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Recién aterrizado de París vengo a contar una de las leyendas que he aprendido en este viaje. La ciudad del Sena, además de ser la ciudad de la luz, esconde también muchos secretos y misterios más bien oscuros y tétricos. Son historias de esas que merece la pena conocer, pues juegan con la intriga de no saber con certeza que hay de verdad en ellas, pero saber que si existen es por algo. Ya dice el refrán que "cuando el río suena, agua lleva"... El caso es que hemos estado en familia una semana en Francia, he revivido mi niñez en Euro Disney y he disfrutado de París lo que no hice de niño, pues lo que entonces era un aburrimiento en mi mente de infante, esta vez ha sido un enorme disfrute cultural. Lo que hacen los años... La paliza física de andar y caminar ha sido igual, pero el enfoque hacia el Louvre, Nôtre Dame, Montmartre, la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo y el Moulin Rouge, por mencionar algo de lo más reseñable visitado, ha sido totalmente distinto. He visto en la cara de mi hija el reflejo de mi pasado. He sonreído y le he dicho que algún día lo entenderá como yo ahora. Se ha encogido de hombros y me ha dicho que "la Gioconda sólo es un cuadro y la Victoria de Samotracia una piedra grande sin cabeza". Ella ha sido más feliz con Mickey, Minnie y las atracciones. Lógico. Yo también lo fui. Cuando pase el tiempo igual que ha pasado para mí, espero volver a hablar con ella de la capital francesa (o visitarla de nuevo) y ver cómo pone interés en su historia, sus lugares y saber, por ejemplo, quién y por qué se encuentra en los Inválidos aquel al que llamaron "Sire". Y, por supuesto, disfrutar juntos de las leyendas que allí se escoden que es a lo que hoy hemos venido en estas líneas y que todavía rumorean los viejos muros cuando anochece.
En estos casos en que la leyenda nace en un cierto contexto histórico que hay que considerar seriamente el mismo, pues envuelve todo el halo de veracidad que pudiera esconder aquella. París, siglo XIV, años 1.300, Edad Media, época de hambruna, miseria y escasez. Estudiantes, jóvenes, universitarios, pícaros y pobre economía popular. Calles pequeñas, luces titilantes, negocios de autónomos, un barbero y un panadero. Sobre esos pequeños mimbres nace la historia que aprendí hace unos días y hoy vengo a compartir...
Parece ser que en la misma y propia Île de la Cité, corazón y centro de París, muy cerca de la Catedral de Nôtre Dame, en la calle Chanoinesse, existían en el siglo XIV dos negocios que lindaban: una barbería y una panadería (boulangerie, como se dice en francés). Los panaderos en aquella época, como en casi todo el mundo (y algunos en la actualidad), además de hornear pan hacían también dulces y repostería y, lo más sofisticados y famosos, incluso ricos pasteles y empanadas rellenos de verduras y carne. Y éste era el caso del panadero que es uno de los protagonistas de la leyenda. Hacía unos exquisitos pasteles que eran conocidos en todo París. Aquel París, superpoblado, donde no eran de extrañar reyertas de estudiantes extranjeros mal bebidos de vino, desapariciones de personas, encontrar cualquier cosa en la basura o la aparición de algún cadáver en las aguas del río y que nadie lo reconociese. Aquel París, medio insalubre, mal cuidado y descuidado, se vio asolado por una falta de materia prima que hizo tambalear la alimentación de la ciudad, puesto que las mejores viandas se destinaban a las tropas de las guerras que había en las fronteras. Pero nunca faltaron pasteles del panadero de la rue Chanoinesse.
A su lado, tenía el negocio nuestro otro protagonista. Un barbero. En aquellos tiempos, los barberos también hacían en su trabajo muchas más cosas que cortar el pelo y arreglar la barba. Sabían extraer una muela, hacer un torniquete, realizar un blanqueamiento dental, operar un forúnculo, hacer tratamientos con sanguijuelas, etc. De hecho, de eso vienen los colores de los postes característicos que se instalan en las fachadas para anunciar el negocio de una barbería: el blanco simboliza las vendas, el rojo la sangre y el azul las venas. Y con la gran cantidad de jóvenes universitarios desplazados de sus países a París a estudiar en la, ya por entonces famosa, Universidad de la Sorbona, al barbero no le faltaba trabajo, ni tampoco nadie se alarmaba de ver restos de sangre en el suelo de la barbería, pues era lo normal por su oficio y práctica. Hasta que un día un perro se pasó días ladrando y aullando en la puerta del local, anunciando que su dueño había entrado en la barbería y no había vuelto a salir. Y esto alarmó a los vecinos y a la policía que vieron al animal desesperado clamando la ausencia de su dueño sin apartarse de la barbería. Y decidieron investigar lo ocurrido, pues ya era muy fuerte y creciente el rumor popular de que cada vez había más desapariciones por la zona. Se adentraron en el negocio del barbero y en la trastienda hallaron algo dantesco.
La barbería y la pastelería que ocupaban los números 18 y 20 de la rue Chanoinesse se comunicaban internamente por una trampilla que conectaba ambos sótanos y el barbero y el panadero se habían aliado en una macabra misión. El barbero degollaba a algunos de sus clientes, estudiantes de los que nadie preguntaría por ellos, los descuartizaba y entregaba al panadero vecino, quien, en los bajos de la panadería, preparaba la carne humana con la que realizaba los famosos pasteles y empanadas conocidos en París por su sabor exquisito y único, arrojando los restos sobrantes al río, cosa común y acorde a la normativa de salud de aquel entonces. Ambos se repartían las ganancias. Fueron muchos los años en que los crímenes quedaron ocultos en aquellos muros que unían los negocios de los protagonistas de esta negra leyenda parisina y, gracias al perro de una de las víctimas, ambos hombres fueron finalmente arrestados y ejecutados por las muertes que tenían a sus espaldas. Se resolvió el misterio de que en el gran período de hambruna y escasez aumentasen las desapariciones a la par que aumentaba la fama de los pasteles del panadero. Hoy en día en aquel lugar hay dos locales con usos bien distintos: un restaurante (el más antiguo de la ciudad) en cuya fachada, repleta de flores, hay un escudo con los colores blanco, rojo y azul, símbolo de los barberos y, al lado, una Comisaría de Policía, la cual ha prohibido las visitas, pues en su interior aún se conserva la piedra sobre la que se dice que el barbero descuartizaba los cuerpos. Esta leyenda demuestra que, aunque al final, todo sale a la luz, no todo es luz en la ciudad de la luz...
Sé que Agosto ha sido pleno cuando no he tecleado absolutamente nada en el blog durante sus treinta y un días por absoluta falta de tiempo. Eso implica que ha sido un gran mes vacacional. Mi mes de vacaciones. Bueno, realmente de vacaciones no. Vacaciones es un período de descanso laboral retribuido. En mi caso, siendo autónomo, no tengo retribución alguna si dejo de trabajar, por que mis "vacaciones" son, simplemente, un parón laboral. Digamos vacaciones y nos entendemos todos. ¡Qué gran mes! Me encanta exprimirlo y este año lo he hecho pero bien. Arrancó el mes, sin fallar a su cita, en la noche de la Pandorga. A las 00;01 estaría yo rodeado de tradición y folclore seguramente con un vaso de limoná en la mano y, tan sólo horas más tarde, cerca de las 06;30 de la mañana con la mochila a la espalda dispuesto a recorrer otra vez mi querido Camino de Santiago. Me despedí de mis hermanos pandorgos iniciando la madrugada y siendo madrugada aún ya iba en un tren rumbo a Madrid. Así empecé Agosto, a tope, indicándole cómo lo iba a consumir sin desperdiciar ni un segundo. Y lo nombro con mayúscula porque lo uso como nombre propio y le hablo de usted por todo lo que me regala. De modo que en su mismo día 1 que empezó con garbanzos torrados, a mediodía me encontraba ya instalado en la Hospedería de Peregrinos en Oviedo y con un plato de fabada y posterior cachopo delante. Marché a recorrer el Camino Primitivo por aquello de que "Quien visita a Santiago y no al Salvador, visita al criado y olvida al Señor", aunque realmente marché porque a ese Camino le tenía ganas, había oído hablar de su dureza y era un reto a cumplir y superar, siendo este año perfecto para ello y en el que consumiría más de la mitad de Don Agosto.
Así pues, el día 1 lo dediqué a viajar y a caminar los días que van desde el 2 de Agosto hasta el 15 de Agosto, día de la Virgen del Prado y día que llegué a Santiago de Compostela habiendo cumplido y superado los avatares del Camino Primitivo en catorce etapas. Volví a mi Civita Regia el día 16, recién iniciadas las Ferias y Fiestas y habiendo explotado ya con botas, mochila y bordón, un poco más de medio mes. Me encanta. Gasto la mitad de las vacaciones levantándome entre las 05;00 y las 06;00 de la mañana, cargando una mochila de unos 9 kilos, pateando montes llenos de desnivel hasta la hora de comer, pasando calamidades y duchándome y durmiendo en albergues de peregrinos rodeado de extraños. Estaré loco, quizás, pero soy feliz así, desconecto de la mundanal rutina y, creedme, estoy donde quiero estar y tengo tranquilidad y alegría. Digo yo que si no fuera así no lo haría y llevo quince años gastando días de Agosto en ello. De hecho, todavía flotan en mi cabeza Grado, Salas, Tineo, Pola de Allande, Berducedo, Grandas de Salime, etc, y ya pienso en qué Camino o tramo recorreré el año que viene... Pues eso. Que volví para la Feria y la disfruté mucho. Y eso que salí poco. No sé si es porque los años pasan, porque mis gustos cambian o por un poco de todo. Pero lo conjugué diferente y disfruté mucho. No me faltó ni mi familia, ni mis amigos, ni mis aficiones. Y eso para mí es la vida misma.
La Feria 2025 ya es un bello recuerdo. Mi hija y yo ganamos, cada uno en su categoría, el Trofeo de Tiro con Arco. ¡Un regalazo de la vida! El que escribe, desde niño, siempre ha estado enamorado de los arcos y las flechas. Mi película favorita era Robin Hood y aprovechaba cada escapada al campo con mis abuelos y mis padres para abastecerme de ramas y vástagos y hacerme un buen arco y flechas como los de las películas. Imaginación no me faltaba y creatividad tampoco. Con plumas de paloma y clavos viejos logré hacer flechas que volaban bastante bien y se clavaban con facilidad en maderas y árboles. Y con ramas de álamo, pino y almendro logré arcos más que aceptables. Bien, pues quiso la vida que a mis cuarenta y tantos volviese esa afición a renacer en mí al descubrir que hay en Ciudad Real un club de arqueros al que no dudé en inscribirme nada más conocerlo. Hice el curso de iniciación en Febrero del año en curso, me adentré en el mundillo, mi hija Claudia cogió el gustillo y se animó también a tirar con arco, adquirimos nuestros primeros equipos de arquería (¡¡arcos y flechas de verdad!!), en Mayo fuimos a la primera competición a la que pudimos apuntarnos y, sorpresón, fue tal la evolución que en la Feria ganamos el trofeo. Una preciosidad de experiencia y vivencia que me tenía mi querido Agosto preparada. Tampoco faltaron en las Ferias y Fiestas noches de cacharritos y atracciones con algún botellín a destiempo. Y así exprimí los días del 17 a 22 de mi querido mes vacacional, entre ratitos de alegría compartidos con todos los cercanos en el corazón de la ciudad. Y, por supuesto, bajo la atenta mirada de la Virgen del Prado que me echaría de menos la noche del 14 al 15 de Agosto, pero escucharía mi oración desde Lavacolla.
Los últimos días del mes, en concreto del 23 al 31, encaminados irremediablemente ya a un nuevo curso laboral, los consumí en Fernán Caballero. Es mi refugio y donde no me faltan tareas cotidianas de esas que me entretienen y gustan: podar el seto, repintar la puerta, trasplantar una higuera, limpiar la piscina, etc. Y, entremedias, lumbres y limoná. Eso no puede faltar nunca. Me encanta oír a mi hija bañarse y jugar en la piscina mientras yo estoy preparando los avíos para hacer un buen arroz o unas patatas a la riojana. En el campo y con fuego todo sabe mejor. Y hacer alguna excursión cercana al Pantano de Gasset a merendar, a Malagón a comprar un queso de la fábrica o acercarnos al Sotillo a bombear agua del pozo y rellenar un par de garrafas. Cositas pequeñas que hacen que los días sean grandes. Además, en estos días, se fragua la conserva y cuando en los fríos meses de invierno abrimos algún tarro de tomate o pisto nos acordamos de aquellos ratos a finales del estío. Mi pequeña Claudia se ha pasado muchos días con nosotros en el chalet y ha disfrutado mucho "de la vida campera" como ella dice, con especial mención a la preparación del cumpleaños del Tormento (su tita del alma) en los que ayuda a decorar y ambientar temáticamente la fiesta a celebrar. Algún día hemos disfrutado de las fiestas del pueblo, otro de comida con amigos, otro de alguna receta nueva y así he ido saboreando cada minuto de un mes en el que no tocado ni un papel. Por ello decía al principio que para mí es un mes genial de descanso y, más todavía, cuando ni siquiera le araño media hora para teclear algo. Y quiero teclear, sí. Tengo cosas para narrar... El mismo día 31, fin de mes, lo pasé gastando hasta el último minuto en el chalet. Y amaneció un nuevo septiembre y me hizo sonreír: hace justo un mes iba de camino a Oviedo. ¡Cómo se ha pasado Agosto! ¡Cómo lo he exprimido a tope! Sí señor: un maravilloso Agosto.
Julio es eterno. En todos los sentidos. O en todas sus acepciones, como prefiera usted. Y si hace querer año tras año a su manera. Se forjó su amor en mi infancia a fuerza de verbenas, Pandorgas y de la mano de mi abuela Carmen. Me llevaba a la vera del convento carmelitano a ver a la Virgen y a comerme una berenjena de Almagro, su pueblo, que expande ese sabor tan característico de vinagre, ajo y comino por toda la geografía nacional mediante tinajillas y orzas de barro que rezuman esa mancheguía tan nuestra. Más adelante, en mi incipiente juventud, acudía yo sólo a la verbena de la Morería, del Carmen y de Santiago en ese mes de Julio veraniego y vacacional del que se disfrutaba con los amigos entre charla y bolsas de pipas hasta la madrugada. Algunos años después, ya en edad universitaria, Julio seguía siendo especial. El día 7, San Fermín, ya arrancaba el período festivo. Y me prometía a mi mismo que alguna vez tendría que recorrer las calles de Pamplona en esas fechas. El día 16 de dicho mes, inicio de la canícula, siempre buscaba un hueco para ir a casa de la abuela y felicitarle su santo. A poder ser le compraba "recortes", le recordaba que fue ella quien me inició en ese mundillo del verbeneo y la Pandorga, le hacía caricias, le sacaba una sonrisa y le prometía que me comería una berenjena del puesto y echaría un trago de vino de la bota sin mancharme la camisa. Luego veía con los amigos la procesión de la Virgen del Carmen y nos daba la madrugada verbeneando entre vasos con hielos repletos de tintos de verano. Julio se ganaba mi corazón sin yo saberlo fraguando recuerdos...
Ocho días después, en mi amado Perchel, era la verbena de Santiago. Hablar de ella es hablar de mí mismo. Calle Ángel, Jacinto, Agustín Salido, Altagracia, Calatrava, Refugio y Plaza de Santiago. Todo en un apretado puñado de metros cuadrados donde me forjé como niño, joven y adulto. El empedrado más conocido de la ciudad, la orquesta, los bailes, los chiringuitos y los Pandorgos haciendo limoná. La vida entera cabe en el Perchel. Y eso terminó de hacer que te hicieras eterno para mí, Julio. Eterno en la acepción de tenerte siempre presente, repetirte con frecuencia en mi sesera y ganarte el respeto de los tiempos. En otro sentido ya hablaremos luego. Ya era "talludico" que se dice por estos lares y llevaba años en el oficio del costal. Y tú, Julio, me regalaste disfrutar del oficio entre las ferias de verano: costalero de la Virgen del Carmen en honra de mi nombrada abuela y costalero de Santiago, Patrón de las Españas y de la Villa de Granátula de Calatrava. ¡Cómo para no quererte! Aunabas mis pasiones en tus días de calendario y ya me tenías cautivado desde niño cuando yo todavía no había desarrollado mi querencia hacia otras cosas. Imagínate cuando han ido pasando los años y te habías guardado el as bajo la manga de que llegaría a ser proclamado Pandorgo el último día de tu mes, querido Julio, en el año 2022, ese día que el cielo de la calle Calatrava sonreía, olía a limoná y tenía un color azul como el de los ojos de la Virgen del Prado. Eterno por siempre.
Y eterno también lo eres por lo que tardas en pasar. Ya en mi vida adulta y siguiendo los derroteros de la abogacía con la que me gano el pan desde hace más de dos décadas, sigues siendo eterno. No avanzan los días como lo hacen en otros de tus hermanos meses. Ojo, no me quejo de tu lentitud porque eres un mes que amo, me quejo de que ya vislumbro Agosto, cuando me despojo de la corbata y los papeles que me visten a diario y te me haces eterno en transcurrir hasta que llega mi descanso. Sin ir más lejos, hoy mismo que tecleo un poquito sobre ti, es día 28 y he tenido cuestiones del trabajo en el Registro de la Propiedad de Almagro, en el Juzgado y, obviamente, en el despacho. Dos días quedan, dos, para un descanso que entiendo merecido y parece que no llega nunca para que, una vez llegado, al igual que mi amada Semana Santa, se marche en un suspiro. Eres eterno, Julio. En todas sus acepciones como antes te decía, pero me atrapas desde tu inicio porque eres especial. Llegas cuando es cercano San Fermín regalándome una sonrisa y te marchas en el día más grande de La Mancha. Y entre medias te adueñas de la mitad de la canícula y me desesperas de calor a la vez que me regalas más de un ratito de taberna inesperada. Sabes jugar muy bien tus cartas y por eso haces grandes tus bazas.
Fíjate si eres diferente que todos los años gozas de una entrada para ti en el Rincón. Suelo repetir algunas de ciertos retazos anuales que, aunque se repiten año a año, nunca son iguales, como la Semana Grande, la Romería o mi querido Camino de Santiago. Pero tú que, perdóname que te diga, sí que eres siempre igual, siempre, eterno y desesperante a la vez que mágico y esperado, logras subir al podio de los ganadores entre los textos que, sin ser iguales, también se repiten, cosas al alcance de muy pocas vivencias y recuerdos. Y, sí, es por tu conjugación de la esperanza y desesperanza. En todos los sentidos, ya lo sabes tú. Mientras me desesperas con tareas imprevistas, me esperanzas con la renovada excursión familiar a visitar, precisamente a la Esperanza, a aquella la que vive en San Gil. Excursión que será, si lo quiere Ella, en tiempo de Navidad y que siempre comienza a tener forma en tus días. Y mientras me desesperas con un calor mal llevadero por los golpes que atiza el astro Rey, me esperanzas con una nueva plegaria a la Morena del Prado con la que cierras tus puertas y se abren las de Agosto con mi mochila de peregrino al hombro. Fuerzas renovadas. Agotamiento en tus calendas y un empujón para lo que viene. Y eso lo haces tú, Julio. Por eso, un año más, eres eterno.
Al igual que el año pasado la A.M.P.A. del Colegio Ángel Andrade, en el que cursa estudios mi hija Claudia, organizó, dentro de las actividades del fin de curso, una excursión a un parque de ocio, siendo el destino de este año el mítico Parque de Atracciones de Madrid. Me hizo ilusión por doble motivo: ir en familia a pasar un entretenido día y volver a tal lugar al que llevaba sin ir quizás unos treinta años. Así es que nos apuntamos a la excursión sin dudarlo. Personalmente me traía recuerdos de haber estado allí en mi primera infancia y en aquellos lejanos años de quinto, sexto o séptimo de E.G.B. Recordaba algunas atracciones y tenía ganas de ver si seguían funcionando (incluso existiendo) para revivir aquellos momentos y contarle a mi hija las típicas batallitas de "aquí estuvo papá". El sábado 14 de Junio de 2025 era la fecha elegida para el evento y ya apretaba el calor en estos lares, así es que las atracciones de agua estarían a la orden del día para el disfrute (y refrescamiento) del personal. Llegó el día. Las caras sonrientes, las mochilas llenas, las gorras puestas y la crema del sol a mano porque se preveían latigazos del astro rey sin piedad. Arrancó el autobús y los excursionistas dentro alegremente rumbo a Madrid. Para los pequeños era un destino paradisíaco, pues que te cuenten en el cole que te llevan de excursión a un parque enorme con un montón de "cacharritos" para subirte es algo maravilloso. Todos los hemos vivido y sabemos la ilusión que genera. Allá que fuimos y allá que volvimos.
El hombre del tiempo que de cada diez pronósticos falla nueve ésta vez acertó en el único día que era imposible fallar: soletón, cielo raso y temperaturas altas. Fue bajarnos del autobús y decir el clima "aquí estoy yo". Haciendo cola para pasar al Parque los niños y niñas ya iban jugando con sus flusflús de agua aliviándose el calor y calentando motores de lo que sería un día el que más valía estar mojado a menudo. La puerta principal sigue igual que cuando se inauguró el Parque de Atracciones el 15 de Mayo de 1969, Día de San Isidro, Patrón de Madrid. Enclavada en el paraje único de la Casa de Campo, cercana al Zoo (que era otra de las grandes, míticas y obligadas excursiones de aquellos años ochenta y noventa) y con su características letras y color gris sobre el que parece que no han pasado más de cinco décadas y media si no fuera porque te hacer viajar en el tiempo a través de la memoria. Y lo que sigue igual es el acceso: apertura a las 12;00 horas del mediodía y, para los grupos, entradas en papel. Parece que las tecnologías del siglo XXI no han llegado al emblemático Parque de Atracciones de la capital del Reino. Ale, pues una vez dentro todos corriendo a las atracciones para no tener que hacer mucha cola. Y aquí llegó la primera sorpresa: recién abierto el Parque el tiempo media de espera en cada atracción era de más de una hora. ¡¿¡¿What the fuck?!?!
Y sí, descubrí que el Parque de Atracciones ya no es lo que era. El paso del tiempo no perdona y la competencia surgida con otros parques temáticos y ciudades le ha hecho daño. Lo vi pequeño y obsoleto, falto de mimos y cuidados, acostumbrado a vivir de las rentas de haber sido el único y grande durante muchos años. No puede ser que en días de 40 grados de calor, de las cinco atracciones de agua que son la más deseadas, se encuentren tres cerradas. Y en las dos abiertas, el tiempo de espera (para cinco escasos minutos de disfrute) sea de una hora y media. Tampoco puede ser que se encuentren igual, exactamente igual que hace mas de cuarenta años, ciertas atracciones y se quiera seguir explotando las mismas con el mismo éxito que tuvieron cuando fueran instaladas. Cierto es que el mítico Tiovivo del Parque de Atracciones de Madrid es la atracción más antigua de España, pero, ¿de verdad eso dato que ni siquiera se molestan en dar a conocer es un gran aliciente a día de hoy para los visitantes al Parque? Los nostálgicos lo ven, lo valoran, viajan en su memoria y alguno de ellos se sube, si bien la realidad palpable es totalmente distinta: no hay cola, apenas se sube ningún niño y el anciano carrusel se ha convertido en una atracción sin atracción. Una pena que no se renueve lo que podía ser un emblema mantenido a la orden del día, un verdadero reclamo actualizado y sin perder jamás su génesis.
Los niños de ahora, verdaderos protagonistas y fuerzas vivas que mantienen activo el Parque, demandan otras cosas. Y eso lo saben (o deberían) los gestores del Parque de Atracciones. Hay falta de atracciones y falta de mantenimiento. Volví a subirme en la Jungla, seguro que todos la conocéis. Atracción que consta de un paseo en barcas simuladas que navegan por unos raíles instalados en una suerte de río, desde las que vas observando una decoración temática de parajes de la naturaleza y animales. Bien, éste que narra recuerda haberse subido en dicha atracción en los primeros años de la década de los 80. Y sigue exactamente igual. El Parque, como antes decía, sigue viviendo de las rentas de lo que algún día fue y necesita un fuerte empujón y, sobre todo actualización, que lo devuelva a su lugar. La zona infantil, centrada en el personaje de Bob Esponja, tampoco es que sea la panacea y, aunque a los más pequeños les llama la atención, los niños de diez años se cansan enseguida de ella pues tiene "lo de siempre": coches de choque, una pequeña montaña rusa, etc. Cuando el Parque de Atracciones de Madrid vio que empezaba a tener competencia y podía perder su podio, instaló un par de atracciones nuevas y poderosas como la Lanzadera (caída libre) y la Máquina (una plataforma repleta de asientos en los que cada persona parece una pieza y va volteando hacia cualquier lado). Con ello creyó seguir siendo imbatido, pero de eso hace ya veinte años. Y no ha habido más. Hay que darle otra pequeña/gran vuelta al asunto.
El caso es que no le faltan visitantes nunca y sigue recibiendo excursiones como la nuestra, la cual, finalmente, fue satisfactoria para los pequeños que es de lo que se trata y se pudo sobrellevar a pesar del calor y los enormes tiempos de espera, pues los niños con poco disfrutan mucho.
Me resta agradecer a la A.M.P.A del colegio estas iniciativas y el empeño que ponen en ellas pues, a buen seguro, quedarán en el baúl de los recuerdos de nuestros hijos. Y esperar que, si vuelvo dentro de un puñadito de años, el Parque de Atracciones de Madrid haya vuelto a ser el Parque de Atracciones de Madrid.
Hace algunos meses me iniciaba en la disciplina del tiro con arco. No esperéis que vaya representado a España en los Juegos Olímpicos, obviamente. Ni estoy ya en edad para ello, ni domino ese deporte con la eficacia de los expertos, ni clavo todas las flechas en el amarillo. Y tiro con arco recurvo tradicional. En los juegos sólo compiten con arcos olímpicos que llevan un montón de visores, estabilizadores, hierrajos, atalajes y cosas raras que distan mucho de lo que a mi alma de Robin Hood le gusta. Eso sí, ya metido en el mundillo, el club al que pertenezco, Arqueros de Don Gil, organizó una competición y me llamó la atención. El premio no iba a ser una flecha de oro ni la entregaría lady Mariam, pero me apetecía ver cómo era eso de estar rodeado de arqueros de todo tipo y condición, un montón de parapetos con diferentes dianas alineadas y la normativa tan curiosa que regula todo ello. Así es que me apunté. No iba con ánimo alguno de ganar, no me cansaré de decirlo, sino de disfrutar de la jornada y seguir avanzando. De hecho, en esta disciplina, jamás se pierde: "Unos días se gana y otros se aprende". Y a eso iba yo. A aprender. La arquería, imagino que como todo, es una afición en la que cuanto más ahondas, más cosas descubres. Y para mayor sorpresa, mi hija Claudia, que también forma parte de esta familia y locura de los arcos y las flechas, me dijo que también se quería apuntar a la competición, así es que ya, sí que sí, la jornada merecería la pena y allá que nos inscribimos y fuimos. Jamás pensé que la vida me regalaría esta aventura.
Amaneció el día soleado y a las nueve de la mañana estábamos citados los arqueros para hacer el registro en la competición, montar los equipos y empezar el calentamiento. Simplemente contemplar la cantidad de arcos distintos que allí se encontraban ya era digno de ver: arcos compuestos de poleas, longbows, tradicionales, olímpicos, monoblock, de iniciación.... De todo. Un paraíso para los que siempre nos ha gustado la arquería. Y, ¿qué decir de la variedad de flechas? De aluminio, de carbono, de madera, con pluma natural, con pluma plástica, con culatín inserto, con punta de acero... Una locura. Sobre el césped del Polideportivo Rey Juan Carlos I veinticinco parapetos preparados con dianas de distintas medidas y colocados a diferentes distancias. Muchas horas de trabajo para afrontar los materiales necesarios para organizar la competición y la disposición y colocación de todo ello. Y un clima contagioso de gente que compartiendo una misma afición iba a pasarlo bien. Vinieron clubes de arqueros de Manzanares, Puertollano, Valdepeñas y algunos de Andalucía y arqueros de todas las edades, desde la categoría "ardilla" hasta "veterano", pasando por "novel" y todos los rangos deportivos habituales (prebenjamín, benjamín, alevín, infantil, cadete, juvenil y senior). De hecho, la más pequeña de toda la competición y única "prebenjamín-ardilla" que había era mi hija Claudia. Y lo hizo tan bien que hasta subió al podio. Mención especial para su compañera de parapeto Inma, una pequeña andaluza de nueve años que lleva tirando desde los seis y que fue la que más puntuación sacó de todos los competidores. Una niña adorable y que manejaba su arco olímpico con todos los accesorios y los muchos complementos que llevaba a la perfección. ¡Qué manera de clavar flechas en el centro de la diana! Increíble. Una delicia verla. Esa sí que podría acabar en las Olimpiadas...
En lo que a mí respecta y como yo iba a lo que iba, a aprender y ver cómo iba el asunto, me asignaron en una categoría que no era la mía, tirando a una distancia que no es la mía y a una diana con unas dimensiones que no son las que debía. Dícese: mi categoría era novel, arco recurvo, distancia de dieciocho metros y diana de ciento veintidós centímetros. Y se me puso a competir con cadete, arco tradicional, distancia de treinta metros y diana de ochenta y tres centímetros. ¿No querías aprender? Pues toma, Carlitos, aprende. ¿Y saben ustedes qué? Que gané a mi rival. Un chaval llamado Rafa muy majo que me enseñó y explicó cómo se anotan los tanteos y cosas muy curiosas de la normativa de arquería. A él le encanta todo este sarao y está en una edad en que lo estudia y lo aprende sobre la marcha porque le apasiona. Me dejé guiar por él, aprendí bastante y, aunque en la primera ronda de seis tiradas a treinta metros me iba ganando, cuando en la segunda ronda tiramos otras seis tiradas a dieciocho metros remonté bastante y me hice con el marcador final. Lo pongo como reseña y con algo de orgullo porque fue un debut alegre, pero el fin que yo buscaba estaba más que cumplido: ahondar más en el mundillo del arco y la flecha, vivir en primera persona cómo es una competición, observar el papel de los jueces y apreciar la normativa tan curiosa que envuelve y rodea todo, aunque haya cosas que no entienda como el no poder ir a la competición con pantalón vaquero o no poder utilizar el móvil para usar la calculadora del mismo y sumar los puntos de la diana. No sé por qué serán tales cuestiones, pero la ley es la ley.
Las sensaciones fueron buenas y las expectativas se cumplieron. Una preciosa jornada para descubrir cómo es una competición de tiro con arco y cómo se vive la misma. Aprendí todo lo que quería aprender y más. Y, lo mejor, es que nunca se deja de aprender, así es que tengo muy claro que me apuntaré a más competiciones. Y si, mientras tanto y a base de entrenamientos, logro seguir mejorando, pues entonces sí competiré en el pleno sentido de la palabra, pues esta vez, aunque le pusiese ganas y finalmente ganase en mi parapeto (que no en mi categoría, claro está, pues llevo muy poco tirando y hay gente bastante buena), me dediqué a observar y a vivir la experiencia sin ánimo competitivo ninguno. El caso es que me adentré mentalmente en aquella época del medievo que tanto me ha gustado siempre y estuve rodeado de arcos, cuerdas, flechas y dianas y fui feliz. Feliz porque me encanta descubrir cosas nuevas, feliz porque pude vivirlo y feliz porque lo compartí con mi hija. Eso es el mayor premio. En mi mente resurgió el niño que algún día fui y me vi tirando flechas en el Bosque de Sherwood, defendiendo castillos, emboscando forajidos y apuntando como Guillermo Tell a la manzana. Fue mi primera competición de tiro con arco y lo que sé es que no será la última y que reafirmo mi amor por el arco y las flechas que adquirí desde pequeño. Ojalá mi hija lo disfrute como yo. ¡Arqueros! ¡A la línea de tiro!
Cuando hace casi quince años desapareció el Balonmano Ciudad Real, mi unión como aficionado a este deporte quedó escondida, entre decepción y desilusión, en lo más profundo de la alacena de los recuerdos del Quijote Arena, ese pabellón donde se ha visto jugar a los mejores jugadores del mundo y llevar a una pequeña capital de provincia a lo más alto de Europa. Desde entonces no había vuelto a sentarme en las sillas de colores de ese templo del balonmano más allá de algún partido al que fui invitado a presenciar al Balonmano Caserío, club fundado en 2011 con génesis y origen en aquel mítico "Caserío Vigón" tan conocido en esta Civita Regia. Jamás podría haber imaginado que ese club me habría hecho algún día verter las líneas que hoy vierto sobre él y que se fraguan a golpe de sentimiento y latido en el yunque de mi tecleo. Pero caprichosa es la vida. Y más aún el destino. Y de aquellos barros, estos lodos. Varios amigos y conocidos empezaron a honrar el escudo del recién creado equipo y a sudar su camiseta aferrándose a la historia que les respaldaba, sin ser conscientes de que estaban sembrado la semilla más preciosa que pudiera germinar: la de la ilusión. Más allá de buscar éxitos deportivos y escalar en las divisiones se creó una familia con una afición común, en la que se compartían las ideas y los más principales fines eran la unión, la diversión y el gritar "Ciudad Real" a través de las miradas, por donde habla el corazón sin que se tercien palabras. Caserío es Asobal... Esas tres palabras que tanto he repetido tanto a viva voz con mentalmente estos últimos días, desde que se consumó la hazaña, tienen mucha historia y trasfondo. El inicio no fue fácil, ni tampoco la travesía, pero los remeros estaban tocados por la fuerza de las Moiras y el augurio, desconocido para los protagonistas y los cercanos, era amarrar en buen puerto.
En ese citado año 2011 nos dábamos el "sí, quiero" mi compañera de vida y yo. Y si algún deporte le ha encantado siempre ese ha sido el balonmano. Pero mucho. Hasta tal punto de estar viendo algún partido televisado y lanzar algún improperio de esos mismos que castiga cuando soy yo el autor y el deporte televisado es el de once contra once sobre verde césped. Cosas veredes, Sancho, amigo, que farán falar a las pedras. Quizás el hecho de que ella haya entrenado y jugado a balonmano desde niña y sea el deporte de su vida tenga algo que ver con la intensidad con la que vive los partidos. El caso es que al igual que en mí seguía dormido aquel sentimiento de aficionado, en ella estaba latente y patente y faltaba algún capricho del destino para despertar a la bestia de nuevo. Pasó el tiempo desde aquel año 2011 en que hubo alianzas y se fundó el Caserío y, llegado el año 2022, en que mi hija tenía cinco años y el club ya llevaba más de una década rodando, comenzó a desperezase el capítulo de la historia que dio lugar a un bello presente (entendido como regalo y como tiempo actual). Mi mujer y yo decidimos que el primer contacto que Claudia, nuestra hija, tuviera con el deporte fuese mediante una práctica de equipo, donde primasen los valores de la unión y el triunfo colectivo sobre el éxito individual y las medallas personales. Y el Balonmano Caserío (que ya se encontraba en División Plata) tenía una preciosa escuela y base de niños donde se inculcaban los valores mencionados a través de un deporte que conocíamos y sabemos de su nobleza en la pista y fuera de ella. Ese fue el detonante que nos llevó a un disfrute épico.
El color amarillo que ya llevaba tiempo haciendo de las suyas por la ciudad, comenzó a llegar a casa. Y se expandió rápido. Conforme la pequeña inició sus entrenamientos de prebenjamines, Gemma y yo, sin saber cómo, cuándo, ni por qué, de repente un día nos vimos sentados nuevamente en el Quijote Arena viendo jugar al Caserío y unimos las gargantas en la grada, tu grada que te anima, te anima con el alma, el alma que es manchega. Se había consumado el plan que la alineación de astros hubo tramado para nosotros. Primero dos abonos y un par de camisetas de la temporada recién iniciada. Después otro abono para mi hermana. Y luego otro para mi suegro. Y, como dónde va Cañizares va la guitarra, otro para mi suegra y todos vestidos de amarillo. Y acto seguido mi mujer, mi hija y yo miembros de la Peña "La Grada Amarilla" desde su fundación como tal. Y bufandas, trompetas, más camisetas y la vida teñida de amarillo en una vorágine preciosa en la que lo mejor estaba por llegar y sin dejar de disfrutar. Ya formábamos parte, sin saber cómo, de los tentáculos de un pulpo gigante que desconociendo su suerte, pero siempre avanzando con ella, iba expandiéndose por Ciudad Real. El club venía trabajando muy bien y siguió (y sigue) haciéndolo perfecto. Comenzó a ser casi habitual que el Caserío estuviese en los primeros puestos de la tabla y con serias opciones de volver a la más alta categoría. Nuestra mente era feliz sabiendo que recorremos kilómetros y superamos obstáculos, sólo por ti, Caserío. Pasaban las temporadas y siempre se resumían en un "casi". La afición estaba feliz, pero rugía, rugía soñando. Porque sabíamos que era posible olvidarnos de ese "casi" y construir un "hecho". Y la ciudad también. Ya llevaba años el Caserío trenzando hilos para convertir en realidad lo que se dibujaba en el telar. Y soy muy feliz de haber llegado, de casualidad, hace unos años, muy pocos al lado de lo que llevan otros, a tiempo al taller y aportar mi humilde ovillo a ese tapiz amarillo. Cada vez más camisetas por las calles y todas persiguiendo un sueño. Y es que los sueños, a veces, si se persiguen, se trabajan, se luchan y se merecen, pueden llegar a ser realidad. Y cuando la grada del Quijote y la ciudad se dieron cuenta que un gran sueño colectivo es mucho mayor que cinco mil sueños individuales, ocurrió lo inevitable.
Santi Giovanola, Ognjen Radojiçic, Pablo Campanario, Marcos Fis, Juan Lumbreras, Augusto Moreno, Jorge Romanillos, Víctor Morales, Fernando Romero, Paquillo Ruiz, Dani Palomeque, Santi Cánepa, Adrián Trancón, Toni Alegre, Ángel Perez de Inestrosa, Sergio Casares, Carlitos Ocaña, Jorge Silva, Óscar Ruiz, José Andrés Torres y Álex Díaz, lo hicieron. A los mandos de Santi Urdiales, Javi Ortiz y Mariano Muñoz, lo hicieron. Y, todo ello, presidido por un magistral Julián Amores y aliñado por un montón de gente que volvía a llenar el pabellón como en aquellos maravillosos años del Balonmano Ciudad Real, lo hicieron. Lo hicieron. Se anuló el casi y se hizo real el hecho. Y sin grandes talonarios de por medio, ni grandes respaldos políticos ni institucionales, ni nada de lo que suelen servirse los clubes fuertes para alcanzar la cima. No. Lo hicieron partiendo desde la base, desde esos prebenjamines que empiezan a botar un balón, desde esos aficionados que estaban dormidos y volvieron a gritar al verse formar parte de una familia que luchaba por lo mismo, desde una plantilla que se fue forjando con jugadores humildes, cercanos y unidos que usando los goles como ondas vencían a cualquier Goliat que tuvieran delante, desde un grupo de locos que cuando desapareció la ilusión y Ciudad Real quedó vacía de balonmano rebuscaron en el vivero de su corazón y sembraron de nuevo, desde la confianza en que "la unión hace la fuerza" no es un refrán sino una realidad, desde la entrega, el sacrificio y el nombre de los leones que escoltan la Biblioteca Pública de Nueva York: "Constancia" y "Perseverancia". Lo hicieron. Atracaron el navío allí donde Quijote y Sancho sonríen de nuevo por ver el nombre de la capital de La Mancha en el más bello puerto. En Asobal. Al galope sobre una hinchada vestida de amarillo que cual Rocinante, sabiendo que lo monta más que su amo su amigo, no se asusta de embestir ningún molino. Con el trote alegre de Rucio resonando en el interior de miles de personas al compás de las herraduras evocando un "lo hicimos, lo logramos". Con los ladridos de algún galgo recién llegado a la fiesta que se suma al proyecto. Y demostrando a los gobernadores de la ínsula que uno más uno jamás sería el resultado esperado. Lo hicieron. ¿Lo hicimos dices, Dulcinea? Puede ser. Mi locura en aquestas lides no me aclara si fuimos o no partícipes, pero sé que me emociona el haberlo vivido y siempre les estaré agradecido a todos los nombres que he escrito la felicidad que me han regalado cada vez que he gritado un gol, una parada o he vestido de amarillo. Honor y honra a todos ellos. Honor y honra a todos aquellos también que se vean reflejados en estas líneas. Honor y honra a mi amada Ciudad Real, sus gentes y sus sueños alcanzados. Y honor y honra a ti, mi club. ¡¡¡Caserío es Asobal!!!