lunes, 20 de septiembre de 2021

¡¡COFRADES!! ¡¡A LA CALLE!!

¡Por fin! ¡Qué leche! En mayúsculas. ¡POR FIN! Quien nos conoce a los que amamos este mundillo lo sabe. Hemos sufrido la pandemia como nadie. Sí, como nadie. Explotó el asunto en plena Cuaresma cuando nosotros más intensos estamos. Nos destrozó planes, ilusiones y sueños a días de cumplirse. Nos sometió a una vorágine horrible y agitadora del alma que nos hizo saltar las lágrimas más amargas. Y desde entonces hemos aguantado la chicotá más dura de nuestra vida costalera. Y con casta y saber estar. De frente siempre, con poderío. Fuimos aguantando derechos bajo el peso de este horrible paso, la caída una a una de nuestras vivencias esperadas año tras año. Primero se suspendieron los ensayos. Después cayó el Magno Pregón. Tras ello se anunció la imposibilidad de que procesionasen las cofradías de vísperas. Y, finalmente, se suspendió íntegramente toda celebración de la Semana Santa. A la par, el Gobierno decretaba el Estado de Alarma y confinaba en los domicilios a todos los ciudadanos del país, permitiéndose únicamente los servicios esenciales. Horrible. El calendario seguía descontando días y las túnicas siguieron en los armarios oliendo a naftalina. Los costales no volvieron a enrollarse paño con paño en ese mágico ritual que los hombres de abajo tan bien conocemos. Y los músicos tuvieron que guardar los instrumentos sin saber cuándo volverían a sonar. Así llegó el Domingo de Ramos. ¡Durísimo para quienes lo amamos! Y pusimos la mirada en un lema: "el próximo año". Pero llegó y se desvaneció lo soñado. Seguimos sin pasos, nazarenos, tramos, bullas, saetas y llantos. Hemos estado durante prácticamente un año y medio viendo como no existía ni se permitía culto externo. Apretando los dientes sin dejar caer los zancos. Hasta que ha llegado la noticia.

Entre tanto, se marchitaron dos Cuaresmas, con sus cuarenta días y sus cuarenta noches, arrastrando todas las ilusiones que las mismas esconden. No se limpió plata en equipo, no se repartieron papeletas de sitio, no se citó a las igualás, no hubo ensayos, ni pregones, ni nada de nada. Y aguantamos porque los cofrades somos así: los hijos de la Esperanza. Sabíamos que volveríamos. Y con más ganas. Se seguían quedando los pregones en los tinteros y la frase más repetida venía siendo la de Angelito, el aguaor, que sin saberlo y antes de que llegasen estos tiempos tan duros, con su inocencia, ya nos alentaba a los que gustamos del sabor cofrade y gozamos del paladar selecto de la cera y el incienso: "¡Cofrades! ¡A la calle!" ¡Cómo si fuera tan fácil! No nos dejaban ni las autoridades civiles, ni las eclesiásticas. Es que somos así de chulos, nosotros. Necesitamos el visto bueno de nuestro padre y de nuestra madre, como los niños pequeños de escuela. El fútbol sí, depende de los civiles. No hay cura que lo pare. Adelante con él. ¿Los toros? También, hombre, también. ¿Y un conciertito de feria? ¡Claro! Vamos a ello. Oye, ¿y si hacemos una romería de aquella manera? No, no se puede. ¿Por qué? Es que dice el Alcalde que el cura no quiere. ¿Y qué dice el cura? Que es el Alcalde quien no quiere. ¿Es que no quiere ninguno? No lo sé, pero como hace falta el permiso de los dos, ambos se escudan en decir que no y ver quién levanta el castigo. Pero, ¿entonces fútbol sí? Por supuesto. Y con público. ¡Eh! Pero no me vayas a poner un paso en la calle... Mira, es que ya han celebrado hasta las Fallas, la vacunación ha llegado a cuatro quintas partes de la población y nos vienen vendiendo la moto de que la inmunidad de rebaño se alcanzaba en Agosto... Ya, pero una cofradía no. Vaya a ser que... Pues nada, otra vez en casa.

Y cuando ya el gritó en el Cielo llegó a Palacio se hizo la luz. Era insostenible viéndose lo que se veía. Gentíos asistiendo a eventos cada vez más numerosos y todos permitidos. En Europa se avanzaba, además, a otro ritmo. Se levantaban las restricciones en bloque y en mi querida España seguíamos (y seguimos) sometidos a cuestiones que yo, al menos, no atino a entender. Finalmente, prácticamente todo iba volviendo a la normalidad, con cautela, poco a poco, con mimo, como andan los palios finos. ¿Todo? No. Las cofradías no. Ni poco a poco, ni con cautela, ni con mimo. Nada. Pero es que... ¡Que no quiere el Alcalde! Pero si ha dicho que... ¡Que no! Que es el cura. ¿Pero qué cura ni que alcalde? Así no se puede estar, hombre. ¡Cofrades! ¡A la calle! Y cuando han visto que el grito pasaba de ser el impulso de ánimo de Angelito a ser un grito de guerra, parece ser que el cura y el político de turno han hecho las paces. O eso o que los dos han dado el visto bueno sin saberlo, pero a la par. Parece raro para creerlo, ¿no? Pero así ha sido y ha llegado el momento. ¡¡Ni os digo cómo me siento!! No quisiera echar campanas al vuelo hasta que no vea la primera Cruz de Guía... Siempre viene después de Baltasar, así es que si hay Cabalgata, ¡hay cofradías! Señor Alcalde y señor cura, no abusen de nuestra paciencia, no vayan a liarla ahora que se va viendo la luz de un nuevo día...

Ya se ha firmado el decreto que deroga el otro decreto y por decreto se dice que salen las cofradías. ¡Qué hartura de leguleyos los que abundan todavía! Y qué hartura de los que dicen que quieren que volvamos pero con la boca chica, guardando en la grande un "¡Te lo dije!" que están de veras deseando exclamar. ¡Dejadnos en paz! Idos con vuestros pánicos sin sustento a otro lado, ¡yo que sé!, a los conciertos, por ejemplo, que allí no hay virus por lo que parece. Estamos volviendo y parece que molestamos. ¡Venga la primera! ¿Cuál? ¡La que sea! La de misterio, la de palio o la Cruz de guía que se ponga en la calle. ¡Hacerse la ropa, costaleros! ¡Que se repartan los cirios! ¡Que afinen los músicos! ¡Prended el incienso y que a compás la cera llore! Hay que seguir avanzando por esta eterna rampa que nos lanza al Domingo de Ramos, dando paso a una mágica semana que cuenta el tiempo al revés. Y que vuelvan los pregones y cuenten que una vez esperamos tres primaveras para florecer de nuevo entre pasiones. ¡Vamos! ¡Retomemos los sueños que se quebraron en aquella cuaresma! Sacad los túnicas de los armarios, llenaos los bolsillos de estampitas. ¡No olvidéis caramelos para los niños! Sonreíd bajo vuestros antifaces de negro ruán y vestid con alegría las capas de las hermandades de barrio. ¡Estoy que no me aguanto ni yo! Díselo tú, Angelito, haz el favor. Díselo y grítalo para que repique en la Giralda y se pierda el eco en cualquier espadaña. Dejadme que me pierda en mis lágrimas de arpillera y me acurruque en la Madrugá a su vera. ¡No me robéis otra vez el sentimiento! ¡Dejadme que me amuralle! ¡¡Cofrades!! ¡¡A la calle!!

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