Nunca antes había oído el nombre hasta que la víspera de mi último viaje a Inglaterra me dijo mi mujer: "Me ha dicho Pisma (mi cuñada) que ha comprado queso para cenar raclette cuando estemos allí". Me quedé con cara de Paco Martínez Soria escuchando a un alemán. Pensé "pues bueno, algo divertido y rico será. Y más viniendo de mi Pisma Repisma que le encanta el jugueteo culinario con el queso". Y ahí quedó la cosa. El viaje se dio bien, llegamos sin contratiempo a Liverpool y llegó el momento de la cena. El artistazo (mi cuñado Miguelín) saco una gran cuña de queso y me dijo que fuera cortando lonchas pequeñas de la misma. No los típicos trozos triangulares de queso manchego, no. Lonchas. No muy grandes pero lonchas que cupiesen holgadamente en la palma de la mano. Trozos de queso cuadrados, vaya. Yo creí que se trataría de algún tipo de fondue o similar cuando de pronto pusieron sobre la mesa un electrodoméstico por no decir extraño trasto de la marca Tefal (publi gratuita) a modo de plancha de asar pero como si tuviese dos alturas: en la superior la plancha en sí para asar alimentos y la inferior unos huecos para introducir unas pequeñas sartenes sobre las que se ponen los trozos de queso para que se fundan. En ese momento comenzó mi enamoramiento...
¡Una comida que se basa en queso fundido y patata de base! ¿A quién no le gusta eso? La raclette es una comida tradicional del Cantón del Valais de Suiza mediante la cual se come queso fundido sobre una cama de patata cocida y embutidos. La receta toma el nombre de un tipo de queso llamado raclette que es elaborado con leche de vaca cruda y se cuaja en grandes unidades de unos seis kilos de peso cada una. Estas deliciosas y grandes ruedas de queso de montaña son ideales para fundir. Y ahora es cuando hay que saber que raclette significa rasqueta puesto que estos tipos de queso se arriman al fuego y cuando comienzan a ablandarse y derretirse se rascan con un utensilio afilado cayendo fundidos sobre el plato. De babero, vaya. El aroma que desprende en crudo es fuerte y penetrante lo que hace que haya quien se eche para atrás a la hora de probarlo. Por eso este dato lo doy el último y os he narrado antes el tipo de delicia que es. Y lo reitero y añado que en boca no impregna aroma alguno pese a su sabor fuerte. No se asuste nadie de su olor tan característico que rápidamente se hace dueño de la nevera. ¡Probadlo u os arrepentiréis! Es un queso que bien puede comerse crudo pero fundido es insuperable.
No perdía detalle del aparato y de mi sartencilla fundiendo el queso. En el plato aguardaban una patata cocida, un poco de chacina asada y diversas hortalizas y verduras como pimiento, cebolla, calabacín, tomates cherry y champiñones. Es que de recordarlo se me hace la boca agua. Mientras saboreaba por primera vez en la vida aquella delicia mi mente lo tuvo claro: "quiero un cacharro de estos". La verdad es que no podía haber sido mejor ocasión en la que conocí el invento y mejores anfitriones quienes me lo mostrasen. Además a Gemma también le encantó. Así fui forjando la idea de comprar la raclette e indagar si en mi querida España habría queso de ese tipo pues no me sonaba de nada y soy bastante cocinillas. En casa solemos comer fondue de vez en cuando y la raclette es como su hermana mayor, la madre y maestra de las fondues, es la fondue jefa, la teniente coronel de las fondues. ¡Qué invento, leche! Y me lo he perdido durante 37 años de mi vida. Eso sí, bueno ha sido descubrirlo. Ya no se me escapa.
A la vuelta del viaje poco tardé en ponerme a buscar información sobre el electrodoméstico y el queso para comer tal delicia. Y qué decepción. Encontraba mucho por la red pero nada por Ciudad Real. O no tenían el aparato o era simplemente una plancha de cocina o no sabían ni lo que era. ¡Ay Señor! Y recorrí tiendas, ¿eh? Recorrí todo lugar que pudiera tener mi deseada raclette y nada. La encontré sólo en dos sitios y era pequeña y de calidad regular. El queso sí lo localicé. Si bien aquí no lo venden por unidades o por cuñas al peso sí que lo tienen envasado y ya troceado para consumir directamente. Por ahora lo he comprado en Eleclerc y en Mercadona. Está de escándalo, ¿para qué mentir? Y lo sé porque finalmente a través de internet adquirí mi nuevo capricho y ya lo he estrenado, por supuesto. Ay, internet, internet... Cuánto daño y cuánto bien a la vez. Amazon tuvo la culpa. Trasteé un rato, encontré la que quería y la compré. La misma que tienen mis cuñados. Si la cosa va bien, ¿para qué cambiar? Además es buena la puñetera. Algo más cara que la media pero apta para más comensales y con mejores calidades. Rápidamente en cuanto llegó el paquete por mensajería a los pocos días organizamos el evento en casa. Y sigo enamorado de ese aparato. Por las noches cuando no duermo en vez de contar ovejitas cuento sartencillas de raclette con queso fundido e ingredientes nuevos sobre el mismo: huevos de codorniz, aros de cebolla morada, taquitos de jamón, tiras de chorizo, trozos de bacon, etc. ¡Madre mía! ¡¡Te quiero, raclette!!
No perdía detalle del aparato y de mi sartencilla fundiendo el queso. En el plato aguardaban una patata cocida, un poco de chacina asada y diversas hortalizas y verduras como pimiento, cebolla, calabacín, tomates cherry y champiñones. Es que de recordarlo se me hace la boca agua. Mientras saboreaba por primera vez en la vida aquella delicia mi mente lo tuvo claro: "quiero un cacharro de estos". La verdad es que no podía haber sido mejor ocasión en la que conocí el invento y mejores anfitriones quienes me lo mostrasen. Además a Gemma también le encantó. Así fui forjando la idea de comprar la raclette e indagar si en mi querida España habría queso de ese tipo pues no me sonaba de nada y soy bastante cocinillas. En casa solemos comer fondue de vez en cuando y la raclette es como su hermana mayor, la madre y maestra de las fondues, es la fondue jefa, la teniente coronel de las fondues. ¡Qué invento, leche! Y me lo he perdido durante 37 años de mi vida. Eso sí, bueno ha sido descubrirlo. Ya no se me escapa.
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