miércoles, 29 de septiembre de 2021

EXCURSIÓN A LAS MINAS DEL HORCAJO

Conforme llegó a mi sesera un poquito de información sobre el asunto, comenzó a fraguarse la visita. Jamás había oído su nombre, ni sabía que se trataba de un pueblo abandonado, ni que estuviese en mi querida tierra. Las minas del Horcajo. ¿Y eso qué es? "Pues un municipio que está en la provincia de Ciudad Real, al sur de Castilla-La Mancha, en el corazón del Valle de Alcudia, en plena Sierra Madrona, prácticamente limítrofe con Andalucía. Se trata de una pedanía de la localidad de Almodóvar del Campo que en su día tuvo bastante importancia como pueblo minero y hoy en día está deshabitado y ruinoso... Además, te gustará porque para acceder a él hay que hacerlo a través de un túnel, viejísimo, con una única dirección en el que sólo cabe un vehículo y parece que te traslada en el tiempo, pues al salir del mismo te encuentras el pueblo abandonado". Imaginad esas palabras flotando en mi mente. Deseando estaba encontrar el hueco en el calendario para ir. Un nuevo lugar que descubrir me aguardaba cargado de historia, secretos y aventuras. La excursión estaba claro que tendría lugar y ya me relamía con el momento de pisar aquellas calles donde antes hubo vida y ahora sólo hay escombros. Me encanta estudiar previamente algo del sitio a visitar, posicionarme allí e imaginar in situ cómo sería la vida. Y así lo hice para abordar este pueblo hoy deshabitado que en su día fue bien conocido.

Las Minas del Horcajo, también llamado El Horcajo, a secas, se encuentra en un valle con forma de Y debido a la forma que le dan los arroyos que lo bordean, debiendo tomar, casi con seguridad, de ahí su nombre pues se denomina "horcaja" a esa forma de Y formada por dos ramas, dos valles, etc. A escasos siete kilómetros de distancia se halla la provincia de Córdoba. En Sierra Madrona, entre quejigos, castaños, abetos, robles y una gran población de animales de monte, encontramos el pueblo. Para llegar a él, debemos seguir la carretera nacional 420 dirección a Fuencaliente. A la altura del kilómetro 115, en una curva, veremos una pequeña señal que indica la salida. Hay que ir muy pendientes. Dejamos la carretera y tomamos un camino rural que a unos diez kilómetros, tras bifurcarse e indicar "Las Minas del Horcajo" y "La Venta de la Inés" nos deja a la entrada del túnel. Entre tanto es fácil que veamos varios ciervos correr libremente entre los árboles o cruzar el camino de un lado a otro. La primera impresión que nos da el mismo es fantasmagórica y, a la vez, atrayente. Serían increíbles las historias que podría contarnos de lo vivido dentro de él.

El túnel, decía, importante reclamo en la excursión, aún conserva en ambos lados, unos metros antes de la entrada, a la derecha, en unos pequeños bloques de hormigón, un pulsador verde que al presionarlo hace que se enciendan unos tubos de luz en el interior y se ilumine una pequeña señal luminosa en el lado contrario, advirtiendo que el túnel va a ser transitado, pues sólo cabe un vehículo. Es, por decirlo así, un rudimentario y arcaico semáforo que ya se usaba antes del año 1970, fecha de la despoblación de Las Minas del Horcajo al extinguirse los trabajos mineros por agotarse los recursos. El paso por el túnel es indescriptible. Hace unos años era un constante ajetreo de vehículos y hoy quien lo transita es el silencio, la soledad y algunas gotas de agua que se forman en su techo con el rocío y el frío de la montaña. La imagen por dentro mezcla emoción y claustrofobia, es un momento para vivirlo que nos deja a la salida de frente con el pueblo fantasma. Parece que nos trasladamos años atrás como lo hicieron los antiguos habitantes del pueblo minero mientras transportaban sus mercancías.

En su momento, Las Minas del Horcajo, tuvo más de 4.000 habitantes, gozando incluso de Plaza de Toros. Se llegaron a extraer miles de toneladas de galena (mineral de plata) y la importancia del lugar no era discutida. Inclusive se lo dotó adrede de línea de tren. Años después, cuando se dieron por finalizados los trabajos mineros y se cerraron las minas de plata, el pueblo quedó condenado a muerte y comenzó su despoblación. Para colmo, la llegada del AVE trajo más problemas, pues para construir la actual línea ferroviaria se demolió la Plaza de Toros sin razón de peso aparente, lo que avivó la marcha de los vecinos, quienes veían como las máquinas destrozaban el lugar con total impunidad. Gracias a unos cuantos que resistieron allí, hoy podemos ver la aldea y sus restos. 

Se mantiene todavía de pie la Iglesia de San Juan, medio derruida, con su desafiante espadaña retando al tiempo. En la misma se ha habilitado una pequeña capilla en la que se conservan algunas imágenes que pueden verse abriendo una pequeña portezuela que a modo de ventanuco se ha instalado para tal fin. Impone ver los restos del templo como se yerguen ante los escombros que los rodean. ¡Y pensar que en su día allí se celebraron misas, bodas, bautizos, comuniones y entierros de los lugareños! Increíble el fatal desenlace de este pueblo (y otros tantos) nacidos bajo el esplendor de una excavación minera. 

Caminar por Las Minas del Horcajo es una sensación única, un viaje en el tiempo que recomiendo a todos hacer. ¡Apuntadlo! A la fecha, existe a la entrada del pueblo una Casa Rural llamada "La Casa de la Mina", a la que no descarto ir a pernoctar alguna vez y bien aprovisionado, pues allí no se puede comprar absolutamente nada, pero, seguramente, la tranquilidad del lugar y pasar la noche en un pueblo fantasma rodeado de plena naturaleza, me reportarán un mágico recuerdo, como el de esta excursión.

lunes, 20 de septiembre de 2021

¡¡COFRADES!! ¡¡A LA CALLE!!

¡Por fin! ¡Qué leche! En mayúsculas. ¡POR FIN! Quien nos conoce a los que amamos este mundillo lo sabe. Hemos sufrido la pandemia como nadie. Sí, como nadie. Explotó el asunto en plena Cuaresma cuando nosotros más intensos estamos. Nos destrozó planes, ilusiones y sueños a días de cumplirse. Nos sometió a una vorágine horrible y agitadora del alma que nos hizo saltar las lágrimas más amargas. Y desde entonces hemos aguantado la chicotá más dura de nuestra vida costalera. Y con casta y saber estar. De frente siempre, con poderío. Fuimos aguantando derechos bajo el peso de este horrible paso, la caída una a una de nuestras vivencias esperadas año tras año. Primero se suspendieron los ensayos. Después cayó el Magno Pregón. Tras ello se anunció la imposibilidad de que procesionasen las cofradías de vísperas. Y, finalmente, se suspendió íntegramente toda celebración de la Semana Santa. A la par, el Gobierno decretaba el Estado de Alarma y confinaba en los domicilios a todos los ciudadanos del país, permitiéndose únicamente los servicios esenciales. Horrible. El calendario seguía descontando días y las túnicas siguieron en los armarios oliendo a naftalina. Los costales no volvieron a enrollarse paño con paño en ese mágico ritual que los hombres de abajo tan bien conocemos. Y los músicos tuvieron que guardar los instrumentos sin saber cuándo volverían a sonar. Así llegó el Domingo de Ramos. ¡Durísimo para quienes lo amamos! Y pusimos la mirada en un lema: "el próximo año". Pero llegó y se desvaneció lo soñado. Seguimos sin pasos, nazarenos, tramos, bullas, saetas y llantos. Hemos estado durante prácticamente un año y medio viendo como no existía ni se permitía culto externo. Apretando los dientes sin dejar caer los zancos. Hasta que ha llegado la noticia.

Entre tanto, se marchitaron dos Cuaresmas, con sus cuarenta días y sus cuarenta noches, arrastrando todas las ilusiones que las mismas esconden. No se limpió plata en equipo, no se repartieron papeletas de sitio, no se citó a las igualás, no hubo ensayos, ni pregones, ni nada de nada. Y aguantamos porque los cofrades somos así: los hijos de la Esperanza. Sabíamos que volveríamos. Y con más ganas. Se seguían quedando los pregones en los tinteros y la frase más repetida venía siendo la de Angelito, el aguaor, que sin saberlo y antes de que llegasen estos tiempos tan duros, con su inocencia, ya nos alentaba a los que gustamos del sabor cofrade y gozamos del paladar selecto de la cera y el incienso: "¡Cofrades! ¡A la calle!" ¡Cómo si fuera tan fácil! No nos dejaban ni las autoridades civiles, ni las eclesiásticas. Es que somos así de chulos, nosotros. Necesitamos el visto bueno de nuestro padre y de nuestra madre, como los niños pequeños de escuela. El fútbol sí, depende de los civiles. No hay cura que lo pare. Adelante con él. ¿Los toros? También, hombre, también. ¿Y un conciertito de feria? ¡Claro! Vamos a ello. Oye, ¿y si hacemos una romería de aquella manera? No, no se puede. ¿Por qué? Es que dice el Alcalde que el cura no quiere. ¿Y qué dice el cura? Que es el Alcalde quien no quiere. ¿Es que no quiere ninguno? No lo sé, pero como hace falta el permiso de los dos, ambos se escudan en decir que no y ver quién levanta el castigo. Pero, ¿entonces fútbol sí? Por supuesto. Y con público. ¡Eh! Pero no me vayas a poner un paso en la calle... Mira, es que ya han celebrado hasta las Fallas, la vacunación ha llegado a cuatro quintas partes de la población y nos vienen vendiendo la moto de que la inmunidad de rebaño se alcanzaba en Agosto... Ya, pero una cofradía no. Vaya a ser que... Pues nada, otra vez en casa.

Y cuando ya el gritó en el Cielo llegó a Palacio se hizo la luz. Era insostenible viéndose lo que se veía. Gentíos asistiendo a eventos cada vez más numerosos y todos permitidos. En Europa se avanzaba, además, a otro ritmo. Se levantaban las restricciones en bloque y en mi querida España seguíamos (y seguimos) sometidos a cuestiones que yo, al menos, no atino a entender. Finalmente, prácticamente todo iba volviendo a la normalidad, con cautela, poco a poco, con mimo, como andan los palios finos. ¿Todo? No. Las cofradías no. Ni poco a poco, ni con cautela, ni con mimo. Nada. Pero es que... ¡Que no quiere el Alcalde! Pero si ha dicho que... ¡Que no! Que es el cura. ¿Pero qué cura ni que alcalde? Así no se puede estar, hombre. ¡Cofrades! ¡A la calle! Y cuando han visto que el grito pasaba de ser el impulso de ánimo de Angelito a ser un grito de guerra, parece ser que el cura y el político de turno han hecho las paces. O eso o que los dos han dado el visto bueno sin saberlo, pero a la par. Parece raro para creerlo, ¿no? Pero así ha sido y ha llegado el momento. ¡¡Ni os digo cómo me siento!! No quisiera echar campanas al vuelo hasta que no vea la primera Cruz de Guía... Siempre viene después de Baltasar, así es que si hay Cabalgata, ¡hay cofradías! Señor Alcalde y señor cura, no abusen de nuestra paciencia, no vayan a liarla ahora que se va viendo la luz de un nuevo día...

Ya se ha firmado el decreto que deroga el otro decreto y por decreto se dice que salen las cofradías. ¡Qué hartura de leguleyos los que abundan todavía! Y qué hartura de los que dicen que quieren que volvamos pero con la boca chica, guardando en la grande un "¡Te lo dije!" que están de veras deseando exclamar. ¡Dejadnos en paz! Idos con vuestros pánicos sin sustento a otro lado, ¡yo que sé!, a los conciertos, por ejemplo, que allí no hay virus por lo que parece. Estamos volviendo y parece que molestamos. ¡Venga la primera! ¿Cuál? ¡La que sea! La de misterio, la de palio o la Cruz de guía que se ponga en la calle. ¡Hacerse la ropa, costaleros! ¡Que se repartan los cirios! ¡Que afinen los músicos! ¡Prended el incienso y que a compás la cera llore! Hay que seguir avanzando por esta eterna rampa que nos lanza al Domingo de Ramos, dando paso a una mágica semana que cuenta el tiempo al revés. Y que vuelvan los pregones y cuenten que una vez esperamos tres primaveras para florecer de nuevo entre pasiones. ¡Vamos! ¡Retomemos los sueños que se quebraron en aquella cuaresma! Sacad los túnicas de los armarios, llenaos los bolsillos de estampitas. ¡No olvidéis caramelos para los niños! Sonreíd bajo vuestros antifaces de negro ruán y vestid con alegría las capas de las hermandades de barrio. ¡Estoy que no me aguanto ni yo! Díselo tú, Angelito, haz el favor. Díselo y grítalo para que repique en la Giralda y se pierda el eco en cualquier espadaña. Dejadme que me pierda en mis lágrimas de arpillera y me acurruque en la Madrugá a su vera. ¡No me robéis otra vez el sentimiento! ¡Dejadme que me amuralle! ¡¡Cofrades!! ¡¡A la calle!!