Hoy estoy melancólico. Ya ha sido el último de los traslados del Señor a su casa y con ello se acabó íntegramente la Gloria Cofrade del año 2012. Aunque ahora vengan las Cofradías de Gloria, que por cierto en menos de un mes ya estaremos de relío con el costal ensayando para sacar La Virgen de la Cabeza, aunque ahora se me avecina la Romería de la Virgen del Monte del pueblo de mi mujer, Bolaños de Calatrava, aunque el Real Madrid juega hoy partido de Champions League, aunque el sábado es el clásico Madrid-Barça, aunque tengo colmados todos mis deseos cofradieros y futbolísticos, aunque sigo bajando peso con la dieta, aunque el Tormento (véase la entrada Tormento est) ha venido a vernos unos días y me ha dado mucha energía y vitalidad, aunque esté en una bella etapa de la vida en la que todo va bien... hoy estoy melancólico. Me acuerdo mucho de él. Lo añoro. Deseo recorrerlo de nuevo.
Y la melancolía me la cura el saber que este año volveré. El saber que será más largo que la última vez (que fue la primera y la recordaré de por vida). El saber que el dolor de pies y cansancio saben que saben a gloria. El saber que mi hermana, en estos devenires de la vida, ha ido a parar hace unos días al pueblo que será mi punto de inicio esta vez, Ponferrada, y que conforme lo supe la consigna fue clara: "Cómprame la Credencial de Peregrino". El saber que ya tengo la misma lista para sellar.
Los avatares de mi vida laboral en el ejercicio de la abogacía me tenían preparada una nueva sorpresa. Esta vez se trataba de un juicio en La Coruña. Yo enamorado de Andalucía y mi hermana, Ana María, enamorada de Galicia seríamos los viajeros destino al Juzgado de Primera Instancia Número 11 de la ciudad donde reside el Deportivo y su campo de Riazor. Yo me pondría la toga, es evidente, y ella disfrutaría acompañándome por esas tierras que tanto quiere. Sin embargo, su vida estudiantil le colmó un calendario de exámenes (que adelanto en decir que aprobó de buena lid, más que aprobó, "sobresalientó") y finalmente no pudo venir, por lo que mi madre, que siempre que puedo me la llevo de excursión cuando tengo algún viajecillo así, fue quién me acompañó a las galleguiñas tierras.
Nos fuimos dos días, el tiempo justo para celebrar el juicio, visitar un poco La Coruña y, de nuevo el destino, subirnos en un autobús rumbo a Santiago de Compostela ya que la Estación de Autobuses estaba cercana a los Juzgados y yo recordaba aquella ciudad con mucho cariño pues la última vez que viajé con mis abuelos, ambos difuntos a día de hoy y maestros míos de tantas cosas, Santiago de Compostela fue uno de los puntos visitados.
Fueron unas horas tan sólo. Fue un transitar de recuerdos y memoria en la Plaza del Obradoiro. Pero menos aún fue lo que tardó en invadirme el veneno del Camino de Santiago. Fueron segundos, no más, lo que el Patrón de España y de aquella bendita ciudad tardó en convertirme en un peregrino más. Había celebrado el juicio por la mañana en la ciudad de La Coruña, a la cual llegué en avión desde Madrid, capital del Reino a la que llegué en AVE desde Ciudad Real. De la gallega ciudad me trasladé a la ciudad jacobea en un autobús regular. Viajes cómodos todos ellos y allí me encontraba yo, en la larga cola de personas que esperaban su turno para abrazar al Señor Santiago, rodeado de sudorosos peregrinos que aguardaban impacientemente su momento.
¿Era justo que yo, que había llegado hasta aquel lugar por caprichoso destino y en cómodos transportes, abrazara al Patrón del mismo modo que los humildes peregrinos que habían llegado hasta allí por decisión y voluntad propia y por único medio de transporte sus entumecidos pies?
Ese fue el principio. Ese interrogante me invadió cuando ya llegaba mi turno de abrazo y tan sólo había dos personas por delante de mí. De ese modo, cuando me disponía a abrazar al Señor Santiago, como así lo apelan los gallegos de pro, sólo rodeé su busto con el brazo derecho, esto es, le dí medio abrazo y a la vez que alguien me decía "no, no, es con los dos brazos" mi voz le respondió a esa voz "ya lo sé, pero así lo hago por algo" y mi interior al unísono le susurraba al Santo Patrón "algún día volveré siendo peregrino y entonces completaré mi abrazo".
¿Era justo que yo, que había llegado hasta aquel lugar por caprichoso destino y en cómodos transportes, abrazara al Patrón del mismo modo que los humildes peregrinos que habían llegado hasta allí por decisión y voluntad propia y por único medio de transporte sus entumecidos pies?
Ese fue el principio. Ese interrogante me invadió cuando ya llegaba mi turno de abrazo y tan sólo había dos personas por delante de mí. De ese modo, cuando me disponía a abrazar al Señor Santiago, como así lo apelan los gallegos de pro, sólo rodeé su busto con el brazo derecho, esto es, le dí medio abrazo y a la vez que alguien me decía "no, no, es con los dos brazos" mi voz le respondió a esa voz "ya lo sé, pero así lo hago por algo" y mi interior al unísono le susurraba al Santo Patrón "algún día volveré siendo peregrino y entonces completaré mi abrazo".
En ese momento empezó mi Camino de Santiago. Conforme salí de la compostelana catedral me dirigí a la Casa del Deán, también referenciada como Oficina de Acogida al Peregrino, en Rua do Vilar Nº 1, donde adquirí la credencial de peregrino para mi padre, para mi hermana y para mí. La idea estaba clara. Haríamos, Dios mediante, el Camino. Me informé de cómo hacerlo, desde dónde, cómo y cuándo se sella la credencial, cómo se obtiene la Compostela (Certificado oficial expedido por la Catedral de Santiago que acredita que el peregrino ha realizado el Camino), qué material haría falta, etc. Incluso compré una guía sobre el Camino de Santiago: etapas, perfiles, recomendaciones, consejos y experiencias. Y empezó mi Camino.
Todo peregrino que lea esta entrada comprenderá ahora más que nunca la frase de "El Camino empieza en Santiago". Aquellos que no han hecho el Camino piensan que el Camino concluye en Santiago, pero nada hay más lejos de la realidad.
Continuará...
hace un mes y medio estuve en tierras gallegas (La Coruña y Santiago de Compostela)... Que tierra!! Me ha dejado loquito y deseando volver (solo fueron dos dias). Sobretodo Santiago y su casco antiguo, y sus calles estrechas repletas de bares y tiendas. Y contemplar la Catedral desde el centro de la Plaza del Obradoiro, ya lo creo que impresiona...
ResponderEliminarEs una ciudad que no te deja indiferente. Y de corazón te digo que si puedes (y querer es poder) hagas el Camino de Santiago. Desde Sarria son "sólo" 112 kilómetros los que tengas que hacer andando (para obtener la Compostela hay que hacer un mínimo de 100 kilómetros). La experiencia es única e inolvidable. Por algo será que todos los peregrinos queremos repetir...
Eliminares un viaje que tengo que hacer......a mi querida galicia, que tantas y tantas veces he visitado, le reservo mi último (penúltimo)gran viaje que cerrará el círculo.
ResponderEliminarMerece la pena y mucho. Conocerás mucha gente y te conocerás más a ti mismo, pasarás ratos inolvidables en compañía y en soledad. Es una preciosa aventura-experiencia que recomiendo a todo el mundo.
ResponderEliminarSi, y esa es una historia que me contaste ya en las calles de Santiago y como peregrino cuando te pregunte: ¿y tú por qué haces el camino?
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