Veinticinco años de Bondad por las calles, veinticinco años de izquierdos por el Pasaje de la Merced, veinticinco años de mirada dulce e infinita, veinticinco años de cunas de arpillera que te mecen con todo el amor del mundo porque no conozco cuadrilla más fiel que la tuya. Digo sin miedo a equivocarme que he conocido cuadrillas mucho más potentes, mucho más técnicas, mucho más de todo, pero ninguna ha demostrado ese amor y fidelidad que emana la cuadrilla de Nuestro Padre Jesús de la Bondad, luchando contra mil adversidades venidas de fuera y de dentro y siempre contigo en favor de pasearte, de defenderte, de mecerte, de quererte de la forma más real y humana que existe: entregándose a Ti en cuerpo y alma. Veinticinco años hace que el Señor de la Bondad llegó a Ciudad Real y llenó un Miércoles Santo que antes estaba vacío y desconsolado. Y este año repleto de actos por tal efeméride se celebró una salida extraordinaria en la que el Señor salió a la calle de nuevo a repartir su nombre que tanta falta hace entre propios y extraños: Bondad. Y tuve el privilegio de ser sus pies de nuevo. Que nadie se engañe: aquí si alguien es costalero es porque el Titular quiere. Sólo Dios escribe el destino aunque muchas veces creamos que podemos escribirlo nosotros. Yo, personalmente, así lo creo y por eso doy gracias al Rey de Reyes por haberme permitido pasearlo de nuevo.
Y llegó el día que Él quiso salir a la ciudad a llenarla de bondad de manera extraordinaria. Quedará para el recuerdo y en la memoria de todos aquellos que de una manera u otra lo vivieron, lo disfrutaron o lo criticaron. La única verdad es que el Señor estaba en la calle y tras llevar cinco lustros viviendo en Santo Tomás jamás había paseado por las calles de su barrio. Y Pío XII lo esperaba. Fue una tarde preciosa y de pelea dura del costal. Muy dura. Pero saberse privilegiado por poder ser los pies de Dios en la tierra supera todo. Llegué a sus plantas con sólo catorce años y, hoy, veintidós años después, lo he paseado una vez por cada año que está entre nosotros: veinticinco. Veintitrés han sido bajo la atenta mirada de la luna del Parasceve en Miércoles Santo de ensueño, otra por motivo del Año de la Misericordia con racheo silente y oración libre de lamentos de corneta y la que completa la suma ha sido la salida extraordinaria por la efeméride de las dos décadas y media de su hechura y acogida en esta Ciudad de Reyes. Veinticinco años tiene Nuestro Padre Jesús de la Bondad y veinticinco veces lo he acunado en la arpillera de mi costal.
Y es que las cosas de la fe vienen dadas por motivos que no se pueden explicar. No es la imagen más bonita, puede ser, pero es la cara que veo cuando rezo el Padre Nuestro. No es la hermandad que mejor trabaja, seguramente, pero es la mía. No fue la salida extraordinaria que todo el mundo hubiese deseado, quizás, pero es la que se realizó. No nos han compuesto la marcha más bonita de todas, por supuesto, pero es con la que nos identificamos. Y no hay más. La humildad por bandera y la fe en Él por creencia es lo que me hace seguir a su vera. Hablo constantemente a título personal, no venga nadie a manifestar que es un sentir generalizado o que el pregonero de la hermandad dice o deja de decir. No se confundan, yo no soy nadie. Solo soy un costalero que permanece a su lado y que expreso en este Rincón mis sentimientos. Y lo que yo siento con el Señor de la Bondad es algo muy grande, de lo contrario ya me habría ido. Fe en Él y por Él. No hay más. Gracias a ella he salido de momentos muy duros con más o menos cuadrilla y creo que todos igual: sólo cada costalero sabe por qué está ahí o deja de estar y hay tantos motivos como costaleros haya o hubiera. No existe más vuelta de hoja. E insisto que habrá mejores cofradías, mejores tallas, mejores cuadrillas y mejores de todo, pero para cada uno existe un motivo para estar donde está y dejar de estar donde estaba (en lo que a cofradías se refiere). Y el mío lo tengo claro para estar. Devoción y fe.
He aguardado unos días, algo más de una semana, para verter estas líneas, precisamente para no dejarme llevar por sensaciones en caliente, momentos de euforia o de decepción, sino para ser juicioso y cabal y, sobre todo, fiel a mi mismo y a mi sentir. Y no hago sino reiterarme en que no serán para muchos de los cofrades de Ciudad Real las mejores maneras de realizar una salida extraordinaria, ni la mayor participación de los hermanos dando luz al Señor, ni el mejor andar del paso de misterio, ni el mejor recorrido que se hubiera podido planificar, pero sí la mejor honra, la más fiel manera y el más devoto amor que yo he sentido en mucho tiempo bajo el paso que me hizo costalero. Y ahí los espero. No me sirva la pompa y boato que muchos aguardasen. Me sirven egoístamente mis sentimientos y lo que viví y aprecié en primera persona. Recuerdo de nuevo que habló por mí y sólo por mí y puede que muchos esperaseis unas letras poéticas y retóricas ensalzado todo lo vivido simplemente por la rúbrica de lo que lleva detrás. Pero no. Hablo de mi vivencia. Y hoy vengo solo a decir lo que yo vi en la salida extraordinaria por el XXV Aniversario de Nuestro Padre Jesús de la Bondad. Vi a gente emocionarse, vi abuelitas llorando, vi a chiquillos que inician su sueño de faja y costal, vi a veteranos pasar por su Pasaje otra vez, vi una bulla agolpada entre incienso aguardar un izquierdo para clamar un óle nacido de las entrañas del sentir y que espera su momento para salir como un raudal de sentimiento, vi una cuadrilla mermada hacer levantadas de ensueño, vi la sonrisa de un hijo mirando a su padre de negro, vi a compañeros del palio hacer conmigo costeros, vi a una niña pequeña asomarse al respiradero, vi la promesa de un padre, la oración de un compañero, la ilusión del que confía en la esperanza sabiendo que no defrauda, vi mis entretelas de joven costalero reflotar por mi morrillo veterano y consumado, vi agarrarse a la madera un mal trago del pasado, vi unos ojos brillantes por lágrimas agridulces acariciar con afecto el zanco, vi Bondad en tu mirada cuando estaba de relevo y vi, como siempre veo, la cara de Dios mismo al rezar el Padre Nuestro.
Y llegó el día que Él quiso salir a la ciudad a llenarla de bondad de manera extraordinaria. Quedará para el recuerdo y en la memoria de todos aquellos que de una manera u otra lo vivieron, lo disfrutaron o lo criticaron. La única verdad es que el Señor estaba en la calle y tras llevar cinco lustros viviendo en Santo Tomás jamás había paseado por las calles de su barrio. Y Pío XII lo esperaba. Fue una tarde preciosa y de pelea dura del costal. Muy dura. Pero saberse privilegiado por poder ser los pies de Dios en la tierra supera todo. Llegué a sus plantas con sólo catorce años y, hoy, veintidós años después, lo he paseado una vez por cada año que está entre nosotros: veinticinco. Veintitrés han sido bajo la atenta mirada de la luna del Parasceve en Miércoles Santo de ensueño, otra por motivo del Año de la Misericordia con racheo silente y oración libre de lamentos de corneta y la que completa la suma ha sido la salida extraordinaria por la efeméride de las dos décadas y media de su hechura y acogida en esta Ciudad de Reyes. Veinticinco años tiene Nuestro Padre Jesús de la Bondad y veinticinco veces lo he acunado en la arpillera de mi costal.
Y es que las cosas de la fe vienen dadas por motivos que no se pueden explicar. No es la imagen más bonita, puede ser, pero es la cara que veo cuando rezo el Padre Nuestro. No es la hermandad que mejor trabaja, seguramente, pero es la mía. No fue la salida extraordinaria que todo el mundo hubiese deseado, quizás, pero es la que se realizó. No nos han compuesto la marcha más bonita de todas, por supuesto, pero es con la que nos identificamos. Y no hay más. La humildad por bandera y la fe en Él por creencia es lo que me hace seguir a su vera. Hablo constantemente a título personal, no venga nadie a manifestar que es un sentir generalizado o que el pregonero de la hermandad dice o deja de decir. No se confundan, yo no soy nadie. Solo soy un costalero que permanece a su lado y que expreso en este Rincón mis sentimientos. Y lo que yo siento con el Señor de la Bondad es algo muy grande, de lo contrario ya me habría ido. Fe en Él y por Él. No hay más. Gracias a ella he salido de momentos muy duros con más o menos cuadrilla y creo que todos igual: sólo cada costalero sabe por qué está ahí o deja de estar y hay tantos motivos como costaleros haya o hubiera. No existe más vuelta de hoja. E insisto que habrá mejores cofradías, mejores tallas, mejores cuadrillas y mejores de todo, pero para cada uno existe un motivo para estar donde está y dejar de estar donde estaba (en lo que a cofradías se refiere). Y el mío lo tengo claro para estar. Devoción y fe.
He aguardado unos días, algo más de una semana, para verter estas líneas, precisamente para no dejarme llevar por sensaciones en caliente, momentos de euforia o de decepción, sino para ser juicioso y cabal y, sobre todo, fiel a mi mismo y a mi sentir. Y no hago sino reiterarme en que no serán para muchos de los cofrades de Ciudad Real las mejores maneras de realizar una salida extraordinaria, ni la mayor participación de los hermanos dando luz al Señor, ni el mejor andar del paso de misterio, ni el mejor recorrido que se hubiera podido planificar, pero sí la mejor honra, la más fiel manera y el más devoto amor que yo he sentido en mucho tiempo bajo el paso que me hizo costalero. Y ahí los espero. No me sirva la pompa y boato que muchos aguardasen. Me sirven egoístamente mis sentimientos y lo que viví y aprecié en primera persona. Recuerdo de nuevo que habló por mí y sólo por mí y puede que muchos esperaseis unas letras poéticas y retóricas ensalzado todo lo vivido simplemente por la rúbrica de lo que lleva detrás. Pero no. Hablo de mi vivencia. Y hoy vengo solo a decir lo que yo vi en la salida extraordinaria por el XXV Aniversario de Nuestro Padre Jesús de la Bondad. Vi a gente emocionarse, vi abuelitas llorando, vi a chiquillos que inician su sueño de faja y costal, vi a veteranos pasar por su Pasaje otra vez, vi una bulla agolpada entre incienso aguardar un izquierdo para clamar un óle nacido de las entrañas del sentir y que espera su momento para salir como un raudal de sentimiento, vi una cuadrilla mermada hacer levantadas de ensueño, vi la sonrisa de un hijo mirando a su padre de negro, vi a compañeros del palio hacer conmigo costeros, vi a una niña pequeña asomarse al respiradero, vi la promesa de un padre, la oración de un compañero, la ilusión del que confía en la esperanza sabiendo que no defrauda, vi mis entretelas de joven costalero reflotar por mi morrillo veterano y consumado, vi agarrarse a la madera un mal trago del pasado, vi unos ojos brillantes por lágrimas agridulces acariciar con afecto el zanco, vi Bondad en tu mirada cuando estaba de relevo y vi, como siempre veo, la cara de Dios mismo al rezar el Padre Nuestro.