jueves, 16 de noviembre de 2023

DE MI VIDA, PILARICA

Seguramente Tú fueras la única que sabías que ocurriría lo que ocurrió. Yo, como humano mortal cuya agenda del destino tiene fraguados unos designios desconocidos por mi mano, no tenía ni la más remota idea de que el plan estaba escrito y trazado para que fuera a verte. Quizás, las rocambolescas situaciones que conllevan una concatenación de casualidades no son tanto cuando, con el paso del tiempo, se asientan los posos y comprendes el por qué de su existencia, eso sí, siempre a toro pasado, pues ser conocedor de las mismas de antemano nos pondría en una situación que las personas ni esperaríamos ni sabríamos dominar. Siempre he creído que es así y que nada surge por fortuna. De una forma u otra, la conexión espacio-tiempo que conlleva un aquí y un ahora no la elegimos libremente, aunque creamos que sí. ¡Pero hombre! Si veo a Juan en la taberna, a una hora concreta y habiendo quedado previamente con él en ese sitio y a esa hora, es porque yo he querido, no porque así estuviera trazado por el destino. Pues créetelo: sí. Si el destino no quisiera o no fuera ese su renglón escrito en la agenda, no ocurriría. E igual que culpamos a la mala suerte o al infortunio cuando se nos chafa un plan, simplemente porque llueva, debemos agradecer, no sé, ¿a la mano que mece la cuna?, cuando algo ocurre inesperadamente y sale a la perfección haciéndonos disfrutar, lo que comúnmente llamamos "una alineación de los planetas". Me entendéis, ¿verdad? Pues así es como fui a dar con mis huesos en las Fiestas del Pilar de Zaragoza.

Surgió en una de las asociaciones a la que pertenezco, la idea de ir a honrar a la Virgen del Pilar, Patrona de España, participando en el desfile que acaece anualmente en Zaragoza a tal fin. Y la idea cayó en buena lid si bien no pudo llevarse a cabo por otros motivos. Sin embargo, ya había arraigado en mí y, como antes decía, estaría de la mano de Dios que yo, finalmente, terminase allí del modo más inverosímil. A mi buen Junior, hermano que la naturaleza no me dio y la vida me regaló, le comenté un día de los muchos que quedamos nuestras familias a comer, cenar y tripear sea la hora que sea con el fin de pasar unos ratos juntos, que se estaba fraguando la idea de ir a la capital aragonesa en sus días grandes, pero que parecía que no saldría bien la operación por ciertos devenires que se barruntaban, los cuales catalogo de subsanables y aguardo que en próximos ejercicios no sean obstáculo de forma ni de plazo y allá que vayamos con el plan original. Y miren ustedes por donde, le brillaron los ojos a mi compadre y sin dudarlo dijo "pues si esta gente no puede, yo me voy contigo". A mí me brillaron igual y a nuestras mujeres se les frunció el ceño como a las manchegas viejas cuando dicen "ná bueno estáis tramando, mangurrianes". Y hete aquí que los dados del destino jugaron de nuestro lado.

Y entre la suerte de los dados y los planetas alineados el navegador del coche marcaba como destino la antigua Caesar Augusta. Y allí que nos plantamos José Ramón y yo con las maletillas llenas de ganas de pasarlo bien en una perfecta conjunción cultural-festiva que muchos años en común nos han dado y enseñado. No se trata de ver un museo con un chispalibre en la mano, sino de ver el museo y disfrutarlo como no lo haríamos con una veintena de años y luego tomarnos los chispalibres como sí lo haríamos con esa veintena de años. Maestros en estas lides que se dice. Y, además, con la experiencia, control y comodidad que la vida te va enseñando y, ¿por qué no decirlo?, exigiendo con el paso del tiempo. Así se desencadenaron dos días preciosos con sus dos noches preciosas y estuve ante Ti, Pilarica. Disfruté de tu basílica en los días más grandes que podría hacerlo. Vi cómo te quiere toda España y las gentes de América latina, que por algo se celebra en tu día el Día de la Hispanidad. No exagero ni miento al decir que me sorprendió la cantidad de latinos que, mientras aquí algunos tergiversan y tachan la historia de genocidio, ellos vienen felices a la Madre Patria a estrechar vínculos y apretar, aún más, los lazos que nos unen. No he visto cosa igual. ¡Qué de gentes venidas de cualquier sitio para ofrendarte flores y frutos! Te dediqué, Virgencica, algunas palabras, oraciones y lágrimas y deposité en el pilar que te da nombre, como siempre, lo más arraigado de mi alma: la gratitud y la esperanza. Sólo Tú sabías que iría a verte y solo Tú sabes cuándo haya de volver.

Eran las siete menos cuarto de la mañana, hora que como peregrino avezado me gusta para comenzar la etapa, cuando el primer ramo de flores se depositaba en la estructura metálica instalada a tal fin a las puertas de la Basílica de la Virgen del Pilar. Tal maniobra de desfile, ofrenda, entrega de ramo y colocación del mismo se dio ininterrumpidamente hasta las diez y media de la noche. Jamás había visto ni imaginado tal cosa. Cuando Junior y yo fuimos al lugar, algo antes de las doce del mediodía, para disfrutar del apogeo de la ofrenda, la rendición de honores con aeronaves a la Patrona de España y el ambiente festivo que inundaba Zaragoza, ya había cientos de grupos maños y forasteros desfilando ataviados con sus trajes regionales. Este año se dieron cita más de novecientos. El año que viene espero que estemos entre ellos ese puñado de hombres buenos y guardianes de la tradición que residimos en la capital de La Mancha. El espectáculo visual y sensitivo despertaba un maremágnum de emociones difícil de expresar con palabras: gente y gente y gente y gente ofrendando a la Pilarica. Era admirable contemplar a los grupos, peñas y asociaciones aguantar estoicamente al sol (que pegaba pero bien), impasibles, férreos, pétreos, hasta que llegaba su turno y, poco a poco, avanzando hasta la Virgen entregaban sus presentes. Sinceramente, fue un deleite de excursión y una experiencia preciosa. También hubo chispalibres, claro. Lo imaginabais, ¿verdad? Y cervecitas y conciertos y ferias... Incluso "Tómbola Antojitos". Pero eso es otra historia, maño. Hoy sólo venía a contarte una pincelada mi vida, Pilarica.


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