Hoy tengo ganas de recorrerlo, de estar en él, de sentirme sólo en mitad de su trayecto, de descorchar una botella de sidra con peregrinos que seguramente jamás vuelva a ver, de intercambiar palabras con alguien de quien no conozco ni su nombre, de horadar con mis pisadas sin saberlo una piedra que ya han pisado miles de personas, millones tal vez, de bajar hacia Roncesvalles, de subir al Alto del Perdón, de divisar Burgos, de coronar la Cruz de Ferro, de recorrer sin vuelta la escalera de Portomarín, de meter los pies en las frías aguas que nos brinda Ribadiso y de llorar, otra vez, de alegría y tristeza conjunta al llegar al centro de la Plaza del Obradoiro. ¡Cuánto te quiero, canalla! Te recuerdo y me vienen a la mente también anécdotas imborrables, de las que por más que las repita siempre me arrancan la risa, de las que me hacen desearte aún más y combatirlas in situ, aunque cuando ocurren sean quisquillas pero por dentro se liguen entre los nervios y la sonrisa. Y estos días que estoy en la lucha contra los imprevistos y el calendario para verte de nuevo, que he vuelto a las andadas del pensamiento y de las piernas, que me quiero aprovisionar de telas para nuestro reencuentro porque será gélido no por nosotros sino por el tiempo, me bullían en la sesera algunos recuerdos que debía plasmar para vivirlos de nuevo. Anécdotas del Camino...
Año 2010, Año Santo Xacobeo, cuando nos conocimos donde la Plaza de Quintana rebosaba gente para abrazar el busto de Santiago. Y debe ser ésta la primera anécdota. Entre cientos de peregrinos con sus ropas viejas que hacían cola para pasar a la Catedral me encontraba yo, vestido de traje y corbata, recién salido del Juzgado de la Coruña y aterrizado en Santiago en autobús. Ni un kilómetro andado y era el objetivo de las cámaras como cuando se cuela un garbanzo en un saco de lentejas. "¿Y tú qué haces aquí? ¿De dónde vienes así vestido? A ver cómo te explico...". Cuando ese mismo año, en Septiembre, llegué yo a Santiago tras mis cinco primeras etapas, (cinco nada más que no sabía si las aguantaría, cinco nada más que no sabía si te querría o te odiaría, cinco nada más que me vence más la duda que la aventura, cinco nada más que ya las he recorrido más de cinco veces después empezando muy atrás, cinco nada más que grabaron a fuego en mi alma mi querido caminito de Sarria a Santiago), me puse en la cola de nuevo. Ya estaba como ellos, vestido de peregrino, con los pies cansados y la ropa entre más usada que vieja. Me vi a mí mismo meses atrás en esa cola vestido de traje y me reí lo que no está escrito. ¡Vaya nota dí! Comencé a sonreír, a querer ahogar la risa y terminé entre carcajadas yo sólo y mis motivos. Risa contagiosa que se fue expandiendo. Una peregrina me preguntó: ¿de qué te ríes tanto de golpe? Y le dije que de mí mientras seguí riendo y le contaba el por qué. No sé si se quedaría muy conforme pero al rato me señalaba y se reía la gente con la que hablaba. ¡Lo que hace ser el nuevo! Anécdotas del Camino...
Año 2012. Iniciamos la aventura en Ponferrada. Llegados a Palas de Rei nos alojamos en el Albergue Mesón de Benito. Le tengo un cariño especial y dispensan buen vino con el menú. Mi padre y Jesús se fueron a echarse un rato la siesta. Me quedé con Albertucho agotando la botella de vino y la mesonera nos invitó a otra. Danger. Peligro. Pupita. La botella fue menguando a la par que la chispa fue aumentando. Alberto y yo entre risas comentando cosas del Camino, la botella vacía y la mesonera nos dice que de qué queremos el chupito. Es decir, no nos preguntó si queríamos un chupito, dio por hecho que nos lo íbamos a tomar. Correcto. Minipunto y punto para ella. Un fuerte aplauso y el juego del programa. Nos puso un chupitazo de licor de hierbas que para eso estábamos en Galicia. Brindamos, nos lo bebimos y fuimos a lavar la ropa con un estado etilíco-eufórico resultado del cansancio peregrino y de los efluvios ingeridos. Había más gente para lavar haciendo cola y nosotros, muy contentos y afables, nos ofrecimos a lavar la ropa de todos y que se marcharan a descansar. Nos alertó el alberguero de que no metiésemos los ropajes blancos y ya separados junto con la ropa de color pues, aunque en el Camino todo se mezcla en esas lavadoras albergueras, una peregrina hubo advertido de que una camiseta roja suya desteñía mucho. Claro, con la caraja del vino dije "sí, padre" y acto seguido metí todo junto. Cuando Alberto me avisó de lo que había hecho ya era tarde. El bombo de la lavadora giraba ya cogiendo agua. El desfile de calcetines, camisetas, pantalones, calzoncillos, braguitas y tangas que salieron teñidos de color rosa fue digno de ver. Creo que no nos regañaron mucho (tampoco me acuerdo muy bien), fue un percance que subsané con buena fe y algunas peticiones de perdón (si bien me meaba de risa). Los días siguientes cuando en los albergues veía una prenda rosa decía "¡¡esa la lavé yo!!". Y no fallaba. Anécdotas del Camino...
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