Julio es eterno. En todos los sentidos. O en todas sus acepciones, como prefiera usted. Y si hace querer año tras año a su manera. Se forjó su amor en mi infancia a fuerza de verbenas, Pandorgas y de la mano de mi abuela Carmen. Me llevaba a la vera del convento carmelitano a ver a la Virgen y a comerme una berenjena de Almagro, su pueblo, que expande ese sabor tan característico de vinagre, ajo y comino por toda la geografía nacional mediante tinajillas y orzas de barro que rezuman esa mancheguía tan nuestra. Más adelante, en mi incipiente juventud, acudía yo sólo a la verbena de la Morería, del Carmen y de Santiago en ese mes de Julio veraniego y vacacional del que se disfrutaba con los amigos entre charla y bolsas de pipas hasta la madrugada. Algunos años después, ya en edad universitaria, Julio seguía siendo especial. El día 7, San Fermín, ya arrancaba el período festivo. Y me prometía a mi mismo que alguna vez tendría que recorrer las calles de Pamplona en esas fechas. El día 16 de dicho mes, inicio de la canícula, siempre buscaba un hueco para ir a casa de la abuela y felicitarle su santo. A poder ser le compraba "recortes", le recordaba que fue ella quien me inició en ese mundillo del verbeneo y la Pandorga, le hacía caricias, le sacaba una sonrisa y le prometía que me comería una berenjena del puesto y echaría un trago de vino de la bota sin mancharme la camisa. Luego veía con los amigos la procesión de la Virgen del Carmen y nos daba la madrugada verbeneando entre vasos con hielos repletos de tintos de verano. Julio se ganaba mi corazón sin yo saberlo fraguando recuerdos...
Ocho días después, en mi amado Perchel, era la verbena de Santiago. Hablar de ella es hablar de mí mismo. Calle Ángel, Jacinto, Agustín Salido, Altagracia, Calatrava, Refugio y Plaza de Santiago. Todo en un apretado puñado de metros cuadrados donde me forjé como niño, joven y adulto. El empedrado más conocido de la ciudad, la orquesta, los bailes, los chiringuitos y los Pandorgos haciendo limoná. La vida entera cabe en el Perchel. Y eso terminó de hacer que te hicieras eterno para mí, Julio. Eterno en la acepción de tenerte siempre presente, repetirte con frecuencia en mi sesera y ganarte el respeto de los tiempos. En otro sentido ya hablaremos luego. Ya era "talludico" que se dice por estos lares y llevaba años en el oficio del costal. Y tú, Julio, me regalaste disfrutar del oficio entre las ferias de verano: costalero de la Virgen del Carmen en honra de mi nombrada abuela y costalero de Santiago, Patrón de las Españas y de la Villa de Granátula de Calatrava. ¡Cómo para no quererte! Aunabas mis pasiones en tus días de calendario y ya me tenías cautivado desde niño cuando yo todavía no había desarrollado mi querencia hacia otras cosas. Imagínate cuando han ido pasando los años y te habías guardado el as bajo la manga de que llegaría a ser proclamado Pandorgo el último día de tu mes, querido Julio, en el año 2022, ese día que el cielo de la calle Calatrava sonreía, olía a limoná y tenía un color azul como el de los ojos de la Virgen del Prado. Eterno por siempre.
Y eterno también lo eres por lo que tardas en pasar. Ya en mi vida adulta y siguiendo los derroteros de la abogacía con la que me gano el pan desde hace más de dos décadas, sigues siendo eterno. No avanzan los días como lo hacen en otros de tus hermanos meses. Ojo, no me quejo de tu lentitud porque eres un mes que amo, me quejo de que ya vislumbro Agosto, cuando me despojo de la corbata y los papeles que me visten a diario y te me haces eterno en transcurrir hasta que llega mi descanso. Sin ir más lejos, hoy mismo que tecleo un poquito sobre ti, es día 28 y he tenido cuestiones del trabajo en el Registro de la Propiedad de Almagro, en el Juzgado y, obviamente, en el despacho. Dos días quedan, dos, para un descanso que entiendo merecido y parece que no llega nunca para que, una vez llegado, al igual que mi amada Semana Santa, se marche en un suspiro. Eres eterno, Julio. En todas sus acepciones como antes te decía, pero me atrapas desde tu inicio porque eres especial. Llegas cuando es cercano San Fermín regalándome una sonrisa y te marchas en el día más grande de La Mancha. Y entre medias te adueñas de la mitad de la canícula y me desesperas de calor a la vez que me regalas más de un ratito de taberna inesperada. Sabes jugar muy bien tus cartas y por eso haces grandes tus bazas.
Fíjate si eres diferente que todos los años gozas de una entrada para ti en el Rincón. Suelo repetir algunas de ciertos retazos anuales que, aunque se repiten año a año, nunca son iguales, como la Semana Grande, la Romería o mi querido Camino de Santiago. Pero tú que, perdóname que te diga, sí que eres siempre igual, siempre, eterno y desesperante a la vez que mágico y esperado, logras subir al podio de los ganadores entre los textos que, sin ser iguales, también se repiten, cosas al alcance de muy pocas vivencias y recuerdos. Y, sí, es por tu conjugación de la esperanza y desesperanza. En todos los sentidos, ya lo sabes tú. Mientras me desesperas con tareas imprevistas, me esperanzas con la renovada excursión familiar a visitar, precisamente a la Esperanza, a aquella la que vive en San Gil. Excursión que será, si lo quiere Ella, en tiempo de Navidad y que siempre comienza a tener forma en tus días. Y mientras me desesperas con un calor mal llevadero por los golpes que atiza el astro Rey, me esperanzas con una nueva plegaria a la Morena del Prado con la que cierras tus puertas y se abren las de Agosto con mi mochila de peregrino al hombro. Fuerzas renovadas. Agotamiento en tus calendas y un empujón para lo que viene. Y eso lo haces tú, Julio. Por eso, un año más, eres eterno.
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