Hace algunos meses me iniciaba en la disciplina del tiro con arco. No esperéis que vaya representado a España en los Juegos Olímpicos, obviamente. Ni estoy ya en edad para ello, ni domino ese deporte con la eficacia de los expertos, ni clavo todas las flechas en el amarillo. Y tiro con arco recurvo tradicional. En los juegos sólo compiten con arcos olímpicos que llevan un montón de visores, estabilizadores, hierrajos, atalajes y cosas raras que distan mucho de lo que a mi alma de Robin Hood le gusta. Eso sí, ya metido en el mundillo, el club al que pertenezco, Arqueros de Don Gil, organizó una competición y me llamó la atención. El premio no iba a ser una flecha de oro ni la entregaría lady Mariam, pero me apetecía ver cómo era eso de estar rodeado de arqueros de todo tipo y condición, un montón de parapetos con diferentes dianas alineadas y la normativa tan curiosa que regula todo ello. Así es que me apunté. No iba con ánimo alguno de ganar, no me cansaré de decirlo, sino de disfrutar de la jornada y seguir avanzando. De hecho, en esta disciplina, jamás se pierde: "Unos días se gana y otros se aprende". Y a eso iba yo. A aprender. La arquería, imagino que como todo, es una afición en la que cuanto más ahondas, más cosas descubres. Y para mayor sorpresa, mi hija Claudia, que también forma parte de esta familia y locura de los arcos y las flechas, me dijo que también se quería apuntar a la competición, así es que ya, sí que sí, la jornada merecería la pena y allá que nos inscribimos y fuimos. Jamás pensé que la vida me regalaría esta aventura.
Amaneció el día soleado y a las nueve de la mañana estábamos citados los arqueros para hacer el registro en la competición, montar los equipos y empezar el calentamiento. Simplemente contemplar la cantidad de arcos distintos que allí se encontraban ya era digno de ver: arcos compuestos de poleas, longbows, tradicionales, olímpicos, monoblock, de iniciación.... De todo. Un paraíso para los que siempre nos ha gustado la arquería. Y, ¿qué decir de la variedad de flechas? De aluminio, de carbono, de madera, con pluma natural, con pluma plástica, con culatín inserto, con punta de acero... Una locura. Sobre el césped del Polideportivo Rey Juan Carlos I veinticinco parapetos preparados con dianas de distintas medidas y colocados a diferentes distancias. Muchas horas de trabajo para afrontar los materiales necesarios para organizar la competición y la disposición y colocación de todo ello. Y un clima contagioso de gente que compartiendo una misma afición iba a pasarlo bien. Vinieron clubes de arqueros de Manzanares, Puertollano, Valdepeñas y algunos de Andalucía y arqueros de todas las edades, desde la categoría "ardilla" hasta "veterano", pasando por "novel" y todos los rangos deportivos habituales (prebenjamín, benjamín, alevín, infantil, cadete, juvenil y senior). De hecho, la más pequeña de toda la competición y única "prebenjamín-ardilla" que había era mi hija Claudia. Y lo hizo tan bien que hasta subió al podio. Mención especial para su compañera de parapeto Inma, una pequeña andaluza de nueve años que lleva tirando desde los tres y que fue la que más puntuación sacó de todos los competidores. Una niña adorable y que manejaba su arco olímpico con todos los accesorios y los muchos complementos que llevaba a la perfección. ¡Qué manera de clavar flechas en el centro de la diana! Increíble. Una delicia verla. Esa sí que podría acabar en las Olimpiadas...
En lo que a mí respecta y como yo iba a lo que iba, a aprender y ver cómo iba el asunto, me asignaron en una categoría que no era la mía, tirando a una distancia que no es la mía y a una diana con unas dimensiones que no son las que debía. Dícese: mi categoría era novel, arco recurvo, distancia de dieciocho metros y diana de ciento veintidós centímetros. Y se me puso a competir con cadete, arco tradicional, distancia de treinta metros y diana de ochenta y tres centímetros. ¿No querías aprender? Pues toma, Carlitos, aprende. ¿Y saben ustedes qué? Que gané a mi rival. Un chaval llamado Rafa muy majo que me enseñó y explicó cómo se anotan los tanteos y cosas muy curiosas de la normativa de arquería. A él le encanta todo este sarao y está en una edad en que lo estudia y lo aprende sobre la marcha porque le apasiona. Me dejé guiar por él, aprendí bastante y, aunque en la primera ronda de seis tiradas a treinta metros me iba ganando, cuando en la segunda ronda tiramos otras seis tiradas a dieciocho metros remonté bastante y me hice con el marcador final. Lo pongo como reseña y con algo de orgullo porque fue un debut alegre, pero el fin que yo buscaba estaba más que cumplido: ahondar más en el mundillo del arco y la flecha, vivir en primera persona cómo es una competición, observar el papel de los jueces y apreciar la normativa tan curiosa que envuelve y rodea todo, aunque haya cosas que no entienda como el no poder ir a la competición con pantalón vaquero o no poder utilizar el móvil para usar la calculadora del mismo y sumar los puntos de la diana. No sé por qué serán tales cuestiones, pero la ley es la ley.
Las sensaciones fueron buenas y las expectativas se cumplieron. Una preciosa jornada para descubrir cómo es una competición de tiro con arco y cómo se vive la misma. Aprendí todo lo que quería aprender y más. Y, lo mejor, es que nunca se deja de aprender, así es que tengo muy claro que me apuntaré a más competiciones. Y si, mientras tanto y a base de entrenamientos, logro seguir mejorando, pues entonces sí competiré en el pleno sentido de la palabra, pues esta vez, aunque le pusiese ganas y finalmente ganase en mi parapeto (que no en mi categoría, claro está, pues llevo muy poco tirando y hay gente bastante buena), me dediqué a observar y a vivir la experiencia sin ánimo competitivo ninguno. El caso es que me adentré mentalmente en aquella época del medievo que tanto me ha gustado siempre y estuve rodeado de arcos, cuerdas, flechas y dianas y fui feliz. Feliz porque me encanta descubrir cosas nuevas, feliz porque pude vivirlo y feliz porque lo compartí con mi hija. Eso es el mayor premio. En mi mente resurgió el niño que algún día fui y me vi tirando flechas en el Bosque de Sherwood, defendiendo castillos, emboscando forajidos y apuntando como Guillermo Tell a la manzana. Fue mi primera competición de tiro con arco y lo que sé es que no será la última y que reafirmo mi amor por el arco y las flechas que adquirí desde pequeño. Ojalá mi hija lo disfrute como yo. ¡Arqueros! ¡A la línea de tiro!
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