Señal en algún tramo del inicio del Camino Francés |
Hoy me he levantado como muchas otras mañanas desde que lo conocí, pensando en él, deseándolo, añorándolo y mirándolo con la ternura de los ojos del recuerdo y el aliento de la esperanza de tenerlo de nuevo. Mi querido Camino de Santiago. Y ahora que se acerca el verano y ya se me antojan inminentes los días libres de un nuevo Agosto lo tengo muy presente y empiezo a acariciarlo sobre las guías y a soñar con sus etapas de las variantes que aún me quedan por recorrer. Este año me iré al Camino Portugués y desde Valença do Minho caminaré hasta la Plaza del Obradoiro donde concluye la calle más recorrida de Europa. Al caso que me enredo en mis entretelas sentimentales y no narro lo que vengo a narrar. Ya sabéis todos que he escrito varios relatos cortos con temática jacobea y los he ido compartiendo con vosotros. Con uno de ellos, "Niebla del Monte Irago" gané el concurso literario de Relatos del Buen Camino y lo compartí en el Rincón hace un tiempo. Buscadlo si tenéis tiempo, seguro que os saca una lágrima... Otro de los relatos fue "Un trocito de melón" y también lo traje al Rincón de mis Pasiones para que pudierais leerlo quienes quisierais. Y hoy que como antes os decía me he levantado con ese afán peregrino y con muchas ganas de hablar de mi amada Ruta Jacobea os traigo otro de los relatos que escribí con esa temática.
Para los que conozcan el Camino Francés será un recorrido por el mismo desde Saint Jean Pied de Port hasta el propio Santiago de Compostela. Se titula "Como la vida misma" y hago una comparación de la propia vida de una persona con el transcurrir por el Camino. De hecho siempre he estado convencido de que el Camino es un fiel reflejo de la vida real, con sus subidas, sus bajadas, sus llaneos, gente que va, gente que viene, sorpresas, risas, llantos, etc. Y cuando lo recorro nuevamente más me convenzo de ello. En fin, os dejo con el relato y espero que lo disfrutéis al menos con el mismo cariño que cuando lo escribí. Todos somos queramos o no peregrinos de la vida. Y la vida, al fin y al cabo, es caminar...
Puente la Reina, donde se unen los Caminos a Compostela |
COMO LA VIDA MISMA
Ahora que llego al ocaso de mi existencia acaricio las
estrías de mi alma y miro para atrás entre recuerdos grabados a fuego en
mi retina. He concluido el camino y mi piel antes nívea y lisa se me
antoja ahora morena y arrugada. Parece ayer cuando el destino me diera a
luz en Saint Jean Pied de Port. Los llantos de peregrino recién nacido
expresaban los miedos que me embargaban al enfrentarme a este reto llamado
vivir que se fue transformando en caminar. Parece ayer, decía, y me encuentro
ya en el Obradoiro extendiendo mis brazos a Santiago para darnos el definitivo
abrazo. Sé que allí por donde mis huellas continuaron horadando el
firme que otros tantos ya hubieron pisado, seguirán crujiendo pasos.
Porque la vida es caminar, caminar de principio a fin.
Comencé titubeante y gateando con destino a Roncesvalles. Mis piernas aún
endebles no aguantaban bien el peso y el rumbo era un tanto caprichoso
según se tambalease mi recién estrenado cuerpo. Eso hacía que me cayese varias
veces al suelo, como toda persona. No sabía muy bien si iba por la Ruta de
Valcarlos o por la de Napoleón, pero el instinto me llevaba de la mano y me
hacía continuar. Como la vida misma. Y así llegué a la Colegiata con la alegría
del bebé que descubre que el andar lo hace libre. Correteaba
disfrutando el sentimiento de libertad y eché los dientes entre
Zubiri, Pamplona y Puente la Reina. Recuerdo con afecto aquellas
etapas. Eran tiempos preciosos de mi infancia
como caminante.
Cuando ya iba dominando el camino y teniendo conocimiento del mismo surgieron
las primeras amistades. A algunos los conocí en la salida de Estella tomando un
vino en Irache, a otros en Torres del Río y a otros tantos entrando
en Logroño. Como buenos compañeros de colegio hicimos varias etapas juntos
y ninguno intuíamos que no todos terminaríamos el camino, de hecho algunos
se fueron dispersando antes siquiera de llegar a Burgos. Pensábamos que
seríamos amigos para siempre y de aquellas jornadas quedaron los que la vida
dice que se pueden contar con los dedos de una mano. Con ellos seguí mi periplo
y pasamos preciosos momentos por Nájera, Santo Domingo de la Calzada y
Belorado. Pura adolescencia caminera.
Caminando y creciendo llegué a Castilla en el auge de mi juventud. Derrochaba
fuerza y coraje. Recuerdo salir de Agés y no tener mella alguna de cansancio
tras haber subido los Montes de Oca. Un breve suspiro en San Juan de Ortega fue
todo lo necesario para coger resuello. La vitalidad brotaba por todos los
poros de mi piel. Contemplaba el camino por Castilla y me daban ganas de
galoparlo a pleno pulmón. Caminaba por aquellos tiempos en los que el
joven quiere ser viejo y el viejo añora sus tiempos de joven. Burgos, Hornillos
del Camino, Castrojeriz y Frómista fueron testigos de aquellos pasos rápidos y
livianos que coparon mi tránsito por el páramo. Caminando entre Carrión de
los Condes y Terradillos de los Templarios me salió la primera ampolla de
la vida. Esa a la que no le das importancia pero te hace empezar a recapacitar
en rectas eternas como la de aquel día en que no llegaba nunca a Calzadilla de
la Cueza.
¡Qué tiempos aquellos en los que parecía no pasar el tiempo! Pero el tiempo
pasa y amanecía una nueva jornada en el albergue de Bercianos del Real Camino.
Allí continué mi caminar por la vida. Al sellar la credencial en Sahagún
fui consciente de que ya había transcurrido la mitad de mi aventura. Me
ajusté la mochila y caminé hacia Mansilla de las Mulas reparando en
lo lejos que quedaban ya aquellos primeros gateos cerca de la Virgen de
Biakorri. Paso a paso llegué hasta el corazón de León y ya caminaba de
otra manera tanto física como mentalmente. Muchos peregrinos se habían ido
quedando atrás. La planicie de Castilla me enseñó que no por ser el camino
liso era fácil de recorrer. Derramé muchas lágrimas por la marcha repentina de
peregrinos muy allegados, pero el camino seguía y yo con él. Otros
peregrinos fueron llegando. Como la vida misma, os digo.
Me despedí de la Pulchra Leonina dirección a San Martín del Camino y
buscando ya Astorga en el horizonte. Qué etapas más duras aquellas entre
la Maragatería y el Bierzo. Ya no subía las cuestas hacia
Rabanal, Foncebadón y la Cruz de Ferro con la agilidad que
ascendí hacia el Alto del Perdón durante mi infancia. Y el descenso hasta
Molinaseca se me hizo muy duro. Ponferrada fue punto de inflexión. Ya
había caminado mucho y creo que allí comenzó el principio del fin. La
mochila me pesaba como nunca pues estaba repleta de experiencias y sabiduría. Y
con ella como fiel compañera pasé por Villafranca del Bierzo y encaré la última
etapa dura que me quedaba por sortear sin yo saberlo: la subida al
Cebreiro. Lo logré y coroné el llamado antaño Monte de la
Malafaba. Desde su cumbre casi podía adivinar mi destino. Mis piernas que
se mostraban curtidas y torneadas por el camino avanzaron sin
detención por Triacastela y Samos hasta detenerse ya prácticamente
agotadas en Sarria.
Con todos los kilómetros que llevaba acumulados, los últimos cien eran un mero
trámite. Me había convertido en verdadero peregrino y había subido, bajado y
llaneado según me iba deparando el destino del camino que yo iba
descubriendo día a día. Como la vida misma. Portomarín, Palas de Rei,
Arzúa y Pedrouzo fueron mis últimas etapas antes de llegar al Obradoiro de mi
existencia terrenal y detenerme por última vez. Las piernas temblorosas
apenas se sustentaban en mis desgastadas botas que habían dado sus últimos
pasos.
Toda una vida. Todo un camino. Miré la Catedral y supe que el Camino
no termina en Santiago sino que allí empieza. Ha terminado solamente una
etapa más. Extendí mis brazos hacia el Santo y nos fundimos en un
sentido y definitivo abrazo. Termina una vida. Empieza un Camino.
FIN
Bien, pues ese es el pequeño relato que hoy me he animado a compartir con vosotros. La verdad es que lo releo y me quedo melancólico. Me viene a la mente Antxon, el Gran Caminante. Y seguro estoy que sigue caminando por ahí. La vida no puede ser tan simple y sus padres se reencontrarán con él y charlarán tranquilamente bajo la sombra del árbol de Paula. Hay que seguir caminando por la vida. El Camino es así... Como la vida misma. Desde estas líneas os deseo a todos Buen Camino. ¡Hasta otra! Ultreia et Suseia.
D.A.Y.S.I.
D.A.Y.S.I.