Hoy estaba colocando ropa en el armario y los he visto. Limpios, planchados, apilados, preguntándose qué ocurre que ya no los uso y llevan casi año y medio sin tocar las divinas maderas que tantos momentos de gloria y sentimiento nos regalan. Todos mis costales estaban allí. A su vera se encuentran un par de fajas y siete u ocho camisetas de tirantes para desarrollar el oficio. Cuatro lágrimas me han caído. Dos por las mejillas y dos resbalando por el corazón y el alma. Ya no soy un chaval y cuando volvamos a meternos bajo los pasos no me quedará mucho tiempo para poder entregarme a los zancos como yo quiero. Este malnacido virus me está robando el ocaso de mi trabajo como costalero. Maldito sea. Maldito sea por siempre. Se ha llevado vidas que jamás volverán a ver el vaivén de unas bambalinas por la calle. Ha cerrado ojos que nunca verán de nuevo la levantá de un misterio a los pies de la Patrona. Ha destrozado familias que ya no podrán volver a juntarse en la mesa un Viernes Santo mientras suenan cornetas por las calles. Las cofradías... Mi esencia de vida. ¡Cuánto os echo de menos! Me traéis recuerdos de infancia, olores de barrio del Perchel, madrugás de silencio y frío, callejeos por Sevilla, sudor de costalero, tiempo de Glorias y amigos, charlas casi a diario y también pescaíto frito. Sois una parte tan importante de mí que quisiera tocaros como a un amigo y abrazaros en los momentos precisos. Pero para eso hace falta salud y una normalidad que antes desconocíamos. Lo normal era normal y no tenía otro sentido. Y ahora resulta que lo normal era lo divino. Poder igualar, estar bien juntitos, programar los ensayos, ir a los pregones, disfrutar de agrupaciones, de viajes, de excursiones y luego, durante el resto del año, hacer mil reuniones sin mirar cupo de asistentes para recordar los sueños vividos.
Un año hará en Navidad que no voy a verte, Mamá. ¡Qué cercano me queda San Gil y a la vez qué lejano! Sé que en esa muralla puso la hermandad su alcazaba y desde allí repartes Esperanza. Me llega hasta el alma desde el Arco donde emana desde tu carita morena la Esperanza, la Esperanza y la Esperanza. No te olvides de nadie, por favor. Cuando miro el cielo perchelero de mi barrio de Santiago veo reflejos de Siviglia y Compostela y las tres bóvedas celestes que Tú aúnas se llenan de tu nombre, Macarena. ¿Cuándo será Madrugá de nuevo y caminará el Señor de la Sentencia a los sones de un Hidalgo que ya se encuentra a su vera escoltado por un mar de plumas blancas en otra nueva primavera? El que espera, desespera y el que viene nunca llega. ¿Cuándo el látigo del sayón se bamboleará al viento una tarde noche de Miércoles Santo mientras la Bondad abre camino al Consuelo? Fui un dos de Octubre a verte y estaba tu puerta cerrada. Pero supe y sé que tras la misma estabas Tú y con eso me bastaba. Seguían flotando por el altar aquellas palabras que decían "¿Quién, mi hermandad, te pregone que tenga buen pregonar?". ¿Te acuerdas, Papá? Cuando la hermana más pequeña de tu cofradía tenía un mes y cinco días, juró tus reglas y luego subía su padre al atril a ponerle voz a la hermandad. Y hoy hago gala de esa frase que tanto me gusta: sueño con lo vivido. Pero sí, quiero volver a vivir lo soñado. ¡Qué chicotá más dura! ¡Qué relevo tan largo!
Y, ¿qué hay de ti, amigo carmelitano? Arrié tu zanco en el Carmen despidiéndome de tu soledad, esa misma que hace amarte y pregonarte. Al año siguiente te vi con la túnica blanca, como la del Rabí de los Ángeles. Y recordé todo lo vivido a tu vera. Y mira por dónde, el destino y la amistad me llevaron de nuevo a tus maderas. Un trabajo bien hecho, cimientos de savia nueva. Este año me habría despedido de nuevo. Mi cerviz comienza a estar vieja. Y este ladrón de besos y abrazos, como el buen Quimet lo llama, no me dejó tan siquiera derrochar mi casta cofradiera y acunarte por vez última en mi costal de rota arpillera. ¡Llega de nuevo, Martes Santo! Que resuene la madera cuando el muñidor llame a la puerta por vez tercera. ¿Cómo me voy a ir de tu cuadrilla nueva sin pasearte de nuevo por la Ciudad Real señera? Déjame despedirte, no prolongues la espera. No aumentes las penas aunque las lleves por nombre, Señor. Tu junta ya no es la que era, ni tampoco tu terno negro, pero Tú sigues andando solo, caminando muy sereno, con largo compás costalero y por eso yo te quiero. Miro las noches de antaño cuando tenías un andar perchelero y más de veinte años han pasado de esos recuerdos ya viejos. Ahora eres Rey de un convento y yo he sido tu costalero. ¡Te echo mucho de menos!
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