Que no me quedaba yo sin romería se sabía. Que estaba confinado como todo hijo de vecino y no podía salir también se sabía. Que iba a montar la que monté no lo sabía ni yo. Vamos, ni me lo imaginaba ni, por supuesto, había planeado hacerlo. Pero así salió. ¡Menuda romería! Cada vez que lo recuerdo se me pone cara de duende y sonrío. ¡Qué liada! El caso es que días antes no barruntaba demasiado que se acercaba una de esas fechas al año que tanto me gusta disfrutar. Estaba resignado pensando que este virus odioso, el maldito coronavirus, ladrón de abrazos, besos y eventos, también se había llevado ya por delante la celebración de la Romería de la Virgen del Monte. Y, a decir verdad, no se celebró entre chozos y lumbres, no hubo calderetas, ni corros, ni fui deambuleando de lado a lado botellín en mano entre risas, chistes y reencuentros. El día de antes, uno de esos que los sueños brillan más, dejé comida preparada por si al día siguiente se ponía la cosa cabezona. Más vale prevenir. Y a la mañana siguiente, mire usted, amanecí con el espíritu burlón y con ganas de jarana. Va por días el ánimo, el Sábado la moneda cayó de cara y como no está la vida para desaprovechar momentos felices inesperados, me dispuse a ello. Gemma estaba en turno de descanso y mi niña Claudia me quiere mucho pero cuando mamá está en casa, papá pasa a ser casi un complemento más. Esta circunstancia me favorecía, las cosas como son, egoístamente me daba libertad de movimientos y tenía mis tareas domésticas al día. Gemma no podía, a priori, regañarme. Digamos que el viento soplaba a favor de mi veleta marcando el rumbo.
Rebusqué en mi cajón del atrezzo, allá donde guardo ciertas prendas y objetos de uso acotado a un momento, día o evento determinado y lo encontré. Entre los calzoncillos rojos de Nochevieja (con el Diablo de Tazmania estampado), el pañuelo verde de la Romería de Alarcos y la navaja de los días de campo se encontraba mi querido gorro. ¡Cuántas romerías habrá pasado el pobre mío! Me lo regaló mi compadre Narciso hace muchos años y siempre que llega el día me lo pongo. El pobrecito, el gorro digo, cuando lo saco del cajón dice "ya huele a pacharán y whisky en el ambiente" y, oye, no falla. Me puse el gorrete y las gafas de sol y fui a la cocina a abrir la primera cerveza aprovechando el despoblado y con innegable alevosía. Las niñas estaban en el salón y cuando me fueran a decir algo ya sería tarde. Al ser abogado conozco la ley penal e iba esquivándola, aunque la ley de casa la aplica Gemma y me pone firme, pero eso es otra historia. Y en esas estaba cuando pensé coger un par de cervezas caseras (justo las había embotellado el día anterior) y ponerlas a refrigerar por lo que pudiera pasar. Dicho y hecho, cogí dos o tres tercios y media botella de pacharán, las metí a hurtadillas en la nevera y ¡zas! me cazó la chiquitilla. -¿No se te ocurrirá celebrar la romería en casa? -Pues... sí. -¡Carlos! Que nos conocemos... -No, mujer, me tomaré unas cerves de éstas, un par de pacharanes después de comer y ya está. Lo que es alegrarme un poco, llevo ya muchos días encerrado y hoy es una fecha señalada. -Verás tú si no la tenemos... -Que no, chiquitilla. Me portaré bien, ¿crees que me voy a poner como un cencerro yo solo en casa y estando la niña por aquí? -Capaz eres...
Y justo ahí primera vídeo llamada. "¡¡Lillo!! ¿Estas de romería? ¡Mira yo!" En la pantalla del teléfono cuyo remitente omitiré aparecía un fresquito y rebosante mini de calimocho. Me dio una subidón de energía y pensé "ahora sí que sí, no soy el único. Hoy pintan bastos..." Me reí y mostré mi lata de cerveza y unas aceitunas (de las que aliñé en Octubre) mientras se iban incorporando romeros a las pantallas de la aplicación en curso. Conforme me vieron con el gorro puesto supieron que indudablemente estaba de romería. La charla transcurrió entre buen humor y entre tanto ya cayeron la referida lata de cerveza y el primer tercio. Gemma me miraba regular pues vaticinaba que el día se me iba a poner propicio en demasía. Seguí a lo mío, como si estuviera allí en plena romería, ¿queréis otra ronda? Yo me abro la mía, estáis tardando. Y venga. Total que tras casi dos horas de vídeo llamadas entre unos y otros, cervecitas y un vermú, a la hora de comer llevaba ya un estado de euforia importante pero bajo control. O eso creía. Es cierto que ya empezaba a canturrear bajito canciones épicas en plan "El dolor más doloroso, el dolor más inhumano, es pillarte los cojon*s con la tapa de un piano, badabadúm badúm, badúm badumbadero..." o "La Loles, la Loles, el conejo de la Loles..." Claudia me decía "¿qué cantas, papi?, no te oigo bien" y yo le decía que eran canciones de Pocoyo o de la Patrulla Canina mientras me echaba otra vez vino en el vaso. La niña decía que esas canciones no salían en sus dibujos, Gemma me acuchillaba con la mirada y yo me meaba de risa. Estaba la cosa como para ir a los toros, al tendido de sol y con la bota de vino llena de morapio. ¡Estamos de romería, mujer!
Quería parar un poquillo pero llegó el momento álgido, la cumbre, el éxtasis romeril: la hora de ir de corro en corro. Sonó el móvil otra vez. Puf, peligro. Llamaditas para vernos, saludarnos y echarnos varios pacharanes pasando el rato. A estas alturas caía alguna goteja del vaso al suelo y pensaba "Ya lo fregaré" mientras a la vez pensaba "Carletes, ya vas enredado". Mola pensar dos cosas a la par cuando vas templado. Primero porque sometes a la lucha al angelillo y al diablillo internos y encima te meas de risa. Y segundo porque sobrio no eres capaz. Eso es así, inapelable, señoría. Total que, viendo el percal, la chiquitilla me dijo que ese día dormía solo y que se iría a la cama grande con la niña y yo me acostase en la habitación de Claudia. "¡Pero leche! Si son sólo las cinco y media de la tarde, ¿qué más te crees que voy a hacer?" Ni me contestó. Así es que opté por quitarme las gafas de sol porque ya veía menos que un gato de escayola y cambiar el gorro por un sombrero más serio. El cambio fue también de licor: pasé del pacharán al whisky. ¡Qué rico, joder! El primer chispalibre me duró unos cinco minutos nada más. Cuando fui a recargar por segunda vez Gemma delimitó la casa y me dijo "Ahí te quedas con la romería y no des guerra, por favor" y me acotó el espacio festivo al salón, medio pasillo y la cocina. No estaba mal. Ancha es Castilla. En todo lo mío, vaya. Sólo podía traspasar a campo enemigo para ir el baño y así lo iba haciendo. Y seguí hablando, riendo, chispalibre va, chispalibre viene. Serían sobre las ocho y media de la tarde cuando ya creía que era Pocholo en Ibiza. Y además con libertad. ¡Rebién!
El resto, ¿qué queréis que os diga? Estaba feliz, no me faltaba gente al otro lado ni por vídeo llamada, ni por audios de whatsapp, ni por instagram... Me sentía contento y las copas iban cayendo a su ritmo. Estaba (mos) realmente celebrando la romería y había sido todo improvisado. Me lo pasé genial. No sé qué cené ni cuándo. Sé que iba como un cencerro y me dieron las cuatro y media pasadas de la mañana. Al día siguiente me dijo la chiquitilla que ella bañó a la niña, cenaron juntas y Claudia le decía "mami, papá está locuelo". Yo, lógicamente, ni me enteré de todo eso. De las últimas andanzas que recuerdo es que en una ronda de chupitos estaba hablando con alguien por mensajes y se me cayó el vasito al suelo al ir a brindar. Por no hacer mucho ruido me quité una zapatilla y un calcetín y con eso limpié el percance. Y seguí tan contento con un pie calzado y el otro no. Total el equilibrio lo llevaba ya regular hacía un rato. Por cierto, el vaso y el calcetín los he encontrado esta mañana debajo del sofá cuando he ido a aspirar. Ni me acordaba. Y el puntazo con el que llegué al fin de la noche fue la última conexión con los móviles sonando de fondo "La Gallina Turuleca". Como el estado etílico de los que aguantábamos y llevábamos todo el día entre alcoholes era ya considerable, optamos por ponernos cascos para que no se oyera mucho el escándalo. Y, bien, para escucharnos era genial pero cada que vez que hablábamos alguno pegábamos unos gritos acorde al nivel de borrachera y del volumen de la canción. Yo no era menos, claro. Gemma se saltó su propia norma y acudió a mi parte de casa. La advertencia fue clara: "Hoy ya sabes que duermes solo. Como sigas así, mañana duermes en un cajero de Caja Rural". ¿Y qué hice? Cogí las gafas de sol, me puse otro sombrero y me eché otra copita. Y días después aquí sigo, en el cajero, aprovechando la wifi del banco. Si leéis esto es que no es tan mala. "¿No irás a celebrar la romería?" ¡¡No ni ná!!
El resto, ¿qué queréis que os diga? Estaba feliz, no me faltaba gente al otro lado ni por vídeo llamada, ni por audios de whatsapp, ni por instagram... Me sentía contento y las copas iban cayendo a su ritmo. Estaba (mos) realmente celebrando la romería y había sido todo improvisado. Me lo pasé genial. No sé qué cené ni cuándo. Sé que iba como un cencerro y me dieron las cuatro y media pasadas de la mañana. Al día siguiente me dijo la chiquitilla que ella bañó a la niña, cenaron juntas y Claudia le decía "mami, papá está locuelo". Yo, lógicamente, ni me enteré de todo eso. De las últimas andanzas que recuerdo es que en una ronda de chupitos estaba hablando con alguien por mensajes y se me cayó el vasito al suelo al ir a brindar. Por no hacer mucho ruido me quité una zapatilla y un calcetín y con eso limpié el percance. Y seguí tan contento con un pie calzado y el otro no. Total el equilibrio lo llevaba ya regular hacía un rato. Por cierto, el vaso y el calcetín los he encontrado esta mañana debajo del sofá cuando he ido a aspirar. Ni me acordaba. Y el puntazo con el que llegué al fin de la noche fue la última conexión con los móviles sonando de fondo "La Gallina Turuleca". Como el estado etílico de los que aguantábamos y llevábamos todo el día entre alcoholes era ya considerable, optamos por ponernos cascos para que no se oyera mucho el escándalo. Y, bien, para escucharnos era genial pero cada que vez que hablábamos alguno pegábamos unos gritos acorde al nivel de borrachera y del volumen de la canción. Yo no era menos, claro. Gemma se saltó su propia norma y acudió a mi parte de casa. La advertencia fue clara: "Hoy ya sabes que duermes solo. Como sigas así, mañana duermes en un cajero de Caja Rural". ¿Y qué hice? Cogí las gafas de sol, me puse otro sombrero y me eché otra copita. Y días después aquí sigo, en el cajero, aprovechando la wifi del banco. Si leéis esto es que no es tan mala. "¿No irás a celebrar la romería?" ¡¡No ni ná!!
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