correduría, Alameda de Hércules, etc. Macarenismo puro que hoy derrocho y que amé desde aquel momento que, con catorce años y medio de edad, no atinaba a contar en casa cómo era tras conocerlo . Fue entonces cuando nos unimos, Sevilla. Me hiciste tuyo y de la que vive en San Gil. Inolvidable.
Para mí decir Sevilla es decir Macarena y decir Macarena es decir Sevilla. No pronuncio ninguna de las dos palabras sin pensar en la otra y cierto es que ambas engloban mucho más, pero me enamoré de las dos el mismo día y las llevo íntimamente unidas. Por eso y aunque hoy no vengo a hablar de la Esperanza, seguro que se me cuela alguna pincelada. Si bien, estás líneas, son para ti, mi Sevilla, por todo lo que me regalas. Y es que te echo de menos. Mucho. Cruzar tu puente de Isabel II para adentrarme en las calles de tu barrio más artista me llena de vida. Ese olor a adobo en la calle Tetuán... Esos papelones de pescaíto frito bien despachados en la esquina de García de Vinuesa... Esos recovecos para perderte adrede en cualquier esquina de la calle Feria... Esas tabernitas y bodegas que son tan minúsculas que te obligan a vivir la calle... Esas constantes vaharadas de incienso que no dejan de recordarte que estás en el origen de las cofradías... Esa eterna mezcolanza de arraigo y progreso que destilan tus fachadas en calles emblemáticas... Son tantas cosas, Sevilla, que definirte con palabras se me hace muy complejo. Quizás por ello necesito verte, para fundirnos en nuevos recuerdos, pues es la mejor manera de describirte, clavando las pupilas en el cielo estrellado que apuntas con la Giralda en la recién caída noche del Barrio de Santa Cruz.
Sabes bien que hay visitas que son obligadas y, con el tiempo, además, adquieren la catalogación de acostumbradas, arraigadas e inexcusables. Para mí visitarte lo es. Y dentro de esa visita a ti y a que siempre me renuevas ilusiones descubriéndome alguna estampa inédita, están otras visitas que me encanta hacer y que, también y tan bien sabes, que son empaparme de ti de otra manera. No puedo estar en ti sin acercarme al Arco de la Macarena que abre paso a la calle San Luis, ya lo he dicho antes, vais indisolubles la una y la otra en mi pensamiento. Ese lugar que me imanta y que estalla de júbilo cada Madrugá del Viernes Santo, cuando sale el Señor de la Sentencia, al redoble de un Hidalgo que ya viste de armao en el cielo, escoltado por un mar de plumas blancas que desembocan en un palio de Esperanza. Tampoco puedo estar en ti y no asomarme a la esquina de la Plaza de San Lorenzo donde habitan el Padre y el Hijo, bajo un mismo nombre, haciéndonos ver a todos, creamos o no, lo ínfimos que somos al lado de su Gran Poder. Y no puedo estar en ti tampoco sin pasar, entre San Juan de la Palma y la Encarnación, por la puerta de un convento que fundó la hija de un zapatero y cuya máxima en la tierra es hacerse pobre con los pobres. ¡Tienes tantas cosas, Sevilla!
Por supuesto que recuerdo tus tascas por Santa Catalina entre la ilusión y la incertidumbre y tengo ganas de ir a los rinconcitos que tanto me gustan y pasar un ratito de esos en los que se mezclan la gastronomía y las cofradías, embriagadas de cruzcampo y alguna copita en la taberna o bodega de turno. Y, en verdad, ya te vislumbro, pues recién peinado el Otoño preparo una de las visitas incondicionales a tus entrañas justo cuando el mismo va cediendo paso al Invierno. ¡Qué guapa estás engalanada para Navidad, amiga! No sé si es porque baja la Esperanza de su Camarín a la tierra, reflejada en dos caritas morenas, una que vive a la vera de una muralla y la otra en la orilla del río o si es porque nace el Redentor en los soportales de tu Ayuntamiento, pero hay que ver cómo te pones de luces y alegrías. Y yo allí ensimismado año tras año. Y mira que ya nos conocemos y debería estar acostumbrado. Pero, ¡ay, Híspalis bonita!, si no me acostumbro a tu adobo que siempre me sabe tan rico, ni me acostumbro a tus barrios tan juntos y tan dispares, ni me acostumbro a mirarte porque siempre te veo mágica y sonriente, ¿cómo acostumbrarme a tus maneras cada vez más peculiares dentro de un mismo arraigo que las hace únicas y verdaderas? Loquito me tienes, Sevilla. Ya mismo voy a verte.