Sabía que algún día te recorrería, pero no sabía cuándo. Tú, querido Camino, en tu magnificencia adquirida por el respeto y experiencia (y quizás idolatría por algunos) por el paso de los años, habiéndote convertido en verdadero espíritu notable, estoy convencido de que sí sabías cuando sería. Te tenía en lista igual que al Primitivo o la Plata, pero quizás el devenir de las última gran llegada a Santiago de Compostela aceleró la situación. Era el verano de hace tres años cuando completamos, ya sabes tú, Camino, de quién hablo, la última gran aventura, aquella que se inició en 2018 en el Somport francés sólo por quince peregrinos y, únicamente tres de ellos, cruzamos finalmente el arco de piedra que a través de una escaleras llega al corazón del Obradoiro, el día 14 de Agosto de 2021. Fue duro, muy duro y ya nada volvería a ser igual. Digo la verdad al reconocer que por entonces no sabía que tú, Camino Inglés, serías el elegido para ello dos estíos después. Quedaba todavía por recorrer el Camino Esotérico, el Epílogo, el del verdadero Ultreia et Suseia. Y así alcanzando las aguas del Atlántico en mi querido Finisterre comenzaste a tomar forma. Todo se había cumplido y la despedida que él merecía no podía ser cualquiera. Más de dos mil kilómetros recorriéndote lo hacían digno de llegar a los restos del apóstol de nuevo a son de gaita y avanzando con sus botas paso a paso, conmigo a su vera. Por eso, aquel 15 de Agosto en el tren, de vuelta a casa opté por ti, un camino pequeño, con distancia asequible, con etapas que yo pudiera achicar o ampliar a mi antojo y que le regalase a él, con su debido esfuerzo, la compostela final. Tú seguro que lo sabías, truhan. Me niego a creer que no. Y te convertiste en el elegido para ello. Ya desde ese momento fuiste especial, muy especial, Camino Inglés.
Podía haber sido el sempiterno Camino Francés que tanto amamos. Un mero Sarria-Santiago, como cuando y donde todo empezó, pero él, peregrino ya muy experimentado y avezado, merecía alcanzar otro objetivo y descubrir nuevas etapas, si bien todo ello ya adaptado a su posición sobradamente ganada. El Camino Inglés quiso el destino que fuera. Sé que, tras haber recorrido varias veces el gran camino, haber subido tres ocasiones O Cebreiro, llegar exhausto a Foncebadón un par de veces y cruzar las tierras del Cid entre polvo y sudor, no le habría importado ser un "sarriero", pues sabe de sobra que el Camino no son sólo los últimos cien kilómetros (aunque en algunos casos sí lo sea) y, como cierre, le habría gustado volver a ver las lareiras de Sarria, entrar en Portomarín subiendo la escalinata de piedra, dormir en el Albergue Benito de Palas de Rei, alcanzar Arzúa tras parar en Leboreiro, Furelos y Ribadiso, caminar entre altos eucaliptos rumbo a Pedrouzo y volver a pasar por el verdadero Monte do Gozo para un rato después contemplar de nuevo la gran fachada catedralicia de Santiago de Compostela. Habría sido para él un dulce final, pero conocía íntegros el Francés, el Portugués, el Aragonés y la prolongación a Muxía y Fisterra. Quedabas tú, Camino Inglés. Era un gran aliciente que por donde discurren tus etapas no habíamos estado, así es que podríamos conocer también, además de recorrerte, las calles de Ferrol, Neda, Fene, Pontedeume, Miño, Betanzos, Presedo, As Travesas, Mesón do Vento y Sigüeiro. Ya te digo que eras (y fuiste y serás) especial. Quiso tu espíritu y el del mismo Santiago que así fuera. Y así fue. Con la incógnita y regalo final de no saber por dónde entraría el Camino Inglés a la Praza do Obradoiro y, descubriendo sobre la marcha, que comparte sus últimos metros, literalmente, con su hermano el Camino Francés, lo que nos dio un regustillo sentimental añadido y nos hizo recordar en ésta, su última vez, como fue aquella, nuestra primera vez.
En el mes de Junio comencé a fraguar cómo y dónde serían las jornadas y los descansos. Y ya iba tarde. Me avisaron peregrinos que te conocían que no eras como el Francés y que estás "formándote" ahora y no hay tantos alojamientos ni opciones como puede haberlos en los finales del dicho Francés y del Portugués. Me agarré al emblemático D.A.Y.S.I. (Dios, ayuda y San Iago) de los peregrinos medievales y tracé los itinerarios y días confiando en que si algo se torciera, "Santiago proveyera". Y así, intentando tener garantizada cama y ducha cada día y no empezar ni terminar en los puntos más comunes, diseñé las etapas. Y me salieron Ferrol - Fene, Fene - Miño, Miño - Presedo, Presedo - Mesón do Vento, Mesón do Vento - Sigüiero y Sigüeiro - Santiago de Compostela. Y como mi querido Camino Inglés era especial hubo Santiago que proveer y, finalmente, las jornadas fueron esas pero las pernoctaciones sufrieron un cambio y de Presedo retrocedimos a Betanzos (pasando por Abegondo) y nos vino bien para conocer tan precioso pueblo gallego y descansar de buena manera y, al alba, retomamos de nuevo el camino donde lo habíamos dejado y continuamos persiguiendo flechas amarillas hasta un mágico lugar que todo peregrino de estos lares conoce y recomienda por ser "puro Camino": Casa Avelina. Eso nos recompuso por dentro la irritación de haber llegado el día antes a cierto albergue público y encontrarnos sin plaza porque no había hospitalero y se habían aceptado "reservas". Dentro del Camino también hay "antiCamino", los peregrinos experimentados me entenderán. Más "Casas Avelinas" y menos "chanchullos en albergues tradicionales".
Como siempre, todo Camino deja algún lunar, pero jamás, por grande que sea, oculta el verdadero regusto y poso eterno que regala la Ruta Jacobea. Así, paso a paso y sabiendo que serían los últimos para él, fuimos llegando a Santiago de Compostela. La sensación de esa última etapa la conozco bien. La extraña mezcla de la alegría por haber alcanzado la meta una vez más y la tristeza por acabar la aventura. Y en esta ocasión, querido Camino Inglés, sabiendo que el propio fin era recorrerte has sido muy especial, no me canso de decírtelo. Te has convertido en origen, principio, fin y epílogo. Te has erigido como presentación, nudo y desenlace. Y te digo que tú lo sabías, pero yo no. Sabía que serías distinto, Camino Inglés. Has puesto un punto y final en mi vida y un punto y aparte en mi tránsito. Ha acabado todo como empezó, abrazados en el Obradoiro y llorando. Así lo fue en el año 2010 y así lo ha sido durante estos casi quince años que el tiempo, impasible e indetenible, me ha dejado disfrutar con él. Ahora te contemplo y no sé cómo serán mis llegadas sin tenerlo a mi lado. Surgió inesperado un pequeño Sarria - Santiago y se convirtió en un siguiente Ponferrada - Santiago. De ahí nació el primer tramo del primer gran Camino: Saint Jean pied de Port - Santo Domingo de la Calzada. Al año siguiente, desde donde cantó la gallina después de asada hasta León y, al otro, desde la Pulchra Leonina hasta tus altas y pardas torres de nuevo. Conocido íntegro el gran Camino Francés nos iniciamos en el Camino Portugués y, al concluirlo, ya éramos abuelo y padre y estaba en Santiago mi hija esperándonos. Soñó con el Somport y el Camino Aragonés y allá que fuimos. De nuevo desde los Pirineos hasta Santo Domingo, León y Compostela. Nuestro segundo gran Camino. Restaba el epílogo, su ansiado Camino Esotérico. Y también lo recorrimos desde la propia Praza do Obradoiro hasta el faro y las aguas de Finisterre, pasando por Muxía, claro está, para completar el triángulo mágico. Un pequeño tramo de Pamplona a Logroño no podía ser la despedida, pero también lo caminó. Y, terminando como debía, llegando a Santiago de nuevo, completó el Camino Inglés sabiendo que sería su última noche en un albergue. Rindo honores a mi padre sabiendo lo que ha sido capaz de hacer. Es su punto final como peregrino y el mío a caminar con él. Los años dan lo que dan. Más de dos mil doscientos cincuenta kilómetros caminando juntos. Te quiero, papá. Has sido y eres grande.