Hoy os traigo una leyenda ocurrida en Italia, en la Toscana. Una leyenda que respira el don de las buenas gentes, la nobleza, la compasión y el amor al prójimo. Una leyenda que, como no podía ser de otra manera, nace al amparo de la gracia, sencillez, espiritualidad y paz que derramaba el mínimo y dulce Francisco de Asís, aquel que amansaba a las fieras y hablaba con todos los seres vivos que el magno Dios había puesto en la faz de la tierra.
San Francisco de Asís, para meternos en materia, fundó una orden mendicante puesto que así comenzó él mismo su andadura. Tras una enorme discusión con su padre en la que decidió no aceptar nada proveniente de él, abandonó el hogar sin propiedad alguna, ni tan siquiera ropajes y así desnudo y tal cual Dios lo trajo al mundo comenzó su nueva vida. En el Convento franciscano de Asís se conserva y guarda el primer hábito de San Francisco, elaborado a base de trapos y retales que él mismo fue cosiendo y uniendo. En la foto al margen podéis verlo. La orden franciscana que incluso tomó el nombre de su fundador, siempre se ha guiado por las bases que su patrón impuso: paz y respeto. Y en este ambiente de paz y respeto de la congregación, en su humilde convento, rodeado de enormes praderas, huertas, cosechas y multitud de caminos y sendas ocurrió la leyenda que os voy a contar. Leyenda que llegó a mí a través de la boca de mi padre, quien la aprendió de pequeño en el colegio Marianista de nuestra capital manchega y regia, y leyenda que hoy yo os narro para que siga viva y difundida. Dice así:
"Fray Primitivo era de los primeros frailes franciscanos que existieron. Cuando era novicio llegó a conocer en vida al fundador de la orden y besaba sus huellas allá por donde iba en los caminos de la Toscana. Acostumbraba nuestro protagonista a salir mendigando por el campo y pasaba el día yendo y viniendo por las huertas y granjas del lugar. Cuando le daban un mendrugo daba gracias a Dios y agradecía la limosna. Cuando le daban una repulsa hacía lo mismo, pues conocía la ciencia de la resignación y los pilares de su creencia eran la humildad y la pobreza.
Por las tardes cuando el sol se escondía por detrás de los verdes parajes y de las colinas de olivos, Fray Primitivo volvía al convento por un duro camino cuesta arriba. En un descanso existía un pozo de agua fresca donde el fraile, torturado por el cansancio y el agobiante calor, metía las manos y bebía plácidamente dando gracias al Creador por el regalo de tan pura, limpia y cristalina agua a su paso. Oraba y continuaba su camino. Así uno y otro día.
Cierto día, sumiso en pensamientos filosóficos y oraciones, Fray Primitivo concluyó que haría un sacrificio para agradar a Dios y que al llegar al punto de camino donde se hallaba el pozo, se acercaría al agua y tan sólo se lavaría el rostro y las manos con ella, sintiendo así la caricia de tan exquisito manjar como es el agua para el sediento, pero sin beberla hasta llegar al covento. Ofrecería a Dios el sacrificio de su sed durante el duro camino de vuelta. Así pues, al pasar por el pozo fresco se acercó hasta el mismo y lavó su cara y sus manos con el cristalino líquido, aguantando su sed y continuando su marcha. Rezó al Dios bueno de su corazón y le ofreció el sacrificio.
Esa noche en el Cielo apareció un nuevo lucero.
Pasaron los años y como el tiempo no pasa en balde también pasó por Fray Primitivo, el cual cada vez estaba más anciano y longevo. El humilde fraile, tan feliz por el haber agraciado a Dios con su esfuerzo, seguía su rutina diaria aguantando su sed y, día a día, llegaba sediento hasta el pozo, se acercaba a la refrescante agua y tan sólo se lavaba rostro y manos con ella, continuando el camino hasta el convento franciscano y calmando su sed allí. Luego miraba con afecto el lucero.
Llegó un momento en el que Fray Primitivo era tan mayor que necesitaba de un joven que le acompañase en su labor mendicante. El Fraile Prior decidió que un joven novicio acompañara a Fray Primitivo en sus quehaceres y así al mismo tiempo sería instruido por uno de los frailes más sabios y bondadosos de la comunidad. Así pues, desde ese momento, Fray Primitivo y el joven novicio harían las tareas juntos, ayudándose el uno al otro. La consigna que recibió el novicio fue clara: "Sigue el ejemplo de Fray Primitivo en todo lo que haga".
Llegó la mañana y con ella el momento en que ambos frailes salieron del convento a mendigar por los caminos que transitaba el longevo fraile todos los días. El novicio joven aguantaba mucho mejor la caminata y el ardiente sol que nuestro vetusto Fray Primitivo, pero aún así el camino era árduo, seco y duro como bien sabemos ya. Tenía también sed, mucha sed.
A la tarde de ese caluroso día volvían ambos camino del monasterio y al pasar junto al pozo, cansados y rabiososos de sed, el joven y novicio fraile se entusiasmó sobremanera al vislumbrar el pozo de agua limpia y fresca. Fray Primitivo, sabio, bondadoso y conocedor de la consigna que había recibido su novicio acompañante empezó su ritual como era costumbre antaño, en su juventud. Se acercó al pozo, se arremangó las mangas del hábito, se enjuagó la cara con agua fresca, se lavó las manos y bebió plácidamente. Así acto seguido el joven novicio se acercó al pozo y, siguiendo el ejemplo de Fray Primitivo y bajo la cálida mira de éste, bebió ávidamente calmando su sed.
Lo que nunca pudo la sed, lo pudo la compasión.
Y esa noche en el cielo no apareció un lucero nuevo; aparecieron dos."
FIN
PD: Para aprender más y al hilo de esta bella leyenda franciscana, os voy a contar algo tan simple y cotidiano como desconocido para mucha gente. El por qué a los llamados Francisco se les dice Paco. Bien, San Francisco de Asis, como ya sabemos, fue el fundador de la orden franciscana y por tanto sus primeros frailes allegados lo consideraron como Prior del monasterio, lo que por entonces era llamado en latín Pater Comunitas; de este modo cuando los frailes escribían sobre él en sus libros monacales, la abreviatura era Pa.Co., primeras sílabas del cargo que ostentaba. Por ello fue San Francisco el primer "Paco", extendiéndose la costumbre y tradición de esta denominación a los llamados Francisco desde San Francisco de Asís hasta nuestros días. Curioso, ¿verdad?
Muy bonita la leyenda, peo no es tal leyenda. Se trata de un cuento de José Mª Pemán: Fra Primitivo y el Pozo. Aunque aquí aparece algo mutilado, la mayoría de las expresiones son literales. Pemán también fue alumno de los marianistas, pero en Cádiz. Quizá así se explique como le llegó la "leyenda" a tu padre.
ResponderEliminarGracias, Pablo, por tu apreciación. Ignoraba completamente la autoría del cuento y lo más que hube encontrado buscando por la red eran retazos de traducciones no fieles de la denominada "leyenda" que transcribí en el blog.
EliminarNo me extrañaría que la historia de Fra Primitivo se expandiese a través de los colegios Marianistas. Yo también estudié en ellos y solían enseñarnos cosas de alumnos de antaño.
Gracias de nuevo.
Un cordial saludo.
Éste cuento está en un libro de gramática del antiguo bachiller. Creo que de primero.
EliminarLo que me gustaría saber es en qué libro de Pemaán está.
Está en Cuentos sin importancia, de Pemán, pero lo publicó anteriormente en la revista Oro de Ley. Aquí tienes un enlace http://hemerotecadigital.bne.es/pdf.raw?query=parent%3A0004512234+type%3Apress%2Fpage&name=Oro+de+ley.+15-8-1926
ResponderEliminarMAS Q BELLO LA LEYENDA
ResponderEliminarGracias !!
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