jueves, 11 de enero de 2018

Y YO FUI TU COSTALERO, NAZARENO

Mañana es la igualá del Nazareno. Y yo fui su costalero. Un año tan sólo. Lo que me prometí, lo que le prometí. Un año nada más, como las cosas cuando ocurren y no deben volver. Una y no más pero hágase Tu voluntad. Y así fue. Cada paso dado en esta andadura no ha de repetirse y ya va para un año que fui a la igualá de la cuadrilla. A mi primera y a la vez última igualá para ser los pies del Dios de la túnica morada que habita en San Pedro y hace estación de penitencia cada madrugada. Exprimí momento a momento toda mi promesa sin faltar al cumplimiento ni un sólo instante en los ensayos, la mudá y las dos ocasiones de mecerlo sobre mi costal: el Domingo de Pasión y la madrugá del Viernes Santo. Mi consigna estaba clara: ser los pies de Dios y llegar bajo Él a los pies de la casa de Santa Ángela en mi tierra y cuando sonase el último aldabonazo en San Pedro y se dejase con cuidado el zanco, salir del paso y rezar un Padre Nuestro. Ahí quedó, mi promesa, Nazareno.

Y mañana ya hace un año que empezó para mí todo y que todo concluyó. Y la promesa más dura quizás no fue la de pasearte sino la de no volver a hacerlo. ¡Qué de sentimientos en cada pisada bajo tus maderas! Y al llegar a casa, verla a ella. Y abrazarla. Y cumplir un sueño que un día en Tu presencia me fue arrebatado y que ahora se ha logrado. Me ha costado quererte pero cada vez que paso por General Rey o Lanza sé que fui tu costalero y que compartí oficio con los mejores generadores de sentimientos y sonrisas que puede haber en el oficio, los amigos costaleros que llevas en tus entrañas. No olvides nunca, Señor, que el primer paso que mi hija vio en el que su padre iba debajo fue el tuyo. ¡Caprichos del destino! Más bien voluntad tuya, igual que en Sevilla, camino de la Esperanza me llevaste primero a San Lorenzo, a tu presencia. Así había de ser y así fue. Y por el destino quizás o a través tuya y la mano del capataz también se cumplió lo que quería. Me daba igual el relevo del Domingo de Pasión. Sólo quería en la madrugada llegar a Ti debajo de ti, oír cómo te cantan y hacer la entrada. ¡Qué rápido pasó esa madrugada! Hace un año soñaba con ella y ahora sueño que la viví y no me llegará otra nueva. Siempre cerca de Ti, de tus gentes, de sus maneras, calmando la sed bajo los faldones, haciendo ropas o lo que Tú me mandes. Hágase Tu voluntad de la forma que sea. Pero yo fui tu costalero, Nazareno. Y eso para mí se queda, envuelto entre oraciones, vigas y crujidos de madera que tantos recuerdos me trajeron a la cabeza.

Y ahora que llegan las fechas y tu sangre se renueva en la de aquellos que con su costal te pasean, sigue viva mi promesa. No asistiré a la igualá. Quizás vaya a algún ensayo a echarte de menos por fuera. No podré estar a Tu vera de la forma que yo quisiera, pero el día que llegue la Gloria a ese portón de madera allí estaré viéndote fuera. Y pidiéndote por otra vida nueva, esa que te pedí por él, hombro con hombro, el de mi compadre a la izquierda, mientras llorábamos ambos al crujir de tu parihuela. Yo fui tu costalero, Nazareno. Y eso para mí se queda. Una vida y una espalda nueva eran los pilares de mis lacrimales y ahora cuando las veo a la una con la otra, cara a cara, con sonrisas y juegos que parecen de hermanas, recuerdo cómo llegué hasta Ti y aún hay algo que no me encaja. No puedo saber por qué porque sería entender tu escritura y esa sólo se entiende según el tiempo que pasa. Va camino de un lustro de aquella tarde de primavera. Hacía solo unas horas que hube jurado tus reglas. Ya sabes Tú lo ocurrido y jamás quiero que vuelva. Y mirando ahora detalles, otra vez a Tu manera, el mismo que me convirtiera en marido, colgó mi medalla al cuello y bautizó a mi pequeña. ¿Cómo podría saberlo sin entenderlo siquiera? Ahí radica tu grandeza y por más que muchos quieran sólo Tú la paseas.

Tuve que hacer encaje de cuadrantes y de ensayos e incluso faltar a otros actos y perderme algún traslado. Pero esa Cuaresma era tuya, de tu andar, de tus trabajaderas y de agotar paso a paso la historia de una promesa. Concentrado en el trabajo, sin despistarme siquiera un mínimo momento cuando estaba en la parihuela ejerciendo el más bello oficio de acunar a la madera en un saco de arpillera. Rodeado de amigos, compañeros y gente de antaño con la que me inicié en el camino de ser costalero y nuevamente ante Ti nos juntamos de nuevo. Noches de frío invierno y un Sábado por la tarde fueron parte del bagaje que me dejó tu vivencia. Y muchos momentos de gloria. De gloria sin fin ni escapatoria que tenías establecidos que para mí lo fueran. Tuve que enfrentarme a ellos y salí en todos satisfecho pero siempre me recordaba que ya eran historia pasada. A cada paso, a cada zancada, la promesa se marchitaba. Y llegó el Domingo de Pasión. Y tras él la madrugada. Y mi cara era un poema de sentimientos, déjame Nazareno, por una vez, a mi manera. Mañana es tu igualá de nuevo. Y cuando pasen lista yo no estaré en la primera. 

Escúchame, Señor. Quiero que llenes mi hueco de oraciones y promesas. Quiero que mi  lugar lo ocupe un costalero, el que sea, uno que te pasee y te quiera. Y quiero, Señor, que colmes a tu cuadrilla de primaveras nuevas, de sonrisas, de alegrías, de felicidad en tus maderas. Y que cada costalero haga realidad su promesa como yo hice la mía porque Tú así lo quieras. Y sigan bajo tu paso agradeciendo tu grandeza y sigan bajo tu paso suplicando por la misma cuando las hijas de Santa Ángela arrodilladas te rezan. Y quiero Señor que sepas que soy fui tu costalero y que en aquella madrugada mientras me esperaba la Esperanza, yo estaba en tu reinado de la forma más humilde paseando en mis entrañas una túnica morada, sin bordados, sin potencias, porque así camina el Hijo del Hombre entre las calles llenas. Y nunca podré olvidar que es siempre todo a tu manera y que una sobrina se alza en los brazos de su tía y de su espalda nueva. Y déjame, Nazareno que cosa mis entretelas con lágrimas de savia nueva, con hábitos marrones y pardos que sus hijas llevan, con oraciones y peticiones que para mí se quedan, con Domingos y Pasiones que disfrutar yo pueda de la mano de mi hija caminando a tu vera. Déjame, Señor, que siga llorando promesas como lloro ahora mismo al escribirte estas letras porque Tú eres el que sabe la verdad que se esconde en ellas. Y recuerda, Señor, que yo fui tu costalero. Y eso, Nazareno, eso para mí se queda.
Ahí quedó.

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