Loquito me tienes, mes de Julio. Loquito. No es ni medio normal la tensión laboral que me acarreas y a la par los preciosos ratitos de gloria que me regalas. No es ni medio normal ni equilibrado tampoco. Tras llevar once meses del tirón trabajando, estos últimos días antes de las vacaciones se me hacen muy muy muy cuesta arriba. Me dicen "Buenos días" y ya muerdo porque voy asqueado. Y, a la vez, gozo de hacer guisoteos en la lumbre, de relajarme en la piscina, de dormir las noches que Gemma trabaja con la mujer de mi vida (que no es otra que mi hija), de dejarme embriagar de cofradías de gloria en verano, de soñar con pañuelos de hierbas y de pasar enormes momentos con la familia y amigos. Pero son tan efímeros y tan enorme el estrés que llevo estos días que le vendo mi mes de Julio laboral al peso a quien lo quiera. ¡Qué hartura! Y mira que me regala retazos bellos pero ¡a qué precio! Julio, Julio... ¡Ay! Julio. Si pudiera moldearte a mi antojo como más o menos puedo hacer con tus otros once compañeros, pero tú eres el mes rebelde y, a la vez, el deseado. Loquito me tienes te digo.
Eres un truhán desaliñado que avanza raudo en el calendario pero dejando mella todos los días en el mismo sitio, de modo que no es que marques en mi desgastada sesera treinta y una marcas por cada uno de tus días sino que incides treinta y una veces en la misma, ahondándola, aumentándola, tensándome la cordura hasta límites que me desesperan. Y entre tanto me regalas aromas de lebrillos de limoná, caminatas por nuevos terrenos, sueños planificados para Agosto y algún rato de despiste en el que logro evadirme de tan agotadora rutina acentuada estos días finales del curso laboral. Yo no sé cómo definirte, de verdad. Me paso tiempo esperándote porque eres especial por muchas cosas y porque eres la antesala de los días de sentimiento y relax pero, realmente, me agotas y me desesperas. No creo que tengas tú la culpa pero siempre ocurre en tus días. Y cuando me preguntan por ti no sé qué decirles. ¡Ya es Julio, por fin! Bueno... Días que es por fin y días que es por desgracia. Pero todo suma y van pasando las horas.
Cuando llegas todos los años (desde que trabajo) te aguardo con ilusión pues eres la cuenta atrás del octavo y deseado mes del calendario que, bien sabe él, si pudiera partirlo de otro modo lo haría. Me traes recuerdos de mi abuela, me traes fiestas y verbenas, me traes ratos de costal y trabajadera, me tras raigambre y tradición, me traes pañuelos de hierbas, me traes sueños y a la vez desvelos, me traes la agenda repleta de citas y sobresaltos, me traes un caos organizado, me traes de cabeza por los pies, me traes que respondo besos con guantazos y me traes prisas e impaciencias. ¿Tan difícil es que dosifiques a los que hacen uso de ti? Sí, te lo pregunto a ti, Julio. Aunque bien me lo pudieras preguntar tú a mí. Y sí. Sí lo es. Quizás por eso en algo te entiendo. Pero me desespero. Al menos cojo con más ganas el premio. Más que ganas, merecimiento.
Y fíjate si eres cabezón y terco como buen manchego que entre tanto escribo estas líneas me regalas momentos inolvidables por sorpresa. Al final conviertes nuestra relación en una mezcolanza de amor y odio y de un contigo pero sin ti que me atrae más que me separa. Y pienso yo cual hidalgo divagante que si no fuera porque inclinase la balanza la atracción ante la desesperanza no habría comenzado a narrarte tus venturas y desventuras para con mi persona. Eso es porque aún sabiendo que tus días raudos pasan si bien marcándome la paciencia, ocultan siempre unos pellizcos de alegría que son incomparables entre sí, hasta tal punto que cuando avanza el calendario en esos días entreverados en los que el Otoño va convirtiéndose en Invierno te recuerdo con afecto y sí, lo confieso, llego hasta a echarte de menos. Líbrame entre lebrillos del agobio laboral al que me sometes en estos días inciertos de trabajo y fiesta. Regálame ratos que perduren por los años de los años tanto en el recuerdo como reviviéndose. Da comienzo a la Pandorga y con ella a las vacaciones. ¡Vamos! Y sigue siempre en esta eterna pelea que a los dos nos enamora, Julio. ¡Ay, Julio!
Cuando llegas todos los años (desde que trabajo) te aguardo con ilusión pues eres la cuenta atrás del octavo y deseado mes del calendario que, bien sabe él, si pudiera partirlo de otro modo lo haría. Me traes recuerdos de mi abuela, me traes fiestas y verbenas, me traes ratos de costal y trabajadera, me tras raigambre y tradición, me traes pañuelos de hierbas, me traes sueños y a la vez desvelos, me traes la agenda repleta de citas y sobresaltos, me traes un caos organizado, me traes de cabeza por los pies, me traes que respondo besos con guantazos y me traes prisas e impaciencias. ¿Tan difícil es que dosifiques a los que hacen uso de ti? Sí, te lo pregunto a ti, Julio. Aunque bien me lo pudieras preguntar tú a mí. Y sí. Sí lo es. Quizás por eso en algo te entiendo. Pero me desespero. Al menos cojo con más ganas el premio. Más que ganas, merecimiento.
Y fíjate si eres cabezón y terco como buen manchego que entre tanto escribo estas líneas me regalas momentos inolvidables por sorpresa. Al final conviertes nuestra relación en una mezcolanza de amor y odio y de un contigo pero sin ti que me atrae más que me separa. Y pienso yo cual hidalgo divagante que si no fuera porque inclinase la balanza la atracción ante la desesperanza no habría comenzado a narrarte tus venturas y desventuras para con mi persona. Eso es porque aún sabiendo que tus días raudos pasan si bien marcándome la paciencia, ocultan siempre unos pellizcos de alegría que son incomparables entre sí, hasta tal punto que cuando avanza el calendario en esos días entreverados en los que el Otoño va convirtiéndose en Invierno te recuerdo con afecto y sí, lo confieso, llego hasta a echarte de menos. Líbrame entre lebrillos del agobio laboral al que me sometes en estos días inciertos de trabajo y fiesta. Regálame ratos que perduren por los años de los años tanto en el recuerdo como reviviéndose. Da comienzo a la Pandorga y con ella a las vacaciones. ¡Vamos! Y sigue siempre en esta eterna pelea que a los dos nos enamora, Julio. ¡Ay, Julio!