Como no todo es sacar cofradías y jugar al pádel, me refiero, evidentemente, al tiempo libre pues el resto lo ocupo ejerciendo la abogacía, también gusto de patear caminos con mochila y bordón. Y además del Camino de Santiago, en especial el Camino Francés, madre de todos los caminos, me encanta caminar por senderos y rutas de mi tierra que, en ocasiones, no llevan a ningún lugar sino a la mera satisfacción y encuentro con uno mismo. Si bien he recorrido ya bastantes caminos y todos me han llevado a algún lugar, hay rutas que son de ida y vuelta y al lugar al que te llevan no es visible a los ojos sensoriales sino a los ojos del corazón. Ya lo decía el Principito: "lo esencial es invisible para los ojos". Y en esta ocasión así fue la ruta. El punto de salida y retorno comenzó donde el coche quedó aparcado. Lo esencial es lo que acaeció entremedias. Unos cuántos kilómetros que nos llevaron hasta la "Plaza de los Moros" y nos volvieron a regalar vivencias y pasos a cuatro amigos, dos padres y dos hijos, que llevamos recorridos algo más que un puñado de kilómetros juntos en esta vida: Jesús Cecilio Velascoín y su hijo Alberto, mi padre y yo.
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Jesús y mi padre subiendo hacia la Plaza de los Moros |
Al grano. La ruta empezaba atizando nada más empezar. Me gusta llanear unos kilómetros antes para templar bien las piernas antes de comenzar una ascensión pero en esta ocasión el camino comienza con una cuesta arriba, no muy exigente al lado de otras que ya he pateado pero sí lo justo para hacerte brotar las primeras gotas de sudor en la frente. Al menos hay camino y digo esto porque conforme continúa el ascenso el camino se va convirtiendo en una vereda minúscula que finalmente pasa a ser una senda de tamaño para una sola persona y por último desaparece entre las hierbas primaverales. Pero el objetivo estaba claro: seguir y seguir hasta coronar el cerro. A decir verdad yo llevaba años sin trepar por riscos y, entre eso y el tendoncillo de la rodilla izquierda que me da guerra cuando quiere, iba con cierto respeto en la aventura. Pero feliz. Caminar con Jesús, Alberto y mi padre me gusta. Vamos, mi padre es mi padre y Jesús y Alberto son como de la familia pero sin el "como". ¡Qué coño! Jesús me ha tenido a mí en brazos y yo he tenido a Alberto en los míos. Son más que de la familia. A Albertucho lo quiero como a un hermano pequeño y su padre fue mi padrino jurídico cuando juré la Constitución. Son muchos recuerdos, muchas experiencias y no concibo la vida sin saber que están ahí al lado. Por eso iba feliz. Y con la mochila y el bordón subiendo y caminando. La ruta la habían elegido ellos y fue un acierto. Y mi padre también estaba contento. Compartir ratos con su amigo Jesús le llena el espíritu.
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En la Cruz a mitad de subida. In memoriam |
Entre piedras y riscos fuimos subiendo por un sendero en el que a mitad de camino a mano derecha se levanta una cruz metálica que no sé bien lo que conmemora, pero desprende hálitos de tiempos de guerra y sierra de maquis. A la altura de la dicha cruz ya se aprecia bastante la subida acometida y comienzan a merecer la pena las vistas de la comarca que desde allí se aprecian. Pero lo mejor estaba por llegar. Había que continuar subiendo hasta llegar a la cima del cerro, al punto álgido de la sierra. En las siguientes fotos se ve a Alberto ya arriba y a mi padre y a mí continuando la subida. Fue una preciosa aventura sin lugar a dudas.
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Alberto coronando el cerro |
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Mi padre y yo continuando el ascenso |
Arriba del todo, coronando el conjunto se halla un rollo de piedra que indica un punto geodésico nacional: una de las puntas de la corona de la Mancha, uno de los puntos más altos de la región sobre el nivel del mar, uno de los vértices geográficos que se usan para la medición de coordenadas en los gps. Para acceder al mismo hubo que trepar (literalmente) por peñascos y rocas y, finalmente, llegamos a él. Se asienta en la llamada "Plaza de los Moros" y bajo la misma se esconden restos de una antigua fortaleza. En el paraje todavía se ven grandes piedras pertenecientes a las cimentaciones de lo que allí hubo. Muchas de ellas están desprendidas y dan un aire histórico-medieval al lugar. Mejor hacer la ruta y comprobarlo in situ. Con las fotografías que os voy poniendo intento ilustraros lo que pudimos disfrutar en la mañana de senderismo. Tanto los lugares por los que estuvimos como las caras de felicidad y las vistas que os decía creo que quedan patentes.
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Placa hallada a los pies del vértice geodésico |
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De izquierda a derecha: mi padre, Alberto y Jesús. |
La mañana concluyó saboreando una fresca jarra de cerveza con limón que nos hizo recuperar los líquidos perdidos y escondernos un poco del calor primaveral que ya empezaba a hacerse notar de forma más que directa. Previamente y para ganarnos aún más la recompensa pateamos un tramo de la Ruta del Quijote viendo el viejo molino Carrillo, las esclusas de agua, el río Bañuelos y el canal del mismo que va a parar al Pantano de Gasset. No sé los kilómetros que haríamos en la jornada, pero volvería a hacerlos sin duda más de una vez y con los mismos.
Vale.
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Finalmente llegué al vértice geodésico. Y fui feliz.
Al fin y al cabo... La vida es caminar. |
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