Hola, truhán. Todos los años te dedico unas líneas porque tenemos una relación de amor-odio que sólo tú y yo entendemos. Me estresas mucho mientras descuento días para las vacaciones pero me regalas ratos de raigambre, tradición y festejos que dan pistoletazo de salida a mi descanso. Me aplomas con tu calor pero me refrescas con la limoná que desprenden los lebrillos estos días. Me saturas con la agenda que has podido llenar en huecos libres desde los meses de Marzo en adelante pero me desahogas con ratitos de verbenas. Incluso, fíjate, los que amamos el mundillo del costal gozamos en tu calendario de citas, igualás y ensayos que nos sacian el hambre cofrade que tenemos a todas horas. Y aunque la pandemia de marras te arrancó la magia, no dejas de ser especial. Este año te esperaba con fuerza pero aún no está la cosa para festejar como quisiera. No obstante, has vuelto a traer alegría, buenos ratos, planes y esperanza. A ver si para el 2022 podemos abrazarnos íntegramente de nuevo, sudar juntos bajo las trabajaderas, refrescarnos con cervezas rodeados de buena gente, asar chuletas y sardinas, colar alguna raclette una noche inesperada, que nos sorprenda un cubata de más en la verbena del Carmen tras pasear a la Virgen Marinera evocando a mi abuela, volver a doblar con mimo la arpillera en Granátula de Calatrava y derrochar oficio costalero con el Santo Patrón de España, celebrando, el día antes y esa misma noche, la verbena de mi barrio de la infancia, mi querido Santiago que perchelero me hizo desde niño, para que sólo cinco días después estalle el júbilo en un dornillo de barro y entre resaca y algarabía mi pueblo cante Pandorga mientras se anudan pañuelos bajo la celeste mirada de la Virgen del Prado.
¡Cuánto te anhelo, Julio! Me abrasas entre tus calores acentuados en esta tierra manchega cuando me obligas a ponerme el traje y la corbata en los últimos pleitos del año laboral. Y, a la vez, me refrescas cuando planifico mi bien querido Camino de Santiago pues es allí donde abanico mi mente. Te quiero pues eres especial para mí, como Enero, mes de planificar los sueños a cumplir en el año que empieza. Es en tus días del almanaque donde empiezo a tocar esos ratos de liberación que llevo buscando el resto del año entre expedientes. Y te odio porque hay ocasiones que o me das días con más horas o es imposible que termine las tareas diarias sino concateno día tras días hasta que llego exhausto a un nuevo Viernes, en el que los sueños brillan más y apago el ordenador un par de días. No sé que clase de embrujo tienes que todo el mundo viene con prisas durante tus horas. Eso cansa. Cansa mucho y más cuando ves llegar el descanso y todo el mundo te dice "házmelo antes de irte". ¿Por qué no vino usted los once meses anteriores? Y en los momentos de máxima apretura siempre sacas un ratito de liberación entre viejas costumbres de barrio y olores de antaño. Haces una combinación exquisita de tus dos perfiles y finalmente me atrapas entre ellos jugando a un contigo pero sin ti en el que siempre pesa más lo bueno. No dudes que de no ser así, no te escribiría.
Y ya estás aquí un año más. El año pasado, sumisos de pleno en el puñetero rollo este del coronavirus, me robaste un sueño que llevaba años fraguando y a la vez me regalaste inolvidables momentos. Pusimos la esperanza en reencontrarnos de nuevo con total normalidad pero tampoco ha sido así. Sin embargo, me vas a permitir terminar una tarea que inicié en 2018 cuando salí caminando desde el Somport francés. Este año, todavía estando tú presente, cargaré mi mochila de nuevo para que conforme arranque Agosto al pasar la última hoja de tus treinta y un días, salga hacia León donde paré mis pasos en el año 2019 y los retomé hasta el mismísimo corazón de Compostela. Y en tus días, Julio, donde hago los últimos entrenamientos y caminatas y vuelvo a calzarme las botas mientras pienso en la cita de notaría del día siguiente o en tal o cual informe del fiscal. No me escapo de tu mezcolanza ni en los ratos de ocio. A la vez, añoro esos nervios y alegrías de hacer caramelo de limón y azúcar para cubrirlo de vino y echarle el hielo justo que tanto me encandilan. ¿Volverás ya el año que viene? Te quiero, Julio, pero como eres. No con medias tintas. Te quiero con tus verbenas y tus gentes de año en año. Y te odio con tus agobios, tus llamadas insistentes y tus últimos coletazos resistiendo a la espera de Septiembre. Espero el año que viene escribirte de nuevo con la ilusión de siempre.
Tenemos que despedirnos y sólo llevas la mitad de tus días avanzados. Inclusive has tenido un Martes y Trece, parece que tientes a la suerte, aunque conmigo sabes que triunfarás porque me gustas más de lo que me alejas. A decir verdad siempre te aguardo. Tienes días de muchos recuerdos y pesos emotivos para mí. El 7, el 16, el 25, el 30 y el 31. Ya sabes tú las razones de cada uno de ellos y prácticamente los cinco pueden darse la mano pues algo comparten: arraigo, memoria, recuerdos, amistades, cofradías, tradiciones y reencuentros. Avanzas raudo aunque no lo parece y dejas un regustillo para paladares entendidos. Prometo seguir queriéndote y aguardar a nuestra cita. El odio que te tenga ya no es cuestión tuya sino de los que abusan de tu calendario. Quizás no tengas culpa de las prisas de la gente pero todos acuden a ti, así es que entiende que siempre es Julio y Julio y Julio el nombre que repiten y hacen que llegue mi hastío. Sabes compensarlo, bribón. Con unos ratos de lumbre y barbacoa, entre chuletas y sardinas, hacemos las paces y enseguida brindamos con un par de vasos limoná mientras hago la mochila para recorrer el Camino. Tienes de todo, puñetero, por eso aunque en ocasiones pronuncie tu nombre con desgana siempre te aguardo. Y a pesar de que mañana empiezas la cuenta atrás de la veintena que conduce hasta el ahnelado Agosto, intentaré saludarte de nuevo a finales de tus calendas. Te lo mereces, querido Julio. Un abrazo.
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