"Que los años se rompan en el tiempo pero el amor del costalero siga vivo". Con esa célebre frase del capataz Manolo Santiago, me dirijo a ti, querida Cuaresma. Hoy vengo a desgranarte, iluso de mí, como si tú no lo supieras, los sentires que me emanan al recorrer tus días camino de una nueva Semana Santa. Mentiría si no dijera que con la edad he aprendido a quererte y aunque mi amada sea esa fecha que arranca en el Domingo de Ramos, con la exhalación de un suspiro que todo lo explica, contigo, desde niño, ya revoloteaba en mi interior el cosquilleo que a todo cofrade invade cuando casi roza ya con las yemas de los dedos sus fechas más queridas. En definitiva, las vísperas. Esos días que te dan forma y que llegado el Domingo de Pasión prácticamente desabrochan ya los sentimientos retenidos y los dejan escapar por la puerta ojival de San Pedro, en unos días preciosos que navegan hasta el puerto de un palio azul y plata que amarra los Dolores del Perchel en la tarde noche más querida por el viejo barrio pescador. Y cuando se apaga la última luz de la candelería queda tan sólo un día, uno nada más, para que la rampa eterna hacia el arco de palmas y olivos explote de júbilo y podamos exclamar que ha llegado la Gloria. Eso sí, la Gloria de una semana que cuenta el tiempo al revés y nada más comenzar comienza a defenecer. Por eso en ti, querida Cuaresma, radica la gracia de la espera y hay que saber paladearte, aunque me enamore quedarme dormido en la revirá de un misterio la noche del Domingo de Ramos o en un cirio derritiéndose al compás de miles de corazones que lo arropan llegando a Correduría, donde la Alameda empieza y dicen que en un balcón que estaba en las Siete Puertas, cantaba el Niño Gloria saetas al pasar la Macarena.
Sin duda son estos cuarenta días con sus cuarenta noches unas fechas especiales que aglutinan, a veces solapando unas con otras, las realidades de unos sueños tantas veces imaginados que toman su esencia de los ensayos de las bandas matizando las marchas nuevas a estrenar, de los golpes del cincel del imaginero perfilando la imagen secundaria que está restaurando, de los sempiternos nervios del prioste al perder el concilio nocturno recordando que tiene que apretar más la tuerca de la peana, ¿cuál?, no preocuparse que él lo sabe, vosotros preocuparos de lo vuestro y de seguir haciendo realidades esos sueños que decía sacando la papeleta de sitio de vuestro hijo por vez primera, arropando a vuestro amigo, el pregonero, que este año sube al atril a poner voz a su cofradía en un momento íntimo y mágico en el que desnuda su interior, siendo conscientes de que estas fechas sirven también para el reencuentro, tantas veces igualmente soñado e imaginado, de compartir con esos amigos que la pasión compartida nos ha ido regalando y añadiendo a nuestras vidas, una charla sobre cofradías en torno a una recién acaba tertulia, mientras aún humea el incensario deshaciéndose en vaharadas que retienen a la vez que exprimen esta preciosa cuenta atrás llamada Cuaresma. ¡Cuarenta días y cuarenta noches! Pero, ¡qué cuarenta días y qué cuarenta noches!
E inmersos en la más preciada cuenta atrás de la que disponemos los que pasamos la vida arremolinados en torno a una sensación que no puede describirse con palabras, me deleito observando las miradas, por donde habla el corazón sin necesidad de voz. Contemplo las pupilas estallantes de júbilo de un aspirante que en la igualá a la que lleva unos años asistiendo, por fin, recibe el golpe en el hombro del capataz diciéndole que es bienvenido al oficio más bello del mundo, pasear a Dios y a su Santa Madre y por salario disfrutar nada más. Me extasío en los atriles donde se pregonan cofradías en la intimidad de sus hermanos, allá donde la voz nace de las entrañas del sentimiento y vuela como un dardo que se clava en el centro del alma de quienes escuchan ese sentir compartido que los une y aprieta en torno a un mismo Titular, sabiendo que nadie que no forme parte de su hermandad lo entenderá y vivirá igual que ellos. Que todos somos cofrades, sí, pero que los de Pilatos son mucho de Pilatos, los de la Coronación son mucho de la Coronación y los del Nazareno son mucho del Nazareno y nadie mejor que uno mismo para saber y entender lo que acaece en su seno interno y desbordarse en sentires de amor propio para con los suyos. Me embeleso en el ajetreo de una alacena que consume las vísperas como enseñaron las abuelas, entre bacalao, escabeche, flores de sartén, torrijas, pestiños y una cocina de tradición y costumbre que se repite año tras año compartiendo con la Navidad la mezcolanza del reencuentro y el recuerdo. Y todo eso ocurre en tu seno, Doña Cuaresma. ¡Como para no quererte!
Siempre igual y siempre diferente. Llegan las calendas a febrero o a marzo y el Martes de Carnaval con ellas. Y al finalizar el día, cuando el último grano de arena del reloj agota el tiempo de su cono de vidrio y salta la hora a un nuevo día, a la misma hora que Cenicienta debía volver a casa, comienzas tú. Y contigo el Miércoles de Ceniza y los cuarenta días que te dan forma y plazo para la explosión de la gloria cofrade en un nuevo Domingo de Ramos donde todo comienza. Entre tanto, ensayos, montajes, vigilia, papeletas y cirios. Y en la mente la idea firmemente amarrada de que la vida entera cabe en un paso de palio. Eso eres tú, Cuaresma. La vida misma, la perfecta conjunción de la costumbre trasladada de generación en generación para que perviva siempre la liturgia del hogar en torno a una misma creencia. ¿Te has fijado, querida, la luz que desprende un Domingo de Laetare cuando con rosas vestiduras una madre lleva a su recién nacido, apenas recién recibido el bautismo, a engrosar la nómina de hermanos de la cofradía de su padre? ¿Te has parado a contemplar el ritual costumbrista que exprimiendo las vísperas ocurre en una misma familia, al mediodía del Domingo de Pasión, siempre en torno a Él, a quien nuestros abuelos llamaron Jesús, nuestros padres el Nazareno y nosotros el Señor? Fíjate, Doña Cuaresma. Fíjate. Contempla que en tus días brillan las calles distintas. Los viejos olmos del Prado salen de su letargo porque en la Catedral se presiente lo que está por llegar. La Merced se perfuma de grandeza al convertir su Pasaje, por unos días, en el corazón de la ciudad. San Pedro engalana su rampa porque será acariciada por pisadas costaleras anunciando la más grande de las llegadas. Los barrios más allá de Rondas son júbilo puro porque sus vecinos más queridos volverán a hasta el Camarín de la Patrona. Y de mi Perchel, ¿qué decirte? En el muere tu espera y nace cada año tu primavera. Y entre tanto alguna sorpresa. ¡Como para no quererte, Doña Cuaresma! Llévanos siempre a la Gloria.
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