Mi querida Ciudad Real, tan denostada por muchos (incluso de sus habitantes), siempre encuentra en mí un fiel bastión de acérrima defensa. Y es que no hay nada mejor que repeler a bofetones de cultura los agravios directos o comparativos que son puestos de manifiesto por quienes no solamente son estultos, sino que lo demuestran con sus actos. Yo hago gala de orgullo manchego y de ser habitante de la capital de La Mancha porque tengo y tiene motivos para ello. Sí, los tiene. Ciudad Real esconde mucho más de lo poco que se conoce y nos corresponde a quienes lo sabemos el enseñarlo y demostrarlo, por lo que, si tengo oportunidad, lo hago. Y, claro, no es que vaya yo por la calle dando lecciones de nada a todo aquel que se me cruce, pero si estoy tranquilamente dialogando y me viene el necio de turno, sin que le haya pedido opinión, a decirme que Ciudad Real no tiene nada que ver o descubrir, no es que a la vez que respiro hondo y pienso que tiene que haber de todo en la viña del Señor, sonría y le hable efeméride por efeméride de las fechas que todo culipardo ha de conocer al dedillo, como son 1088, 1255 y 1420, sino que, bajo el esbozo de mis comisuras, por el bien de esta tierra nuestra y de la incultura de mi interlocutor, le digo "voy a contarte algo" y felizmente le abro los ojos con detalles, historias, lugares o leyendas que desconoce, de modo tal que, a la par que quizás ya vea Ciudad Real o alguno de sus rincones de otro modo, me quedo satisfecho de repeler la afrenta no con mamporros (que ganas no me faltan) sino con datos, manera ésta que siempre es más dulce y, en verdad, más reconfortante, si bien, me mantengo en que al tonto de turno, un guantazo, de vez en cuando, no lo pone en el camino pero lo pone a andar. Vamos, que mi alma de manchego, ciudadrealeño y pandorgo aguanta pocas tonterías acerca de esta muy noble y leal villa de reyes.
Traigo en esta ocasión una leyenda que conté hace poco a una persona que me dijo que quería saber más acerca de Ciudad Real. Y me encantó oír eso porque ya denotaba que en Ciudad Real había cosas pero él quería saber más. Y cuando nos dice eso alguien de fuera a los que amamos nuestra ciudad, nos alegra. Nos alegra mucho. Evidentemente yo no voy a descubrir novedad alguna puesto que todo lo que yo sé me ha sido descubierto a mí. Lo único que hago es compartir lo que sé y hay quien sabe mucho más que yo. De hecho, la leyenda que hoy vengo a contar fijo que ya ha sido escrita varias veces tiempo atrás por otras personas. De esta manera, simplemente mantendré encendida la mecha que otros prendieron y eso ya es mucho pues mantiene en actualidad lo ocurrido en el pasado. Yo conocí acerca de la existencia de la leyenda a través de mi padre quien me decía que la había oído y leído y, más recientemente, de boca de Raquel Méndez, guía turística, quien en una de sus visitas guiadas la contó a los presentes con todo detalle. Por mucho que creamos que sabemos mucho de algo, siempre cabe aprender un poco más. Por eso me apunté a hacer una visita guiada en mi ciudad natal y, efectivamente, aprendí cosas que ignoraba. Os lo recomiendo a todos. Y ahora ya os dejo con la leyenda en sí... Espero que la disfrutéis.
La leyenda de la lámpara del Camarín aparece reflejada en una sección llamada "Historia y Arte" que correspondía al periódico "El Heraldo de La Mancha". La narró el cronista Don Emilio Bernabéu quien muchas cosas antiguas sabía de Ciudad Real. También puede encontrarse en la novela "Los días y las noches en la Casa Grande" del autor Don Juan Martín-Mora Haba, editada en el año 2013 por Éride Ediciones. La leyenda se sitúa en el año 1484, en plena época de la Inquisición en la capital manchega, donde hubo Tribunal del Santo Oficio entre 1483 y 1485. Debemos ubicarnos en esa época, al final de la calle Camarín, prácticamente a los pies de la ventana de la Virgen, en una fría noche en la que soplaba el viento huracanado y el único testigo de la historia de amor y muerte que allí ocurrió entre Isabel, Hernán y el hijo del judío Samuel, fue el farolillo existente en la reja del Camarín de la Virgen del Prado. De ahí el nombre que se le dio: "Leyenda de la lámpara del Camarín". Dice literalmente así:
"Ella era una belleza rubia, con trenzas de oro y ojos negros. Prestancia y cuerpo de escultura griega. Hablar dulce, timidez de doncella honesta y bondad de mujer fervorosa y creyente. Vivía con su padre, ministro-familiar de la Inquisición, en una casa de la calle Azucena; frontera a la del Prado. Desde su ventana, mientras esperaba al galán con el que contraería pronto matrimonio, veía la lámpara del Camarín de la Virgen del Prado; cuya débil luz, unida a la del fanal de la otra esquina, apenas servían para mitigar la lobreguez de las noches.
Isabel, tras la reja, esperaba a su Hernán. Era éste un mozo esbelto y arriscado, fijodalgo ya famoso en la guerra contra el moro alpujarreño, cristiano “viejo”, pese a su juventud, porque de progenie fervorosa y creyente provenía el galán. Ya estaban los padres, el inquisidor y el hidalgo, muy conformes en el matrimonio de la enamorada pareja, ceremonia que habría de celebrarse al día siguiente. Aquella era la última noche del noviazgo feliz, solamente ensombrecido por la intromisión de un pretendiente tenaz, cristiano “nuevo”, como hijo del acaudalado Samuel, hebreo recalcitrante y odiado por su fama de usurero, pero bien repletas sus arcas de cornados y doblones áureos. Mas el rico heredero, rechazado una vez y otra por la bella Isabel, había jurado matar a Hernán, antes que verlo unido a la hija del inquisidor.
Por la calle de la Virgen –ahora del Camarín- avanza confiado, erguida la figura, el joven Hernán Gómez de Rel. Se emboza con capa carmesí, ciñe su cabeza sombrero de blanca pluma y su diestra empuña la cruz de la espada. Ruge el viento en la noche lóbrega. Hernán va en busca de su idolatrada Isabel, que le espera, ya impaciente, tras la ventana.
De súbito, se apaga el farolillo que pende de la reja del Camarín de la Virgen. Una sombra surge, traidora, y acomete por la espalda al hidalgo galán. En el silencio de la noche resuena un grito de dolor y de muerte. Isabel lo ha reconocido y cae desmayada. Por la calle en tinieblas, un bulto envuelto en luenga capa huye raudo.
Allí quedó el cadáver del joven Hernán, impunemente asesinado la noche víspera de su boda. Y como único recuerdo, la lámpara de la Virgen que alumbraba mitigando tristemente la penumbra del tétrico lugar...".
Podemos entender que nos deja de legado la leyenda que la historia que ocurrió a los pies del Camarín de la Virgen del Prado, si bien fue a oscuras por haberse apagado por el viento el farolillo que había en la reja y no poder nadie dar fe de quien produjo la muerte de Hernán, salvo la propia lámpara que allí se encontraba, no escapó a los ojos de la Patrona, quien todo lo ve sin necesidad de luz. Hoy en día ya no existe aquella lámpara del Camarín, estando escoltada la ventana de la Virgen por dos faroles de forja, los cuales, si hablasen, también podrían contar muchas historias, leyendas y anécdotas de uno de los rincones más mágicos de Ciudad Real. Espero que hayáis disfrutado de esta leyenda si no la conocíais y cuando paséis por el Prado, tras el altar mayor de la Catedral, en plena calle, os acordéis de Hernán e Isabel, cuyo amor allí mismo se truncó bajo la lámpara del Camarín...
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