Tenía ya ganas de contar otra leyenda en el Rincón. Buscaba alguna de las curiosas, recónditas y, a poder ser, que estuviera ligada a mi tierra. Y hete aquí que sin saberlo la tenía al lado y la descubrí, como todo, casi por casualidad, hace unos días. En estos tiempos de confinamiento he estado leyendo cosas que la vida rutinaria no me permitía hacer por escasez de tiempo libre que no tuviera ya encuadrado en otras tareas. Me apasiona saber cosas de mis raíces, de mi tierra, de mi gente y de las tradiciones que aúnan todo ello y leyendo siempre aprendo algo desconocido. Y este año que iba a ser muy especial para mí (y que el maldito coronavirus lo está impidiendo), se cumplen seiscientos años de que Juan II tras su liberación del Castillo de Montalbán concediera a Villa Real el nombramiento de Ciudad, así es que una de las temáticas que más he leído ha sido sobre la fundación y evolución de mi querida y natal Ciudad Real. Y en la historia de la misma es figura relevante, evidentemente, la Virgen del Prado. Así es que he releído algunos textos y he leído otros que jamás lo había hecho. Libros viejos, fascímiles y estudios que suelen ser apartados en las estanterías. Y un día de los que salí a andar al permitirse lo mismo tras los días de cuarentena, cumplí como buen ciudadano arraigado con los dichos populares: "Mañana voy a verte, ciudad realito, y a mi Virgen del Prado lo primerito". De esta manera me dirigí a ver a la Morena del Prado a través de la ventana de su Camarín. Allí me encontré a mi padre y hablando con él, en tal lugar, a través de las dichosas mascarillas comentamos una leyenda que desconocía completamente y entre él y las lecturas he aprendido. Os cuento.
Dicen los ancianos de la ciudad y así se constata en algunos libros que la antigua talla de la imagen de la Virgen del Prado tenía una mancha en la mejilla que no había forma de quitar y que por más que se intentaba ocultar la misma al final salía de nuevo a la luz. ¿A qué se debía ello? Cuenta la leyenda que unos caballeros que eran los encargados de llevar la imagen de una Virgen llamada "Virgen de las Batallas" de un lado a otro en las contiendas del monarca Alfonso VI, por ser deseo del mismo y considerarla talismán de sus victorias, se detuvieron en un lugar llamado Pozuelo Seco de Don Gil (actual Ciudad Real) a tomar un descanso en su trayecto. Y allí los lugareños, en su mayoría labriegos y pastores, observaron con intriga que la comitiva escoltaba una caja que mostraba una riqueza exterior llamativa, lo que aventuraba que algo valioso transportaba dentro. De este modo preguntaron qué iba en su interior y el capellán que viajaba con los caballeros accedió a mostrar lo que con tanto celo se guardaba, viendo los habitantes de Pozuelo Seco la imagen de la Virgen y quedando al instante prendados de su belleza. Cuando los caballeros decidieron reanudar su marcha quedaron los lugareños entristecidos pues querían que la talla de la Virgen quedase allí con ellos y prometían levantarle un templo en su honor. Pero aquellos siguieron su camino y llevaron la imagen consigo.
Uno de los humildes pozueleños, llamado Antón, llegada la noche, no se había movido del prado donde estuvo la comitiva descansando y se encontraba allí rezando y cantando unas coplas a la Virgen cuando, de pronto, una blanca paloma se posó en la encina donde horas antes había estado la sagrada talla. Con ganas de cazarla le lanzó una piedra y al impactarle la misma se convirtió en la imagen de la Virgen entre ráfagas de luz y resplandores. Ante tal suceso, Antón, al grito de milagro, corrió a alertar a sus vecinos de que la Virgen había vuelto. Los labriegos se postraron a los pies de la misma y desde aquella aparición se la llamó la Virgen del Prado. Allí se quedó la imagen y ello dio lugar a que aquel caserío del Pozuelo Seco de Don Gil se convirtiera en una puebla, la puebla en una villa y la villa en una ciudad. Y de la mano con esta historia y a la piedra que lanzó Antón a la Virgen surgió la leyenda de la mancha en la mejilla...
Siempre se dijo que la referida mancha era el cardenal que le hizo a la Virgen la pedrada de Antón. De ahí que apareciera en el rostro de la Virgen y que por más que se intentase disimular siempre saliese de nuevo. Esto es así hasta tal punto que el documento número 848 del Archivo Parroquial de Santa María del Prado se hace eco de la leyenda de la mancha del cardenal de la Virgen y prueba lo milagroso de su aparición incluso en obras que replicaban el rostro de la imagen. De este modo, dicho documento cuenta lo ocurrido acerca de la creación de un estandarte que se regaló años después a la Cofradía Virgen de la siguiente manera:
"En el año 1750, un vecino de Almagro, don Juan de Contreras, encargó a don Francisco Llunell, de Barcelona, la confección del bordado de un estandarte para la Cofradía de la Virgen del Prado, en el que se debía de reproducir la imagen. El Sr. Llunell hizo la combinación de sedas para el bordado y al terminarlo observó que en el rostro soberano sobresalía una como mancha en la seda. Rehizo su obra por tres veces y aunque las sedas empleadas las pasó y repasó sin que notara cambios de color, al final salía siempre la mancha. Desesperado trajo su obra y la entregó en Almagro y al verlo la esposa de don José García Ximénez, que era muy devota de la Stma. Virgen del Prado, por haber vivido en Ciudad Real, exclamó: -"Admirable, admirable, y lo mejor que tiene es esa mancha en la mejilla". Creyó el artista catalán que se burlaban de él y entonces aquella señora explicó que la sagrada imagen tenía en el mismo rostro un cardenal semejante al que se descubría en el dibujo, por lo que el propio artista vió claramente que se trataba de un hecho milagroso".
Así pues rescato hoy para que perdure, para mí y para vosotros, la leyenda que había del origen de la mancha en la mejilla del Nuestra Patrona la Virgen del Prado. El conflicto bélico de 1936 y la nefasta destrucción de aquella imagen gótica de María llevaron al traste esta leyenda que conocieron y contaban nuestros abuelos. Y respecto a la Virgen en sí, en 1940 se realizó otra talla por el imaginero catalán Vicente Navarro, pero debido a un grave ataque de carcoma que sufrió la madera tuvo que ser reemplazada por la actual, obra de los imagineros valencianos Rausell y Llorens. Ella, Nuestra Virgen del Prado, sea como sea, lleva entre nosotros desde el 25 de Mayo de 1088 y seguro que aún se toca dolorida la mejilla por la pedrada que le dio Antón. Juntos sonríen en el Cielo de la Mancha y dieron lugar a una leyenda que forma parte de la historia de Ciudad Real, desde su fundación hasta hoy.
Vale.
Uno de los humildes pozueleños, llamado Antón, llegada la noche, no se había movido del prado donde estuvo la comitiva descansando y se encontraba allí rezando y cantando unas coplas a la Virgen cuando, de pronto, una blanca paloma se posó en la encina donde horas antes había estado la sagrada talla. Con ganas de cazarla le lanzó una piedra y al impactarle la misma se convirtió en la imagen de la Virgen entre ráfagas de luz y resplandores. Ante tal suceso, Antón, al grito de milagro, corrió a alertar a sus vecinos de que la Virgen había vuelto. Los labriegos se postraron a los pies de la misma y desde aquella aparición se la llamó la Virgen del Prado. Allí se quedó la imagen y ello dio lugar a que aquel caserío del Pozuelo Seco de Don Gil se convirtiera en una puebla, la puebla en una villa y la villa en una ciudad. Y de la mano con esta historia y a la piedra que lanzó Antón a la Virgen surgió la leyenda de la mancha en la mejilla...
Siempre se dijo que la referida mancha era el cardenal que le hizo a la Virgen la pedrada de Antón. De ahí que apareciera en el rostro de la Virgen y que por más que se intentase disimular siempre saliese de nuevo. Esto es así hasta tal punto que el documento número 848 del Archivo Parroquial de Santa María del Prado se hace eco de la leyenda de la mancha del cardenal de la Virgen y prueba lo milagroso de su aparición incluso en obras que replicaban el rostro de la imagen. De este modo, dicho documento cuenta lo ocurrido acerca de la creación de un estandarte que se regaló años después a la Cofradía Virgen de la siguiente manera:
"En el año 1750, un vecino de Almagro, don Juan de Contreras, encargó a don Francisco Llunell, de Barcelona, la confección del bordado de un estandarte para la Cofradía de la Virgen del Prado, en el que se debía de reproducir la imagen. El Sr. Llunell hizo la combinación de sedas para el bordado y al terminarlo observó que en el rostro soberano sobresalía una como mancha en la seda. Rehizo su obra por tres veces y aunque las sedas empleadas las pasó y repasó sin que notara cambios de color, al final salía siempre la mancha. Desesperado trajo su obra y la entregó en Almagro y al verlo la esposa de don José García Ximénez, que era muy devota de la Stma. Virgen del Prado, por haber vivido en Ciudad Real, exclamó: -"Admirable, admirable, y lo mejor que tiene es esa mancha en la mejilla". Creyó el artista catalán que se burlaban de él y entonces aquella señora explicó que la sagrada imagen tenía en el mismo rostro un cardenal semejante al que se descubría en el dibujo, por lo que el propio artista vió claramente que se trataba de un hecho milagroso".
Así pues rescato hoy para que perdure, para mí y para vosotros, la leyenda que había del origen de la mancha en la mejilla del Nuestra Patrona la Virgen del Prado. El conflicto bélico de 1936 y la nefasta destrucción de aquella imagen gótica de María llevaron al traste esta leyenda que conocieron y contaban nuestros abuelos. Y respecto a la Virgen en sí, en 1940 se realizó otra talla por el imaginero catalán Vicente Navarro, pero debido a un grave ataque de carcoma que sufrió la madera tuvo que ser reemplazada por la actual, obra de los imagineros valencianos Rausell y Llorens. Ella, Nuestra Virgen del Prado, sea como sea, lleva entre nosotros desde el 25 de Mayo de 1088 y seguro que aún se toca dolorida la mejilla por la pedrada que le dio Antón. Juntos sonríen en el Cielo de la Mancha y dieron lugar a una leyenda que forma parte de la historia de Ciudad Real, desde su fundación hasta hoy.
Vale.