Ando desubicado por completo. Mirar la agenda recién estrenada este año y verla en blanco de planes me desespera. Está copada de juicios, pleitos, citas notariales, citas registrales y mil avatares más del trabajo, pero vacía totalmente de planes a corto, medio y largo plazo. Y no estoy acostumbrado a ello. Para mí Enero siempre es el mes de los sueños que se avecinan. Lo he contado alguna vez ya en el Rincón. En este primer mes del año abro la agenda y comienzo a rellenar campos en blanco. Éste día tengo igualá, éste, éste y éste tengo ensayos, este día me iré Cádiz y volveré este otro, estos días me iré a Sevilla, éste día es el Magno Pregón, de Jueves Santo a Domingo de Resurrección vuelvo a Sevilla, este año la Romería cae este fin de semana, aquí y aquí iré al Rocío, la Verbena del Carmen esta vez cae en Martes, la Pandorga es un Viernes (y los sueños brillan más), de éste día a éste otro de Agosto estaré en el Camino de Santiago, éste otro es la comida anual de la Abogacía, éstos días de puente (si no tengo guardia) Gemma y yo podemos hacer una escapada cercana, éste día le dan las vacaciones de Navidad a Claudia y, a la que me coma las uvas, de nuevo llega Enero y se llena todo de planes por cumplir. Y así llevo haciéndolo años ya y cumpliendo proyectos, sueños y aventuras programados con tiempo, mimo y esmero. Sin embargo ahora no puedo hacerlo y eso me tiene perdido.
La puñetera pandemia, además de todo lo que ha traído y conlleva, ha instalado uno de los sentimientos más desesperantes que existe. La incertidumbre. No saber a qué atenerse. Y es que como uno no sabe cómo va a evolucionar el asunto ni de qué manera, no puede planificar absolutamente nada so pena de ir viendo como se desmoronan las ilusiones una tras de otra en efecto cascada. Y lo llevo fatal. A mí me gusta tener controlado lo que quiero hacer, cuándo lo quiero hacer y cómo lo quiero hacer. Y nada. Es imposible. A ver, sé que este año no va a haber celebraciones ni en Carnaval, ni en Semana Santa, ni en las Romerías de la Virgen del Monte y de Alarcos, pero, ¡leche!, ¿en verano seguirá todo igual de dudoso? Quizás es que mi alma de macareno me hace tener demasiada esperanza, pero quiero hacer planes ya para Julio o Agosto. Necesito (y lo digo de verdad) saber que voy a poder coger mi mochila y mis botas y patear el Camino de Santiago. No ya es que necesite hacerlo, es que necesito, repito, saber que podré hacerlo. Romper ya con está indecisión, con está incertidumbre, con esta merma de libertad. Y si luego los planes fracasan que sea por cuestiones ajenas o insalvables, pero jamás por no haberlos preparado con entusiasmo. Es por eso que el Camino se recorre tres veces: cuando se sueña, cuando se hace y cuando se recuerda. Y dicha máxima es de aplicación a todo plan que se aborda con ilusión.
Pero en esta horrible "Desubicación 2021" que estoy (estamos) atravesando, ¿quién se atreve a planificar algo sin saber que se va a poder acometer? ¿Quién va a soñar con un viaje sin saber siquiera si tendrá la maleta? Y, es más, ¿quién se la juega a llenar esa maleta de ilusiones y que luego tenga que vaciarla sin haber ni subido al tren? Una pena. Y así ando vacío de ilusión. Bueno, quizás no. Vacío de ilusión no, ando vacío de ganas de ilusionarme. No es lo mismo. Siento si es un poco trabalenguas o metafísico, pero no sé cómo describirlo mejor. Ardo en deseos de hacer planes pero como sé que no sé si podré ejecutarlos, no los hago. No sabéis lo que daría, simplemente, por saber a ciencia cierta si podré estar dentro de unos meses comiéndome un papelón de adobo en La Isla. Sin más. Aunque no haya cofradías, aunque tenga que estar con la mascarilla, aunque no esté agotado de ver cera derretida. Y eso me consume, me desespera, me desubica como os digo. ¡Vaya mes de Enero extraño! ¿Nos pondremos el pañuelo de hierbas? ¿Podremos juntarnos a comer tranquilamente sin tener que estar pendientes de aforos, horarios, distancias, etc? No me venga nadie a decir que sí o que no, porque no se sabe. Y eso es lo que me revienta. La duda, la incertidumbre. Como diría nuestro paisano José Mota "es que paece que no, pero, ¿y sí sí?, ¿lo sabes tú?, ¿no?, pos chitón".
Lo malo, peor aún, es el juego político que se traen con nosotros, la falta de transparencia y la opacidad para no ver lo que todos vemos. La situación actual con cierres perimetrales, enorme subida de contagios y alarma social se venía fraguando (y consintiendo) desde antes de Navidad. Y eso lo vimos todos. Los resultados que trajo consigo la permisividad del Puente de la Constitución eran un claro indicador de lo que sería Enero si en las fiestas de Navidad no se ponía el punto en la i. Y eso también lo vimos todos. Menos ellos, parece ser. Claro, los dirigentes nuestros, alentados por la esperanzadora noticia de la vacuna, vendieron la moto de "el fin ya está aquí" y no. Y ahora mismo ni está ni se le espera. Y como no cuentan cómo avanza el asunto de la vacunación y, sin embargo, sí cuentan cómo está el tema de la pandemia y, entre llantos y crujir de dientes que habrían sido evitables, ahora toman medidas duras y nos tienen a todos locos. Andamos como pollo sin cabeza, sin saber qué se podrá hacer pasado mañana y sin poder planificar absolutamente nada. Y eso es la puñetera desubicación a la que nos están sometiendo por no decir las cosas de frente, sean buenas o malas, pero que sepamos lo que es. ¡Madre mía! Seguiré intentando llenar la agenda de sueños y convertirlos en realidad en cuanto me ubique. Eso no me lo quitará nadie. Amigos y lectores que el 2021 os traiga Esperanza, Salud y Limoná. Sigamos soñando y (sobre) viviendo entre tanto.
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